Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Difícil

Por: | 29 de marzo de 2013

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No deja de sorprender lo fácil que algunos encuentran todo. Siempre saben lo que hay que hacer. Muy en especial lo que han de realizar los otros. Más bien suele ocurrir que las cosas son complejas. Y esto no significa simplemente desconcertantes. Ni  basta decirlo para encontrar el alivio de que lo que ocurre nos desborda. Podría tratarse de una encrucijada, pero no necesariamente. Quizá ni siquiera es un asunto complicado, pero no por ello deja de resultarnos difícil. No es sólo cómo es él. Se trata también de cómo somos. Si es difícil, probablemente nosotros no lo somos menos. Nos sentimos concernidos y sin embargo en la incertidumbre de que se ve afectada hasta la más elemental lógica. O eso pensamos. Con lo fácil que sería… nos decimos. Siempre y cuando no haya de concretarse hasta sus últimas consecuencias lo que eso significa. Es un ya veremos que ratifica en qué medida no vemos ahora suficientemente.

No se trata de consolarse por comparación. Basta con no ser injusto con nuestra propia situación. No es cosa de serenarnos en la contemplación de las dificultades ajenas, sino de no sentirlas tan extrañas. No se resuelven nuestras penalidades con la consideración de las que alcanzan y acucian a los demás, pero sí conviene tenerlas presentes antes de solicitar la atención para lo que nos ocurre. No es que el mal y el dolor ajeno nos paralicen y nos induzcan a aceptar lo que nos pasa, es que nos encaminan en la dirección de no sentirnos cada vez protagonistas. Y hay momentos y situaciones radicalmente duras, en cierto modo difíciles de vivir sin saberse ya otro para siempre.

Las cosas no son fáciles. La vida, en general, tampoco. Para algunos, sin embargo, son extraordinariamente complicadas. Ni siquiera porque se encuentran en complejas encrucijadas. Más bien parecen verse en situaciones inexorablemente determinadas. Salvo en ciertos detalles, no dependen en principio de lo que decidan o elijan. No hay tal privilegio. Siempre, claro, hay algo que hacer, pero dentro de un campo tan reducido, con unas condiciones tan preestablecidas, que cabría pensar que lo que queda es considerar en qué estado de ánimo se afronta lo que resulta inapelable. Hacen bien en insistir quienes estiman que, al respecto, algo es posible y viable, que es preciso no dejar de luchar, que es necesario proseguir y buscar soluciones, pero conviene no ser un expedidor de ensoñaciones.

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Paradójico

Por: | 26 de marzo de 2013

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Situaciones y afirmaciones que más bien se rigen por ideas opuestas coinciden en ocurrir, coinciden al ocurrir, y a su modo conviven. También en un decir, en un pensar. Por muy paradójico que sea. Cabe considerar que es aparentemente contradictorio, que parece imposible, pero sucede. Más aún, a pesar de resultar en cierta medida algo absurdo, se presenta con aires de verdad. Y no es un engaño. Entonces pretendemos mostrar su inconsistencia o su incongruencia, pero no pocas veces soporta lógicamente el envite. Tenemos tendencia a atribuirlo a un mero juego de palabras o a una imprecisión o a una fantasía del lenguaje, a una estrategia artística, a una estratagema interesada, en definitiva, a la búsqueda de un efecto perseguido. Pero la paradoja no es un ardid, ni un simple recurso. Es un modo de responder a una realidad que sólo en ella y como ella se presenta. En ocasiones, no es que sólo sea paradójico lo que decimos, es que es paradójico aquello que se dice en lo que decimos. Y no hay mejor manera de corresponder que asumir con todas sus consecuencias que es así.

