Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Dolor físico

Por: | 31 de julio de 2012

 

Frida la columna rotaHacer frases sobre el dolor es una muestra inequívoca de que no lo padecemos intensamente. Al menos en ese momento. Hay quienes se sienten paralizados por una afección que les desborda. Y antes de cualquier consideración, hemos de expresar nuestra profunda solidaridad, y no pocas veces impotencia, ante su situación. Padecerlo impide detenerse en sus modos de decir, y no sentirlo incapacita para hacerlo de verdad. Así que más bien nos expresamos sobre el recuerdo, sobre la memoria, sobre la huella de lo que es, o sobre el efecto compungido de la cordialidad que sentimos. También por nosotros mismos. Y por otros.

El dolor trastorna el decir. Y no solo. Pero hemos de empezar por no reclamar que de modo inexorable se exprese verbalmente, que se defina con precisión, que se caracterice.  El dolor localizado es aún nuestro. Cuando ya ni siquiera hay modo de localizarlo con una mínima precisión somos suyos. El dolor también es errático, incluso fantasma, no solo fulgurante. ¿Dónde nos duele el dolor?, ¿de dónde nos proviene? Puede llegar a dolernos el dolor supuestamente ajeno. Y no es sólo un dolor empático, es un dolor físico que también anula, que también deteriora personalmente, que también trastorna los entornos. Incluso en tal caso, podríamos ser capaces de otro modo de decir, menos convencional, pero no menos verdadero.

No queda claro hasta qué punto podemos sentir el dolor del otro, pero es evidente que es imprescindible padecerlo de algún modo para siquiera ser capaces de tratar de pensarlo y de acompañarlo. Al menos lo suficiente para no hacer discursos épicos sobre sus ventajas y menos aún sobre lo fructífero que puede llegar a ser para nuestra paciencia, nuestra plenitud y nuestra liberación personal. El dolor lesiona, no sólo es una consecuencia, también trabaja como causa. Perjudica la salud. No es sólo un indicio. Y debemos combatirlo. Genera un abismo que dificulta la comunicación y nos aísla en una soledad sin sustituto, irremplazable, que viene a ser la constatación de un mal difícilmente remediable. Pero que hemos de afrontar.

Hay dolor. Intenso, extenso, profundo. Y con todo su alcance y con todas sus consecuencias, en ocasiones puede decirse que es un dolor físico. Nos duele el cuerpo, nos duele en el cuerpo y de tal modo que nos afecta tan radicalmente que lo desborda, como si él mismo se viera trastornado en lo que es, rebasado, como si no se redujera a sus propios límites. Si suponemos que es un dolor localizado, desde luego no lo es simplemente en un lugar. Y no siempre estamos en condiciones de afrontarlo. Nos supera. Nos disloca. Incluso hasta llegar a podernos. Y a desesperarnos. Nada por tanto de simples llamadas a la resignación ajena. Otra cosa es la impotencia ante la contundencia de su embestida, la constatación de los límites de nuestra capacidad. Pero el dolor ha de afrontarse, ha de expulsarse. Por dignidad.

Seguir leyendo »

Los límites de entender

Por: | 27 de julio de 2012

Ana Eckell Muestra Espíritu Salvaje 3

Pretender entender todo es tan inquietante como que haya demasiadas cosas que no entendemos. Ampararse en que no es fácil no debe ser una coartada para incrementar el ámbito de lo inexplicable. Cuanto ocurre parece ser de una inusitada complejidad, tanto que hemos de resignarnos a que esté en otras manos. No es que pretendamos ser expertos en todo, es que resulta incómodo que expertos para todo no dejen espacio para nada. O lo que es peor, para nadie. Para nadie otro. Sin embargo hemos de agradecer a quienes con su conocimiento nos acercan, nos aproximan lo que nunca seríamos capaces de acceder. Ciertamente es necesario, es importante, es imprescindible saber, pero una vez que se sabe, conviene no apropiarse de lo sabido. Por eso es tan decisivo, en la medida de lo posible, compartirlo. El conocimiento no transmitido genera resentimiento.

