El salto del ángel

Sin discurso

Por: | 07 de septiembre de 2012

Mery Sales (16)
Nos falta discurso, nos faltan discursos. Podrá decirse que hay demasiados, pero más bien no son suficientes, al menos no los necesarios, aunque parezcan sobrar. O no lo son aunque lo aparenten, ni siempre son pertinentes. También hay un desaliento por su ausencia. Y ello produce no poco desamparo. Un discurso no ha de ser precisamente eufórico, ni conminatorio, no requiere ser un sermón, ni una exhortación. Ni es cuestión de que se limite a recriminar, ni a aconsejar, ni a prevenir una y otra vez. Lo menos que cabe pedir a un discurso es que nos permita discurrir con él. Ello exige que no se ofrezca con la aparente consistencia que suponen la rigidez y la quietud de lo que se dice sin mover. Para empezar, un discurso ha de tener coherencia y articulación. No ser una simple sucesión de frases, por muy brillantes que puedan parecernos. Ha de ir desarrollándose y desplegándose con la fuerza de las pruebas, de los argumentos y de las buenas razones, no exentas ni de convicción ni de pasión. Sin discursos no hay ni dónde mirar. Más exactamente, sin discursos que sean de verdad se ve peor. Y ensimismados dejamos perder la vista o logramos que se quede en blanco.

Hay quienes opinan que no son importantes, que incluso están de más, que el modo de hacer valer su posición consiste en utilizarlos de cualquier manera, en llamar discurso a toda retahíla de palabras, y en estimar que por el mero hecho de recitarlas con algún supuesto orden ya basta. Cicerón considera más bien que la facultad de buen decir consiste en suma “en hablar con oportunidad, elegancia, y sabiduría”. Para ello es preciso que el discurso esté elaborado. Sin embargo, elaborar no es simplemente hacer. Requiere sin duda un trabajo, pero así mismo una cierta minuciosidad y un determinado conocimiento. Elaborar supone ensanchar tanto lo dicho como los límites de lo decible, y se enlaza con una experiencia. Tal vez ya vivida, y en todo caso, por vivir. En definitiva, un discurso ha de liberar saber. También los saberes que no nos son permitidos saber, los que no nos permitimos ni saber, ni decir, los saberes sometidos, bloqueados y descalificados por nuestra ignorancia o por nuestro temor. En ocasiones, inducidos.

Ello ha provocado no poco desamparo. Y el enquistamiento de la palabra y su silenciamiento mediante un procedimiento que consiste en dar por natural evitar todo discurso que no se limite a la mera descripción de lo ya supuestamente existente. Aunque, de proceder de este modo, resultaría, en el mejor de los casos, plano, ralo, insípido, y siempre insuficiente. Escuchar a alguien hablar así convocaría al asentimiento para con lo presuntamente razonable, de sentido común. Pero esta “genialidad”, como Hegel la denomina, no haría sino desconsiderar lo real y reducirlo a lo que parece que ya sucede.

Mery Sales (5)
El discurso exige composición, esto es, trama, intriga, ficción, acción, una auténtica poiesis, una tarea que articule y vertebre, que se sostenga en la fuerza y en la verdad de los argumentos. Saber elaborar discursos no es tarea simple y no es un quehacer meramente individual, ni aunque los haga uno mismo. Ha de trabajarse, ha de buscarse. Y ello no le resta ni frescura, ni autenticidad. Y ha de efectuarse y ha de decirse bien. No es suficiente con la compostura o con la impostura de dejar caer lo que podría resultar en ciertos ámbitos sensato, o pasar por ello. Necesitamos como nunca, que es tanto como decir como siempre, discursos verdaderos, con capacidad de conmover y de convencer, esto es, de motivar y de movilizar. No es preciso que produzcan convulsión alguna, pero es imprescindible que afronten lo que hay, y que sean una llamada a algo más deseable y mejor. Hace falta que convoquen a la inteligencia y al corazón a esa transformación, que activen.

La composición del discurso es una forma de armonía, de concordia, de acuerdo, que bien pudiera ser un acuerdo discordante. Y las dificultades de componer son bien parecidas a las de dialogar, a las de gobernar. Sólo que en este caso no es suficiente con pretender reducirse a dirigir. Puede repetirse el discurso de algún otro, aunque ello es tan delator como vivir vidas ajenas o respirar en lugar de los demás, o que otros lo hagan por nosotros. Eso no impide valerse del saber compartido, pero la palabra singular, capaz de activar lo común, exige una implicación, una pertenencia a lo que se dice, que ha de sustentarse en lo que se siente, se piensa y se vive de verdad. De lo contrario, el discurso personal, social o político se diluye en la vaciedad.