Pero la cuestión es aún más atractiva y sugerente. “La fuerza  de las paradojas reside en que no son contradictorias, sino que nos hacen asistir a la génesis de la contradicción.” Gilles Deleuze encuentra en la obra de Lewis Carroll la inestimable compañía de Alicia para mostrar hasta qué punto la paradoja se opone literalmente a la doxa, al llamado buen sentido y al sentido común. Aquello supuestamente inviable que coincide en ser no se dilucida separándolo en dos direcciones irreconciliables, ni instaurando un sentido único. Los amigos de zanjar por lo sano se encuentran en una situación apurada. El sentido no se despliega como esas decisiones adoptadas de una vez por todas y que hay que limitarse a seguir en cualquier caso. Parecería coherencia, pero sería inconsistencia, simplismo. “El principio de contradicción se aplica a lo real y a lo posible, pero no a lo imposible, de lo que deriva, es  decir, a las paradojas.” La insistencia en La lógica del sentido en que no es posible determinar un sentido único en general, que una vez dado hay que limitarse a seguir, pone en cuestión a quienes siempre lo ven claro, dado que a su juicio basta con continuar, con incidir, con persistir. José Ángel Valente nos previene: “Lo peor es creer tener razón, por haberla tenido”.

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Pulcritud

Por: | 22 de marzo de 2013

Claudio bravo 3
En situaciones de mayor emergencia es cuando precisamente más se requiere ser cuidadoso. Nadie encontraría razonable que en una urgencia, amparados en la precipitación, se actuara desconsideradamente. El esmero y la delicadeza no son exclusivos de los momentos apacibles ni de las condiciones idóneas y favorables. Ser pulcro no es simple cosa del aspecto, ni se reduce al arreglo personal. A veces preferimos una lectura restrictiva de lo que significa para no vernos afectados por algo que alcanza a todo un modo de vivir, a lo que se piensa y a lo que sucede en el pensamiento. Es una forma de actuar que implica una serie de prácticas y de ejercicios cotidianos, que conciernen no sólo al cuidado de los detalles, sino singularmente al cuidado de sí. No se trata sin más de ser pulido, es una verdadera transformación en nuestro modo de ser que conlleva realizar nuestras tareas con solícita atención y entrega, y de producir una auténtica alteración en ese nuestro modo de ser. Es lo que los grecolatinos considerarían un trabajo de sí sobre sí mismo, en lugar de vivir para la fortuna, la reputación y los honores.

Necesitamos de quienes prefieren lo que está bien hecho y a su vez se ocupan de hacer las cosas bien. La percepción de que es indiferente resulta una coartada para justificar nuestra mirada turbia, displicente, amparada en una mala consideración de lo que es útil, práctico o necesario. Desde luego, no deja de serlo por su carácter impecable. Y ciertamente, en momentos convulsos y complejos podría perderse el discernimiento para distinguir lo que se ha realizado con esmero, lo que se decide con solícita atención, lo que se propone con exquisita consideración. Y no consiste en una actitud remilgada, ni en un exceso. Antes bien, se trata de una mesurada actuación, la que mide teniendo en cuenta el comportamiento ajustado para con cuanto afecta a las vidas, propias o ajenas.

La existencia se perfila en cada trazo, en cada combinación y composición, y se articula gestando espacios propicios. No basta con entregarse a una torpe consideración de la eficacia. Ningún gesto es inocuo, ningún movimiento, ninguna palabra. Ni personal, ni social, ni políticamente. Y es suficiente una inapropiada actuación, o una falta de necesario esmero, para que se desdibuje lo que habría de mostrar el equilibrio ajustado. Y entonces el desacierto desconcierta la armonía posible del conjunto.

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Saber y conocer

Por: | 19 de marzo de 2013

Pieter Van Eenoge. Wire Chair
Para saber conviene conocer, pero no faltan quienes conocen mucho y saben poco. Saber no es sólo conocer. También hay quienes ni saben ni conocen suficiente. Y aquellos que se sorprenden de lo que no saben los demás, sin cuestionarse sus propias carencias. En todo caso, hablamos más de adquirir conocimiento o de mostrarlo que de procurarnos saber. Conviene reivindicar el conocer y, a la par, no olvidar que en ello no se agota lo que significa el saber, y menos aún la sabiduría, que comporta todo un modo de saber, un modo de vivir. En la sociedad del conocimiento, en ocasiones lo identificamos con saber cosas. Pero saber no es un simple medio para conocer. Más bien, de movernos en estos términos, diríamos que el conocer busca saber.