Todo reviste tal peculiaridad y sofisticación, requiere tal grado de especialización, tiene tantas ramificaciones, exige dedicación tan exclusiva, pide una formación tan exquisita y demanda tanto encontrarse en los lugares adecuados, que solo nos queda constatar que, por lo visto, no podemos aspirar a entender. Y menos aún a saber. Todos nuestros esfuerzos, nuestro seguimiento, nuestra atención, se embarrancan en que no nos corresponde a nosotros sino estar pendientes. Ya se verá. Ya se nos dirá. Pero nada de pretender comprender. En principio, no es que carezcamos de confianza, pero puestos a tenerla, también nos la pedimos y la pedimos. Para empezar, procuramos tenerla en nuestras propias capacidades, por muy limitadas que resulten.

Asistimos desconcertados a los vaivenes en los que fluctúa aquello en lo que, según parece, se juega nuestra suerte. Miramos confiados en que no se agrave y recibimos con alivio lo que se nos dice si supone un indicio o un atisbo de mejoría. Seguimos las novedades, escuchamos las razones, pero son tan enigmáticas y misteriosas como pudieran serlo la providencia o el destino, el azar o la suerte. No es así, porque hay quienes atienden cuidadosamente las evoluciones y más bien parece que hacen que las evoluciones sigan. Ellos buscan lo mejor. Y esa afirmación desata nuestros interrogantes. Pero una vez más son cuestiones que no parece fácil entender. O lo entiendes todo, cosa improbable, o parece no ser posible entender nada en absoluto. Estamos pendientes, nunca mejor dicho.

Y lo que es más inquietante es que no está tan claro qué es lo que habríamos de hacer en esta atenta espera. Tal vez empezar por no cuestionarnos demasiado. Calma, se nos dice. Ya sucederá. Aunque semejante apática resignación nos deja la constatación de que, de nuevo, efectivamente nos corresponde no entender. Tratar de hacerlo se consideraría insensato, imprudente, pretencioso.

Seguir leyendo »

Niños aún más cerca

Por: | 24 de julio de 2012

JOAQUIN-SOROLLA-Y-BASTIDA-VERANO
Basta fijarse un poco, y no muy lejos hay niños. Son los de todo el año, pero en tiempos de mayor descanso reaparecen con una fuerza y con una contundencia sorprendentes, incluso para quienes habitualmente están con ellos. Los padres, los familiares, los profesores, todos nos encontramos en nuestros entornos con niños que siendo los de siempre son como nunca. Su curiosidad y su ternura, tan atractivas y no por ello menos exigentes o inquietantes, conviven con total naturalidad con un requerimiento, el de una presencia y una atención sin interrupciones. Basta mirarles para comprobar que a pesar de su transparencia son un misterio. Y resultan desconcertantes. A veces demasiado para nuestras mentes y vidas supuestamente organizadas.

Cada uno de sus interrogantes supone toda una puesta en cuestión o un desafío para nuestra escala de valores. Su interés pone en evidencia los límites de nuestro saber. Y de nuestro saber de ellos. Y uno no puede dejar de pensar en sus necesidades, que no siempre coinciden con las nuestras. Salvo que, deteniéndonos con atención, comprobemos no sólo cuánto hay de nosotros en ellos, sino también de ellos en nosotros. La delicadeza y la sensibilidad, tan denostadas en ciertos contextos, brillan en toda su pureza en quienes no conocen ni siguen las noticias, ni los avatares de un mundo empeñado en recrearse sin aclarar en qué sentido.

La mal llamada naturalidad, que siempre en nuestro caso es una forma atrapada y fijada, un resultado, se presenta en ellos como una mayor indiferencia para con lo inmediatamente eficaz y rentable. Y, aunque suele desconcertarnos que dicen sin demasiadas precauciones y miramientos, no deja de ser atractivo ese lenguaje sin los filtros de lo conveniente. Que sea necesario reconvenirles no impide que sintamos con simpatía la palabra dicha sin ambages. Lo que no significa mero asentimiento. Pero no dejan de sorprendernos.

