Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Con sentido del humor

Por: | 31 de mayo de 2013

  Lino Lago Oveja negra 2012 II

El humor está de actualidad, incluso el mal humor y, hasta si se tercia, el humor malo. Es inquietante depender de los estados de ánimo, pero no lo es menos hacerlo de los estados de humor. Aún siendo preferible tenerlo bueno, lo que realmente merece nuestra admiración es el sentido del humor. Por cierto, más improbable de lo que aparece a primera vista. Y ese sentido no es tan fácil de improvisar. Obviamente es algo bien distinto de ser gracioso y, más aún, de pretender serlo.

Parecería que en tiempos difíciles y complejos, ciertamente complicados, es de buen gusto incrementar las dosis de humor, aunque no hay que descartar que, de no ser verdaderamente atinadas, más bien producen desolación. Y, por razones distintas a las perseguidas, alguna carcajada. No digamos si es preciso aclarar que se trata de una broma, sea del gusto que fuere, a la que, con demasiada frecuencia y precipitación, se le supone sentido del humor.

Hay que reconocer que tiene gracia tratar de definir el humor, dado que más bien consiste en atreverse con los límites, quebrarlos, desenvolverse entre ellos, merodearlos, convivir con lo que siempre es fronterizo, y provocarlos, y desconcertarlos y sorprenderlos. Es cuestión de no dejar que se establezcan con rigidez, ni permitir quedar atrapados por un perfil preestablecido. Y en ello habita como una posibilidad lo inaudito, lo inesperado, la capacidad de creación que destella en la inteligencia, lo que la desborda y sin embargo es tan suyo. Siempre conlleva un desplazamiento, una suerte de dislocación.

En definitiva, el humor es un modo peculiar y singular de inteligencia y de sensibilidad. Y es suficiente carecer de esta última para que la inteligencia se desvanezca. Ni es incompatible con la seriedad ni se opone a ella y, desde luego, ni basta ni es aconsejable la frivolidad o el descaro para considerar que por sí solos denotan sentido del humor. En todo caso, podrían significar su ausencia.

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Lo que no ocurre

Por: | 28 de mayo de 2013

  Emmet godwin _edith_ruth

A veces nos fatiga, no lo que pasa, sino lo que no ocurre, no lo que hacemos, sino lo que dejamos de hacer. Olvidamos que mientras suceden acontecimientos de gran importancia social o económica, también transcurre nuestra propia vida. Es como si ella hubiera de consistir en limitarse a entregarse a una serie definida de asuntos tan contundentes y de tanto alcance que no cupiera tiempo, ni posibilidades de ocuparse de otros menesteres. Pero las travesías personales prosiguen. El gran trauma lo inunda todo y casi parece improcedente tratar de vérselas con el propio vivir.

Nos encontramos en un momento y en una situación tan importante, que reclama tal resolución que, en definitiva, es como si hubiéramos de postergar ocuparnos de otros aspectos decisivos de nuestra existencia. Aguardamos que pase la actual coyuntura, para atenderlos, para atendernos. Sin embargo, en tanto que esperamos, el tiempo no cesa. Y aún más, no deja de hacer con nosotros. Ese impase podría suponer una cierta detención que sujeta los acontecimientos como retratos que reflejan, no sólo lo que acaece, sino también lo que no pasa.

Mientras no nos fijamos en lo que nos sucede, atentos a la gran coyuntura, quedamos fijados en una manera de afrontar las vicisitudes de la vida que consiste prácticamente en dejar que transcurra. Es como si todo pareciera inexorable, y así lo que hacemos va acumulándose en una proliferación de escenas, más que de acciones. Los tiempos complejos tienden a crear un clima de algún conformismo con el destino personal, con tal de que sea un tanto llevadero, o bien de profundo descontento. En definitiva, y éste es su fruto menos atractivo, de impotencia o de apatía. Casi, en algunos, de cierta parálisis, ante el temor agradecido de no ver aún más empeorada la situación personal al comprobar el estado de otros o al comparar el propio con lo que podría suceder o haber sucedido.

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Dignamente

Por: | 24 de mayo de 2013

Anish kapoor

A veces nos ponemos muy dignos, como si la dignidad fuera algo de poner y, por tanto, de quitar. De poner y quitar, de usar y tirar. La esgrimimos como la antesala de una cierta postura, para hacer valer nuestra posición. Supongo que no como una distinción que no hubiéramos de reconocer en los demás. La dignidad no es una concesión. Que haya quienes pretendan usurparla no significa que les corresponda otorgarla. A cada cual le son inherentes derechos inviolables a los que se hace acreedor y merecedor por el mero hecho de tratarse de un ser humano. Pero eso no impide que constituya un comportamiento y un modo de proceder. Por tanto, que sea intrínseca no significa que no haya de vivirse y de desplegarse, incluso de ejercitarse y de ejercerse.

