Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Relegados sin libros

Por: | 27 de septiembre de 2013

Marc Ryden A

Hay quienes no disponen de libros. No pueden permitírselo. Y algunos van a la escuela, al colegio, al instituto, a las aulas. Podríamos buscar explicaciones. No tardaríamos en encontrar palabras para justificar que ello no es tan decisivo, que pueden compartirse, que existen las nuevas tecnologías, que no es preciso poseerlos… y un sinfín de buenas razones sin duda sensatas. Pero ni siquiera ello es siempre resultado de una decisión, ni consecuencia de ningún acto ni opción pedagógica. En ocasiones, simplemente no les es posible tenerlos. Se ven abocados a prescindir de ellos.

Hay supuestos pequeños detalles que son decisivos, lo que pone en entredicho que resulten insignificantes. No pocas veces un conjunto es insostenible por un cúmulo de adiciones y no faltan quienes hoy se encuentran en una difícil coyuntura, sin que necesariamente cada aspecto concreto permita un discurso inicialmente dramático Y sin embargo lo que les ocurre puede considerarse trágico. De ahí que sea llamativo que se trate de infravalorar, como si fueran menudencias, todo un conjunto de situaciones que finalmente producen una auténtica transformación de la vida cotidiana y que conducen a una verdadera situación límite.

De nuevo, podríamos pretender encontrar las ventajas de esa situación y convertir la carencia en oportunidad. No nos faltan experiencias ni antecedentes para hacerlo. Sin embargo, en todo caso, se trata de una deficiencia, de una pérdida, de una lamentable encrucijada. Y lo es singularmente porque se entrelaza con un necesario debate sobre la forma de enseñar y de aprender. No hay duda de que, incluso en el seno de ese pesar y de esa penuria, y gracias a la competencia profesional y al oficio, al esfuerzo y a la solidaridad del profesorado y de las familias, habrán de abrirse paso en esa y otras dificultades. O al menos de atenuarse los peores efectos. Pero eso no será suficiente, ya que comportará un precio personal y social irreversible.

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Dar respuesta

Por: | 24 de septiembre de 2013

Schinwald 4
Hay tantas llamadas sin respuesta, como necesidad de responder a señales que muchas veces ni encuentran cauce para decirse. Hay muchos modos de decir. Tantos como modos de ser, según nos muestra Aristóteles. Con independencia de que estén más o menos definidos o establecidos, no deja de ser atractiva y sugerente esta relación entre decir y ser. Queda por ver si silenciar es tanto un modo de decir como un dejar de hacerlo. En todo caso, resulta claro que si se imposibilita decir se afecta y se resiente de forma decisiva quienes somos y cuanto es.

Pero decir ni es solo expresar ni es simplemente expresarnos. Desde luego, requiere escuchar y, por supuesto, no se reduce a hablar. Se dice por saber, como se está por alguien, lo que significa asimismo para perseguir saber, y no sólo en tanto que manifestación de lo que ya poseemos como supuestamente sabido. Decir es a su vez ir tras lo que cabe decirse, buscar hacerlo, esto es, no creer que uno ya se las sabe todas. Ahora bien, esto supone siempre, en alguna medida, responder. No se trata, sin más, de contestar. Responder es la responsable acción de dar respuesta. Y eso implica tener consideración para con lo que se viene diciendo.

No pocas veces, contundentemente, contestamos de modo tan categórico como la propia situación parece proponernos y nos reducimos a oír el deslizamiento de la espuma de los acontecimientos, fijados en lo que pasa sin atender a lo que hace que suceda lo que ocurre.

No es fácil dar respuesta. En ocasiones nos limitamos a reiterar, quizá de mala forma, lo que ya indistintamente decimos, a no vernos afectados por lo que de diferente pudiera decirse. No viene mal contestar pero es más fecundo responder. Se insistirá, y desde luego con buenas razones, que al responder confirmamos el carácter de la pregunta, ratificamos la cuestión y así no problematizamos lo que ocurre. Sin embargo, no necesariamente. Hay modos de dar respuesta tan responsables que ponen en cuestión la cuestión misma, que queda impugnada.

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Siempre somos hijos

Por: | 20 de septiembre de 2013

Franz-falckenhauscara
No basta decir que es razonable que los padres se ocupen de sus hijos. Ya no es preciso invocar ni siquiera la casuística para comprobar hasta qué punto se producen de modo permanente situaciones en las que esto sencillamente no es así. Tan cierto es que los padres cuidan de los hijos, o no lo hacen, como, en no pocas situaciones, estos de aquellos. Tiene mucho que ver con la edad, con la salud, con las condiciones socioeconómicas, y no sólo. Es tal la panoplia de acotaciones que se requieren en cada caso, que conviene no precipitarse sentenciosamente para caracterizar lo que ocurre. Lo que sucede no se deja resumir tan fácilmente. Pero, incluso en el desencuentro, en la ruptura, en la ausencia o en una suerte de inexistencia, nunca dejamos de ser hijos.

