El salto del ángel

Todos únicos

Por: | 04 de junio de 2013

Zhang Linhai
A pesar de ciertas apariencias, tenemos una irrefrenable tendencia a ser uno más. Incluso mediante el procedimiento de no tratar de serlo, que es el modo en que confirmamos lo que nos parecemos. No está mal buscar ser únicos, y en eso nos diferenciamos: en serlo. Y en eso nos igualamos: en pretenderlo. No hemos de minusvalorar la sencillez y la lucidez que comporta saberse uno de tantos. Ni el hecho de llegar a ser nadie, cosa más celebrada por quienes tienen la posibilidad de elegir ese camino que por los que se ven conminados a tamaño silencio.

Pero, por otra parte, continúa buscándose ansiosamente reconocimiento. Y, desde luego, quien posee un afán desmesurado de ser agasajado no tiene límite, ni cabe cumplimiento que lo sacie. Tamaña actitud garantiza al menos la permanente insatisfacción. Más allá de determinada voluntad por resultar notable, parecería que lo que se entiende por éxito incluye para algunos entronizar con ostentación la peculiaridad, a veces confundida con la originalidad. El desaforado intento de marcar distancias respecto de lo que es aceptado sería finalmente la única distinción. Para ello, no es preciso llegar a ser extravagante, basta ser alguien digno de ser señalado, alguien cuyo signo sea esa significancia. Y no es necesario que uno se desenvuelva en entornos de mayor proyección social o pública. Cada quien se procura espacios en los que jugar esa suerte, la de no quedar identificado con lo que es corriente. Incluso cierta modestia podría llegar a ser un indicio de distinción.

Sin embargo, ciertas épocas, obsesionadas no pocas veces por el afán de seguridad, tienden a uniformar los comportamientos, reactivando así modos de proceder tipificados. Finalmente preferimos encontrar cauces, que pueden llegar a ser moldes por los que transitar, amparados en la confianza de no llamar la atención. Y mientras por un lado deseamos ser tan irrepetibles como sin duda cada quien a su modo es, por otra parte, las pautas nos ofrecen pasos firmes y nos abrazamos a ellas ya que, como suele decirse, no parecen tiempos propicios ni para las improvisaciones, ni para las alegrías.

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Nos debatimos, por tanto, entre ese carácter singular y único que nos constituye, y nos convoca a su despliegue, y una llamada, que con frecuencia hacemos nuestra, a estar cerca de lo que resulte más frecuente o habitual. Esto se convierte entonces en un cierto hogar, que cálidamente nos entrelaza en una suerte común.

No es fácil dilucidar el dilema. Podríamos incidir en la compatibilidad de lo uno y de lo múltiple y recurrir, por ejemplo, al Parménides de Platón. Tal vez sería suficiente con traer una vez más a Hegel y encontrar buenas razones para reconocer que cabe ser singular en el seno de lo universal. Pero tras tales recurrencias, convencidos de que no es mala semejante travesía, continuaríamos debatiéndonos con la necesidad de hacer compatible el ser únicos con la de estar vinculados con lo que quizá resulte desapercibido, con quienes no siempre se nos hacen explícitamente presentes. Es como si ello nos procurara una identidad que ya no parece pertenecernos, que se impone como un conjunto indiferenciado. Tanto que, en ocasiones, se nos plantea la tesitura de preservar o no esa conexión que nos enlaza.

Semejante conjunto puede ser asimismo cuantificado, contabilizado, medido, ordenado y propuesto como la verdadera realidad que considerar. Ahora bien, eso no evita que alguien nos importe con plenitud, nos importe todo, nos resulte todo, merezca todo. Y es lo que en verdad se corresponde con lo que cada ser humano es y significa. Que a decir de Hölderlin seamos insignificantes, no hace sino confirmar lo decisivo que somos todos y cada uno, todas y cada una, únicos, únicas.

Considerar que todos es una simple adición ignora el sentido de la multiplicación de la potencia y de la energía que se despliega conjuntamente, y de los equilibrios y armonías que ello exige y comporta. Y por otro lado, semejante fuerza, o bien se expresa y se hace verdad en cada quien, o el conjunto es abstracta enumeración sin relación. Por eso, como Montaigne nos recuerda, son la amistad y la comunicación las que, en sus múltiples formas, nos marcan el camino. No sólo del entrelazamiento, sino de la auténtica capacidad de ser únicos. En nuestro contexto, en nuestro espacio, cabe ser alguien no sólo individual sino insustituible y, en todo caso, necesario e imprescindible. No reconocer el carácter único de cada quien es tan poco digno como hacer prevalecer el propio para ignorar el de los demás.

