Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

La salud social

Por: | 29 de noviembre de 2013

Remembering Mrs Smith
En cierto modo, el mayor enemigo es la pobreza, en todas sus modalidades. Es el gran aislamiento, la gran soledad. Y su gran adversario es la justicia, no la que se reduce a la que se imparte. Montaigne habla de un mundo enfermo. Y subraya lo que a nuestro juicio supondría un verdadero síntoma de falta de salud social, hasta el punto de constituir algo monstruoso: “la guerra y la crueldad, las persecuciones de hombres y de libros, las torturas, y la destrucción de la América india. Y es lo que merece ser rechazado”. Estos otros males confirman que la salud no se reduce a la ausencia de enfermedades. Hay quienes no padecen ninguna de las que consideramos convencionalmente enfermedades y, sin embargo, no tienen ninguna salud. Ello no excluye, antes al contrario, una adecuada sanidad.

Un tiempo enfermo es un tiempo indispuesto para la amistad que, con todo, se alimenta de la comunicación. (Essais, De l’amitié). Esta vinculación entre amistad y salud lo será asimismo con la capacidad de crear. Precisaremos entonces otra medicina, la libertad. La que brota en la escritura, en la lectura, en el cuidado de uno mismo y de la palabra, en la consideración del otro, en la labor bien hecha, en la entrega. Estos modos de tejernos y de entretejernos propician la salud como libertad y la libertad como salud. Precisamente la cultura y la educación constituyen la gran salud y son claves para alcanzar esa libertad, la equidad y la cohesión social.

Para ello no basta con la simple identificación con lo ya existente. La configuración y la conformación del mundo precisan nuestra intervención. Si educar fuera una simple adaptación, acabaría resultando una forma de resignación. Pero la responsabilidad es la capacidad de dar respuesta a las urgencias, a los desafíos, a las necesidades. Y esta es la gran utilidad, la de la reivindicación del pensamiento, la reflexión, el análisis y las ideas. La de crear condiciones para una vida digna y de bienestar individual y colectivo, que no ignora a quienes se encuentran indefensos. La de procurar, en definitiva, la salud social. Para ello se requiere toda nuestra acción. Hace falta a su vez generar estructuras, instituciones y posibilidades. Y combatir por los derechos, con los derechos.

Estamos en un momento difícil y en la necesidad de abordar un importante desafío, el de afrontar una crisis económica que es también una crisis de modelos sociales, políticos, en definitiva, una crisis de valores. Tenemos que pensar en superar la compleja situación, pero sobre todo en atenderla de tal modo que no se reproduzca un modelo depredador, especulador, que sólo busque resultados a corto plazo. Para eso es necesaria la unidad a fin de acometer la miseria, la ignorancia, la pobreza, el dolor y el sufrimiento. Y combatir todas las hambres. Y ha de hacerse desde la cultura y la educación como factores determinantes. Frente a la indiferencia o a la mera constatación del estado de cosas.

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Aunque no lo lleguemos a ver

Por: | 26 de noviembre de 2013

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Es atractivo esperar algo de alguien y desde luego nada más desolador que no esperar ya nada de nadie. Desolador para uno mismo y, desde luego, para los demás. En todo caso, según parece, cualquier gesto que pudiera calificarse de optimista requiere más  explicaciones que el afamado pesimismo. No es esta ahora nuestra cuestión, pero hemos de tenerla en cuenta, dado que esperar mucho o poco no se deja reducir a esos parámetros que más bien tanto dependen de lo que se espere, o de lo que nos espera. La reiterada constatación de que “esto es lo que hay” presume de realismo, pero no se limita a dar cuenta de la situación, sino en gran medida de nuestra situación o de nuestra percepción. Sin duda, tienen que ver, pero no se dejan reducir la una a la otra.

Encontrarse con quien no espera nada habría de reactivar nuestro afecto, pero antes su actitud constata las dificultades para el suyo propio. En última instancia, dar por agotado el conocimiento –“no, si yo a ti ya te conozco”- es la antesala de la imposibilidad de proseguir. Querer es siempre esperar del otro, lo cual no significa que suponga esperar siempre. Y uno de los frutos de quien es desposeído, hasta la máxima desposesión, casi un despojamiento, es que se reduzcan sus posibilidades de soñar y de desear, y se paralice su acción, identificándola con una mera suma de actividades, en ocasiones caóticas.

