Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

A ratos

Por: | 30 de noviembre de 2012

 

Damián Flores La-Isla
No siempre estamos bien. Y consistimos, en el mejor de los casos, en estarlo a ratos. Salvo que seamos capaces de comprenderlo hasta el extremo de considerar que basta con no encontrarnos mal, radicalmente mal, para que lo veamos como aceptable, como suficiente. De tener razón Hegel en su lectura de Aristóteles, eso nos pasa por no ser Dios. No sé si es suficiente consuelo, pero en el final de la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, al reconocer que “la especulación es lo más satisfactorio y mejor”, mientras semejante Dios se encuentra siempre en ello, señala que “nosotros a veces”. Que sea vida y actividad y que esa actividad se dirija a sí mismo es, por lo visto, la clave. No es cuestión ahora de dilucidar estas consideraciones que tan pertinentes resultan para concluir su texto, lo que  nos importa es lo decisivo que es el hecho de que permanentemente el Dios aristotélico goza y de que asimismo permanentemente se engendra Y nosotros, por lo dicho, a ratos. De ser así, tendremos que acostumbrarnos.

Para muchos, no es sin embargo imprescindible detenerse en estos textos y hacer referencias de tanto empaque para constatar que la vida no es goce permanente y que no asumirlo suele conducir más bien a la percepción de que no lo es en modo alguno. Gozar es comprender que no cabe residir en esa dicha. Lo doloroso es que ni siquiera a veces se produzca, lo que supondría que nunca ni nos sabríamos ni nos saborearíamos en la tarea de ir siendo lo que somos. Ni nos generaríamos ni nos engendraríamos cotidianamente, en modo alguno, ni habría propiamente movimiento y actividad en nuestro existir, sólo pasiva reincidencia. Pero buscarlo ocasionalmente es tanto como garantizar que no lo tendremos en absoluto.  En caso de tratar con insistencia de procurárnoslo, podría producirse a veces. De buscarse siempre, podría ocurrir a ratos, de buscarse a ratos, podría no ocurrir nunca. No es un propósito, es una forma de vivir.

Para nosotros los mortales, que consistimos en vérnoslas en vicisitudes, los avatares de la vida nos muestran que los pasos, los sorbos, las veces, son tragos y tienen en cada ocasión sus propias alternativas. Las circunstancias cambiantes, las coyunturas, son tan determinantes que resulta insensato dar por definitivo un estado de satisfacción. Pero ello no le resta ni energía, ni fuerza, ni verdad, al instante, ni a los momentos en los que parecemos coincidir con nosotros mismos y que por ser infrecuentes no por ello carecen de intensidad Al contrario.

Seguir leyendo »

Acumular

Por: | 27 de noviembre de 2012

Armand 1
En realidad, no es mucho lo que necesitamos, pero por lo visto lo necesitamos mucho. Del todo. Nos resulta imprescindible. Sorprende que, sin embargo, nos empeñemos en perseguir reunir lo que no nos hace falta. Al menos, eso parecería. Algo nos induce a una cierta compulsiva acumulación, como si tuviéramos incapacidad para el desprendimiento, como si nos sintiéramos arropados y encontráramos seguridad rodeados de lo que tal vez ni precisemos ni utilicemos.

Trabajamos por lograr lo que pretendemos. Pero en ocasiones es como si el interés se desdibujara al conseguirlo, como si lo que buscáramos fuera simplemente alcanzarlo y, una vez en nuestras manos, su destino podría ser el de quedar abandonado, arrinconado. Y, de nuevo, vuelta a empezar. Entonces, el consumir se reduce a adquirir y la utilidad se limita a ser algo meramente ocasional. Se trataría de poseer. Incluso a veces con poco sentido y no demasiada satisfacción. La acumulación alcanzaría el nivel de un cierto amontonamiento. Ni siquiera sería coleccionismo, sino mero acopio.

Así, en la sensación de tener, uno sentiría tenerse a sí mismo. Y la cantidad y la variedad significarían supuestamente la diversidad de nuestras posibilidades. Ello sin embargo no nos liberaría de ciertas rutinas y monotonías de la vida, ni de la sujeción a lo que creemos sujetar. De este modo la acumulación defraudaría ciertas expectativas, aunque a su vez nos ofrecería el alivio y el amparo de alguna certidumbre. Enclaustrados en esa proliferación, quedaríamos encerrados entre piezas que serían una vitrina del tiempo deshabitado.