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 La voluntad de confeccionar una imagen conformada mediante la anulación de nuestras singularidades, consideradas como rarezas que habrían de ser eliminadas, a fin de ofrecer una composición agradable de identidades disecadas, facilitaría la labor de ojos escrutadores. Expertos en encontrar otras distinciones, tras ignorar cuanto define las diferencias en las que se basa toda cordialidad, facilitan así un catálogo de generalidades incisivas.

La proliferación de individuos desalmados se nutre de lo más desalmado de cada uno de los individuos, que consiste precisamente en confundir su condición y su carácter único con la apatía e indiferencia que aplana a los demás. Cuando es necesario esgrimir que todos son iguales para hacerse el único, se confirma la vulgaridad de esa excepción.

La cultura y la educación, el pensamiento y el conocimiento, la ciencia y las artes vividos en la libertad de creación, la sensibilidad y el afecto, el compromiso y la entrega, en su diversidad, son nuestro aliento de recreación como únicos. En ellos venimos a ser realmente, cada quien a su modo, según sus posibilidades, extraordinarios, diferentes. Cualquier esfuerzo de razonable armonización se sustenta en el acuerdo y la concordia de eso que, con no poca imprecisión, entendemos sin embargo como ser uno mismo. Y serlo no es ninguna suerte de individualidad aislada y autosuficiente. No radica en ello la autonomía, sino en la capacidad de valerse para elegir compartir espacios y proyectos, desafíos y situaciones, no pocas de enorme complejidad.

La disciplina que requieren las travesías no se agota en el diseño de las rutas. Los nómadas, los errantes, los caminantes, hacen el itinerario con su forma singular de ser, con sus condiciones personales de vida y desde sus propia necesidades. Ni siquiera un objetivo común, tantas veces requerido, ha de silenciar la palabra de quien sólo en ella y con ella se dice como único, que es la primera condición de lo excelente. Desplegar este ser único es el modo más generoso de construir un destino común. Pero sin olvidar que, puestos a ser únicos, no lo somos sólo nosotros.

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(Imágenes: Pinturas de Zhang Linhai)

Hay 14 Comentarios

Siempre me resulta difícil comentar en este blog. Los temas siempre singulares y los comentarios únicos pero realmente no dejo de encontrar una suerte de singular y única comunidad a la que nos convoca, profesor. Como siempre las imágenes acompañan perfectamente el texto.

Un día me explicaron que todos somos irrepetibles. Yo no lo creí entonces, porque a mí muchos individuos me parecían iguales (en términos de estupidez, de altura, de estilo, de fracaso...). Hasta que no me puse en serio a estudiar Biología y Genética no llegué a la conclusión de que, en efecto, todos somos ejemplares únicos, que no ejemplares como personas.

A partir de ese momento, aumentó mi autoestima. No hay nada como mirarse al espejo y comentarse: "Ktaplines, eres irrepetible, un auténtico y genuino especimen de la raza humana".

Buscar la manera de vincularte sin dejar de ser único, es decir, vivir.

Llevo tiempo leyendo el blog y no me parece la escritura de Angel Gabilondo. nO se porque pero extraño su escritura.

Vaya, la última vez no se grabó mi mensaje. Con lo interesante que era... sobre el punto II y el punto III.... el artículo 20 a la porra... (así que el kataplines mileurista ¿eh? ¿te paece que....?)

Solo reconociendo la singularidad de cada uno podemos tener una verdadera comunidad. Esa donde ser amigo deja de ser un categorial para devenir, como dice Agamben, un existencial: "la amistad como con-sentimiento del puro hecho de ser".
Y así, lejos de compartir pastura, (syzên), conviviremos.
Leer algunos textos de Aristóteles nos ayudaría a reconocer que, como dice el texto de hoy, "puestos a ser únicos, no lo somos sólo nosotros"
Buen día.

EXPRESIONISMO LITERARIO Y PICTÓRICO | Just another ...
nelygarcia.wordpress.com/‎ Permítanme poner el enlace correcto de mi blog, el otro no responde. Somos una parte minúscula de la unidad del cosmos, con originalidad individual.

