La indefensión se nutre de cierta indiferencia y sobrelleva alguna soledad. El mayor desamparo brota de la carencia de recursos y de posibilidades. Y se sustenta en la falta de cultura y de educación, lo que complica la autonomía personal. Ahora bien, de una u otra manera somos muy vulnerables. La intemperie tiene brazos extensos y siempre en algún sentido nos encontramos en ella. Es ahí donde precisamente se fragua la apertura al otro, también como una necesidad.
Ni siquiera en todo caso se es consciente del desamparo en el que cabe hallarse, salvo quienes lo habitan de modo intenso e implacable. Que no son pocos. Cada quien procura sobrellevar las penurias propias con la mejor dignidad, pero hay situaciones y momentos que parecen dispuestos a imponerse sobre uno mismo. Y en ocasiones ante la mirada sorprendida de aquellos que consideran que no es para tanto, cosa que tiende a ocurrir cuando se trata de los demás.
Pronto nos vemos en la urgencia de tener que valernos por nosotros mismos ante los constantes requerimientos del vivir. Pero ello no cesa, y no deja de ser necesario aprender permanentemente a afrontar los constantes desafíos de la existencia. Y a hacerlo no pocas veces sin singulares protecciones. Incluso amparados en el mejor de los casos por entornos cálidos y acogedores, nada evita una cierta orfandad constitutiva.
Hasta las vidas más plenas y llenas de acción, hasta los días de más atractivas ocupaciones, hasta los momentos más cuajados de sentido, hasta los instantes más intensos reclaman un modo de afrontar la indefensión y el desamparo. Es en definitiva un estilo de habitar el tiempo, una manera ineludible de ser singularmente quien se es, una forma, que con frecuencia se impone, de experimentar los límites, y no solo de las propias capacidades, sino asimismo del vivir.
La búsqueda reiterada de apoyo y de sustento alcanza a todas las dimensiones de la existencia, desde la constatación de que nos necesitamos. La autosuficiencia denota otras formas de ignorancia y de carencia. En este sentido, ni la más alta distinción nos hace distintos. Lejos por tanto de limitarnos a conformar espacios de pesadumbre, es cosa de afrontar esa incomodidad, que no es una simple molestia y que pude llegar a ser bien radical. Y es cuestión de buscar configurar posibilidades diversas de vivirla y de conllevarla.
Siempre hay buenos motivos para no estar plenamente satisfechos. Y en algunas ocasiones, pocos para poderlo estar siquiera mínimamente. Pero conviene no ignorar que ello no ha de ser considerado la gran razón del desamparo. Hay a quienes les es suficiente con constatar que nunca irán las cosas del todo tal como desearían para incluso no tratar de conseguirlas. Hegel nos muestra cómo así sería el proceder, que es un no hacer, del alma bella, que precisamente tiene una idea tan excelsa de lo que habría de lograr cada acción, que ante la previsión de que no conseguirá absolutamente sus objetivos, se paraliza nostálgicamente.
No pocas veces todo un tiempo permea esta sensación colectivamente. No es ya un simple asunto personal, ni una constatación individual. Sería insuficiente atribuirlo a un momento difícil o a una coyuntura complicada, por lo demás siempre bastante probable y hasta evidente. Parecería imponerse la impresión de que hay poco que hacer. Una cierta impotencia nos situaría ante lo inexorable. Tal parecería que carecemos de medios y de fuerzas.
Y en el extremo, podríamos considerar que no es propiamente un asunto muestro, salvo en la medida en que nos afecta o podría afectarnos. Cabría lamentarse, incluso, eso sí, mostrar nuestro rechazo, pero la indefensión y el desamparo nos plegarían sobre nosotros mismos, tratando de que amaine la situación o, en todo caso, de amortiguar sus efectos. Vendríamos a ser pusilánimes.
Sin duda, la serena visión y el reconocimiento de las propias posibilidades son aconsejables e imprescindibles. Y la constatación de quiénes somos y de nuestra insatisfacción prácticamente ineludible. Pero se trata de hacer de ella una fuerza de acción y de creación. Para empezar, de uno mismo.
