Tras las despedidas, y
casi siempre, “hay que ser valiente para
olvidar”. Así nos dice Toyo Shibata en su “Recoge la luz del sol con las manos”,
convocándose, a su avanzadísima edad, a ser fuerte en la soledad. Y ciertamente,
a veces se trata de eso. Aunque también en ocasiones es preciso recordar. Tal
vez es cuestión de no dilapidar la memoria,
que es el juego del recuerdo y del
olvido. Sin embargo, en cualquier caso, toda despedida, incluso la más
deseada, comporta alguna forma de sufrimiento. Ahora bien, la no buscada puede
conducirnos a un dolor profundo, intenso, inenarrable.
La espera ya anuncia la despedida. No sólo atiende el retorno, sino la llegada, el advenimiento. Pero en el corazón de todo encuentro late ese momento en que habremos de separarnos. Y no es cuestión de retener ni a los demás ni al tiempo. Vivimos en una despedida permanente. Y ello implica reconocer que precipitar el acceso es alcanzar alguna suerte de desprendimiento. Quizá en eso consista educarse, en aprender a aguardar, a esperar, a demorarse, a no exigir que todo lo que deseamos, incluso necesitamos, ocurra inmediatamente aquí y ahora.
Todo se nos hace lento, y nos cuesta dejar florecer y madurar. Encontramos demasiada distancia entre la indicación de que algo se produzca y la ejecución de lo decidido. Si todo se nos hace moroso es porque no hay tiempo que perder, es urgente cada cosa y, en esa medida, nada especialmente. Queremos que suceda para por fin reiterar el movimiento que nos conduce a necesitar otra cosa. Así la espera se agosta y cualquier instrumento, aparato, medio o medida es valorado según su rapidez. Su eficacia es su prontitud. Ahora bien, nunca es suficiente. Tenemos prisa para llegar a un supuesto más lejos, que no pocas veces no viene sino a confirmar que no nos movemos del sitio.
La espera y la despedida coinciden de tal modo que ni siquiera hay un tiempo ni un espacio en los que saborear lo logrado. Lo que nos alcanza viene yéndose a tal velocidad que se va sin prácticamente haber llegado. Se limita a ser una despedida insistente.
Su ser consiste en pasar. Consideramos que así vencemos a la muerte, pero al precio de no dejar nacer. Para que las cosas no fallezcan, se trataría de que no fueran. Para no temer perderlas, que ellas ni nos toquen. Y así, a fin de no morir, en realidad no vivimos.
Sin embargo, algunas despedidas son verdaderamente definitivas. No confunden la inmediatez con la quietud y saben habitar el instante, cada instante, como inconmensurable, como irrepetible. Y no se trata de una actitud meramente intelectual, patrimonio de seres excelsos. Basta que se trate de seres vivos, capaces de sensibilidad y de memoria. Vivir es despedirse, incluso de sí mismo, y aprender a hacerlo. Llevamos toda una vida esperando nuestra llegada plena, del todo, sin fisuras, pretendiendo hacerla venir, y tanta agitación por lograrlo no hace sino confirmar que esperáramos que ocurriera lo que quizá ignora quiénes somos.
El dolor de la despedida puede llegar a quebrarnos absolutamente cuando se pierde no ya sólo la presencia, sino asimismo la espera. Lo que habría de suceder ya ocurrió. Lo que no pasó así queda. No tendrá lugar. Y esa es la verdadera despedida, la de la carencia de espera. Se nos fue algo, se nos fue alguien. Y tanto que en cierto modo nos fuimos con ello, con él, con ella.
Asistimos con demasiada frecuencia a despedir definitivamente a quien se queda, no pocas veces, con otro tipo de presencia, la de faltarnos, la de brillar por su ausencia. Y cuando el afecto es intenso y verdadero, nos vemos conminados a aprender otra forma de vivir o a deambular errantes habitando el recuerdo. Nuestro modo de consideración sería entonces proseguir, amar y velar por lo que le hizo vivir, soñar y luchar a quien nos falta. Y mientras crece una forma singular de olvido, no una indiferencia, se incrementa a la vez la memoria de lo que nos corresponde sobrellevar.