También cabe aprender a elaborar discursos. Pero es más una enseñanza incorporada a la elocución, o una necesaria asimilación de los argumentos que, sin embargo, sólo es eficiente si se hace palabra y cuerpo propios. El discurso no es un objeto, sino una cierta correspondencia. No basta con resultar interesante, o ingenioso, ni con el juego estratégico de la acción y la reacción,  ni con el aire incisivo de la pregunta y de la respuesta, ni con la supuesta autoridad de la  dominación y sus efectos de retracción. A decir de Foucault, no se agota en ser un conjunto regular de hechos lingüísticos. El buen discurso no ha de limitarse a tomar la palabra, ha de dejar hablar, que es también una forma de escuchar. Y de eso se trata.

Mery Sales (9)

Nos falta palabra, nos faltan palabras, porque no pocas veces se supeditan a la voluntad de dejarse ver, de hacerse oír, de imponer voluntades y poderes, de dar la espalda a las necesidades de los demás, desde la prepotencia de quien no acaba de considerar seriamente ni la capacidad ni el decir ajenos, de quien es desconsiderado para compartir la palabra. Entonces, con carácter supuestamente amable, se presentan caminos, pero de modo impositivo. No con la consistencia de los argumentos y de las convicciones, sino con la determinación de reclamar la adhesión.

Sin embargo, también los discursos tienen sus artes propias para resistirse a ser absolutamente instrumentalizados. Y a su modo se asocian con los oyentes para dejar en evidencia al entusiasta orador. Porque los discursos se escuchan y se leen. Y los argumentos sólo son tales si lo tienen en cuenta. Por ello, si son consistentes, reclaman una hospitalidad receptiva para decirse de verdad, prácticamente una amistad. De ahí que los discursos tengan una exterioridad, no se cierran sobre sí mismos y no se reducen a lo que pretende quien habla. En efecto, no en escasas ocasiones son delatores, incluso esperpénticos. En especial los de quienes se dirigen a lo más suyo de los suyos. Pero aún así, precisamente por ello, resultan elocuentes.

No es suficiente con un decir en el que uno se hace oír. Ni siquiera basta con  una recolección de técnicas. La sencilla caracterización que hace Ricoeur del discurso, según la cual “alguien dice algo a alguien sobre algo”, es suficiente para reconocer que en ocasiones hay discursos que, aunque supuestamente digan mucho, no nos dicen nada. No parecen tener que ver con nosotros. No cuentan con aquel a quien se dirigen. El verdadero ser del discurso es el ser para otros. Mientras esto no ocurra, el discurso no se habrá liberado de posiciones dogmáticas, ni respirará en direcciones abiertas, ni será un acontecimiento que propicie la comprensión. Reclamar la confianza sin ofrecerla no parece lo más adecuado. Y para ello no es suficiente con ratificar lo que uno ya es, y lo que uno ya defiende, buscando la rendición y el aplauso en lugar de la reconfiguración. Un buen discurso no nos conmina a asentir, sino a decir, a decirnos. Así nos libera de nuestro desconcierto enredado en frases sueltas con aire sentencioso.

Las llamadas crisis o situaciones de enorme complejidad suelen ir acompañadas de la pérdida de coherencia, de consistencia y de resistencia de los discursos, aquellas que nos ofrecen las convicciones cuando son argumentos, esto es, no la simple expresión de lo que ya pensamos, sino la convocatoria a decir conjuntamente. Un discurso ha de ser un acto de comunicación en el que participar y compartir, no solo una afirmación que concita la adhesión inquebrantable. Frente a los discursos inquisitivos, dominantes, exaltados y vacíos, precisamos palabras que afronten la situación convocando y sosieguen activando.

(Imágenes: Pinturas de Mery Sales)

Hay 10 Comentarios

Me pregunto por su discurso, el día en que formando parte del Consejo de Ministros de Zapatero dio por bueno el indulto a Saénz, y se quedó sin crédito discursivo para el resto de su vida, al menos entre los que conservamos memoria.

Quizás sobren recursos discursivos para afrontar un dialogo. Y estamos de acuerdo que la acción es determinante. La concentración de ánimo en un sentimiento o disposición es la acción o efecto de actuar. Permite la actualización de un hecho a demostrar. Algo en verdad es asimilable cuando es ingenioso. Los hay que se hacen en beneficio del prójimo y los hay que se hacen en prejuicio del prójimo. Uno beneficia a alguno y otro anticipa a sus intentos impidiéndole realizarlos. El bien que hace o se recibe siempre es provechoso e útil para todos. Cuando una acción se adquiere por servicios o ayuda se convierte en valiosa.

