Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Dígame, dígannos

Por: | 06 de junio de 2012

Poder4 CC2008-First_Prize-Angel_Boligan-MexicoEn general, obedecer nos espanta y nos encanta. No deseamos ser sumisos, pero tampoco encontramos alicientes en asumir las consecuencias de lo que no podemos decidir. Nada desanima más que estar permanentemente esperando indicaciones, órdenes, consejos. Esa dependencia afecta radicalmente a nuestra autonomía personal, a nuestra soberanía y, en líneas generales, si siempre aguardamos a que nos digan lo que tenemos que hacer, acabamos ignorando lo que debemos realizar. A no ser que necesitemos que otros nos lo comuniquen para saber lo que pensamos o lo que queremos.

Una cierta “minoría de edad” se va apoderando de la situación y cada mañana, en cada momento, en cada ocasión, hemos de aguardar las novedades que condicionan de modo determinante no sólo nuestras decisiones, sino nuestra existencia. Diversas fluctuaciones inciden en cuanto vivimos. Y si bien comprendemos que la autonomía personal no significa indiferencia, ni absoluta independencia, no comprendemos que implique tales dosis de consideración que finalmente la propia vida personal, social y política esté condicionada por lo que nos llega, con tal peso de autoridad y con tal carácter determinante que resulta difícil no estimarla como una imposición.

Da la impresión de que un simple movimiento de dedos, sin demasiados esfuerzos, logra producir dolores o alivios. Dicen que resulta superficial estimar que alguien se ocupa de alcanzar esos efectos y que maneja a su antojo el correspondiente efecto de pinza, atrapar o soltar. Sin embargo, por otra parte, es ingenuo pensar que todo es casual, anecdótico, coyuntural, incidental, azaroso. Incluso con la mejor de las intenciones y en un ejercicio de buena voluntad que roza la fe ciega, podríamos ignorar que hay intereses espurios que encuentran cómodo nuestro permanente estado de alerta. Sobre todo si va acompañado de algunos tipos de indefensión. Desde luego, ni siquiera con una entrega incondicional que atribuye toda la serie de problemas a los demás, podemos ignorar que en este pulso es necesario un punto nodal, crucial, para que el pinzamiento sea adecuado. Esto es tanto como indicar que se requiere ejecutar el gesto, el movimiento y que en todo caso no es preciso que sea una decisión individual para ser eficiente. Los efectos son implacables. Y la tensión de la espera; sin que en muchas ocasiones se comprenda claramente a que obedecerán unos y otros de esos efectos. Es como si estuviéramos en sus manos.

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Tanto que hacer

Por: | 04 de junio de 2012

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Decimos que no tenemos tiempo. No se pone en duda. Pero cuando disponemos de él, comprobamos que lo más difícil es tener fuerzas, y sobre todo razones, para hacer. En medio de numerosas ocupaciones, podemos tal vez encontrar espacios y alicientes. Sin embargo, a veces, liberados de ellas, el tiempo se coagula o desaparece. Aplanado, sin referencias decisivas, viene a ser un magma indiferenciado. Viene a ser tanto que no resulta nada. Efectivamente, todo el tiempo del mundo para esto. Resulta ya saturado por una inactividad suficiente que paradójicamente lo llena.

La voluntad se acalla para soportar esta inacción y cualquier detalle o tarea es suficiente para completar la ocupación del día. Y curiosamente, cuando no hay tanto que hacer no se llega cómodamente a realizar. Es como si la desocupación lo ocupara casi todo. Nos desactivamos, no por pereza sino para afrontar el tiempo dilatado, tan extendido que no resulta acogedor. Despertarse, alimentarse, descansar, marcan la pauta. Y entonces hay tanto que cabe hacer que lo razonable es reconocer cuánto se parece a cuando ya no hay nada singular que realizar.

La obligatoriedad de ciertas tareas puede incluso añorarse. Si no hay nada que hacer, ni siquiera hay entonces un espacio para el ocio. Puestos a elegir, no parece muy posible sino elegir un tipo de actividad para rellenar nuestra existencia. Curiosamente, la desocupación, el sentirnos libres de, no siempre nos procura más tiempo libre para, ya que ello requiere de nuestra disposición y de desafíos atractivos. Es el tiempo el que no resulta precisamente libre, sino enajenado. Es un tiempo dislocado, extemporáneo, fuera de sí, que no es propicio para la acción.

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Las inútiles

Por: | 01 de junio de 2012

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Hay materias en el sistema educativo que se entronizan como decisivas, fundamentales. Y no se niega que lo sean. Lo que resulta menos claro es que lo consigan a costa de desconsiderar o desprestigiar a las demás. Del mismo modo que ciertos estudios tienen sin duda merecidamente un enorme prestigio, con independencia de cualquier otra consideración, algunos parecen necesitar mantenerlo poniendo en cuestión la importancia del resto. Los avatares y el tiempo transcurrido en estas estrategias nos permiten mirar con serenidad, pero con alguna necesaria distancia, esta preponderancia y predominio que para mantenerse requiere permanentemente de discursos de exaltación o de descalificación.

Hoy sin duda, por ejemplo, el imprescindible conocimiento de idiomas, clave para la apertura de miras, la competitividad, la internacionalización, las oportunidades, la comunicación y el acceso a otros mundos y culturas, es reconocido como determinante en la educación. Sin duda, como se subraya, con buenos motivos. Pero en ocasiones parecería que ello sólo en sí mismo es ya la máxima expresión de una magnífica educación, incluso como si pudiera limitarse a su aprendizaje aquello en lo que consiste.

Desde luego, y de modo primordial, conviene no identificar sin más la educación con la adquisición de conocimientos, ni reducirla a mera enseñanza. Por supuesto que son decisivos pero no exclusivos. Ni excluyentes. No es menos determinante cultivar la mirada, la sensibilidad, la sensualidad,  la imaginación, la iniciativa, la decisión, la capacidad de análisis, de reflexión, el espíritu crítico, la colaboración, y ello no es patrimonio de ciertas materias o estudios. Confiamos en que cada uno de ellos, a su modo, lo hacen. Pero no hemos de olvidar que, también por ejemplo, una persona sin sensibilidad social no es alguien bien educado. O que el cultivo de los afectos o la inteligencia creativa son determinantes. Y que su cuidado requiere además una consideración específica y permanente.

Baste esta indicación para precavernos de quienes encuentran con demasiada facilidad qué materias son “marías”, con una denominación improcedente y de mal entendido pragmatismo. De ello parecería desprenderse una lección según la cual algunos contenidos serían propios de un mundo eficiente y eficaz, mientras otros nos distraerían en asuntos supuestamente de difícil inmediata aplicación. De ellos se ocuparían materias inútiles, “las inútiles”. Semejante planteamiento conllevaría una visión tecnocrática y rentista de la educación. Conviene no confundir el sentido de algo con su utilidad, lo que no significa que lo útil carezca de sentido.

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