Preferimos quienes son sabios a aquellos que conocen, si bien al respecto no deberíamos caer en maniqueísmos. No se trata de un elegir que rechaza. Que tanto tengan que ver no significa que siempre sea fácil deducir el saber de la medición del conocimiento adquirido.

Todo ello para insistir en que no hemos de ignorar o desconsiderar el conocimiento. Y menos aún reducirlo a un acopio de informaciones, o a un cúmulo de contenidos recitables. Sin embargo, no es menos cierto que la desatención del contenido afecta radicalmente al conocimiento y asimismo al saber. Y a veces por amor a este hemos olvidado que late en su corazón como algo constitutivo.

Basten semejantes sugerencias para cuidarnos de extraer con precipitación demasiadas consecuencias de la identificación del conocimiento con determinados contenidos, por muy decisivos que parezcan ser para el saber. No sería menos desatento creer que el conocimiento es mera forma, capacidad que se sostiene como una estructura al margen de todo contenido. Si a nadar se aprende nadando, a conocer conociendo. Y si no hay posibilidades de conocer, no hay modo de saber.

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Sobrevolar

Por: | 15 de marzo de 2013

Red nose studio cabeza

El mundo en el que pensamos no es el mundo en el que vivimos”, según asevera Gaston Bachelard. Lo ambiguo de esta aparente verdad nos hace decir que no es simplemente que no coincide con lo que desearíamos. Algunos, con aires más platónicos que propiamente de Platón, consideran que ahí se inscribe el camino que habría de conducirnos de las tinieblas a la luz. Lo que vivimos serían las tinieblas y lo que pensamos, la luz. ¿O más bien es al contrario? ¿Habríamos de alejarnos de las oscuridades del pensar para atender a la luminosa concreción de lo que vivimos? ¿O se trata de que lo confuso de lo que vivimos ha de alumbrarse con el pensamiento?

Quizá la cuestión es otra, y lo que en verdad pensamos es lo que vivimos y lo que vivimos es lo que pensamos. Se trataría de un ejercicio de adecuación, de correspondencia y de recíproca influencia. Sin embargo, pensar no parece ser una mera entrega a lo que ya vivimos. O, tal vez, esto de ofrecerse a lo que viene pasando no sea del todo vivir. Y, además, algo, y no poco, se resiste a lo que pensamos, por más que no dejemos de creer que estamos haciéndolo. Es como si lo que sucede fuera a otro paso, al suyo, indiferente a lo que decimos pensar. Así que ocuparse en hacerlo parecería propio de personas insensibles con lo que pasa. Se diría que son tiempos para otra cosa.

Podríamos intentar eludir esta encrucijada que se sostiene en el dualismo “mundo sensible/mundo inteligible”, mediante la inversión que supondría considerar el mundo sensible como el único mundo verdadero y, en un salto en el vacío (efectivamente en el vacío), considerar que simplemente vivimos en lo sensible y de lo sensible. Si creemos que lo preferible es la apariencia, que se constituye en la estructura única y en el único contenido, tal sería la verdadera y exclusiva realidad de las cosas, la apariencia invertida, la fuerza de lo aparente. Y entonces pensar vendría a ser un aditamento, un añadido, cuando no un estorbo. Lo importante sería, se dice, vivir.

Pero un pensar escindido del vivir es tan infecundo como un presunto vivir al margen del pensar. Quizá preservar la distancia entre vivir y pensar e impedir su plena identificación es comprender que hay un ámbito común en el que se encuentran, siquiera como diferentes. El asunto es ajustar esa distancia y recorrerla permanentemente. En ella hay relación, comunicación, pero no identidad. Y esa tensión  nos hace actuar.