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¿Que nos falta discursos?. Pues a mi me sobran todos mire usted. Precisamente es de lo que mas nos sobra. Menos discursos y mas acción que esto es un país de ovejas habladoras.

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Para gran discurso “El discurso del rey” me parece una gran película para argumentar. Protagonizada por Colin Firth, Geofrey Rusch y Helena Bon Han Carter entre otros actores. Consiguió cuatro Oscar ; mejor película, mejor director, mejor actor principal y mejor guion original. Basada en un una historia real en el que el rey Jorge VI supera su miedo y amistad……gran película para ver. Sin olvidar que todo es cuestión de ritmo.

Nos faltan discursos, nos falta discurso. Cuando se alude a ellos seguramente no sepamos como concebirlos o si. Quizás por un dictar del intelecto. El discurso se abre paso gracias a la conexión que procuramos con los que sentimos y pensamos. Y no sólo de lo configurado sino acumulado y compartido con el ritmo de los discursos verdaderos.

Las palabras de un discurso suele hacer lo que dice y hace. O así debería ser. Parece que un argumento tiene forma cuando todo se Ivana, describe y argumenta con propiedad. Y eso esta bien aunque como se sabe cada estilo es definido o indefinido según el carácter para el que va destinado. Y lo más importante es la no desviación del argumento principal. Aunque para conseguirlo nos centremos casi siempre en experiencias o vivencias recibidas. Y el juego forma parte del aprendizaje. Sin el no abría estructura. Quizás lo esencial y fundamental es saber leer adecuadamente en todos los discursos para crear un buen argumento. Tal vez es una tontería pero de cada detalle se saca un dialogo. El más originario es aquel por el que partió y ese es el ritmo que ha de tener. El descanso en los excesos hace apreciar un argumento centrado en los destellos que se escapan primero y se aprecian después en los detalles. Cada discurso a de llegar del argumento que partió. Había que verificar si un argumento era evidente y compartido por más de un interlocutor y comprobar su validez. No de un agotamiento sin voz maravillado por lo que sucedía sino buscando otro modo de acceder a un argumento, era necesario. No era verdadero si no era compartido.

Los encuentros se dan. La lectura se produjo en un argumento compartido con alguien que busca la originalidad de agotar posibilidades hasta dar con el discurso. El de alcanzar el interlocutor para que exprese su decir compartido y comparado con un argumento dialogado.

Hermano Gabilondo: Sería el año 1971 cuando en el transcurso de una lección de literatura, nos transmitió a los que éramos sus alumnos de cuarto, sus opiniones con respecto a España. Consideraba que era muy difícil que un investigador español destacara en un descubrimiento a nivel mundial, sin embargo sí lo entendía posible en teatro, novela o poesía... Lamentablemente sus opiniones siguen vigentes, ahora nos hacen falta resultados; es decir el paso al acto. En España ya ha habido demasiados discursos, buenos, malos y regulares. Si una persona elabora un discurso con un compromiso interno de su obligatoriedad en el cumplimiento, es decir de la implicación del subsiguiente paso al acto, es posible que sea más comedido y práctico. ¿No tendremos en nuestro interior hispano, un duende que nos transmite la idea, bueno… lo nuestro es hablar, para inventar; que inventen ellos? ¿No sería más conveniente animarnos a comprometernos con el bucle completo: Pensar- Transmitir- Desarrollar- Conseguir objetivos- Mejorar la idea.

Un discurso dotado de belleza, análisis, sinceridad y capaz de conmover responde a la correspondiente visión de una persona, de un carácter. Me pregunto si las épocas críticas -las de después de la crisis- son más proclives a que surjan estas personalidades, estos líderes, simplemente por necesarios. Si las soluciones a las situaciones críticas deben venir de la mano de la belleza, la honestidad y la emoción, quizás estemos en el momento adecuado para presenciar el resurgir de los grandes discursos.

Lo que llamamos razón o razonar consiste en el desarrollo de una conversación, habitualmente con nosotros mismos, en la que se intenta seguir las reglas de la lógica; por ejemplo, cuando algo es verdadero su opuesto es falso, algo no puede ser verdadero y falso al mismo tiempo, etcétera. Es un tipo de pensamiento binario o dual en el que continuamente hay que elegir entre dos opciones, descartando una, hasta llegar a una conclusión.
Lo consideramos el rasgo distintivo de la especie humana y creemos que es lo que nos permite elegir y obrar de un modo inteligente. Pero es bien sabido que muchos de nuestros actos y de las decisiones que tomamos son inmediatos, están determinados por causas desconocidas y responden a motivos más poderosos que los que pueda dictar nuestro intelecto.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/educar-para-la-belleza

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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