Bastaría quizá con decir tristeza. Pero aquí, como ocurre en el texto del poeta chileno Floridor Pérez, Tristura articula un gesto de desgarro. Así lo señala Rafael Rubio. “Tristura —un vocablo castizo en completo desuso hoy en día —nos suena a neologismo mistraliano y también un guiño a un poemario de uno de sus compañeros de generación: "tristeza", tal vez por la presencia acentuada de la letra "u", vocal grave que connota —cuando está estratégicamente situada — gravedad, tristeza, melancolía (recordar la "infame tUrba de noctUrnas aves" de Góngora o la "Úrsula punza la boyuna yunta" de Herrera y Reissig). "Tristura" también —aventuro— es una unión de dos palabras: TRISteza y sepulTURA, confirmada por la grafía de la letra "T" escrita en forma de cruz, en el título de la portada. Tristura —si nos abstraemos de su referencialidad— por la sugestión de su sonoridad nos suena triste: casi una onomatopeya de la tristeza, pero de una tristeza vallejiana, una pena de cholo, de mestizo de Santiago de Chuco, de burro triste del Perú. La relación entre el título del libro y la poesía de Vallejo es escondidamente notoria, si pensamos en su desgarrado Trilce (¿matrimonio entre TRlste y duLCE?) feliz (¿feliz?), neologismo que da cuenta de una de las experiencias poéticas más radicales de la poesía hispanoamericana de todos los tiempos.”
Siempre que se conjugan el sonido con el sentido asoma alguna desmesura, aunque asimismo en tal caso se alumbran espacios inauditos para pensar y sentir. También, Platón en el Crátilo, para incomodidad de los más escrupulosos, se detiene en una relación que llega a vincular la forma de las letras y la imposición de los nombres con la esencia de las cosas. Ciertamente cuando decimos que algo nos suena, o nos suena a algo o a alguien, no hablamos solo de sonidos. Podría pensarse que tristura es más triste que tristeza. O siquiera que lo es más oscuramente.
No basta estar apenado para experimentar tristeza. Resulta tan desconcertante que, como los grandes sucesos, no siempre acabamos de tenerlos, somos tomados por ellos. Es difícil tener tristeza, se está triste. Y prácticamente ocupa nuestro ser, hasta inundarlo de una profunda tristura. Y no en todo caso obedece a una razón concreta aislada, identificada. Entra como la niebla y va enseñoreándolo todo. A veces escuchamos: “Hoy estoy triste, no sé qué me pasa”. Y no pocas, nos sorprende no estarlo. Pero cuando llega a los intersticios menos accesibles horada cualquier acción y paraliza la decisión. Es pura tristura.
La tristeza tiende a aposentarse en la mirada. Y a ofrecerse con ella. De una u otra manera tiene un aire extraviado de invocación: implora y suplica. No es simple impotencia o incapacidad, sino constatación de alguna inviabilidad. Y no necesariamente responde a una causa definida. Incluso, de haber razones, no siempre son tan explícitas como los hechos. De tratarse de una perdida, en ocasiones no es del todo mensurable. Podría decirse que más bien parecería que no hay mucho que hacer. Tal vez reponerse. Pero ello sería considerarla poco. No siempre pide curación, ni hay un saber capaz de un hacer para recuperarse.
La honda tristura funciona como fuerza y energía paralizadoras. Un cierto tono de pesadumbre lo invade todo. No siempre es cosa de dejarla de lado, sino de afrontarla, hasta de abrazarla, lo que no supone precisamente asumirla. Al contrario, más bien se produce la constatación de que quizá solo cabe efectuar su misma travesía, hasta alcanzar una cierta familiaridad con ella. Así nos permite reconocer que no es sin nosotros, que nos necesita, precisamente porque es cosa nuestra. Y ya, entonces, veremos.
Cuando se trata de una tristura sin objeto, ni conocido ni desconocido, incluso la tristeza parece superficial. El misterio de la tristeza que convierte en sorpresa no encontrarse en su mismo corazón realiza permanentemente no tanto simples preguntas sobre su alcance y existencia, cuanto acerca de hasta qué punto y cómo es posible que alguien no la experimente profunda e intensamente.