Que pongan a prueba nuestra salud y nuestra paciencia, que desborden nuestra vitalidad es tan paradójico como el hecho de que la vida que parecen quitarnos nos la dan Y el tiempo supuestamente perdido no lo es de intensidad ni de existencia. Se dirá que se trata de toda una teoría del consuelo, una forma de sobrellevarla, pero no más que nuestras grandilocuentes lucubraciones o teorías para soportar los avatares de cada día. No es que seamos siempre y sólo niños, es que cada cual, a nuestro modo, no dejamos de serlo nunca del todo. Ello no impide que encontremos enormes dificultades para comprenderles. Y en gran medida se trata de no confundir el hacerlo con dejar de buscar incidir en su mejor crecimiento en todos los sentidos.

Seguir leyendo »

Cuerpo culto

Por: | 20 de julio de 2012

Aba8fbfc2a817a76fdf44e14cba3ba66_h
No deja de resultar curioso y significativo que en tiempos personal o socialmente complicados, se produzca una cierta reactivación de la necesidad de cuidar el cuerpo. O de abandonarse. Algunos males nos conducen a tratar de aferrarnos a él para asegurarnos cierta salud. No se desprende de ello que precisamente hacerlo con regularidad deje de ser una muestra evidente del cuidado de uno mismo. Pero puestos a organizarnos el tiempo y la vida, puestos a cambiarla con la voluntad de mejorarla, con frecuencia nos planteamos planes que inciden directamente en nuestro cuerpo. Ejercicios, gimnasios, piscinas, dietas, playas, montañas y caminos despliegan un auténtico concierto para procurarnos las condiciones a fin de lograr que nos reconciliemos con él. Podría pensarse que es superficial dedicarse a tareas supuestamente de tan poco alcance, pero conviene no precipitarse en las valoraciones.

Hemos oido con frecuencia citar que, a decir de Platón,el cuerpo es la cárcel del alma”, mientras a la par proliferan los discursos en los que, de una u otra manera, no cesa de entronizarse, como única garantía a la que asirse, en la que sujetarse. Pero cárcel (frourá) no es sólo prisión, es sobre todo vigilancia vigilada, es el servicio de guardia, la que montan los efebos en las fronteras del territorio de la ciudad, bajo la supervisión de los magistrados, una vigilancia sin huída. De ahí que más bien habríamos de decir que el cuerpo vela con tanto celo por el alma, con tanto mimo y cuidado, como se observa atentamente el latir de un hijo, su respirar. Hasta el punto de que los cuidados del cuerpo son un modo de velar por el alma.

Desde luego, tampoco se trata de proyectar nuestra representación del alma, tan mediada ya por otras influencias, sobre lo que el griego pensaba al respecto. Con él hablamos más bien de la corporeidad de sus movimientos, que muestra ese esfuerzo de reunión, de recogerse en sí misma desde todos los puntos del cuerpo, como señala en el Fedón. Aludimos entonces a esa tarea de concentrarse.

Así que, antes de lanzarnos a una descalificación de quienes cuidan con esmero su cuerpo, y sin necesidad de refugiarnos en los excesos y en los extremos de esta tarea, hemos de reconocer que su desconsideración no deja de ser un síntoma de la desatención con uno mismo, de abandono. Hasta el extremo de poder esgrimirse cierta indolencia al respecto como un modo de contestación ante el imperio dominante y la entronización de las exageraciones de ese cuidado.

Seguir leyendo »

Bajo sospecha

Por: | 17 de julio de 2012

 

Karel-appel-people_birds_and_sun

Puestos a sospechar, también merece sospecharse de que lo hagamos permanentemente. Todo parece sostenerse en la puesta en cuestión de la buena voluntad, de la capacidad y de la competencia de los demás. Se trataría de controlarlos y de activarlos, desde el presupuesto de que no hacen lo que deben, incumplen sus obligaciones y se encuentran en una situación privilegiada. Eso sí, lo otros, siempre los otros. Así que, y más aún en tiempos difíciles, cabe conjeturar sobre las intenciones y los comportamientos, al amparo del soporte de la desconfianza. Puestos a adoptar medidas, habrían de sustentarse en la necesidad de embridar las conductas ajenas. En ello radicaría la base de las actuaciones. La libre voluntad se constituiría en un peligro y profesiones enteras quedarían en evidencia ante tales purificadores.