Por ello, acceder a
cualquier relación, a cualquier situación, a cualquier posición, puesto u
ocupación, es saber implicarse del todo, mientras a la par ya se conoce que
habremos de dejar de encontrarnos en
donde estamos. Y eso no es sólo un modo de saber irse, es una manera asimismo
y, sobre todo, de llegar. No es
falta de dedicación ni de compromiso, es la constatación de no ser poseedores posesos poseídos por
lo que nos corresponde vivir y desempeñar. Ni los demás son nuestros, ni hemos
de apropiarnos de todo espacio por el que transitamos u ocupamos.
Tan es así, que el exceso de asentamiento, la espera saciada por el logro y la conquista hace más traumática toda despedida. Y no por afecto, sino por desconsideración para con lo despedido, para con quien nos despedimos. De ser así, nos duele nuestra pérdida, no la suya. Al menos no prioritariamente. Y en tal caso, el peor de los olvidos se produce, no por olvidar al otro, sino por privilegiarnos frente a él. Nos duele lo que nos pasa a nosotros. Nos afecta menos su despedida que de lo que nos despedimos. Incluso puede llegarse hasta el extremo de inculpar al otro por hacernos esto, por irse, por dejarnos. No esperábamos tamaño desaire, pero sobre todo, así evidenciamos que la espera no hacía sino entronizarnos por padecer su ausencia: una forma de ensimismamiento.
La despedida supone el retorno de la verdadera memoria, la de lo que pervive en nuestro afecto y en nuestra acción, en la que el dolor no se reduce a nostalgia, ni la soledad a ausencia, ni la falta a pérdida. La buena despedida requiere abrir espacios diferentes de espera, entre otros aquellos en los que quepa asumir lo que no fuimos tal vez capaces de vivir con lo despedido, con quien despedimos. Y puestos a olvidar, la despedida incluye alguna capacidad de perdonarnos.
El temor a esperar ratifica que seremos incapaces de despedir, algo que ha de practicarse cada día. Pero el afecto generoso habita esa incapacidad con la fortaleza de la que cada quien es capaz. Y conviene retener los juicios precipitados al respecto, no sea que acabemos por tratar de apropiarnos incluso del modo en que a los demás les corresponde despedirse.
(Imágenes: Pinturas de John William Godward, The signal, 1899; A souvenir, 1920; The Belveredere, 1913; y A Fond farewell, 1918)
Hay 29 Comentarios
La mayor pérdida es perder la tranquilidad de vivir la vida. El temor a perderla, a sentirla. Temor a perder lo duramente ganado o logrado, perder los afectos, perder pie. Nos han enseñado que la resignación es sólo una cualidad cristiana, propia de apocados. Ahora es difícil recuperar la serenidad. El temor agazapado, siempre, a perder la vida, no nos deja vivir.
Publicado por: Uol Free | 21/06/2013 20:13:15
Ktaplines, mejor és ser otimista: pensar que lo que se espera és bueno. Mejor no sufrir por antecipacion. Se for malo, sufres solo una vez y logo pasa.
Publicado por: Paula | 10/06/2013 0:35:34
Ella dice adiós!
https://www.youtube.com/watch?v=amM_p--EJkY
Publicado por: Sherazade | 09/06/2013 22:51:21
Esta canción lo dice todo sobre las despedidas de cada día.
http://www.youtube.com/watch?v=IM731xAPQ6c
Publicado por: Ktaplines | 09/06/2013 15:00:03
¿Ha aprovechado nuestro país los 40 años de democracia que ha vivido? La España que no pudo ser en yestheycan.blogspot.com
Publicado por: Vergüenza de país | 09/06/2013 13:25:39
Con tanto blogero en El País, cada día es más complicado localizar este cada vez más concurrido blog. Como protesta, hoy seré breve:
Larga es la espera para quien espera, pero más larga es la espera sin saber lo que se espera.