Hay sin embargo un esperar que espera no simplemente más allá de lo esperable, sino incluso del tiempo de su espera. El tiempo, como el amor, no solo es un pudiente, también es, como se menciona en Shakespeare y en Platón, un mendigo. No es mera opulencia, también es pobreza. Su necesidad no encuentra asiento ni aposento en la sala de espera. La generosidad de quienes esperan sin hacerlo únicamente para ellos garantiza que otros se encuentren en su día en la tesitura de si esperar o no, algo o nada, mucho o poco. Esperar y contribuir a que llegue a suceder lo que nunca veremos es una forma de pervivirnos no tanto como seres singulares cuanto como seres humanos. Ya no es solo ser para otro, es ser por ellos, por ellas. Atender al presente es garantizar el porvenir, pero desconsiderar lo que no alcanzaremos a ver es irresponsable e insolidario, también para con el propio presente.

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Es natural

Por: | 22 de noviembre de 2013

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A lo natural le pasa lo mismo que al sentido común, que a pesar de su atractivo exige muchas precauciones. Parecería que es natural aquello en lo que no hemos intervenido. Resulta significativo, sin embargo, que a veces encontramos de lo más natural hacerlo. Por tanto, habremos de buscar en otra dirección. Tiene prestigio ser natural, si por tal se entiende no ser rebuscado o retorcido y carecer de artificio pero, a pesar de lo esperable, no necesariamente se compadece con la espontaneidad, no pocas veces tan sofisticada.

Quizás en el fondo subyace la convicción de que eso tiene que ver con que se corresponde con el proceder exento de manipulaciones de la llamada naturaleza. En última instancia, una cierta constatación o presunción de pureza presidiría lo que cabe ser calificado como natural. Ya entonces se utilizaría el término como garantía de autenticidad y de verdad, incluso como argumento consistente e irrefutable. Y para ello se deja, en efecto, acompañar. Si es natural, es de sentido común.

Hegel nos previno al respecto, “contra la genialidad y el sano sentido común”, mostrando hasta qué punto son depósitos de prejuicios y de presupuestos, aunque no necesariamente dejen de ser sensatos y a su modo imprescindibles. Sin embargo, reflexionar y pensar exige no quedar anclados en lo que parece natural. Tal vez no pasa de ser una representación previa y ante nuestra atenta mirada, como si su existir fuera puro e independiente de nuestra acción. En tal caso, habríamos de rendirnos cautivados y limitarnos a acatar su dictado.

Sin embargo, ni la naturaleza es un paisaje, ni lo natural inocuo. Antes bien, no están exentos de nuestro quehacer elaborador y son asimismo fruto de toda una actividad. Accder a ellolleva mucho trabajo de generación y de elaboración, salvo que lo confundamos con lo más inmediato.

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Las cosas ciertas

Por: | 19 de noviembre de 2013

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No debe ser verdad que hasta las cosas ciertas puedan probarse”. Así se inician los Fundamentos de Derecho de una reciente sentencia en la que no está claro que haya intervenido directamente la mano de Descartes, quien sin embargo, por lo que se ve, a su modo ha estado presente. “Sólo se han probado aspectos adjetivos de lo ocurrido, pero no los sustanciales desde la perspectiva del derecho penal. En concreto, nadie sabe cuál haya sido la causa de lo ocurrido, ni cuál debería haber sido la respuesta apropiada a la situación de emergencia creada”. La cuestión nos da que pensar. La relación entre la verdad, la certeza y la prueba se ve concernida mientras el sentido se remite a la causa y a la distinción entre los aspectos adjetivos y los aspectos sustanciales. Ha de reconocerse que el planteamiento no carece de ambición y que efectivamente nos encontramos en el corazón del fundamento y de los fundamentos.