Seguir leyendo »

Sin claudicaciones

Por: | 23 de noviembre de 2012

Nuria meseguer 18

Por lo que algunos dicen, estamos perdidos, estamos acabados, no hay nada que hacer. Y sin embargo, frente a este catastrofista discurso, el de quienes se amparan en que sólo es posible asentir, seguimos adscritos a las búsquedas, a las tareas. Es espectacular comprobar hasta qué punto se persigue, se lucha, se incide, lejos de toda claudicación. Si asintiéramos a los agoreros que se hacen portavoces de un supuesto realismo sólo cabría la rendición.

Ni en la vida personal, ni en la social, ni en la política cabe ampararse en las dificultades para dar por clausurada toda posibilidad. Tantos esfuerzos colectivos y la permanente tarea singular y personal abren expectativas en tiempos en que todo parece concluido. Desde luego no faltan razones para el desaliento pero tampoco para no entregarse a él.

Si amparados en la situación, sin duda de enorme complejidad, detuviéramos nuestra dedicación y nuestro esfuerzo para concentrarnos en la mera contemplación de lo que nos desagrada, no haríamos sino entronizarlo definitivamente, para satisfacción de quienes no encuentran incomodidad en lo que ocurre, e incluso disfrutan de la coyuntura.

Nunca fue fácil alzarse con el día y tratar de corresponder a su amanecer con nuestra acción. Y para algunos muy singularmente. Y resulta bien atractivo comprobar que no faltan quienes lo dan y lo ponen todo por afrontar la tesitura en la que se encuentran. Los mentores de la euforia son tan inquietantes como los que insisten en que más vale aguardar a que amaine. Esto es, una vez más, a la espera de que seamos liberados de esta condición por alguna genialidad salvífica exterior. Y quedamos a su merced.

Se requiere del esfuerzo de los demás, se invoca con razón, pero para hacerlo con legitimidad conviene que empecemos por no limitarnos a dejarnos llevar por lo que sucede. No hemos de ignorar, sin embargo, que para algunos la situación es límite y resulta grotesca la invocación que desde la comodidad se hace a que han de hacer valer menos sus razones y más su entrega. Así, sin perspectivas ni horizontes, caminarían entusiastas hacia donde otros les indiquen. Pero la necesidad de comprenderlo no significa llamar a ampararse en lo comprensible.

Seguir leyendo »

Entre objetos

Por: | 20 de noviembre de 2012

 

Cristopher sott 10 

“Vives en un sitio y en un abrir y cerrar de ojos vives en otro. No es nada complicado. Subes a un avión y te largas. La gente siempre está hablando de su hogar. De su casa, de su barrio. En las películas no paran de decir de dónde son, de dónde han venido (…) Pero yo nunca he sentido nada parecido. El espíritu de las calles no corre por mis venas. Nunca he llegado a amar una casa. Así que todo ese rollo de nada-como-el-hogar ni me llega ni me dice nada. Que estés viviendo en un sitio y luego, en cuestión de horas, puedas estar en otro es lo que me viene a la cabeza cuando pienso en el hogar. Te levantas, te dedicas a lo tuyo, comes, te vas a dormir, te levantas, comes, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado. Y siempre lo mismo durante días, meses, años. Y un día , de golpe, ya no estás allí./ La gente siempre dice que debe ser muy duro mudarse de un sitio a otro. No lo es.” No nos resulta posible leer este atractivo texto de Alexander Maksik sin tener bien presente el dolor de quienes no tienen el privilegio de vivir esa mudanza como una elección. “No te mereces nada”: La elocuencia del título acompaña a su vez los avatares de William Silver, profesor que conjuga con dificultad su vida pública y su vida privada, entre el deseo y la acción.

Sin embargo, no sólo es difícil distanciarnos. Tampoco es tan fácil desvincularse del rostro de la memoria de hogar en los objetos que nos rodean y que no son mero entorno o decorado, ni inertes cosas, sino trecho y afecto habitados, habitables y transitables, y mucho más que un simple recuerdo. Y que nos constituyen. Y que tal vez hemos compartido. Ponen en movimiento vida vivida y hay no poco de despedida en el gesto de deprenderse de ellos. Incluso de cambiarlos de lugar. En alguna medida se produce el desplazamiento de uno mismo. La casa vela por ellos, no tanto como una propiedad, una posesión o un patrimonio, sino como quien custodia el tiempo para permitir rescatarnos al retornar y sentir también su cálida acogida. En los objetos se refleja alguna suerte de permanencia que nos ofrece, tal vez, la mínima serenidad de hallarnos en la hospitalidad de lo reconocido.