Ni las vidas cotidianas son en general tan apasionantes, ni los desafíos adoptan siempre el rostro de algo sugerente y fascinante. Todo parece inducir a un mero dejarse llevar por lo que pasa. Lo que nos convoca se resiste a ser atractivo y un gran ceremonial de seducciones más bien parecería buscar oscurecer la incomodidad radical, por la vía de la proliferación de tareas y de ocupaciones. No sería preciso ni siquiera resignarse. Bastaría, se dice, con ser realistas.
Sin embargo, en situaciones de enorme gravedad y urgencia nos encontramos con quienes hacen de su propio desamparo más bien impulso para dejar en evidencia la debilidad de nuestro lamento, no pocas veces sin embargo bien razonable. No es un asunto de encontrar alivio en las dificultades ajenas, ni consuelo en lo que con frecuencia es incomparable, sino de hacernos cargo de que es preciso no distinguir y no confundir indiscriminadamente lo que pertenece a las vicisitudes y avatares del propio vivir, de la propia vida, y lo que resulta absolutamente impresentable e insoportable y obedece a la injusticia del proceder humano. O a la inoperancia. Y no se trata de dejar a nadie en el desamparo. Precisamente podríamos entonces encontrar en nuestra constitutiva orfandad aún más fuerzas para abordar con contundencia indefensiones que responden a causas bien concretas.
(Imágenes: Fotografías de Lihuel González y Gonzalo Maggi, 2011, 2012 y 2013)
Hay 7 Comentarios
Quien no posee las elementales estrategias de supervivencia en el entorno en que la vida lo ha colocado está destinado a padecer no sólo por las carencias que le acarrea su falta de aptitud circunstancial o constitutiva sino por la angustia que genera la conciencia de la propia indefensión. Ese desamparo parece injusticia en la medida en que la empatía coloca a cada cuál ante la común condición humana y la desigual suerte de quienes, en cambio, sí disponen de la posibilidad de aprovechar sus propias habilidades, innatas o aprendidas. Sin embargo, no se trata solamente de un estado existencial que esté relacionado con una consciente disparidad de oportunidades ocasionada por la voluntad humana, las vicisitudes de la coyuntura económica o por la biología. Quien está desamparado puede padecer las carencias producidas precisamente por un exceso de amparo, por un exceso de paternalismo, por una viciosa convicción de que la existencia ha de llevar aparejada la subvención de deseos y necesidades por inexcusable obligación de la sociedad en la que vive; un desamparo, así, inducido tanto por la falta de iniciativa personal como por la resignación a un mero medro cotidiano sin horizonte. La confrontación política de los últimos doscientos años, al cabo, no ha sido otra cosa que un enfrentamiento entre quienes cultivan el desamparo mediante la actualización de la anona latina y quienes pretenden que cada individuo asuma la responsabilidad total de su existencia, merecedora de ayuda principalmente cuando la adversidad crea circunstancias excepcionales.
Pero no son esas las únicas formas de desamparo que cabe considerar; hay otra más fundamental, que atañe al sentido mismo de la filantropía y la dimensión humanista de la ética comunitaria. Es el desamparo de los que no tienen ni siquiera voz para demandar ayuda, de los que, seres humanos en una etapa embrionaria, están en un estado de completa indefensión, sometidos al triste albur de ser tratados no como lo que son, individuos concretos de nuestra misma especie, con vida propia y herencia irrepetible, sino según la condición imaginaria de cosa sin valor que una errada concepción ideológica –de izquierdas- les atribuye. No hay desamparo más extremo que éste: el de quienes son condenados por egoísmo desinformado y ceguera política a la más execrable extinción. Cuando al ser humano le es negada hasta su propia naturaleza porque los deseos primarios de quien practica esa ceguera voluntaria hacia quien ya es otro colisionan con el más elemental sentido ético, se produce una inversión de valores que, para ser soportado desde la inconsistencia intelectual, ha de crear un compartimento estanco, un agujero negro moral en que sea posible hundir la incomodidad de mostrar piedad por el más débil.
Publicado por: Witness | 13/02/2014 10:23:20
La debilidad, y por tanto la indefensión y el desamparo, es algo relativo, depende con quien, en que situación y circunstancias. La historia nos da a conocer que nadie, ni persona, ni organización, ni Estado, está libre de caer en una situación de debilidad, indefensión, desamparo y por consiguiente de sufrir la represión de otro u otros. En la política con mayúsculas y en su continuidad a través de la guerra, en numerosas ocasiones a lo largo de la historia ha ocurrido que aquellos que creían que su fortaleza les daba derecho a invadir territorios ajenos, saquearlos y privar de derechos y libertades a sus ciudadanos, se han visto obligados a jugar una segunda parte del partido de su historia, siendo débiles, sufriendo indefensión, y las consecuencias de la venganza de aquellos a los que habían oprimido por el simple hecho de ser más débiles.
La vida da muchas vueltas, nunca se sabe de qué cántaro te verás obligado a beber, tal vez algún día de la misma agria agua que antes has hecho beber a otros.
Publicado por: ECO | 11/02/2014 13:20:53
Existen indefensiones prioritarias: los niños y algunos mayores que no se valen por sí mismos, requieren la intervención y la urgencia. Todos de alguna forma nos sentimos indefensos, por el desconocimiento sobre nosotros mismos, y el mundo que nos rodea.
Las impotencias racionales que provocan las políticas impuestas, la esclavitud disfrazada, la carencia de medios para la supervivencia etcétera, son los más dramáticos. Los otros se pueden superan, dependiendo del grado de asimilación, o adaptación de cada persona.
Publicado por: Nely García | 11/02/2014 10:57:47
La indefension de aquellas bellas almas que permanecen en su nostálgica incertidumbre amparan y desamparados colectiva mente. Los buenos motivos se ocasionan cuando uno está plenamente satisfecho. Pero hay una gran cobertura de acciones sabidas y no ejercidas. Por lo que el desamparo actual sobre su indefension. Quizás la indefension con lleva configurar la posibilidad de alcanzar a comprender las causas que perduran en la modestia de eliminar las causas del desamparo.
Publicado por: Lidia Martín | 11/02/2014 10:53:50
Entender lo real que nos pasa a cada instante, significa tener los ojos abiertos, y la mente despejada.
Ver y entender desde la necesidad, desde el hambre, no siempre es bien visto en una sociedad que necesita justificar la censura.
Para resumir las injusticias necesitamos ojos y cabeza, que distinga los errores sacando conclusiones, que desde la palabra o la palabrería, se intentan aventar como humo colando goles por la escuadra a las mayorías.
Cobrando el doble.
Justificando, que los goles por la escuadra metidos a la gente de la sociedad toda, son lo que nos merecemos por ser personas racionales, y administradas.
Por necesitar ser conducidos, por ser gente civilizada, por ser familias, padres y madres, por consumir necesidades, por vivir en grupo, por ser pueblo.
La indefensión no es ceguera ni estulticia.
Encima de la tierra, desde que el mundo es mundo estamos observándonos unos a otros.
Viendo los requiebros.
Para llevar por delante la indefensión y el desamparo de quienes labran, trabajan, y se afanan.
Publicado por: Ridau | 11/02/2014 10:53:06
Esta entrada del blog de hoy me hizo acordarme del poema El Barco, de Neruda:
"Pero si ya pagamos nuestros pasajes en este mundo
por qué, por qué no nos dejan sentarnos y comer?
Queremos mirar las nubes,
queremos tomar el sol y oler la sal,
francamente no se trata de molestar a nadie,
es tan sencillo: somos pasajeros.
Nosotros no sabíamos
que todo lo tenían ocupado,
las copas, los asientos,
las camas, los espejos,
el mar, el vino, el cielo.
Por qué tantas ventajas para ustedes?
Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?"
Aunque quieran vendernos las bonanzas absolutas del esfuerzo, qué arbitraria resulta siempre la vida.
Ell "mar es duro... y llueve sangre".
Saludos
Publicado por: Marina | 11/02/2014 10:20:09
Se nos vende la injusticia como el producto de un orden lógico inmutable. Los publicistas de esa mercancía se lavan las manos -Pilatos con corbata y traje caro- aduciendo que no se puede hacer nada: con una mano provocan desamparo, con la otra agitan el humo ante nuestros ojos, y con la lengua y el bolsillo y la cartera de acciones sostienen que para la sociedad la indefensión es incluso beneficiosa, revitalizante, moralizadora. Se apoyan en cálculos inescrutables para defender su postura, que desde el argumento o la ética o la simple empatía resulta indefendible.
Y aquí estamos, soportando nuestra indefensión y la de los otros como si fuera el resultado de una ecuación calculada por un Dios con mala leche.
Publicado por: Trinidad Noguera | 11/02/2014 9:45:50