La comprobación de ciertos abusos no haría sino ratificar, por lo visto, que es imprescindible adoptar decisiones que alcancen y afecten a todos. En lugar de aislar y de atajar los comportamientos inapropiados, dada la ocasión, y puesto que como se sabe “todos son iguales”, se constata que es imprescindible intervenir. Desde la desconfianza en el quehacer singular y en el gobierno de sí, no cabría otro modo de gestionar la cuestión que el que se impone propalando el recelo. La coartada buscaría el aplauso general, dado que si ya ha quedado claro que no es presentable el actual estado de cosas, y una vez demonizados colectivos enteros, parece sensato intervenir en ellos, aunque supongo que, ni siquiera con tales presupuestos, eso habría de hacerse contra ellos.

Tal vez la clave de los modos de actuar deliberativos, participativos, dialogantes, radica en la confianza, en la generación de espacios y de oportunidades, en la intervención corresponsable en las decisiones, en la implicación y en la contribución para afrontar conjuntamente las situaciones. No simplemente en la asunción disciplinada de las consecuencias adoptadas, desde el presupuesto de que uno no es de fiar. Todo parece predispuesto para ratificar que es imprescindible actuar para poner fin a ciertos despropósitos. Y se hace desde la convicción de que es necesario impedir los llamados privilegios. Pero siempre y cuando sean ajenos y no resulten excesivos, en cuyo caso conviene andarse con otras cautelas.

Seguir leyendo »

A escena

Por: | 13 de julio de 2012

Pep duran sin escenario
Es tiempo de presentarse. Siempre lo es. De manifestar lo que cada quien piensa y considera. Es tiempo de decir. Siempre lo es. Hay muchas formas de presentarse en público. Una de ellas,  muy propia de la comedia latina, es irrumpir al escenario enmascarado (larvatus prodeo). Ello no significa necesariamente oculto, sino que se trata de otra forma de hacerse presente que no conviene desatender. El propio Michel Foucault, en conversación con Christian Delacampagne, solicitó en 1980 que la entrevista para Le Monde fuera anónima y que se borraran los indicios que posibilitan una identificación. Con ello pretendía “denunciar un protagonismo excesivo de las figuras frente a las ideas, devaluadas por los medios de comunicación”. Su afán era asimismo “denunciar la desconsideración por el pensar en unos medios que rebatían más a quien hablaba que lo que decía”. El secreto se desveló sólo tras su muerte y mientras tanto se sintió escuchado en las sobras de su anonimato. “Jamás se me hará creer que un libro es malo porque apareció su autor en televisión. Pero nunca, tampoco, que es bueno por esa sola razón”. El asunto tiene demasiadas aristas como para pretender aquí algo más que una sugerencia, pero esa entrevista se tituló precisamente así: “El filósofo enmascarado”.

Lo curioso es que lo que se nos está proponiendo con ello es toda una modificación de la mirada, que se produce no mediante la ocultación sino a través de la presencia sin afán de otro protagonismo que la acción de la escena. Esa mirada no se limita a la apariencia de un permanente vaivén y no se agota en deslindar o delimitar lo real de la ilusión o la verdad de la mentira. Diagnosticar el presente requiere casi hacer aparecer lo que siendo cercano está tan inmediatamente, tan íntimamente, ligado a nosotros que, precisamente por eso no lo vemos. Y no es fácil. No se trata de decir verdades proféticas con relación al futuro. La labor es otra, es la de saber, la de hacer saber, la de reconocer que no sabemos lo que creemos saber, que malentendemos lo que sucede y nos sucede, que no sabemos cuáles son los efectos de ese saber. Y hemos de ir a por ello.

Seguir leyendo »

La sensibilidad en suspenso

Por: | 10 de julio de 2012

Adjustment bureau
A veces mostramos una enorme sensibilidad por cuanto nos afecta directamente. Sin embargo, no siempre parecemos tenerla cuando se trata de los demás, a no ser que se encuentren a buena distancia, la suficiente para no complicarnos la existencia. De entre las múltiples caracterizaciones de la sensibilidad, resulta elocuente lo fríos y distantes que podemos llegar a ser ante lo que, aunque nos pudiera incumbir, consideramos que no va con nosotros. Puestos a ser insensibles, lo determinante no es solo la incapacidad para abordar con cuidado ciertos asuntos, lo que constituye una verdadera alarma es la ausencia de sensibilidad social.