Publicado por: Ktaplines | 09/06/2013 11:17:56
Why are you doing This to me sweatheart ?
Publicado por: Plaza de Bergen | 08/06/2013 13:21:27
Por qué se mide matemáticamente el lenguaje oral.
Publicado por: Rosa | 08/06/2013 12:05:34
La medición de lo que dejamos y el reencuentro con los hechos. Son dos cubos por e incluso quedan por explorar para igualar los desajustes.
Publicado por: Maria | 08/06/2013 12:02:00
Ustedes ya saben que:
1. Estoy fuera de juego por un defecto de forma: no me pueden aplicar su reglamento (aunque de todas formas lo he ido cumpliendo, incluídas las donaciones).
2. Si su forma de remunerar es la información no les extrañará que los demás hagamos lo mismo (sobre todo cuando no tenemos otra moneda)
3. Ya saben lo que va a pasar si insisten en cebarse con gente inocente por lo tanto, y dado que tienen otras opciones, si persisten en hacerlo serán responsables de las consecuencias.
4. La dignidad es el límite (ustedes lo han sobrepasado con creces, tal vez porque se empeñan en dejar de ser humanos).
5. No se puede cargar uno el lenguaje y luego esperar que el lenguaje sea una vía de comunicación. Yo ya sólo me atengo a los hechos, pero no es por mí: yo utilizo el lenguaje adecuadamente (con voluntad de entendimiento), es porque ustedes lo quieren así.
6. Tópico pero cierto: el que avisa no es traidor.
Publicado por: Defecto Deforma | 08/06/2013 12:00:38
¿Se ha dado cuenta de la mezcla de ilusión y frustración que encierra la expresión "lo intenta"?
Publicado por: Maya | 08/06/2013 8:17:28
"La despedida supone el retorno de la verdadera memoria". Fin y principio. Termina lo que es y empieza la Historia, el relato de lo que fue. ¿Qué emociones, qué razones, qué hechos elegimos para entramar ese relato? Tal vez podríamos tejer otro. ¿Lo hacemos inconscientemente o elegimos los mimbres que mejor nos vienen? ¿Por qué recordamos las cosas de forma tan diferente?
Publicado por: Clio | 08/06/2013 7:58:56
Paula ¿un hombre no espera? Un hombre no pare
Publicado por: SP | 08/06/2013 7:45:55
Separase de forma pactada es difícil pero hacerlo de forma obligada es insoportable. A veces nos pasa y no por eso debemos dejar de sentir lo indisoluble del ser conjunto, esto es, la memoria de aquellos y mantenerla viva. Es importante reconocer la transmisión de valores y conocimiento de las personas que te han querido a las que has importado y sí la mayor generosidad es ayudar a irse a quién ya no está aquí en toda su plenitud.
Me reconforta este espacio para reflexionar estas cosas que a todos nos pasan.
Gracias, profesor
Publicado por: LEICHEGU | 08/06/2013 0:25:15
Separase de forma pactada es difícil pero hacerlo de forma obligada es insoportable. A veces nos pasa y no por eso debemos dejar de sentir lo indisoluble del ser conjunto, esto es, la memoria de aquellos y mantenerla viva. Es importante reconocer la transmisión de valores y conocimiento de las personas que te han querido a las que has importado y sí la mayor generosidad es ayudar a irse a quién ya no está aquí en toda su plenitud.
Me reconforta este espacio para reflexionar estas cosas que a todos nos pasan.
Gracias, profesor
Publicado por: LEICHEGU | 08/06/2013 0:25:13
Maravillosa sensibilidad la que muestra en esta reflexión que hoy nos trae.