En última instancia, la dignidad implica autonomía, libertad y capacidad creadora y, por tanto, no es un simple ingrediente constitutivo, una suerte de componente para lucir la cualidad humana, es su razón de ser y su condición de posibilidad. Por eso, hurtarla es un auténtico despojamiento de lo que fundamenta la plenitud en la que consiste.

De ahí que no se sustente en una mera declaración, sino que conlleve la acción efectiva que define sus límites en el respeto a sí mismo y en el que nos merecen los derechos de los demás. La dignidad implica ese mutuo reconocimiento que nos hace sentirnos miembros activos de pleno derecho de una comunidad. La dignidad exige entonces una vida digna. Y ello no implica su puesta en cuestión, sino el permanente acecho a que se ve sometida si los derechos no son respetados, si las vidas son desconsideradas, total o parcialmente, en aquello que les resulta más determinante. Que se pueda ser pobre y ser digno es evidente. Que la pobreza como la gran soledad, la gran indefensión, la gran carencia, es más que la falta de recursos y agrede a la dignidad humana no es menos decisivo.

Sin embargo, no toda referencia se agota en la inestimable dignidad del otro, sino que hemos de comprobar hasta qué punto con nuestro proceder podemos afectar a su vez la nuestra, aquella tan propia, precisamente mediante la indignidad de no reconocer y respetar la dignidad ajena, La puesta en cuestión de la necesidad de crecer juntos, de incorporar a quienes no se encuentran en una adecuada situación, a quienes más lo necesitan, subraya que no se trata sólo de proteger la dignidad, es cosa de estimarla, de velar por ella en una labor constante.

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Embridar

Por: | 21 de mayo de 2013

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Sin duda todos hemos de mejorar, incluso quienes proponen que lo hagamos. Más llamativo resulta que consideren que eso consista en ser como ya parecen serlo ellos, en volver a y reproducir sus caminos para lograr llegar a alcanzar los frutos de los que ya gozan. Incluso consideran que a esto se reduce estar preparados.

No sobra reconocer las propias limitaciones antes de proponer vías para superarse. Y muy especialmente cuando es desaconsejable decir que algunos no han logrado tamaños resultados porque, o bien no han seguido esos senderos, o no han sabido habilitarse condiciones entre las dificultades para alcanzar semejante estado de preparación, Tal arrogancia resultaría simplemente inapropiada si se limitara a un diagnóstico. Lo inquietante es que pasa a ser una propuesta terapéutica, un tratamiento. Y no queda claro que constituyan  ni un acicate, ni una referencia. Si se trata de llegar a ser así, conviene que se sepa que no está claro que sea conveniente, ni estimulante, ni deseable. Su modo de proceder no es ni un aliciente ni una emulación.

Hay quienes opinan que los demás no saben, no son capaces, son poco competentes, están mal preparados, carecen de formación y de sensibilidad y es cuestión de que sean traídos al ámbito de lo que es excelente y destacable. Buscan que sea así, pero sólo hasta cierto punto. No hasta el extremo de que pierda distinción el lugar en el que ellos ya parecen residir. Se trataría de que abandonaran algunos de sus modos de proceder, pero desde la consideración y la convicción de que jamás podrían llegar a acceder ni a la zona ni al lugar desde los que ellos, conocedores según creen de lo que es más adecuado, determinan lo que a los otros les es más pertinente. Al respecto podrían establecer  algunas consultas, pero siempre para ratificar y sancionar lo que ya a todas luces saben que es evidente. Si bien teóricamente se invoca la dedicación, el interés y el esfuerzo, sin duda necesarios, en realidad se es bien consciente de que, dadas las limitaciones de otra índole, no existe peligro de ser ni contaminados ni desbancados.

Quienes dictan lo que es más conveniente se cuidan de que semejantes presupuestos no siempre se hagan explícitos, ni siquiera para ellos mismos, aunque a su juicio queda claro que ni todos podemos igual, ni por lo visto tampoco es cuestión de que todos lleguemos a ese espacio no tan común que, por cierto, ya se encuentra sobradamente ocupado. También por ellos mismos y su suficiencia. Mientras por un lado se reclama la necesaria excelencia, a la par se presupone que está reservada para una selecta minoría en la que ellos se hallan. Bastaría al respecto aspirar, tender, perseguir, buscar, soñar. Así, como horizonte resulta un estímulo, pero reservado para quienes cumplan ciertas condiciones. Sin embargo, estas no siempre residen en uno mismo ni en su capacidad.