El dolor ante cierta incapacidad de compartir esa tristura agudiza sin embargo un modo de relación y de compañía, de afecto, que llega a sentirse sin procurar en todo caso otro alivio que el de reconocer que nos sabemos concernidos mutuamente en un itinerario de inevitable soledad. Pronto tendemos a encontrar causas y culpables, y sin duda puede haberlos, aunque no es imprescindible. La tristura tiene también razones que la razón desconoce. Tanto que ni siquiera precisan llegar a serlo.
La implantación de la tristeza en sus múltiples modalidades, desde la provocada por la necesidad, hasta la que obedece a la pérdida, o la que, como decimos, no responde a ninguna pregunta y ella misma es la cuestión, tiene tal alcance que cabe hablar de una tristura social. A veces son destellos, otras lo puebla todo. Es algo más que un determinado desaliento, algo diferente de un desánimo. Ni es pura desconfianza, ni falta de decisión. La tristeza parece comportarse como una cierta lucidez. E incluso emboscarse de bienestar.
Puede considerarse como una desproporción, una falta de armonía entre los esfuerzos y los resultados, pero no menos entre lo que se requiere y lo que se ofrece. Por otra parte, hay quienes en raras ocasiones han sentido que las exigencias no les eran factibles. Y en tal caso hasta les merece la pena. Sin embargo, cuando nada induce a esperar, ni aún a hacerlo contra toda esperanza, más parece imprescindible sobreponerse. Y no siempre quienes lo tienen más complicado son los más tristes. Tristes de no esperar, de no esperar ya, en no pocas comodidades se alumbra asimismo la tristura por la satisfacción de lo que solo era interesante como objetivo, no como logro.
Por más que se comprenda, la tristura es devastadora. Ni tan solo la satisfacción más literaria impide los destrozos de sus efectos. Habitada con naturalidad va labrando unos surcos por los que ya no corre torrente alguno. Su capacidad de secar solo deja huellas de claudicación. Una sociedad triste que persiste en serlo, que se instala en ello, siquiera en el modo aún más triste de una malentendida alegría, deja su marca en los espacios, en los objetos y en los tiempos.
(Imágenes: Pinturas de Lita Cabellut. Cocó, 2011; Madness and reason, 2010; Yvonne, 2005; y Frida, 2010)
Hay 9 Comentarios
Pues va a ser que no le entendí bien la otra mañana, profesor.
En la presentación del libro ‘Tristura’ de Floridor Pérez se dijo que «en una cultura centrada en el mito de la juventud, que esconde o disfraza los signos de la muerte y la vejez, la poesía de este escritor es un gesto de valor ante la tristura (que significa tristeza) porque las personas que amamos se mueren, nosotros mismos envejecemos y moriremos algún día. Pero su tristura incluye la alegría de vivir mediante una actitud burlesca y desafiante para espantar el miedo que provoca la cercanía de la muerte».
Por tanto reinterpretaré su texto como bien sugiere Rantanplán. Y no en clave áspera y severa.
Estimaré, pues, y por ejemplo, que la desproporción a la que se refiere es la de los malos obreros de los nombres (de las reglas (y de los números)). La desproporción que, tantas veces, parece propia de herreros 'yerrantes'. O la de tejedores de trajines con atajos. O la de carpinteros de la pancarta y del letrero. O la de sofisticados pescadores de pocillo.
Publicado por: Odarbil | 30/01/2014 18:05:52
Hoy me cuesta entender su reflexion profesor, pero tristeza o tristura me hacen referencia a hacer trizas algo que poseiamos o creiamos poseer, ya sea alguien querido o algo deseado, la tristeza o la tristura son estados de animo o situaciones de las que todos queremos salir por lo tanto es una fuerza movilizadora o superadora que pone al ser en movimiento
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: Jose Luis Espargebra Meco | 29/01/2014 21:04:30
La alegría y su antagonista, la tristeza viajan unidas cuando lo es por efecto de la natural convivencia. Ahora bien, hay tristeza que no es tal; es pena, dolor, sufrimiento y, por lo tanto, no es el resultado que acompasa al estado de ánimo cuando éste entra por una puerta giratoria.