Que sean ciertas esas cosas sin probarse nos induce a plantearnos el alcance de tal certeza, o  lo determinante que pudiera ser la prueba si la certeza ya se tiene, salvo que más bien se tratara de las consecuencias, no solo para la pena, sino para la verdad.Ya en otra ocasión oí afirmar: “tienes razón pero no es verdad”. No sé si podría decirse que “es verdad, aunque no cabe dar razón”, al menos razón suficiente. Probar supone en algún modo no solo poner a prueba sino hacerlo en relación con alguien y de modo razonable y convincente, como ocurre con los argumentos. Ello ha llevado a decir que parece razonable o que resulta verosímil, aunque no sea del todo verificable. Es como si lo supiéramos y no lográramos demostrarlo.

Las pruebas acostumbran a presentarse como incontestables, salvo si no llegan a serlo, y cabe la posibilidad de que sean cuestionadas, aunque precisamente en tanto que tales. Y por ello tienden a requerir un relato argumentado, una historia consistente en la que los hechos brillen con un cierto sentido, no solo con un sentido cierto. Hasta el punto de que se precisa algo más que decidir. Se requiere fundamentar y justificar.

La complejidad es tal que podría ocurrir que estando absolutamente convencidos, al extremo de considerar algo cierto, es decir de reconocer que tenemos certeza, no seamos capaces de mostrar una verdad consistente. No faltan quienes estiman que es suficiente con que, bien amparados en razones, nos parezca que es así, pero ni siquiera basta con que lo sepamos, es necesario probarlo. De ahí se desprende que algo de lo que estamos ciertos, incluso si prefiere decirse, seguros, para ser tenido por verdadero precisa algún requisito más. Sin embargo, entonces, sorprende la certeza. O, antes bien, podría ocurrir que lo sorprendente es que no se haya llegado a probar.

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Inmersos o sumergidos

Por: | 15 de noviembre de 2013

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Estamos inmiscuidos, involucrados, concernidos, inmersos, sumergidos, afectados por algo, en algo. Cabría desde luego distinguir y algunas de esas distinciones son tan exigentes que resulta difícil saber si producen desazón o desafío. No pocas veces las resolvemos considerando que todo es lo mismo o que da igual. No van con nosotros. Ello no altera su diferencia y a su modo hacen y a su manera nos constituyen. En todo caso, es curioso que nuestra actitud no sea inocua incluso para lo que significan y nuestra implicación es determinante para lo que son.

Hay cosas que si nos conciernen suceden de otro modo que si nos limitamos a desconsiderarlas. Y cosas que pasan a pesar de nuestra indiferencia, o gracias a ella. En definitiva, conviene tener en cuenta que la inoperancia es asimismo una forma activa de intervenir, como para Aristóteles la quietud es una forma de movimiento. La apatía no solo es aristocrática, también es muy colaboradora, hasta cómplice, al menos en ciertos sentidos. O puede serlo. Y acostumbra a ser bien eficaz. Para algo, para alguien, para algunos.

Pretender asistir a lo que ocurre como quien mira lo que acontece no es liberarse de ello, es formar parte del espectáculo en calidad de observador. De esta manera uno ocupa su lugar y a su manera es actor de un modo eficiente y propicia acciones y palabras. Las afirmaciones o asentimientos de Sócrates en los diálogos de Platón, o los que otros hacen de sus consideraciones, forman parte decisiva de los mismos, hasta el punto de que lo que dice Platón no ha de identificarse con lo que afirma Sócrates, sino con lo que se dice a través de lo que todos dicen y callan. Por eso es un diálogo. Y por eso estamos conminados, concitados, convocados a intervenir. También Sócrates es un personaje de los diálogos de Platón.

Hablamos del mundo, de nuestro país, de la realidad o de la gente con lo que estrictamente habría de denominarse falta de consideración. Considerar algo es un modo de contemplar en el que, sin limitarnos a ver, nos sentimos parte integrante y constitutiva de aquello de lo que parecemos distanciarnos para hablar. Formamos parte y estamos concernidos. Sin embargo, desde cierta desvinculación emitimos juicios en los que todo se ve involucrado menos nosotros mismos. Todo ha de cambiar, menos quien lo propone. Y entonces no es difícil ni incómodo resultar sentencioso. Y no es complicado sentirse especial. Uno no es como los demás. En efecto, en eso estamos. Y en eso es en lo que más nos parecemos.