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Lo improbable

Por: | 17 de mayo de 2013

Elena Zhukova Ping Pong
Como es bien sabido, no todo lo improbable es imposible. Y sobre lo que ocurre con lo imposible también convendría afinar. Sin embargo, tenemos ya definido aproximadamente el espacio de lo presumible. A veces es tan cerrado, y limitado que no cesamos de sorprendernos. Entonces sí, todo nos parece inviable, no puede ser verdad, es increíble, inaudito, indescriptible, pero tan frecuentemente que ya deberíamos atenuar algunas expresiones. Incluso en tal caso prolifera lo que no deja de sorprendernos, lo que parece mentira, que no pocas veces va a acompañado de la percepción de que no hay derecho o es intolerable. En tal caso, no suele ser la improbabilidad lo que nos desconcierta, sino la injusticia del descaro o la impunidad.

Que no suceda habitualmente no significa que sea menos probable, sólo que es menos frecuente. Puede sorprender que aunque no pase en la mayoría de los casos la cuestión sea bien probable, si por tal entendemos las condiciones de su posibilidad y no el papel determinante de nuestras decisiones o acciones. Por eso, en ocasiones asentimos sobre la probabilidad dominando la situación, toda vez que ocurrirá o no según lo deseemos o hagamos. Pero con ello el asunto cobra otra interesante perspectiva, la de aquello que depende de nuestra intervención. Desde luego, si nos empeñamos en que no ocurra lo que está en nuestras manos, no sucederá. También el quehacer y la voluntad intervienen en la probabilidad y ello tiene su lógica.

Es asimismo cierto que no siempre somos capaces, no llegamos, no alcanzamos, no depende de nuestra labor. Pero incluso lo probable tiene su movilidad y sus desplazamientos y nuestra participación puede lograr que algo lo sea más o menos. Dicha lógica no es indiferente de nuestras opciones. Así que, hasta para conseguir que algo sea más improbable, hay comportamientos específicos que no se limitan a levantar acta estadística de la situación, sino que trabajan con denuedo para borrar cualquier viso de salida.

Aplicamos la coherencia de lo razonable, presentimos lo sensato, acumulamos las buenas razones, tomamos nuestras medidas y, finalmente, ocurre otra cosa. No por ello era menos probable. Lo que es interesante es si nuestra intervención la ha hecho más improbable o ha incidido, y en qué sentido, para que sea factible. Bien sabemos con Kant, y en gran parte gracias a él, que hay condiciones de posibilidad a priori, pero más bien procuran la viabilidad y no se reducen simplemente  a establecer límites. Parecería que eso es cuestión nuestra, de nuestra propia limitación y finitud. No es que lo que tratamos de pensar o de conocer se esconda, es que sólo hasta cierto punto llegamos a alcanzarlo. Puestos a que algo sea probable, lo más probable es que nuestro propio conocimiento no agote la realidad de la cosa y que todo lo que sepamos, digamos y hagamos acerca de ella no impida que prosiga dando que saber, decir y hacer.

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Suerte

Por: | 14 de mayo de 2013

Jose manuel gomez El mago
Nada que objetar a la existencia de pronósticos, ni de predicciones: los necesitamos. No está de más, en todo caso, que se soporten en argumentos. Ya no será suficiente con los magos y con los adivinos, ni con los visionarios. Las invocaciones, las rogativas y las plegarias podrían no bastar. Sin embargo, hay quienes parecen disponer de mecanismos y de procedimientos que no acabamos de comprender para comunicarse con la última razón y explicación que justifique o anticipe lo que puede ocurrir. Confiemos en que se trate de conocimiento.

Mientras tanto, los datos de que se dispone no siempre garantizan o secundan las medidas, sino que más bien consignan todo tipo de sorteos, apuestas, tómbolas y loterías, más o menos sofisticadas, que nos ponen a merced de la suerte. Cada vez más es lo que esperamos tener, es lo que deseamos, es lo que buscamos. Podría pensarse que en estos tiempos difíciles y complejos, en la vigente encrucijada, el azar está singularmente ocupado. Y requerido.