La pena, el dolor y el sufrimiento, la tristura (entiendo), no se cura con alegría, aunque alivia y reconforta; se trata y se combate con justicia social, solidaridad e igualdad.
¡Ánimo, Prof. Gabilondo; le seguimos!
Publicado por: LLAMADME ISMAEL | 28/01/2014 19:38:24
También de la experiencia de la tristeza se aprende.
Me interesa los diversos tipos de tristeza que se pueden sentir, la tristeza de la pérdida del ser querido es evidentemente la mayor y nos mueve a vivir definitivamente otra vida, sin él, sin ella.
No obstante la determinación para la vida y para la alegría brota de esa experiencia. Los seres más insensibles que he conocido son aquellos incapaces de sentir tristeza y, créame, existen.
Efectivamente el motor para la activación del cambio es la tristeza social pero hasta esa moviliza y motiva hacia la acción y también nos ayuda a caminar. Enhorabuena a los madrileños por parar la privatización de los Hospitales Públicos, lo que era una tristeza se convirtió en acción y el resultado está ahí.
Hasta la tristeza moviliza porque es un indicador de que algo no marcha bien y nos impulsa al cambio o... debería.
Gracias por su reflexión, profesor
Publicado por: LEICHEGU | 28/01/2014 19:38:04
Pues hoy me "suena" a mí tristura como guasa,como un deje,y tristeza en su justa gravedad,en su estado.Yo tengo predilección por esa medio tristeza que es la tristura cuando asoma una esperanza,es decir,cuando está apunto de amanecer la insegura alegría.Algo así como la sonrisa que inmortalizó Leonardo da Vinci en la Gioconda.
Publicado por: Rantanplán Malaspina | 28/01/2014 18:25:25
..Claro que ninguna de las dos palabras significa lo mismo. Una se encomienda a las vicisitudes de los seres humanos y que apenas se utiliza y la otra es un clásico a restaurar. La fractura de tristura deja de estar cerca de la independencia por sus ansiedades tristes que se reducen a nada. El peor común denominador es tener una salud social triste que es el mayor enemigo de la pobreza.
Publicado por: Lidia Martin | 28/01/2014 14:06:26
Muy duro todo lo que escribe hoy profesor.
No sé si felicitarle...
Publicado por: Odarbil | 28/01/2014 10:33:56
La tristeza me invade y soy consciente, del sentimiento banal de su envoltura, que a veces desemboca en la tristura, provocando impotencia y desmesura.
¿Por qué no se publica?
Publicado por: Nely García | 28/01/2014 10:16:17
La pesadumbre nos invade cuando impotentes, nos vemos arrollados como personas por la inevitable ola del destino que se nos viene encima.
Buscado desde nuestra estulticia y flojera.
Viendo pasar a nuestro lado otras gentes bien ufanas y contentas, en orden y ordenadas.
Desde el trabajo bien hecho.
La alegría por dentro que se siente, cuando desde el trabajo responsable desde lo bien hecho, se nos deriva un rendimiento en frutos contantes y sonantes.
Para hoy y para mañana.
Satisfacción, de ser artífices de un éxito.
Orgullo de ejercer como criaturas capaces, de esfuerzos y de trabajos, de elaboradas gestiones de nuestro tiempo en resolver nuestro destino desde el trabajo y la compartida responsabilidad.
De sentirnos pueblo, y cultura, y estirpe, y raza.
De ejercer como personas.
Responsables desde la inteligencia.
No desde la fantasía, y menos desde la frivolidad o el fanatismo de la ignorancia encumbrada.
Se nos destierra la tristeza, cuando hay trabajo de por medio, y entrega, y tesón a conciencia.
Desde la humildad de sentirnos caminantes.
Se nos destierra la tristeza cuando hay propuestas de futuro y fe en nosotros mismos.
Desde la honradez, no desde el engaño.
Publicado por: Etxániz | 28/01/2014 9:50:00