El salto del ángel

Pulcritud

Por: | 22 de marzo de 2013

Claudio bravo 3
En situaciones de mayor emergencia es cuando precisamente más se requiere ser cuidadoso. Nadie encontraría razonable que en una urgencia, amparados en la precipitación, se actuara desconsideradamente. El esmero y la delicadeza no son exclusivos de los momentos apacibles ni de las condiciones idóneas y favorables. Ser pulcro no es simple cosa del aspecto, ni se reduce al arreglo personal. A veces preferimos una lectura restrictiva de lo que significa para no vernos afectados por algo que alcanza a todo un modo de vivir, a lo que se piensa y a lo que sucede en el pensamiento. Es una forma de actuar que implica una serie de prácticas y de ejercicios cotidianos, que conciernen no sólo al cuidado de los detalles, sino singularmente al cuidado de sí. No se trata sin más de ser pulido, es una verdadera transformación en nuestro modo de ser que conlleva realizar nuestras tareas con solícita atención y entrega, y de producir una auténtica alteración en ese nuestro modo de ser. Es lo que los grecolatinos considerarían un trabajo de sí sobre sí mismo, en lugar de vivir para la fortuna, la reputación y los honores.

Necesitamos de quienes prefieren lo que está bien hecho y a su vez se ocupan de hacer las cosas bien. La percepción de que es indiferente resulta una coartada para justificar nuestra mirada turbia, displicente, amparada en una mala consideración de lo que es útil, práctico o necesario. Desde luego, no deja de serlo por su carácter impecable. Y ciertamente, en momentos convulsos y complejos podría perderse el discernimiento para distinguir lo que se ha realizado con esmero, lo que se decide con solícita atención, lo que se propone con exquisita consideración. Y no consiste en una actitud remilgada, ni en un exceso. Antes bien, se trata de una mesurada actuación, la que mide teniendo en cuenta el comportamiento ajustado para con cuanto afecta a las vidas, propias o ajenas.

La existencia se perfila en cada trazo, en cada combinación y composición, y se articula gestando espacios propicios. No basta con entregarse a una torpe consideración de la eficacia. Ningún gesto es inocuo, ningún movimiento, ninguna palabra. Ni personal, ni social, ni políticamente. Y es suficiente una inapropiada actuación, o una falta de necesario esmero, para que se desdibuje lo que habría de mostrar el equilibrio ajustado. Y entonces el desacierto desconcierta la armonía posible del conjunto.

Claudio Bravo Berenjenas 1983
La pulcritud opera como buen oficio y trama adecuadamente. No es sólo una caracterización externa de la limpieza. Es la vertebración de los elementos en su papel, en su lugar y en su función en el todo. En esa medida tiene más que ver con el proceder que con la simple apariencia o con el resultado. Éste ha de destellar por la precisa y pertinente ubicación de cada parte constituyente y constitutiva, por su incorporación a la labor común y no sólo por su incidencia en el aspecto. 

La serena presencia no aplana las diferencias, las hace brillar en su necesidad para la afirmación del tiempo, como si fuera necesario que la naturaleza se presentara en tanto que naturaleza muerta, a fin de que se alumbre la vida y la belleza de lo que el arte hace emerger. La pulcritud no trata de mantener en su fijación algo representado, sino que reactiva y transforma ajustadamente cada situación, cada posibilidad. No se reduce a una tarea quirúrgica ni a una labor higiénica. Hay una pulcritud diagnóstica y una pulcritud terapéutica. Es un verdadero cuidado, y no sólo corporal, una auténtica cura que Epicuro entiende como verdadero servicio. Hasta tal punto que la pulcritud puede producir una progresiva modificación, llevar a la transfiguración de un espacio y convertirlo en algo diferente.

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Ya no basta con conocer lo que ocurre para dar cuenta de la verdad. No es sólo una tarea del conocimiento. Sin sensibilidad para la pulcritud, reducida ésta a un acomodado amaneramiento, empeñado simplemente en despejar las situaciones y en abordar sin pasión y sin esmero las coyunturas, no hay una visión justa y soportable de lo que ocurre, ni acontecimiento alguno que lo altere.

Se dice con razón que en ciertas condiciones no resulta fácil proceder con esta delicadeza. No faltan quienes la muestran, incluso no menos que quienes se encuentran en situaciones menos complicadas. Siempre hay en todo caso justificaciones para no ser cuidadosos. Pero sin pulcritud en cada detalle se descompone la realidad que de modo compartido hemos de procurarnos.

En contextos de descuido generalizado, en los que la irrupción de los asuntos parece solicitar comportamientos contundentes, se confunde lo impecable con lo implacable. Se reservarían las sutilezas para otros momentos y entornos, más íntimos o privados, colaterales en cualquier caso respecto de los ámbitos y de los asuntos públicos. O más bien esos refinamientos se ven propios del arte o de la cultura o, quizá también de la ciencia.