No es que desconfiemos de otros recursos, pero sigue siendo del mismo modo sorprendente que no pocos atribuyan una y otra vez su éxito a la proverbial fortuna, al clásico destino. En sus manos quedamos, entonces. Hace tiempo, por otra parte, que la suerte no tenía tanto trabajo. Suele decirse que hay que buscarla, pero ello, aunque sea una condición, ni siquiera siempre viene a ser un requisito. Más bien parece una explicación ulterior para lo que no pocas veces resulta inexplicable. Dado que los buenos amigos nos la desean, se supone que es especialmente necesaria, en los proyectos, en las ocupaciones, en la vida afectiva, aunque nadie sabría describir con precisión a qué obedece. Sólo la detectaríamos por sus consecuencias.

Nos movemos, por tanto, en el terreno de lo que es incidental, de todo un conjunto de sucesos fortuitos o casuales que producen ciertos resultados, sin poder explicar con alguna claridad a qué obedecen. Parecen más bien lances, modos de hacer que esperan ser satisfactorios, pero que tienen mucho de contar con el acaso. Todo se puebla de “tal vez”, de “quizá”, de “podría ser”, de “cabría ocurrir” y, en lugar de atribuirlo a que nos encontramos en el terreno de lo debatible y de lo discutible, simplemente nos ponemos en manos de la predicción. Presentimos, presumimos, atisbamos y recurrimos a un análisis de los indicios, no con la esperanza de encontrar una solución, sino de propiciar una resolución. No de garantizarla, sino de, al menos, sostenerla en algo, siquiera insignificante. Inferimos por algunos indicadores que ya nos hacen señas, que marcan consecuencias de lo que son señales: parece que tendremos buena suerte. O mala.

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Pasivos

Por: | 10 de mayo de 2013

Elena Zolotnisky Waiting
Un hilo no simplemente etimológico enlaza paciente con pasivo. En definitiva, se trataría de aguardar, de confiar, pero también, de dejarse hacer. La actuación consistiría en que intervinieran por nosotros, con nosotros, se ocuparan de lo nuestro. No desesperemos. Todo llegará.

Por eso, es tan importante no confundir la quietud con la justa paciencia incorporada a la capacidad de crear y de esperar activamente la hora del alumbramiento. La paciencia es artífice. Así nos lo recuerda Rainer Maria Rilke. “Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista es no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso, como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo entre sufrimientos, a los que por ello quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!”.

Elena Zolotnisky mujer de amarillo
Quizá, puestos a convocarla, incluso a invocarla, conviene no entenderla como un lapso, una suerte de tiempo dormido o demorado, un olvido, una despreocupación, un fijar la mirada en otra dirección, en otros asuntos, para que otros lo hagan, para que otros se ocupen, sin atender demasiado a lo que parece, a lo que aparece, a lo previsible o a lo previsto, a fin de permanecer pacientemente, pasivamente.

Mientras tanto, en todo caso, caben otras ocupaciones, incluso entretenimientos. Pero conviene no intervenir, no interferir, con nuestra inquietud. En realidad, en eso consiste para algunos vivir, en esperar la venida de la solución. Y cualquier pregunta o cuestión al respecto podría entenderse como precipitación, como desconsideración.

Sin duda la paciencia es determinante. Para empezar la que hemos de tener con nosotros mismos. Y dado que es frecuente que nos encontremos en esa necesidad, no nos faltan ni hábito ni costumbre. Por otro lado, se esgrime en diversos momentos aunque, por lo general cuando existe la percepción de que algo no va suficientemente bien. En caso contrario, no suele ser concitada. Casi diríamos que si alguien nos la requiere presuponemos que hemos de prepararnos para una travesía difícil. Incluye, sin embargo, la perspectiva de un final y de llegar a ser un estímulo, un aliciente, un acicate, pero nunca por sí, sino en razón de las expectativas. Incluso esperar lo inesperado puede resultar lleno de sentido. El asunto se complica si ha de esperarse lo inesperable, es decir, aquello sin condiciones de posibilidad conocidas.

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Enredados

Por: | 07 de mayo de 2013

Al held 100
Todo un conjunto de líneas nos enlaza, nos vincula y a la par marca una distancia. Platón nos señala el camino de la configuración de la ciudad y de la comunidad como un entramado, como un tejido entretejido por hilos que componen un espacio compartido  y “reunido por la concordia y el amor en una vida común”, a fin de confeccionar  “el más magnífico y excelso de todos los tejidos”, para abrazar a todos los hombres de la ciudad. Se trata de contenerlos “en esa red y, en la medida en la que le está dado  a una ciudad, llegar a ser feliz. Que los caracteres sensatos y los caracteres valientes “se entretejan en una tela por la comunidad de opiniones, de honores, de glorias, de respetos y por el mutuo intercambio de seguridades, formando con ellos un tejido suave y bien tramado.Tejido y texto tienen una raíz común. En última instancia, la labor de su construcción, de su elaboración es siempre una acción poética.

