Decir que hay mucho sufrimiento es poco decir. Hay hombres y mujeres bien concretos y determinados, bien singulares, que sufren. Cada cual a su modo se encuentra en la vida con el dolor y con el sufrimiento, pero hay quienes viven constante e insistentemente en él, cuya vida está tejida y entrelazada por una situación permanente de sufrimiento. Y que se las ven con no pocas dosis de indiferencia. Más inquietante es aún considerar que vivimos en un mundo que casi sistemáticamente lo produce. Y si es preciso lo alimenta, concretamente con la pobreza. Y, si cabe, con la soledad. Y, eso sí, es imprescindible que alcance a sectores específicos, no exactamente minoritarios. Luego ya nos plantearemos si es posible aliviarlo. Pero antes parecemos empeñados en generarlo. No precisamente con nuestra intención. Basta que sea con nuestra acción. O con nuestra pasividad.
La inquietud ha subido de tono porque ese estado de necesidad se nos aproxima o nos alcanza. Pero, en todo caso, siempre es decisivo el sentido y la dirección de nuestra mirada. Y no pocas veces sencillamente no hemos visto, no hemos respondido. El dolor y el sufrimiento ofrecen asimismo su escala de valores que, sin duda, pone en evidencia lo que parece proponerse desde el espejismo de un mundo gozoso que va satisfaciendo necesidades. Y condiciona de tal modo que cada instante, cada situación y, en especial, cada deseo, se impregnan y se constituyen en ese rescoldo insistente que viene a ser abrasador. Basta un mínimo dolor para que encontremos ya síntomas de modificación del estado actual de cosas en nuestra existencia cotidiana. Sufrir lo cambia absolutamente todo.
Más inquietante es aún el dolor y el sufrimiento infringidos, procurados, buscados. Nos desconcierta y aún con cierta incredibilidad tratamos de entender lo que es humanamente incomprensible. Hay quienes buscan hacer sufrir. Y lo logran. Y no siempre en lugares tan recónditos y lejanos. O, lo que no deja de ser desconcertante, son insensibles a los sufrimientos que producen sus acciones, sus decisiones, como efecto colateral, se dice. Sin embargo, no pocas veces es la simple consecuencia directa de actuaciones que se presentan como sensatas, cuando sencillamente son insensibles. O parciales, por partidistas, o insuficientes, por interesadas, o desconsideradas, por no tener en cuenta sino a sectores privilegiados. O, sencillamente, injustas.
El estado de necesidad se agrava cuando se tiene la percepción de una situación de injusticia. Y entonces el sufrimiento se incrusta en la existencia cotidiana, y ya es cuestión de que el desánimo no venga a ser desesperación. Es clave la cercanía, la compañía, la palabra y la intervención próximas de quienes muestran con su participación y con su acción que ellos importan. Pero no lo es menos el aliento procurado por quienes enfrentan de raíz las causas de ese sufrimiento. La acción individual es tan imprescindible como insuficiente.