Efectivamente por más que esperada la despedida siempre es una novedad en la vida. Hay personas que cuando no se tienen te transforman y así no sólo te despides de ellos sino de ti mismo .Cambias para siempre viendo como te marchas.
Magnifica la compañía de las imágenes
Publicado por: Carlos García | 08/06/2013 0:15:39
Encontré tu recuerdo sobre las amapolas
y sin saber por qué
latía más deprisa mi corazón cansado.
A veces la sorpresa nos devuelve la vida
en la monotonía metálica del tiempo.
Hubiera deseado tenerlas en mi mano
y sin saber por qué
guardaba la distancia que preserva la vida.
Se ha vuelto rojo el día y rojo el pensamiento,
pero en el guante rojo está mi mano blanca.
Publicado por: María Isabel | 07/06/2013 18:44:29
Esperanza, más alá de paciência y templanza, gestacion y guerras, esperamos porque somos "seres de seconda categoria", somos mujeres. Hacernos esperar és parte de los malos tratos que recibimos cotidianamente. Un hombre no espera.
Publicado por: Paula | 07/06/2013 14:27:34
Esperando que no sea una despedida, por lo demás aprendiendo inercialmente a despedirnos de la espera...
Saludos y bella entrada.
Publicado por: zenon de pelea | 07/06/2013 13:05:24
Brillante articulo.
Los sentimientos son unas curiosas ataduras que en vez de fortalecer debilitan.
El refunfuño es un sentimiento insaciable que lleva a quienes lo poseen a vivir en un estado de insatisfacción continua e injustificada.
Vivir cara a la muerte.
No pienso en la muerte,
Ni la espero,
Cuando llega la despido,
Lo único que de ella sé,
es que es inevitable.
Nada acaba, todo continua
Nadie se va, simplemente no están.
Siempre lo mismo.
La desesperación de la espera,
La satisfacción del encuentro,
La tristeza de la despedida,
El dolor del recuerdo,
La paz del olvido,
Y a volver a empezar.
Publicado por: ECO | 07/06/2013 12:51:37
Carcaja será raíz cuadrada del espejo de ktaplines.
Publicado por: Oo | 07/06/2013 12:45:17
Enquanto Espero (musica)
João Bosco
"Enquanto espero acontecer
Enquanto espero ver no cais
Vou derramando sem querer
A febre dos meus ais
Há muito tempo amor
Que trago dor dentro do peito
Há muito tempo amor
A solidão tugiu- me o leito
Há tanto tempo assim
Só eu dentro de mim
E apenas uma voz
A procurar por nós
Responde
Estão agora
O vazio e a saudade a sós"...
Publicado por: Sherazade | 07/06/2013 12:41:19
El comentario de Trinidad es hermoso. Y la elección de mujeres para las ilustraciones, es acertada: las mujeres somos esporteas en esperas. En la maternidad también. Y también en despedidas en las guerras. Llevamos en el nuestro ADN una forma activa de templanza y paciencia...
Publicado por: Esperanza | 07/06/2013 12:11:58
http://nelygarcia.wordpress.com. La perdida de algo que formaba parte de nuestro entorno y era querido, siempre resulta doloroso. La espera es un deseo que se puede realizar, o no. Vivir es un continuo discontinuo, donde se nace y se muere en cada instante: la memoria transcendental podría revelar nuestra identidad. Mientras eso no ocurra cada persona, puede intentar acomodarse en el lugar más favorable para ella. La soledad escogida puede ser maravillosa, por que conlleva libertad de acción, al poder escoger según los criterios de sus pensamientos, o anhelos, mientras que lo compartido, requiere colaboración y condicionamiento.
Publicado por: Nely García | 07/06/2013 11:17:34
Kataplines, ¿te has fijado que "carcajada" tiene una raíz parecida a la de "carcaj"?
Publicado por: El espejo de Ktaplines | 07/06/2013 10:20:24