En cierto modo, el mayor enemigo es la pobreza, en todas sus modalidades. Es el gran aislamiento, la gran soledad. Y su gran adversario es la justicia, no la que se reduce a la que se imparte. Montaigne habla de un mundo enfermo. Y subraya lo que a nuestro juicio supondría un verdadero síntoma de falta de salud social, hasta el punto de constituir algo monstruoso: “la guerra y la crueldad, las persecuciones de hombres y de libros, las torturas, y la destrucción de la América india. Y es lo que merece ser rechazado”. Estos otros males confirman que la salud no se reduce a la ausencia de enfermedades. Hay quienes no padecen ninguna de las que consideramos convencionalmente enfermedades y, sin embargo, no tienen ninguna salud. Ello no excluye, antes al contrario, una adecuada sanidad.
Un tiempo enfermo es un tiempo indispuesto para la amistad que, con todo, se alimenta de la comunicación. (Essais, De l’amitié). Esta vinculación entre amistad y salud lo será asimismo con la capacidad de crear. Precisaremos entonces otra medicina, la libertad. La que brota en la escritura, en la lectura, en el cuidado de uno mismo y de la palabra, en la consideración del otro, en la labor bien hecha, en la entrega. Estos modos de tejernos y de entretejernos propician la salud como libertad y la libertad como salud. Precisamente la cultura y la educación constituyen la gran salud y son claves para alcanzar esa libertad, la equidad y la cohesión social.
Para ello no basta con la simple identificación con lo ya existente. La configuración y la conformación del mundo precisan nuestra intervención. Si educar fuera una simple adaptación, acabaría resultando una forma de resignación. Pero la responsabilidad es la capacidad de dar respuesta a las urgencias, a los desafíos, a las necesidades. Y esta es la gran utilidad, la de la reivindicación del pensamiento, la reflexión, el análisis y las ideas. La de crear condiciones para una vida digna y de bienestar individual y colectivo, que no ignora a quienes se encuentran indefensos. La de procurar, en definitiva, la salud social. Para ello se requiere toda nuestra acción. Hace falta a su vez generar estructuras, instituciones y posibilidades. Y combatir por los derechos, con los derechos.
Estamos en un momento difícil y en la necesidad de abordar un importante desafío, el de afrontar una crisis económica que es también una crisis de modelos sociales, políticos, en definitiva, una crisis de valores. Tenemos que pensar en superar la compleja situación, pero sobre todo en atenderla de tal modo que no se reproduzca un modelo depredador, especulador, que sólo busque resultados a corto plazo. Para eso es necesaria la unidad a fin de acometer la miseria, la ignorancia, la pobreza, el dolor y el sufrimiento. Y combatir todas las hambres. Y ha de hacerse desde la cultura y la educación como factores determinantes. Frente a la indiferencia o a la mera constatación del estado de cosas.