Pero ya los hilos, las líneas, no conforman necesariamente tal tejido. Se entrecruzan en diferentes planos, sin urdimbre, sin bastidor y, en el mejor de los casos, todo deviene red y rizoma. Podemos vislumbrarnos sin coincidir, sin tocarnos de verdad, con apenas ciertos nudos en los que se sustenta la prosecución de caminos que se lanzan sin destino. Todo se pone en circulación y de vez en cuando se producen ciertas aglomeraciones o conglomerados, placas o volúmenes que navegan un tanto desconcertadamente en el espacio, como restos de un edificio tal vez ya nunca por erigir. No se trata de tener nostalgia de supuestas unidades que en definitiva no son sino bloques más cerrados que sólidos, pero no es fácil limitarnos a merodear en un intercambio con contactos sin apenas encuentros.

Las ideas, los conceptos, vagan aislados y desconcertados. Es como si hubieran de ser algo distinto, aprender contra todo lo sabido a actuar, incluso a ser, por separado. Pero les resulta difícil la sintonía. Van más solos que nunca y, sin embargo, son más conjuntamente que jamás. Ni una causa única, ni una razón única, ni un discurso único, siempre hay un haz de relaciones que no en todo caso constituyen una red. Extraviados en una multiplicación de dichos y modos de decir, nos buscamos entre dificultades. Va a ser difícil coincidir. Quizá la enriquecedora proliferación de dimensiones no hace sino confirmar lo que a su modo siempre ha ocurrido, pero ahora se hacen más ostentosos los espacios, los huecos, los vacíos. Y no faltan quienes vislumbran en ellos posibilidad, oportunidad para el pensamiento, para la acción.

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Peculiares y comunes

Por: | 03 de mayo de 2013

Alice Neel Hartley 2
Presumir de ser peculiar supone ignorar que todos lo somos, ya que en eso consiste exactamente lo propio o privativo de cada quien. Nuestra más privada propiedad es la de ser peculiares. Lo interesante es cuál es su alcance y su sentido. Todo empieza a ser distinto cuando somos capaces de reconocer, de comprender, que a los demás les ocurre algo similar y viven a su modo su irrepetible e insustituible existencia, y a valorar el que no sea igual, y aún menos idéntica, a la nuestra. El enigmático mundo de las relaciones con uno mismo, la peripecia más íntima y personal, la soledad constitutiva, los deseos y las necesidades merecen una forma, por muy elemental que a veces resulte, de afecto. Y si éste en ciertos casos es màs intenso, no ha de ser precisamente porque se elimina lo que nos diferencia, sino porque él nos permite diferir.

La cuestión es que no siempre resulta fácil ser singular. Y éste es otro asunto. Proponérselo puede ser de lo más común y no precisamente algo extraordinario. Eso no significa que sea frecuente. A su modo, incluso en mínimos detalles, se evidencia en muchos casos, aunque no sea de modo explícito, que tenemos una forma, un estilo de vida que alcanza a lo que somos capaces, que incide en lo que decimos y en lo que hacemos. Sin duda puede variar, y no sólo con el tiempo. De tener lugar prácticamente en cada ocasión, esa permanente modificación constituiría la máscara de nuestro verdadero rostro, el de una sucesión y proliferación que no necesariamente es ocultación. Ya no como del aspecto del otro, sino del de nosotros mismos.

Argüir que uno tiene bastante con sus ocupaciones y desocupaciones como para vérselas en la peripecia de hacer la travesía de lo peculiar a lo singular es desconsiderar que en todo caso se realiza, y que la desatención o la indiferencia son una forma de travesía que no deja de ser nuestra propia manera. Que obedezca a coyunturas circunstanciales no le resta verdad. Cuando lo descuidamos también sucede, pero de otro modo. En definitiva, es lo que ocurre con la vida, es en lo que la propia vida, la de tantos, consiste. Quizás, cierta pérdida de singularidad podría ser nuestra peculiaridad y la de un mundo empeñado en aplanar las diferencias de cada quien, sin eliminar las que a su vez se consolidan entre nosotros.

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El País

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