La desconsideración por los objetos, la indiferencia para con ellos, tiene algo de descuido de uno mismo y de los demás. La íntima relación entre objetos y sujetos, que inicia con Descartes la modernidad y sus certezas, muestra hasta qué punto nuestra existencia se constituye en esa permanente distancia recorrida que nos vincula. Que eso pueda conducir hasta el extremo de querer atraparlos y apoderarnos de lo que son, de tratar de percibirlos (hay mucho de capio en percipere), no impide constatar que objetos y sujetos nos constituimos conjuntamente, siquiera como fábula o representación. Así el mundo, nuestro mundo, viene a ser imagen reflejada asimismo en las cosas. Y nuestro hogar también. Y las necesitamos.

El uso inapropiado y el abuso de los objetos preludian formas inquietantes de relación entre nosotros mismos. La poca atención para con ellos, su reducción a meros instrumentos o utensilios, ignoraría hasta qué punto cuando nos faltan nos sentimos despojados de algo más que de una posesión, de algo bien distinto de una simple propiedad. Son, no pocas veces, pertenencias, que forman parte de quienes somos. Hay sin duda algo burgués en la concepción cartesiana de lo moderno, pero a su vez, algo hermosamente ilustrado. Y no poco de inteligente responsabilidad en concebirlos, en cuidar de su sentido, de su creación, de su presencia y de su eficacia, de su duración. Educarnos para su adecuado trato, tanto en espacios particulares como públicos, es ya un modo de velar por la relación con uno mismo y con los otros. Hacer ostentación de descuido no significa desprendimiento sino insolidaria indiferencia.

Seguir leyendo »

Reposo y movimiento

Por: | 16 de noviembre de 2012

Abigail narvaez 2
En cierta quietud hay más movimiento de lo que se aprecia a primera vista. Por eso, en ocasiones no nos basta con el descanso. Necesitamos reposo. No es sólo cansancio, es fatiga. Y no únicamente de las labores u ocupaciones. También de los asuntos, de los planteamientos, de la recurrencia y de la insistencia en los mismos. Y no por el afán de novedades, sino porque ahora todo viene a ser tan manido y repetitivo que produce otro tipo de agotamiento. No ya el de lo que nos agota, sino también el de lo que está agotado y se empeña en pretender durar.

Cuando se pierde el contenido, la forma queda en evidencia, y viene a ser un cascarón sin movimiento, mera portada o fachada de nada. No hay satisfacción ni siquiera de lo permanente. Es como si ya lo supiéramos todo de antemano, que es tanto como desconocerlo absolutamente. Y no por falta de curiosidad o de interés, sino precisamente por tenerlos aún. No es lo mismo encontrarse desganado que estar saciado, saturado, atestado. Hay quienes plenos de pasión y de vitalidad  tienen tal fuerza y decisión que todavía son capaces de adoptar los medios para procurarse un buen descanso. Y ello exige su ilusión. Y no siempre cabe permitírselo.

Ciertamente, en tiempos de gran necesidad y exigencia no parecería en principio adecuado ofrecerse privilegiados reposos. Sin embargo, la ambición tiene ahora otro carácter. No se trata de procurarnos una y otra vez un periodo de mero vagar o vacar en etapas sin ocupaciones, sino de abrirnos espacios en los que encontrarnos con nuestra propia indefensión e intemperie. Y de hallar fuerzas para movernos, incluso de hacerlo para dar con un ámbito de sosiego. Cabría entender que tales reposos son simplemente una huida. Tienen, sin embargo algo de fuga, pero no menos de encuentro. Lo que resultaría ser más un modo de escapar, de no afrontar la situación, es limitarnos a continuar en el mero estado actual de cosas.

Si en el comienzo del diálogo de Platón, la pregunta de Sócrates es “Mi querido Fedro ¿adónde andas ahora y de dónde vienes”, todo el caminar del diálogo conduce a una propuesta compartida, dado que el propio Fedro termina reconociendo que “son comunes las cosas de los amigos”. Sócrates ya está en condiciones de decir: “Vayámonos”. La travesía hasta este comienzo conjunto tampoco suele ser breve, ni fácil.

Viajar, ir, marchar, y hacerlo en el corazón de cada día, sin enclaustrarnos en las ocupaciones o preocupaciones cotidianas, generar un ámbito de sosiego, una ocasión, un momento, un tiempo en el que soslayarse, relajarse y quizá olvidarse, es paradójicamente un buen modo de recuperar la memoria, a fin de dar sentido a tanta peripecia y vericueto, en la noria que gira sin movernos del sitio. Creemos que es porque estamos entregados a las labores, pero somos nosotros quienes rellenamos cualquier fisura con las arenas del temor. Lo ocupamos todo para que nada nos ocurra. Pero algo ya ocurre, y bien difícil para tantos. Pasa eso, aunque no es sólo eso. Y entonces ni siquiera se nos ocurre algo. No podemos, aunque tampoco sabemos demasiado bien, reposar. Ese sí es el verdadero cansancio.