Se viene produciendo un verdadero entrecruzamiento en la necesidad cada día más patente de cuidarnos. También, mutuamente. Valerse por sí mismo no significa ignorar a los demás, aunque sea un factor determinante de la autonomía personal. Sin embargo, no pocas veces resulta en alguna medida inviable. Y ello ha de considerarse una auténtica dificultad en la práctica de la libertad. La complejidad del tiempo presente ha provocado una alteración tan profunda que nos encontramos con escenarios en las que se produce un cierto abandono.

Podría a su vez presumirse que el mero hecho de ser padres o tutores, o máximos responsables de garantizar el entorno afectivo en el que alguien va creciendo y desarrollándose, acredita que se dan las condiciones para asumir con cierta naturalidad su labor. Pero no pocas veces muchos afirman encontrarse desbordados, como atropellados por la existencia, y no sólo por una preparación que desearían mejorable, sino por una actitud que les hace sentirse damnificados por su propia y necesaria tarea. Ello va labrando una distancia, una determinada percepción, la de que se es víctima de lo que les corresponde hacer, mientras tamaña ocupación les hurta vida, tiempo de vida. Y entonces, a pesar de los afectos, no es infrecuente encontrar quienes sienten su condición como una carga, que exige una dedicación y un esfuerzo que, aunque se espere y se presuma, nunca supusieron que fuera tal. No resulta fácil ni ser padres ni ser hijos, por mucho que esgrimamos la consabida naturalidad.

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Lo recurrente

Por: | 17 de septiembre de 2013

Alex Kanevsky KBbath
Empezar de nuevo tiene mucho de empezar otra vez. Y empezar otra vez tiene mucho de empezar una vez más. No cesamos de reiniciar. Y menos mal. De una u otra manera volvemos a lo  mismo. Bien sabemos que ni siquiera tapados los ojos y titubeantes en un rincón, con ese temblor infantil que presume que no viendo no se nos ve, dejamos de sentir que somos vistos. En principio, porque cuesta esconderse de los propios ojos. Y eso nos fatiga. Y buscamos descansar. Pero es el momento de volver, no sólo como un recurso, es el tiempo de lo recurrente, de lo que no deja de llegar, que es tanto como decir que no sucede nunca del todo. Es recurrente porque insiste y es recurrente porque nunca se completa. Es el retorno a lo parecido, de lo parecido. Estamos en las mismas, pero no todo resulta igual.

Ahora bien, puestos a establecer distancias, no es infrecuente que acabemos viniendo a algo más próximo aún que donde estábamos. Ese itinerario no es poco viaje, puesto que si nos descuidamos podemos ir a parar bastante lejos de nosotros mismos. Sin embargo, el mayor desplazamiento se parece mucho a un buen retorno.

Lo decisivo tiene tendencia a ser discutible, aunque del mismo modo lo  que resulta determinante acostumbra a no cesar salvo fulminantemente. Parecemos volver donde siempre. Las andadas son memorias de lo que nos espera. Llegamos presintiendo lo que nos aguarda y con alguna experiencia de cómo nos comportaremos. Hay espacio para la sorpresa y para la curiosidad pero dentro de unos márgenes establecidos. Por fin, de nuevo, otra vez. Empieza aquello que tiene algo de lo de siempre, que nos suena y es parecido. Y eso nos tranquiliza y nos fatiga a la par. No queremos demasiadas novedades pero nos desalienta esperar pocas. Y no es que no vayan a pasar otras cosas, es que lo decisivo, nosotros mismos, continuamos siendo bastante similares.

Buscamos procurarnos diferentes inicios y ello nos permite alimentar alguna ilusión, recopilar fuerzas. Se produce un cierto retorno a un lugar matriz de nacimiento, donde podemos generarnos en algún sentido. Establecemos tiempos, épocas, fechas para empezar distintas tareas. En realidad, se trata de alimentar una disposición, de propiciar las condiciones para relanzarnos desde nosotros mismos, como impulsados e incentivados por la ocasión. Y de eso se trata, de lograr que ese momento sea el de otra oportunidad. Es la gran vicisitud. Las interrupciones no pocas veces son preludios de la posibilidad de empezar. Combatimos así el que ya seamos víctimas de lo que inexorablemente comenzó y no cabe ignorar.

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