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Más intensidad

Por: | 12 de marzo de 2013

Los carpinetros candela
Repetimos y nos repetimos una y otra vez: los mismos días, las mismas cosas, las mismas situaciones, las mismas personas. En ocasiones lo que los diferencia y nos diferencia es la intensidad. Atravesados y rodeados de no pocas tibiezas, la confundimos con un malentendido arrojo, que tiene más de descaro que de coraje. Los momentos de baja intensidad son pasto del olvido. Pero cuando las circunstancias no son gratas, casi se agradece que sea así. Sin embargo, recordamos el gesto de Gilles Deleuze en sus clases contrastando dos trozos de papel blanco y preguntándose por su diferencia: “la diferencia es la intensidad, la intensidad radical.” Una misma situación podría ser otra, y no sólo parecerlo. Ante el temor de lo que cabría suceder, da la impresión de que estamos convocados a una cierta apatía o indolencia, que hasta vendrían a ser indiferencia.

Hablamos de la necesidad de la pasión, de la importancia de la entrega, pero incluso ellas se muestran con frecuencia carentes de intensidad. Y tenerla no es estar falto de mesura o de serenidad. No es tanto cuestión de agitación cuanto de persistencia de la fuerza. Tiene que ver ciertamente con las buenas razones, aunque ni siquiera se agota en ellas. Todo parece predispuesto para dilatar, para aguardar, para dejar pasar. Son malos momentos, se dice. Pero sin intensidad lo serán más y, paradójicamente, aún más intensamente.

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Vulnerabilidad

Por: | 08 de marzo de 2013

Nilbar Güres

Quizás, a pesar de tantos esfuerzos y de tantos logros, seguimos siendo muy vulnerables. Y hay quienes lo son más. Y es cuestión de combatirlo. La igualdad sin uniformidad no deja de ser una tarea, y cada vez más decisiva. Singulares e irrepetibles como modos de ser de su libertad, ciertas personas luchan sin confundir la vulnerabilidad con la debilidad. Si hay indefensión no es por ausencia de firmeza, ni de determinación, ni por falta de capacidad, sino por alguna forma de violencia. Muy especialmente la que desvincula, desarraiga y desvertebra produciendo desamparo. Ciertamente, ni lo sabemos ni lo podemos todo, pero en no pocas ocasiones tamaña situación obedece a la carencia de lo que no nos es posible alcanzar, o nos es arrebatado por quienes se apropian, no sólo del sentido, sino del contenido, del significante y del significado. Ahondan así lo que Foucault denominaría un silencio en el corazón del lenguaje, un verdadero olvido: el olvido del efectivo rostro de otras vidas, de su palabra y de su mirada, que precisan desbordar lo encubierto.

Semejante silencio no acalla lo común, pero algunos tratan de ocultar la palabra a voces, con el vocerío emboscado de sensatez o de supuesto sano sentido. Todo para lograr enrarecer o restringir gestos, comportamientos o circunstancias, para apropiarse de lo que podría ser puesto en circulación y propiciar la comunicación. Son voces que proliferan para cortocircuitar esa palabra singular y plural. Y a veces adoptan la forma de hablar en lugar del otro.

Puestos a ser vulnerables, la desaparición pública de ciertas palabras silencia a quienes tratan de decirlas, precisamente porque les constituyen. Si no se reconoce su palabra, no son reconocidos. Y este reconocimiento no sería una adulación, sino una consideración para con quienes en verdad son seres de palabra. La singularidad queda así recogida en una balsa común, que navega extraviada para el rumbo propuesto e impuesto. Pero que nos ofrece otras direcciones. Y de este modo se confirma que lo que a algunos les ocurre es que sencillamente sienten temor a que digan, a que se diga. Y a que, en condiciones de igualdad, digan una palabra diferente.

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Inquietante

Por: | 05 de marzo de 2013

  Dependent magazine changer la vie

Desconocer las causas no alivia la inquietud. Saberlas tampoco. No está mal, pero con ello no se elude lo desconcertante del momento. No consuela tenerlo presente. Decimos, no pocas veces, que la situación es inquietante. Y eso ya no parece ser sólo cosa nuestra. Lo es en todo caso. No basta con referirnos simplemente al ahora. También pensamos en lo que nos espera, en lo que cabría ocurrir. Y ni siquiera es una predicción. Deja ver lo imcomprensible y enigmático de lo que pasa, tanto de lo previsible como de lo impredecible. Sin embargo, algo parece deducirse del estado en el que nos encontramos. Es todo menos tranquilizador. Lo más desconcertante es que no siempre nos moviliza. A veces es tan inquietante que nos aquieta, nos paraliza.