Incluso no faltan quienes consideran que tenerla puede resultar peligroso, al menos en ciertas dosis, si uno desempeña tareas de responsabilidad. Teóricamente lo encontrarían defendible y recomendable, pero estiman que podría empañar la firmeza requerida para adoptar las decisiones que sean necesarias, si de lo que se trata es de hacer todo lo posible. Pero, incluso en tal caso, hemos de tener en cuenta que de entre todo ha de elegirse lo preferible y lo soportable. Y no solo por razones de paciencia, también por razones de justicia, por razones éticas. Y, efectivamente, no pocas veces, se da lo insoportable. Entonces, en ausencia de nuestra sensibilidad, reclamamos que quienes se vean afectados también carezcan de ella, o mejor, se adapten a la que no tenemos nosotros, para hacerse cargo de la situación. Parece proponerse que, como los tiempos son difíciles y las decisiones complejas, dejémonos de sensibilidad.

Sentir no es simplemente lamentar. Exige conmoción y esa emoción compartida requiere una determinada sensibilidad, que no es una mera pasividad, la de verse concernido por algo que nos alcanza, sino una capacidad de implicación, de pertenencia, que nos hace sintonizar en común con lo que sucede, tener que ver con ello. Y estar dispuestos a afrontarlo. Algo bien diferente a esgrimir las circunstancias para amparar la insensibilidad. No pocos estiman que hemos de cultivar cierta actitud, la de adoptar medidas sin tanta sensibilidad, ni tantos miramientos, impulsados por una suerte de propensión a una malentendida gestión ejecutiva, empeñada en no distraerse con esas “minucias”. “Lamentablemente nos vemos en la necesidad”, se dice. Y, por lo visto, se precisa la capacidad de no distraerse con sentimientos, emociones o afectos que pudieran enturbiar la resolución. En definitiva, se sostiene que, aunque aparentemente podría parecer perjudicial por sus efectos colaterales, lo que importa, ya que nos vemos en esta tesitura, es el alcance de la decisión. Y no nos andemos con contemplaciones.

Seguir leyendo »

Da que pensar

Por: | 06 de julio de 2012

 

Avigdor ArikhaLo que ocurre nos da que pensar. Y conviene que lo hagamos. Eso confirma que el pensamiento no se reduce a una simple actividad mental que acata lo que hay. Ni lo que sucede se limita a lo que pasa. Lo que llamamos acontecimiento es ya algo pensado. Bien entender a Descartes supone reconocer la íntima relación entre pensar y existir. Pensar no es una actividad más, como pasear o alimentarse. No es un ingrediente, ni un aditamento, ni un condimento, ni un mero componente de la existencia. Queda claro que pensar no es una ocupación de tiempo libre, un pasatiempo, un entretenimiento, ni una evasión del intelecto para completar esas largas demoras que en no pocas ocasiones no aguardan nada concreto. Nos pone en la debida situación para afrontar con intensidad y con serenidad la coyuntura en la que nos encontramos. Nos hace velar atentos, mirar de una determinada manera, y no limitarnos a ver. Pensar es sopesar ponderadamente.

A veces parecemos posponer esa supuesta ocupación para cuando nos venga algo mejor, ya que, decimos, carecemos a diario de condiciones adecuadas. Sin embargo, ello nos hace sospechar que consideramos que pensar es un merodeo, una ensoñación, como los que Kant atribuye al visionario  Swedenborg, con cierta tendencia a proponer inauditas y exóticas teorías. Entonces, más bien pensar sería vagabundear por las ocurrencias, con ellas. Y, con tal planteamiento, los más eficientes y eficaces encontrarían peligrosos vérselas con semejantes “pensadores de gabinete”.

O, por el contrario, tampoco faltan quienes ultiman hasta tal extremo la tarea que estaríamos ante un pensar que procura pensamientos tan "pensados", tan triturados y tan desactivados, que ya no darían qué pensar. En definitiva, reducidos a un conjunto de recetas, paralizaríamos de este modo no solo el pensamiento, sino también, si cabe, el propio presente, bloqueado y embalsamado, convertido en algo dado y definido. Y, así considerado, se diría que bastante labor hay que hacer como para andarse con esas contemplaciones del pensamiento. Con esta visión, más bien se nos anima a dejar de pensar. Para lo que nos aporta… o a que de ello se ocupen otros.