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Cortar y pegar

Por: | 12 de noviembre de 2013

5859762498_0be49a6832_bConvocados permanentemente a copiar y pegar podríamos acabar identificando el quehacer de la palabra con una labor de corte y de confección a partir de diversos retales. Pero el pensamiento exige articulación y vertebración. Y ello no ha de considerarse como una mera adición de elementos inconexos. De lo contrario, el aislamiento y la separación serían, a decir de Hegel, una verdadera enfermedad. Ello equivaldría a un permanente citar sin citarnos en algo con alguien, sin concitarnos.

No basta con tomar de aquí y de allá, en una suerte de zapping de la existencia, ni con rebuscar desaforadamente ingredientes para finalmente ofrecer un aspecto consistente en apariencia soportable y saludable. Por lo visto, ya no parece tan decisivo tejer y destejer, sino añadir piezas hasta construir una especie de mecano individual y social.

Hay una estrecha relación entre este acto de cortar y la proliferación de recortables. No hemos de confundir las partes empleadas para elaborar con los residuos y restos de aquello que vamos dejando en una desaforada tarea de no pocas amputaciones.

Ciertamente se edifica a partir de integrantes que conforman la posibilidad de relacionarnos y de vincularnos unos con otros. Relación, vertebración y articulación no son simple adición. Lo que importa es la mutua imbricación y pertenencia, la comunicación posible, la influencia mutua, la transformación que supone el hecho de enlazar, no solo cualquier aspecto aislado, sino los que resulten imprescindibles para que haya una auténtica unidad y unificación.

Pero en ocasiones estos cortes producen efectivos cortocircuitos que impiden esa comunicación y son puro desplazamiento. Mover y moverse se considera suficiente para crear. Ya no hay ni fragmentos. Sin duda se ofrecen perspectivas inauditas, se otorgan miradas nuevas, que pueden llegar a sorprender. Sin embargo no es tan fácil provocar una dislocación, un efectivo desplazamiento, no pocas veces necesario. No se trata de satisfacerse en una falta de integración enmascarada de autonomía, sino de procurar y de activar una mirada diferente. Precisamente porque difiere de otro modo. Y ya no es cosa de cortar y de pegar de cualquier manera, sino del arte de una adecuada e integrada composición.

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La belleza rebelde

Por: | 08 de noviembre de 2013

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En el Calígula de Camus nos encontramos con que “vivir es lo contrario de amar”. Y entonces se nos despiertan tantas cuestiones y con tanta celeridad que solo cabe pensar que, adormecidas, sin embargo estaban ya al tanto, en duermevela, en alerta, esperando ser liberadas por un desafío. Para afrontarlas estamos conminados a una determinada inocencia y a un espectáculo, el de en alguna medida lo nunca visto, al menos no del todo, el de la belleza, que no se limita a lo que se deja retener por la mirada.

Se trata de propiciar una voluntad y de emprender una tarea, la de llegar a ser bello, y no simplemente por el aspecto, sino por la forma de vivir. Ser artífice de ello. Sócrates ya había anunciado a Alcibíades, al oír su declaración: “Debes de estar viendo en mí, supongo, una belleza irresistible y muy diferente a tu buen aspecto físico”. Sólo así la belleza es provocación que arrasa, más allá de su inmediata utilidad o sentido previos. Y bello no solo por la forma de vivir, sino de hacer vivir, de procurar vida y condiciones para vivirla.

De ahí que Tipasa, el lugar de las bodas y de los retornos, de la luz de un mediterráneo siempre por venir, sea para Camus un espacio de imposible rechazo. “Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido”. Y el de la necesidad de sentirse y de estar “cerca de los hombres silenciosos que no pueden soportar el mundo que les toca vivir”. La dicha no es resignación, ni cumplimiento absoluto. Y así, Tipasa abre el espacio de la comprensión de lo que denomina gloria, “el derecho a amar sin límites”. Pero todo retorno no es sin más una vuelta, y menos aún a un lugar previamente definido y clausurado.