Asimismo,  la pulcritud no pasaría de ser un asunto casi caligráfico o un apunte de estilo. Incluso podría considerarse un lastre para la acción, un obstáculo para el buen rendimiento, un impedimento para la requerida celeridad competitiva. El gran aliado sería la prisa, que impediría culminar pormenorizada y adecuadamente la labor. Lo decisivo sería el funcionamiento, como si la pulcritud se redujera a mero decorado o apunte decorativo, por cierto, tampoco insustanciales. Demorarse en el asunto, atender minuciosamente la cuestión, velar por su mejor realización, buscar su mejor ejecución correspondería a un exceso de celo. La pulcritud vendría a ser una insidiosa molestia. Pero las consecuencias tienen su propia opinión y posición. Ellas sí son pulcras en sus efectos. Y suelen ser inexorables.

Claudio bravo
(Imágenes: Pinturas de Claudio Bravo)

Hay 14 Comentarios

Ánimo ¿Suerte?, ya te van saliendo las branquias

De su propia cola cuelga el ratón. El agua en el cubo de zinc va a medias con el aire.
Abajo…
Patalea pequeñito y gris, empapado, bregando por no inundarse.
Un ratito, solo un poco. Venga… ¿No ves que te estoy mirando?
¡Arriba!
Bailan ahora en el aire
de un patio de primavera
sus patillas diminutas
y un aroma de celindas.
Ya, ya, inhalando. Es tiempo de respirar. ¿Más tranquilo? ¿Te has calmado?
Abajo…
Ay, que agitado. Colgando de la colita patalea de nuevo, contorsiona el cuerpo peludo para trepar por su rabo. Así se mueve la angustia
¡Arriba!
¡Huy! No te mueras ratoncito, mira que guapo el naranjo maquillado de azahar. ¿Por qué te quedas tan quieto? ¿Te has dormido? No estás muerto, no me engañes, que en el centro de tu pecho noto un tambor que resuena, sí, vale, con bastante desconcierto, pero fíjate tu gris parduzco lo marengo que está ahora tras el buen par de lavados. ¿Sabes que dice quien sabe que ese oscuro, el de tu gris, que hoy es color triste mojado, mañana, si es algún día, será color experiencia? Cuanta cháchara…Vamos, muévete, no pierdas la compostura, que un ratón como dios manda aunque le falte el resuello no deja de dar la talla.
¿Abajo?

Por otra parte, la pulcritud no deja de ser un compromiso con lo convencional. El modelo que se convierte en paradigma define una concepción ideal a la que referir formas y variaciones. La sonata y su esquema tonal clásico se llegaron a convertir, por ejemplo, en corsé para la expresión libre del sentimiento romántico; por eso, tras Schubert o con el último Beethoven, la pulcritud de La pieza clásica evoluciona hacia un desequilibrio y una libertad cada vez más pronunciadas que buscan en la intencionalidad de la transgresión no una apurada acomodación a esquemas preexistentes sino un cierto divagar por lo impreciso, tenido en no pocas veces por algunos aferrados a la aprehensibilidad de lo ya sabido como falto de maestría o incluso de maña elemental. Pero lo cierto es que sin el riesgo de asumir el error ocasional, sin la capacidad para hacer del detalle ajustado un elemento marginal de procesos creativos más profundos, la pulcritud de un angelote de estuco podría adquirir un valor superior al de un mármol basto de Rodin, pongamos por caso. Algo que Ives Bonnefoy comprendía al enunciar un principio creador de la modernidad: “l’imperfection est la cime”.
Desde un punto de vista más pedestre, existe una correlación inversa entre pulcritud y complejidad. Sin embargo, ¡qué aburrido sería limitarse a lo elemental simplemente correcto!.

Hergé, el afamado creador de Tintin, comenzaba a elaborar sus álbumes mediante la confección de bocetos desmañados y casi caóticos. Las líneas carecían de definición, las formas apenas podían ser adivinadas entre un sinfín de trazos y la “línea clara” de las historias, marca distintiva de la escuela belga del comic, quedaba diluida en una opacidad que distaba mucho del resultado posterior. Con el trabajo y la dedicación, con el tiempo y la reflexión, llegaba la nitidez del dibujo y la claridad de la narración. Hergé no era menos pulcro al principio que al final; simplemente sabía que sólo los genios indiscutibles son capaces de confeccionar una obra perfecta desde el primer momento. La pulcritud, en definitiva, la neta exposición de un concepto sin aristas que lo desequilibren, proviene de la consciencia que se explora así misma durante una lapso suficiente, de la introspección que se prolonga hasta el punto en que es posible descubrir la segura inteligibilidad del objeto en la comparación entre imaginación y percepción de lo creado. Cuando a menudo comprobamos que las cosas carecen de aquellas características que teníamos en mente y cuya integridad creíamos preservar en la rápida elaboración de un texto, un dibujo o, incluso, una frase ocasional, tendemos o bien a convertir la autocrítica en un elemento castrador o bien en hacer de la excusa trivial un marco para la autoindulgencia. Probablemente, erramos tanto en una como en otra actitud; error que se añade a aquel que propiciara la respuesta emocional. La pulcritud es sólo un estadío dentro de un proceso al que la consciencia pone límites y la vida, el parangón necesario para la valoración. Por ejemplo, ¿cabría tener mala conciencia por un error gramatical en una post cualquiera?;¿cabría demandar originalidad y hondura a un pensamiento volandero? Yo los veo más bien como esos trazos primarios de Hergé: líneas que apuntan a una intención por elaborar pero que ya indican, por sí mismas, cierta sustancia original.
http://www.elmundo.es/especiales/2009/01/cultura/tintin/remi.html