Seguir leyendo »

En común

Por: | 13 de noviembre de 2012

Antonio Saura - Multitud 1962
Asociaciones, organizaciones, fundaciones, organismos, clubs, agrupaciones, sociedades, federaciones… y tantos otros son formas de vincularnos para emprender tareas conjuntas, para abordar labores unidos, para afrontar diferentes cuestiones y situaciones, mediante las cuales compartir razones y fuerzas, a fin de responder coordinadamente y desde diversas posiciones a desafíos en ocasiones comunes. Eso no significa idénticos. Son tan específicas como innumerables y no pocas veces se conforman muy sencilla y elementalmente, mientras otras disponen de cierta estructura y complejidad. Expresan no sólo el dinamismo de la sociedad sino al tiempo la necesidad y la voluntad de ser más eficientes y de aglutinar procesos y procedimientos para la reflexión, para la acción o para la distensión. O para tensionar indiferencias y tratar de involucrarlas. O para preguntar, o para cuestionar, o para proponer, o para contestar.

La enorme fuerza y vitalidad de la sociedad, del quehacer ciudadano, se expresa en todo cuanto supone evitar el aislamiento en el que podemos vernos, hasta el extremo, quizá, de sentir también alguna impotencia para proponernos objetivos que no sean lo más inmediatos y rutinarios. Pero asimismo queremos más y queremos otra cosa. Y nos buscamos y en ocasiones nos encontramos. Esta dinámica social articula de múltiples y variadas formas las respuestas y da cuenta activa, de maneras discretas supuestamente mínimas, pero importantes, de las capacidades y posibilidades de mejorar en muchos ámbitos.

Y, sobre todo, semejante actitud es ya una posición. Ni se resigna, ni se limita a esperar que otros, siempre otros, se ocupen de los asuntos que, aunque nos conciernen, parecerían no ser directamente de nuestra incumbencia. Lo más llamativo es que podemos incluso mirar con conmiseración, hasta con cierta compasión, a quienes se dedican expresamente a tales menesteres. La cosa puede ser aún más inquietante si consideramos que ello sólo cabe entenderse cuando se logra con eso satisfacer intereses particulares no siempre confesables. No está ni mal, ni de más, alcanzar determinados logros, pero no faltan quienes estiman que sólo es explicable tal dedicación si todo obedece al provecho o a los privilegios que de ella se deducen. El extremo es sospechar de quien se implica en algo, por algo, con alguien. En efecto, es como si tuviéramos dificultades para entender que alguien pueda dedicarse a algo sin aprovecharse directamente al hacerlo.

Seguir leyendo »

Cosas

Por: | 09 de noviembre de 2012

Tetsuya_isida_24

Desconcierta la naturalidad con que parecemos considerar a los demás como objetos que pueden ordenarse, clasificarse, manipularse, trasladarse, intercambiarse, que pueden ser sustituidos o reemplazados. Dado que son semejantes, que queden reducidos a ser similares. Uno por otro. O varios por uno. Ya no hay ni arraigo, ni pertenencia, ni otra identidad que la que se requiere para la identificación. Todo viene a ser contraseña y signatura, como garantía de una supuesta privacidad que tiene algo de privación. En definitiva, así se tranquiliza al usuario, y en cierto modo se le confirma como tal, mediante una cierta reducción o desaparición del sujeto de acción. Es suficiente con que sea capaz de activar. Y de aceptar. Puesto que no faltará exquisitez, vendrá a ser un objeto de calidad.

Así el hombre, a merced de la mirada ajena, dispuesto a ser observado, a fin de hacerse acreedor del debido certificado que le dé seguridad, queda friamente desgarrado, como las cosas y las palabras entre sí. Se trata, a decir de Foucault, de una “distancia silenciosa”, ya que en tal caso “las cosas llegan hasta las riberas del discurso porque aparecen en el hueco de la representación”. Es como si nuestras propias palabras, ya perdidas, huyeran del discurso. Y más aún, como si al restablecer el lazo que las une a nosotros ya sólo sirvieran para clasificar, para dar visibilidad, para enumerar, para establecer la rejilla en la que colocar todo y a todos en su correspondiente casilla.

Pero proceder así es tanto como volver a un tiempo anterior a toda ilustración, donde había, en efecto, más clasificación que anatomía, más estructura que organismo, más cuadro que serie. Ahora bien, perdida la dimensión histórica y la dimensión social, los seres humanos ya ni siquiera vienen a ser objetos –a eso quedará reducido el lenguaje-, sino simplemente cosas. Eso sí, excelentes.

