No deja de ser sintomático celebrar el fin de algo. Salvo que obedezca al inicio de lo que se presupone mejor, o se confía en que lo sea. Entonces, más bien festejamos el encontrarnos en condiciones de poder celebrarlo, es decir de esperar y de desear. Pero también de que algo prosiga. Y no es tanto el asentimiento ante lo que se nos avecina, cuanto la posibilidad de que algo mejor o, al menos, no peor llegue a suceder. Es la celebración de la posibilidad, incluso de que la posibilidad sea efectiva posibilidad. Eso no deja de ser un privilegio. No ya la posibilidad como pronóstico de lo inevitable, ni como expectativa clausurada, lo que confirmaría más que su probabilidad, sino como apertura. Ello siempre comporta no pocas incertidumbres, pero hasta son bien recibidas si cabe algo diferente que se sobreponga a nuestra situación.
Cuando las condiciones de posibilidades se dan y se reúnen de modo límite, más bien ha de hablarse de un confín. Estar confinadas no supondría su encierro, sino su recolección. Y entonces el final no sería tanto el reconocimiento de que todo está acabado y no hay nada que hacer, cuanto el alumbramiento de lo que podría llegar a ocurrir. Cabría celebrar que hay espacio y tiempo. El confín se ofrecería como el preludio de lo que está por venir, que queremos bueno y satisfactorio.
Por fin hemos llegado al principio, a algún previsible inicio y por un instante parecemos no disponer de lo que se va mientras aún no ha llegado lo que se nos avecina. Es tan solo un momento, pero incluso en tiempos complejos y difíciles cubre todas las condiciones de un verdadero rito de paso. No es un comienzo puro, ya que se inicia a partir de lo recibido y brota desde ello. En cierto modo no se produce una fractura, aunque algo efectivamente surge. Quizá se recobra. Hemos de sobreponernos a una inquietud, la que procura una cierta sensación de vacío, la de lo que aún no ocurre pero podría suceder. Tanto que casi preferimos asegurarnos eludiendo todo momento crucial para simplemente deslizarnos en lo igual. Perdida así la ocasión, el final se identificaría con la imposibilidad de algo distinto. Casi resultaría peligroso e inquietante celebrarlo. Así tal vez evitaríamos algún nuevo comienzo. Nos felicitaríamos más bien casi por lo que no nos ha pasado. Con la esperanza de que no venga a producirse.