Ahora bien, no es imprescindible que se trate de un incidente determinante o de un suceso de alcance, para que nos veamos en la necesidad de pensar. Hacerlo no está reservado únicamente para situaciones de euforia o de tragedia, o para momentos de desocupación, o para aquello que sea tan desconcertante que requiera una cierta búsqueda, o donación, de sentido. No pocas veces confundimos el pensar con el simple vagar en el recuerdo, una suerte de repaso que repite insistentemente lo sucedido. Puede llegar a ser una fecunda reiteración o una rememoración que lo recrea, pero no pocas veces consideramos que estamos pensando, cuando en verdad nos limitamos a visualizar y a escenificar lo ya ocurrido. Y a mirarlo una y otra vez sintiéndonos o más o menos afectados por lo sucedido.

En tales circunstancias, nos vemos concernidos por una cuestión acuciante, la que se interroga por qué significa pensar, la que se enfrenta con las preguntas a qué viene, a qué conduce, a qué llama, qué nos trae eso, que afrontan el desafío de qué quiere decir pensar. Tan atareados como estamos, lo que nos faltaba es agregar una actividad más, penosa y exigente, la de tener que pensar.

Seguir leyendo »

Paternalismo infecundo

Por: | 03 de julio de 2012

Norman rockwell-

Tenemos alguna tendencia a hacer algo por alguien, a quien a su vez nos permitimos avisar que “es por su bien”. Sin dudar de las intenciones, convendría en todo caso tener en cuenta sus preferencias y sus decisiones. Y no hablar en su lugar, sino favorecer las condiciones para que diga su propia palabra. No solemos tardar en recordar que, por diversas razones, no se encuentra en disposición de saber lo que le conviene. No se descarta que en algún sentido u ocasión pudiera ser así, pero quien tiene tendencias al respecto no se anda con tantos miramientos. Además, lo llamativo es lo seguros que parecemos de que nosotros, sin embargo, sí lo estamos.

Antes de preconizar lo que es más adecuado, sobre todo para los demás, conviene adoptar ciertas cautelas y tomar algunas precauciones. Lo que en esta ocasión subrayamos es el hecho de que, puestos a “aconsejar”, o a adoptar una supuesta posición, la de “hacernos cargo”, es preciso cuestionarse el lugar desde el que nos vemos legitimados y capacitados para ello.

No faltan quienes tienen una manifiesta predisposición a valorar a los otros, con la convicción de que les conocen bien y entienden perfectamente lo que les pasa. Por supuesto, mejor que ellos mismos. Y esto se hace desde una presunta superioridad moral, una suerte de atalaya, que les permite mirar de una determinada forma, una vez alcanzada la debida posición y que, sobre todo, les permite juzgar. Resulta singularmente curioso cuando la valoración es de altanera comprensión. Como quien amorosa o aviesamente avista desde las alturas lo pertinente. Siempre, en cualquier caso, el otro como presa, siquiera para acogerla.

Especial atención merece el paternalismo, que adopta tan variadas y sofisticadas formas, aunque tampoco falten las más rudimentarias, que podría decirse que se embosca de ternura y de comprensión, cuando no pocas veces o adolece de contenido, o si lo tiene, resulta alarmante.

Efectivamente, es una declaración de comprensión, pero desde una preponderancia preestablecida. Con visos de autoridad y de protección, proyecta una visión tradicional de ciertos aires familiares a otro tipo de relaciones sociales, bien sean personales, laborales o políticas. Es una aproximación que marca y establece claramente una distancia insalvable. En su corazón late una determinada visión patriarcal que insta a adoptar la posición, fijarla, tomarla como propiedad y elaborar, desde ese puesto privilegiado, logocéntrico, el discurso de lo que los demás tienen, de lo que los demás merecen, de lo que los demás podrían…, en definitiva, el discurso de lo que es pertinente. Pero a su juicio con la debida justificación, dada la situación en la que se encuentran. Sus palabras tienen algo de descenso por las laderas hacia una toma de posesión, suponen una cierta invasión de parcelas y de vidas que, pareciendo una considerada atención, son un exceso inquietante de diligencia paralizante.

Seguir leyendo »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal