El salto del ángel

Es evidente

Por: | 21 de febrero de 2014

Karin davie 001

Lo evidente no es lo que no admite discusión. Es lo que es capaz de afrontarla sobreponiéndose a ella. De ahí no se deduce que haya de debatirse en cada caso, sino que, de hacerse, saldría airoso.  A veces decimos que algo es indiscutible simplemente porque deseamos que no se cuestione. Olvidamos que lo evidente es también un resultado,  No es tan inmediato como a veces se pretende. Incluso, de ser propuesto sin más desde alguna ingenuidad, habría de contar con la nuestra para reclamar adhesión. No siempre basta con fijarse para ver. Decimos que ocurre ante nuestros ojos, pero eso no es suficiente. Nos amparamos en la evidencia de algo para no encontrarnos en la necesidad de más argumentaciones.

No es ni siquiera preciso insistir en los niveles de realidad o en la complejidad de la superficie, ni en los diversos planos de nuestro mirar, ni en las diferentes perspectivas, para andarnos con ciertas precauciones. O en la intervención del deseo y de la voluntad en la caracterización de lo evidente. O del interés, por muy legítimo que sea. Incluso en tesituras complejas, cuando ya ninguna buena razón parece poder esgrimirse, cabe su invocación para zanjar posiciones.

El vínculo entre lo real y lo evidente es menos consistente que lo que se acostumbra a dar por supuesto. Vivimos en contextos sociales que sienten comodidad al considerar como establecido aquello que no merece discusión por la contundencia de su presencia. Y puestos a fijarnos en ello y a conversar al respecto pronto comprobamos que lo que caracteriza a lo evidente es lo poco evidente que suele ser.

No parece insensato cuestionar aquello que se ofrece de modo patente y sin la menor duda, toda vez que cabría ocurrir que simplemente fuera algo puesto a buen recaudo. Y a veces se trata de eso, de desplazar la dirección de la mirada a fin de evitar problematizar la cuestión, no sea que pierda su capacidad de ser provechosa.

Karin Davie Symptomania-no-2

Necesitamos algunas certezas para vivir. Y encontramos mayor comodidad si su claridad es tan incuestionable que merezca nuestra adhesión. Es curiosa y sintomática la frecuencia con la que decimos que algo “parece evidente” y en esta conjunción entre el parecer y la evidencia, ambos ponen de manifiesto hasta qué punto también lo evidente tiene no poco de apariencia, o si se prefiere, de aparecer. En efecto, se nos aparece como evidente y por eso nos lo parece. Y esta relación no es ajena al pensar, que no se reduce a testificar como verdad lo que las cosas parecen.

Precisamente por ello es necesario probar, incluso en caso de que lo encontremos evidente. El alcance de la presunción no es una mera cautela jurídica, es la constatación de una necesidad del modo de proceder del pensamiento y de la experiencia. En general, presumir algo sin duda acostumbra a ser mucho presumir. No siempre ni siquiera los testimonios más honestos coinciden en su declaración, ni en su juicio las decisiones más ajustadas. Así que conviene poner a prueba hasta lo evidente.

Incluso para ver inciden nuestras concepciones y nuestras convicciones. En ocasiones buscamos solventar la dificultad al amparo de que fuimos personalmente quienes vimos. Nos ponemos como garantes y tal es nuestra seguridad. Bien sabe Descartes que eso significa representarse algo, que también, en tanto que representación, es una representación de nosotros mismos. Y de eso se trata, de que es evidente para nosotros, o más exactamente, para mí. Así, al hablar de lo evidente, en realidad estamos hablando de nuestra seguridad y más concretamente también lo hacemos para estar más seguros. No es falta de honradez, es un determinado modo de vivir y de sobrevivir entre nuestras dudas y nuestras certezas.

Symptomania-no-7, 2008. From Symtomania series

Ver con claridad es asimismo delimitar lo que no vemos. Tanto que lo evidente suele serlo menos cuando pretendemos explicarlo. Y la cuestión es precisamente esa relación, la que se establece entre lo que vemos y lo que decimos. Es ahí cuando comprendemos que pretender asentimiento simplemente porque para nosotros no admite dudas es tan inapropiado como atribuir que si a los demás no se lo parece tanto es por su ceguera. No está claro que si es evidente no hay más que hablar.

No pocas veces consideramos suficiente con aducir que es natural, que es de sentido común, que es evidente, para así liberarnos de la necesidad de justificar o de aducir buenas razones. Cicerón señala en De Oratore que para persuadir y convencer es imprescindible “la comprobación de la verdad de aquello que representamos, ganarse las simpatías de nuestro público e influir en sus emociones a favor de lo que en cada caso requiera”. Delectare o conciliare y mouere no han de ser independientes del primordial probare. Y ello supone comprobar y demostrar. No es cosa de dar por supuesto y de limitarse a reclamar asentimiento.

Más llamativo resulta cuando lo denominado evidente se emplea en los espacios públicos para eludir debates o ridiculizar disensiones. De este modo, no es ni siquiera la apelación a la auctoritas de quien habla sino a su poder de establecer y de dirimir lo que ha de considerarse evidente. Entonces se habría de asentir. Sin más relación que la transmisión de contenidos, sin más recepción que la de ser receptáculo, se quiebra la comunicación. Y en tal caso propiamente no hay conversación.

La frecuente invocación de lo evidente, tratando de establecer como tópicos o lugares comunes lo que no es sino una posición propia, apresura la resolución sin ampararse en buenas razones. Sería un modo de imponerse. Sin embargo, es preciso hacer patente que la claridad ha de ser ratificada por el asentimiento. De no ser así, vamos instaurando todo un catálogo de evidencias, que únicamente lo son para quien las instituye.

Bien es cierto que no es cosa de empezar en toda ocasión, como si en cada caso hiciera falta detenerse morosamente en los principios y mostrar y demostrar una y otra vez cada afirmación. Eso no significa eludir los argumentos y menos aún el proceso de argumentación. Sin ella lo evidente se diluye ante nuestros ojos con la misma naturalidad con la que lo vimos u otros dicen verlo. Así lo evidente quedaría reducido a una visión. Y las visiones, incluso evidentes, son inquietantes. O por exceso o por defecto. Y poco recomendables. Salvo que no nos limitemos a tenerlas.

 Night Ways nº 6, 2006-2007

(Imágenes: Pinturas de Karin Davie. Between my Eye and Heart nº. 3, 2003, óleo sobre lienzo; Symptomania nº. 2, 2008, óleo sobre lienzo; Symptomania nº. 7, 2008, óleo sobre lienzo; Night Ways, nº.6, 2006, gouache sobre papel con ojales y luces LED programadas)

Hay 11 Comentarios

Gracias por pensar en alto, Ángel.

Dudar de los que tienen las evidencias ha sido siempre el objeto de trabajo de la ciencia, también en las ciencias sociales. Pasar de un sistema autoritario a uno democrático es poner en cuestión todo aquello que resultaba evidente únicamente para mantener el control de la sociedad. Sólo el diálogo, el consenso y el acuerdo logran que avancemos hacia nuevas evidencias y que adaptemos las soluciones a la realidad social.
Magníficas imágenes, profesor.

Lo evidente forma parte de una interpretación contundente y racional: como no existe ninguna verdad absoluta, dependiendo del cristal con que se mire, puede variar el significado.

Como Galileo estaba en lo cierto, en contra de lo que pensaba la mayoría, la democracia es un sistema político nefasto y las reivindicaciones de los pueblos que reclaman más dignas condiciones de vida no han de tenerse en cuenta por equivocadas. Bonito razonamiento, Witness. Pobre tahúr.

Witness, ¿considera usted que hay diferencias significativas entre la ciencias físicas y las ciencias humanas? Si es evidente que las hay, en cuanto al objeto de estudio, método científico, instrumentos de que se valen y que aún dentro de las ciencias humanas las "verdades científicas" tienen muy laxos criterios de validez según el campo al que se apliquen: política, historia, psicología, sociología, antropología.....Si esto es así ¿por qué pone el ejemplo de Galileo para en la parte final de su comentario hablarnos de política? No tienen nada que ver. (al margen de las consideraciones sobre el problema de la Realidad y la verdad que se hacen en el comentario de "u")

Witness ¿por qué presupone usted que la verdad siempre está de parte de los lobos solitarios que piensan lo contrario que la mayoría? Pone ejemplos como el de Galileo, pero también se podría poner el de múltiples locos que colmaron los manicomios. Al margen de esto podríamos entrar en consideraciones más esenciales sobre el problema de la verdad y las capacidades o limitaciones que tanto empírica como intelectualmente tenemos para acercarnos a ella. En definitiva es común la opinión de que la verdad no es más que una convención mantenida porque resulta útil y esto es aplicable incluso al campo de la ciencia, cuyo conocimiento suponemos actualmente el paradigma de la objetividad. Dicha opinión se enraiza en la consideración del problema de la Realidad, en si existe una realidad al margen de quien la percibe y si nuestro modo de percibirla está o no limitado por nuestras capacidades sensoriales, físicas, intelectuales, algunas tan básicas en la construcción del edificio de nuestra representación del mundo como el principio de causalidad, básico para la construcción y el progreso de la ciencia pero discutiblemente necesario en la articulación de esa supuesta Realidad. En definitiva sólo podemos atenernos a una representación del mundo y confiar en que dicha representación se corresponde con lo que el mundo realmente es. Hasta ahora el único criterio para mantener como válidas dichas representaciones era el de su utilidad, funcionaban y encajaban en el purzzle de nuestras representaciones sucesivas del mundo, representaciones que resultaban útiles a las necesidades y problemas planteados en las sucesivas etapas de la cultura humana.

Es evidente: la realidad abarca multitud de fenómenos entrelazados en una compleja red de relaciones sólo parcialmente accesibles; los sucesos dejan huellas cuando ya el tiempo de lo acontecido ha pasado y, en consecuencia, cualquier indagación no puede ser sino un re-conocimiento;y, en definitiva, al igual que ver no es lo mismo que mirar, contemplar tampoco equivale a descubrir, de tal manera que aptitudes y actitudes, competencia y disposición construyen la atalaya que permite ajustar verdad comunicable y exactitud de percepción.
A un servidor, le sería completamente abstruso el rastro que pudiera ser capaz de seguir cualquier cazador avezado en medio de la selva. La presa, ¿está herida?; ¿es joven o vieja?; ¿es peligrosa o fácil?; ¿a dónde de dirige?... Quien esto escribe podría caer en la más peligrosa egolatría y avanzar con descuido en pos de la fiera sólo para acabar comprobando que, de perseguidor, había pasado a convertirse en cena para el predador escondido, “raya de sombra y marfil vertical”, en cualquier lugar propicio para la emboscada. La osadía no redime al inepto de su invidencia.
No todos podemos acceder a la realidad en las mismas condiciones en según qué circunstancias. Sin embargo, prolifera la opinión de que cuanto la mayoría cree ver determina lo evidente. Hay quienes puede estar encerrados en una habitación mirando por la ventana, plácidamente acomodados, cómo el sol se pone en un despejado horizonte, acotado por el marco cuadrangular; en tanto, pasando frío en el exterior, un hombre solo ve la misma escena pero, sin restricciones que interrumpan la visión, se apercibe de las nubes de tormenta que vienen chaparreando desde el este. El hombre solo toca en la puerta: “cierren los postigos; se acerca una tormenta”. Pero nadie le hace caso. ¡Es tan bonito ver cómo el sol incendia el mar y tan molesto quien puede ver lo que otros no quieren ver!
¿Qué ocurre, sin embargo, cuando el reconocimiento de lo evidente se manifiesta como videncia, como imaginación que edifica el ámbito para la novedad en un modelo que desafía la percepción habitual? Cuando Descartes supo de la condena a Galileo, escribió: “Deseo vivir en paz y continuar la vida que he iniciado bajo el lema ‘para vivir bien debes vivir sin ser visto’ “. Lo que para Galileo y Descartes era evidente se convertía en malsana muestra de individualidad sediciosa e incluso de aberración insensible. Mejor vivir en el secreto de la verdad que padecer en la evidencia de la mentira. Por que, sí, también hay mentiras evidentes que la ignorancia disfruta como anatema del demos.

Homenaje a Antonio Machado cuando se cumplen 75 años de la muerte del poeta:

"La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés".


Ni un abogado lo hubiera expresado mejor: excelente reflexión, Prof. Gabilondo.

Alguien ha dicho que lo mas real es lo que no es evidente y tambien lo mas evidente es lo que no es real
Auctoritas que no poder es con la que hablaba Jesus de Nazaret segun los evangelios para contraponerlo con el poder de los escribas y fariseos y logro persuasion y convencimiento no solo entre sus oyentes sino 2000 años despues entre sus seguidores y mucho de lo que dijo y enseño no es evidente ni real en el sentido que lo entendemos hoy por eso comence mi comentario con : lo mas real es lo que no es evidente y lo mas evidente es lo que no es real
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Creo que el sentido de la verdad es siempre evidente, y cualquier intento por enmascarar la realidad derivada de esa verdad, evidenciará la mentira.
http://goo.gl/NqQcLT

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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