Lo pulcro suele tener la apariencia de lo sencillo que esconde capas y capas de atenciones y cuidados. Como les sucede a esos objetos de laca japoneses. Y como ellos también, acoge, lejos de lo quirúrgico, elementos de dudosa higiene y sospechosa limpieza.
Tal como somos.
Gracias por su texto tan griego, profesor.

En estos tiempo en los que es difícil encontrar espacios para la lectura sosegada o el análisis detenido, precisamente ahora toca reivindicar cierta pulcritud en el quehacer diario. Desde aquí una llamada a los medios de comunicación ya que el soporte de este espacio está en uno de los más importantes para muchos de nosotros en toda la democracia... Reivindico volver a una información más pulcra, mejor contrastada, ciertamente objetiva. Y una llamada a la pulcritud y la buena educación en estos foros.

Realmente el tema elegido es de alguien capaz de observar con verdadera pulcritud. Me quedo con esta definición que nos daban los grecolatinos:"Un trabajo de sí sobre sí mismo, en lugar de vivir para la fortuna, la reputación y los honores" la sabiduría de nuestros ancestros deberíamos tenerla siempre presente. Gracias por el texto, profesor

Pa pulkritu la de mi Jenny antes y despues del coito. que se deja el chichi mah limpio que limpio. Aunque no ma enterao de na que vien escribes señor Ángel.

¿Se puede pasar uno de pulcro? Acostumbrados a la urgencia y enfrentados a circunstancias que parecen avanzar más rápido que nosotros, a veces parece que demasiada pulcritud puede perjudicar a la eficacia. Determinar dónde está el límite entre tener las manos pulcramente limpias y el amaneramiento de "lavarse las manos" es la tarea. Ahí vamos.

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Para mí el quid de la pulcritud está en la "transfiguración de un espacio", convertido en extraño, esto es, cuasi en desconocido( esto para los que descendemos de los . misterios eleusinos).Es ahí donde se ve que la pulcritud, el detalle que diría Cantinflas, hace su trabajo( de amor).Aunque en las "consecuencias" venga a darse ese algo fatal ( de ahí que se paguen y pasen su recibo sin falta, sí que inexorables), algo que fija y es determinante es por eso también un derecho ambiguo.Es lo dado.Está bien que se recuerden estas cosas, Gabilondo.Lo que no sé si se dan cuenta de que te has molestado en decirlo.Otro detalle.

http://nelygarcia.wordpress.com. Creo que la hipocresía, es el resultado de todas las equivocaciones, tanto personales, como colectivas. Ser honesto con uno mismo en todo momento, o circunstancias, realizando lo mejor posible, su cometido con responsabilidad y sin obsesión; aunque a veces pueda fallar el intento, o provoque malestar, es la mejor forma de crear una sociedad transparente, e integral.
http//www.facebook.com/pages/Nely-Garc%C3%ADa/368054793274553

Pulcro, que en castellano significa "limpio", viene del latín pulcher, "bello". Existe relación entre lo limpio y lo bello, como existe entre sus contrarios, lo sucio y lo feo. En matemáticas y lógica se considera que una solución elegante -es decir, bella y limpia- es aquella que para un problema complejo encuentra una respuesta sencilla, lo cual no quiere decir simple. Elegancia es resolver la complejidad con pulcritud; simpleza es no tomar en consideración esa complejidad, o eliminarla a machetazos.
En los tiempos difíciles surge la tentación de poner todo patas arriba. Con una mezcla de irritación, irreflexión e impaciencia, exigimos catarsis. Olvidamos que la catarsis no es más que una suspensión del orden establecido, una pausa durante la que nos desfogamos en la fascinación del caos ficticio. Tras el paréntesis, retornamos a lo idéntico: como en el cuento de Monterroso, al despertar, la complejidad no resuelta seguirá allí.
Renunciar a la pulcritud y a la elegancia en las soluciones a los problemas puede parecer rápido, expeditivo, valiente y radical, pero en realidad sólo es simple. Demasiado simple.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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