Lo más difícil no es ser todos sino ser únicos. Remontar y montar una batería de conceptos no es fácil ni se hace solos. Algunos consideran un trastorno montar una batería pero como músico, que toco en grupo, me parece divertido la musicalidad más que mendigar. Ahora bien afrontar es tener el coraje de pasar por las vicisitudes que nos levantan para seguir siendo únicos y ser si se puede el mayor número posible.

Qué texto tan esperanzador y tan hermoso. Invita crearse y a mirarnos en el espejo del otro. Y reconocernos en ambos mientras caminamos.

En una lógica mas amplia es cierto que somos todos iguales, pero las diferencias las hacen nuestro entorno con todas las complejidades que ofrecen el relacionarnos entre si, por eso la comunicación basada en el lenguaje es convencionalismo, y el no poder entender ese lenguaje nos hace no pertenecer a ese entorno, siendo poco comprendido y por ende único, en fin esta buena la reflexión a la que nos invita el articulo.

Tenemos una humana vocación de homogeneización y normalización, discreta y aparente, que prefiere disciplinas y sometimientos, antes que vínculos. Sobre esa sumisión cotidiana -inscrita incluso en los cuerpos- algunos más visionarios ya nos han alarmado. Pasolini supo que una sociedad tal, entonces incipiente, es en verdad un estado de terror. Es desde ahí, desde ese mirada presente y prospectiva, desde donde habría que mirar su Saló.
Estemos atentos.
Saludos

“Cuando mayor es el número de los que creen más cierto es lo que se cree”.
“La fortaleza de una opinión depende del número de personas que la hagan propia”.
El individualismo es un concepto que ha evolucionado mucho con el paso del tiempo, significando hoy cosas muy distintas a las del pasado. En nuestra época no hay espacio para el individualismo a no ser que este se ejerza dentro de una colectividad. Individualismo hoy es sinónimo de insignificancia, indefensión, debilidad. El individualismo es carnada para la mandas de buitres que representan algunas colectividades, algunos grupos de individuos, los cuales acechan buscando confirmar la soledad de su presa. A la vez, aunque parezca contradictorio no lo es, vivimos una época en la que el individualismo es protegido más que nunca en el Mundo Occidental. Hoy no se acepta ninguna colectividad, ninguna organización, independientemente de su naturaleza, religiosa, política, social, etc., que no respecte los derechos individuales reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
En nuestra época el individualismo solo se puede vivir, ejercer, desde dentro del grupo, la diferencia dentro de lo común, de eso común que proporciona la red que impide que los buitres nos devoren.

Tenemos por defecto, casi todo el mundo, una exagerada tendencia corporativa.
Hablamos de nosotros, como si fuéramos un equipo, un grupo, una élite.
O al menos lo parece.
Esa deformación mental excluye a los diferentes, a esa gente a la que llamamos los otros.
Ni son como yo, ni son los nuestros, ni son iguales.
A veces, y aquí duele un montón, los otros son quienes no pueden ni podrán nunca dejar su estatus, su vida diferente, su dolor o su dolencia.
Sin darnos cuenta, hablamos impunemente desde nuestra supuesta normalidad.
Y peor aun, desde nuestra supuesta integridad.
Dejando a los otros en el acantilado de la indefensión y el abandono.
Mirando para otro lado.
Fuera de nuestro círculo de exclusividad.
De nuestra normalidad artificial.
Perdiendo de vista el sentido universal de la vida como una función de avance, madurez y progreso conjunto.
Yo, nosotros/nosotras, ellos/ellas. Los míos.
Y los otros o las otras.
Cuando lo justo sería compartir el aire que respiramos y el sol que nos calienta con la misma armonía que el planeta nos sostiene a todo el mundo, suspendidos en el espacio, como en un escaparate universal.
Y gratis.
Para que podamos aprender por nosotros mismos sus mismas pautas de equilibrio y estabilidad.
Desde la solidaridad complementada con la razón inteligente en nuestro caso.
A costa solo de nuestra libre decisión de aceptar el reto.

http://neligarcia.wordpress.com. Si nos reconocemos como un campo energético, todos pertenecemos al mismo, (pero según algunos metafísicos), a cada uno se le señala un surco material y racional, donde puede moverse, en aras de la evolución personal, o el estancamiento, y en eso somos diferentes. Esas metáforas pueden tener un cierto grado de realidad, no contrastable, sin cierta evolución y por lo tanto mientras eso no suceda, continuaremos siendo únicos, dentro de la diversidad colectiva.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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