Incluso desde la serenidad, un determinado malestar nos impide sentirnos cómodos. Podríamos mostrar un cierto sosiego, pero no hay lugar para que nos ocupemos, sin una incertidumbre casi radical, de lo que nos corresponde. Bien sabemos lo decisivo que resultaría tener ilusión y confianza y, a nuestro modo, las perseguimos. Pero no siempre son cosa de nuestra voluntad o decisión. No es que estemos inquietos en un contexto de razonable imprevisibilidad, es que precisamente lo inquietante también alcanza al contexto mismo.

No faltan quienes sostienen que la vida es así, que en eso consiste precisamente vivir, en no saber nunca del todo. Y, en efecto, jamás dominaremos absolutamente lo que nos sucede, ni las circunstancias de lo que ocurre. En alguna medida, siempre lo hemos tenido presente. Sin embargo, más bien parecería que no estamos ante una circunstancia, ni ante una condición constitutiva, sino ante una coyuntura que se presenta como determinante. Si no frente a una emergencia, aunque sobre ello también podría debatirse, sí ante un infrecuente e inquietante escenario. Tan inusual que no sólo es el espacio en el que se desarrolla lo que nos ocurre, sino el conjunto de lo que lo constituye. Es inquietante lo que pasa y lo que puede pasar.

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A solas

Por: | 01 de marzo de 2013

  Euan Macleod  Figure Sitting on Boat in Desert 2007

En esto de vivir, de una u otra forma nos encontramos a solas. La peripecia personal, la aventura singular, la travesía individual nos ponen en la tesitura de tener que vérnoslas con nosotros mismos. Y por muy colectivos que sean los desafíos, por muy comunitarios que resulten, por muy abiertos que estemos a los avatares sociales y públicos, la tarea de afrontar nuestra propia existencia es irremplazable e insustituible. Y no es cosa de desentenderse.

Un cierto recorrido, un determinado camino es intransitable por otro en nuestro lugar. Suele decirse que nadie vivirá tu vida, nadie morirá tu muerte, nadie dirá tu propia palabra. También el lenguaje en el que somos muestra esta ineludible relación con uno mismo que nos hace ser propiamente quienes somos. La urgencia de los asuntos, la llamada de las necesidades podría enfrascarnos en tareas sin duda imprescindibles pero que no dejan de requerir esta consideración para con nosotros. Y los ardides para con uno sólo funcionan muy limitadamente.

Sin embargo, la adecuada entronización de sí mismo no exime de la experiencia de determinada soledad. Al contrario. De una u otra manera también evitamos vérnoslas con la tarea de efectuar semejante itinerario. Porque no es sólo un recorrido, es la labor de abrirse paso. Y no de cualquier manera. Y aquí, como Blanchot señala, la verdadera soledad es la de “alguien que no tiene ocasión de engañarse acerca de si mismo”. Y es preciso velar por ese espacio sin guaridas. En él no hay un secreto escondido. Si hay algo inconfesable no es porque se oculte. Estamos tan a solas que ni siquiera podemos desvelarnos lo que también desconocemos. Es inconfesable para los otros y para nosotros.

Si Montaigne nos convoca a una determinada sencillez natural, al sosiego y a  la discreción, es porque la tarea de velar por uno mismo no es una mera construcción intelectual. Cosechar (cueillir) la vida supone a la vez recolección y recogimiento (cueillaison et recueillement). Recogerse para la recolección de cada instante consiste en ponerse por entero en él, un concentrar los humores que hacen que el caballo se desboque y que los pensamientos estén ocupados “por ocurrencias extravagantes”.  Y esa concentración es dedicación, es intensidad, es entrega: “Cuando bailo, bailo, cuando duermo, duermo”.

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El País

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