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Mirar alrededor

Por: | 07 de noviembre de 2013

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Basta mirar un poco, fijarse, deambular y detenerse para que todo se pueble de sorpresas y se reinicien las curiosidades dormidas en lo rutinario. Nuestra tendencia a subestimar lo que acontece nos lleva a considerar que solo sucede lo que es noticiable o llamativo. Perdida la vista para los detalles, pasan a ser minucias. Sin embargo lo que pasa está discurriendo a nuestro lado. Y en nosotros. Está siendo y no simplemente se encuentra situado como objeto, instalado o puesto. No digamos si creemos que únicamente ocurre lo que nos ocurre. Entonces precisamos con urgencia un desplazamiento. Ver solo con los propios ojos es ceguera. La de la imposibilidad de comprender.

Cuando se recuerda que Hegel celebra el acierto de Descartes por pisar el terreno, el verdadero terreno del pensar, ha de subrayarse asimismo que, sin embargo, a su juicio no ve el país. No pocas veces, enfrascados en nuestras vicisitudes y tareas, empeñados en fijarnos con precisión de miniaturista en lo que parece estar bien contiguo, tenemos dificultades para una mirada de más vuelo y alcance. Y en esa medida se nos nubla la vista para lo más próximo. En caso de intentarse, pronto se es tildado de iluso o de estar seducido por las ensoñaciones de lo que no se deja atrapar inmediatamente. Y de nuevo se es convocado a la faena, a centrarnos en ella, a concentrarnos en lo que merece la pena, esta concreta pena, en la labor que ha de mantenernos atentos y bien ocupados.

Poco a poco uno va acostumbrándose a no ver más allá del limitado horizonte de sus ocupaciones inmediatas. La reducción del mundo a nuestro mundo es la antesala de la pérdida de mundo. Y entonces no hay otro alrededor que una suerte de decorado que nos circunda, un contorno que nos envuelve. Pero también nos entorna. Para empezar, la mirada. Y ya no parecemos precisar ver mucho más. Todo viene a ser razonable. Y parece que suficiente. Estamos aproximadamente en donde cabe labrar los surcos que nos correspondan.

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El arte de los afectos

Por: | 01 de noviembre de 2013

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(Fotografías de Antanas Sutkus al que se puede seguir pinchando aquí en su web)

Incluso desenvolviéndonos en el seno de lo discutible, hemos de admitir que los afectos son decisivos. Y no han de considerarse un aditamento o un complemento del pensamiento. Ni algo lateral o secundario, cuando no un obstáculo o un impedimento para la reflexión y el análisis. Y menos aún para la decisión ajustada. Tal parecería que la tarea consiste en mantenerlos a buen recaudo, al margen, evitando que contaminen momentos fundamentales de nuestra existencia. En todo caso, quizá podríamos relegarlos a la esfera más privada. Desde luego esgrimirlos en un contexto profesional se consideraría impropio de alguien de nivel. Es cosa, se dice, de dejarlos de lado para que no intoxiquen nuestra coherencia o perturben nuestra ecuanimidad.

Sin embargo, no sólo impregnan nuestra vida sino que a su modo la constituyen. No hay crecimiento sin ellos y todo resulta mustio y seco hasta el punto de que las ideas se nos ofrecen faltas de fuerza y de energía, como si estuvieran pobladas de frío y de vacío. En no pocas ocasiones, la ausencia de una mano amiga próxima, de la cordialidad de una cercanía adecuada, no de una insistencia sino de una intensidad, desarticula cualquier posibilidad evidente de proseguir. Ahora bien, asimismo resulta definitivo carecer de la disposición de verse afectado.

Desde la primera infancia es determinante importar a alguien, incluso serle decisivo, que espere de nosotros, que nos espere, que le esperemos. De no ser así, cimentamos alguna forma de fracaso. Ese inicial abandono anuncia otros de diversa índole. La ausencia de afectos, el no ser singularmente apreciado y querido produce una desarticulación de efectos imprevisibles. Ahora bien, no se trata simplemente de la capacidad de recibir afecto, sino de algo realmente no menos fácil, de darlo.

Una cierta indefensión, algún desamparo, acompaña nuestra existencia, y aprender a vivir con ellos es tanto como iniciarse en la labor de no culpabilizar una y otra vez a los demás de nuestras carencias más constitutivas. Sin embargo, si no cabe sostenerse en la compañía de los afectos de quienes buscan también a nuestro lado, una profunda soledad, concebida ahora sí como ausencia e incluso como pérdida, lo impregna todo.

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El País

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