Seguir leyendo »

Muy divertido

Por: | 06 de noviembre de 2012

Astrid-Korntheuer Naturalezas Muertas
Ni  es fácil ser divertido, ni es fácil divertirse. Ni está claro en qué consiste, ni cómo lograrlo, ni parece que se consiga tantas veces como se dice o se pretende. Ni qué se busca o se persigue con ello. Puede pensarse que son demasiadas cuestiones para que algo resulte efectivamente divertido, que la cosa es mucho más sencilla y que una de las claves consiste precisamente en no andarse con tantos rodeos y miramientos. Que divertirse es pasarlo bien, y ya está. Pero en tal caso, las complejidades no son menores y los efectos no son tan evidentes. Y las consecuencias no siempre son agradables. Ni soportables.

A veces, más parecería que de lo que se trata es de que lo que nos pasa no nos pase, como si bastara su desconsideración para que no ocurriera. Entonces, la diversión consistiría sencillamente en ser distracción, entretenimiento. No es que no tengan relación, pero queda por ver si ello es suficiente. Porque, en última instancia, el necesario olvido puede no ser sino la antesala de la presencia aún más contundente de lo supuestamente olvidado. Y, una vez más, todo se reduce a pretender huir de una u otra forma de aburrimiento. Es como si fuera cuestión de desvertebrar lo que se nos ofrece articulado para que resulte divertido.

La necesidad de divertirse tiene que ver con una cierta urgencia de diversidad, incluso de ser otros, pero en ocasiones parece buscarse más en la generación de su pérdida. Deseando ser singulares nos entregamos a una indiscriminada fusión en una confusión. Este divertimento no provoca esa diversidad sino cierta igualación, que asimismo ofrece sus frutos de alguna confortable comodidad, la de una liberación de ciertas presiones cotidianas. Sin embargo, con ello uno viene a ser producto y consumidor en el gran supermercado de la diversión.

No es cuestión de minusvalorar la urgencia de la diversión, ni de ignorar los efectos de su sustitución por modalidades cuyos resultados merecen consideración, ni de proyectar nuestras concepciones particulares, de época o de mentalidad, sobre las formas o estilos que en cada caso adopta. Lo más inquietante es que no pocas veces la diversión no divierte. Y no porque parezca por insistente una perversión, sino porque no vierte versión alguna distinta y confirma lo que es sin recrearnos. Es un mover que no mueve, que no nos mueve. Ni es preciso que sea llamativa o extravagante, ni basta con ello. También en esto nos encontramos con una cierta diversión de supervivencia. Cuando los tiempos son complejos y difíciles sufre hasta la diversión, que se aplana sin diversidad.

Seguir leyendo »

Encontrados

Por: | 02 de noviembre de 2012

Nanna Hänninen 3
Hay quienes precisan pensar contra alguien para saber qué pensar. Sin esa referencia, estarían perdidos. No es que reconozcan la contradicción inherente a la dicción, es que trasladan al decir el conflicto en el que ya de antemano se encuentran. Para ello ayuda no escuchar a fondo y anclarse previamente en el terreno propio. Y por eso, no es que resulten críticos, al contrario, confirman de ese modo la posición de aquellos a quienes buscan oponerse. No era su intención, sin duda. Simplemente es el resultado lógico de su actuación. Así, ratificadas las posiciones, no las transforman ni las aproximan sino que las enquistan. Y todos, a nuestro modo, de una u otra manera, alguna u otra vez, procedemos de esa forma.

Confundir la necesaria pluralidad de visiones con una permanente y malentendida controversia, es hacer de ella, más que un encuentro un tanto complejo de vertientes y de versiones, la ocasión de una confrontación. Y no siempre de ideas. Entonces, los argumentos vienen a ser mera oportunidad para la ostentación de las posiciones y no precisamente un contraste de motivos. Y, si es posible, un medio para vencer y derrotar al contrincante. En lugar de compartir espacios, el objetivo sería tratar de ocuparlos, de invadirlos.

Lo que resulta más descorazonador y más infecundo es esta desconsideración del pensar, reducido a mero instrumento o herramienta, un medio para lograr establecerse en la posición, un mecanismo cuyo funcionamiento se desenvuelve como un ejercicio de poder sobre los demás. Pero desvinculado del saber en tanto que sabiduría, como forma de vida, pensar viene a ser una tarea más o menos erudita, consistente o interesada, con una utilidad no pocas veces espuria. Parecería que lo que importa es pensar para tener razón, para ratificar lo que ya pensamos.

Seguir leyendo »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal