Se dice que pensar es medir. Y ello requiere sin duda algunas consideraciones. Se prejuzga en qué consiste hacerlo, y se utiliza para apuntalar así la objetividad de nuestros planteamientos, aunque tal vez precisemos detenernos antes de presuponer demasiado. Si por medir se entiende simplemente elaborar cálculos, o establecer numéricamente distancias, alturas, longitudes, superficies o volúmenes, difícilmente estaríamos de acuerdo. No se reduce a un asunto de dimensión. Eso no significa que al hacerlo dejemos de pensar, pero desconcierta una cierta tendencia a estimar que hemos de constreñirnos a dar cuenta y razón, como si ello garantizara la verdad. En tal caso, sería suficiente con comprobar y con comparar. Ahora bien, baste con recordar que el sentido de la medida no se limita a medir. E incluso que medir tiene otro y mayor alcance. Desde luego se requiere competencia pero, además de que aquello que nos ocupa sea mensurable, también se precisa capacidad de mesura.
La ponderación es la capacidad de sopesar, incluso los actos. Y más aún, hasta sus consecuencias. Entre otras razones, porque una acción en rigor ha de incluirlas. Los efectos no son indiferentes, ni es cosa de eludirlos desde una apática irresponsabilidad. Presumir que uno no lo buscaba ni lo deseaba, como eximiéndose de ello, es ignorar que el actuar activa mecanismos y procedimientos capaces de continuar lo que llamamos actos, que es la puesta en marcha de un proceso con tendencia, por tanto, a proseguir. Así que, si de medir se trata, conviene no dar por medido de entrada aquello que dice querer medirse.
Parecería que semejantes inquietudes minusvaloran el sentido de la mesura. Al contrario, esta no es un mero ingrediente sino un componente de la acción, lo que justamente la caracteriza como ajustada y susceptible de ser justa. El equilibrio, la armonía, la serenidad no son formas de displicente indiferencia para con la cosa, sino un modo radical de atención y de contemplación.
La mesura incluye la capacidad de comprender que ni todo se agota en la distancia respecto de nuestros ojos, ni se restringe al alcance de nuestros brazos, ni de nuestra voz, ni de la facultad de nuestro oído. En definitiva, porque “el hombre es la medida de todas las cosas”, como asegura Protágoras, precisamente por eso, conviene no estar tan seguro de que serlo se reduce a medir. No basta la vista, se requiere la mirada, no basta el brazo, se precisa el abrazo, no es suficiente con la voz, se necesita la palabra, no basta el oído hace falta la escucha. Y siempre pensamiento.
La mesura no consiste sin más en medir las consecuencias, sino en tenerlas en consideración para decidir y asumir el riesgo con entereza. La audacia de ser mesurado no es la ausencia de decisión, es un modo de decidir. No es estar exento de intensidad y de pasión, es dar con la distancia idónea y pertinente. Y no hay demasiadas indicaciones al respecto. No es el temple del apaciguamiento de la voluntad de actuar, sino el de la templanza en la acción. Entre el miedo y la osadía, la mesura cultiva la prudencia. Es la moderación de ocuparse directa y claramente, sin distracciones en el mero cálculo. Es inteligencia práctica. Se pronuncia contra la supuesta eficacia del descuido. La mesura incluye el alcance y repercusión en los demás de lo realizado. La mesura ha de cultivarse y es educación.
La desmesura social no ha de confundirse con la firmeza en las actitudes y comportamientos. Como si ser desconsiderado fuera una prueba de energía. Menos aún se trata de estimar que es garantía de éxito en las acciones. Las buenas razones y los buenos argumentos precisan de la coherencia e insistencia de las convicciones y de los modos pertinentes para hacerlos valer. Y no pocas veces precisamente el exceso de las cautelas o la ausencia de las mismas debilitan la incidencia de lo realizado. En este sentido, la mesura es eficiente y en numerosas ocasiones produce efectos de incorporación y de asentimiento que no le restan ni fuerza, ni alcance.
Reducir el pensamiento a puro cálculo no es sino otra desmesura. Ni el cuidado es mera meticulosidad, ni es cuestión de pretender confundir el sentido de la medida con el control absoluto, la garantía inequívoca y el dominio total. No es suficiente con que nos convenga. Es preciso que sea conveniente. Y en esto Aristóteles nos enseña que la pertinencia de algo no se agota en nuestro interés individual, ni en la mera satisfacción o posesión. La mesura no pretende clausurar en cada caso la realidad de lo viable. Más bien inaugura otras posibilidades, dado que no es ninguna mediocridad, ni medianía, ni término medio. Antes al contrario, se trata de la innovación que procura la tensión y la exigencia de lograr la mejor armonía.
En cierta medida, también la mesura empieza por uno mismo, por tratar de armonizar y de coordinar la pluralidad de voces en que uno consiste. Reconocer que somos diálogo, incluso singularmente, como ya Gadamer de la mano de Platón nos recuerda, que nuestro pensamiento se sustenta en esta acción de acordarnos es clave para comprender.
Sin embargo hay una cierta tendencia a considerar que la mesura es tibieza o ausencia de compromiso, falta de contundencia, mientras goza de privilegio el exceso. Y tal planteamiento empieza por impregnar nuestro lenguaje. Presumimos que se es más sincero y más directo si se es descuidado, incluso con las propias palabras, si se es intransigente, prueba por lo visto de autenticidad, si no se atiende a razones, lo que confirmaría la determinación y la claridad de ideas. Escuchar, buscar, conversar serían ceremonias de dilación, y más aún si se hiciera mesuradamente. La sensatez, la circunspección o la discreción completarían la constatación de falta de intrepidez.
Ya Séneca nos previene de que hay que ser muy fuerte para ser moderado. Y ello supone toda una actitud personal, social y política. En momentos singularmente complejos, convocados por urgencias insoslayables, conviene no olvidar que la mesura es una manera de abordar directamente los asuntos, una forma de considerar la acción, con alcance y repercusión, pero sin ampararse en prisas que no pocas veces emboscan otros intereses. Entre la mesura y la audacia, más vale la audacia de la mesura.
(Imágenes: pinturas de Tania Rapoport; Circular, 2011; Audaz Balanceo, 2010; Materialización, 2012; y De cara a la fe, 2010)
Hay 9 Comentarios
Hay que ser capaz de abarcar ampliamente la realidad para poder ejercer la mensura; hay que poder distinguir hitos y mojones sociológicos, psicológicos e históricos para calibrar escalas y establecer en qué apoyar la medida de segmentos y ángulos humanos, individuales o sociales. Si nuestro acceso a lo real estuviera limitado a una estrecha franja de percepción, no sólo cualquier medida estaría sesgada por la falta de perspectiva sino que hasta la posibilidad de darnos cuenta de cualquier posible error no intencionado quedaría coartada por la menos falsable de las seguridades. No es infrecuente la creación espuria de tales anteojeras intelectuales, en no pocas ocasiones designadas con términos de la más acrisolada categoría cultural: ideología, religión, partido, clase... Unas anteojeras que pueden llegar a disponer de cuantos elementos sirven al francotirador como punto de mira y acabar conduciendo a la confusión entre pensamiento y actividad cinética.
Toda medida es comparación. Con un patrón adecuado, los fenómenos humanos adquieren justa dimensión en el ámbito de cuanto acontece a diario. Para el humanismo ese patrón es el hombre, el ser concreto en su integridad; no una abstracción más o menos constreñida por el prejuicio sino el completo ámbito de nuestra común naturaleza. Debemos reconocer cuánto de irracional, cuánto de atávico medra entre nosotros, tanto porque hemos de discernir cuál es el alcance de las decisiones morales sobre la base inestable del párvulo albedrío como porque sólo desde la conciencia de las acechanzas de la afectividad desbocada es posible moderar el juicio y minimizar el error propiciado por la emoción, esa anteojera insidiosa que aún no ha eliminado la evolución biológica de nuestra especie.
Ser mesurado implica mesurarse, someterse uno mismo a la medida que a otros pueda ser dirigida, sospechar del trampantojo urdido por el autoengaño en la misma o mayor medida en que dudamos del -acaso involuntario- disfraz ajeno. Claro que esto acarrea otro problema: ¿cómo conseguir que la sospecha no ascienda hasta la desmesura?.
Publicado por: Witness | 06/02/2014 11:58:42
Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte,
ni qué preguntarte.
Sólo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guiado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser,
del que es desdichado, ver
a otro que es mas desdichado.
"La vida es sueño"
Publicado por: LLAMADME ISMAEL | 05/02/2014 9:42:00
Sopesar es beneficioso cuando no existe obsesión, pues todo es relativo. Poner demasiado empeño en medir, puede conducir a quedarse atrapado, en la maraña de la medida.
No todo en la existencia se puede calcular, imagino que es más eficaz, equilibrar audacia, mesura, e intuición.
Publicado por: Nely García | 04/02/2014 10:28:22
Hoy repaso la prensa de lo acontecido en el panorama político educativo español del día de ayer... se requiere a los maestros desde las altas instancias actuar como "coach" de los alumnos, la "hortericie" es verdaderamente demesurada.
¡Cuánto se le echa de menos, profesor!
Publicado por: Campanella | 04/02/2014 10:15:00
*El hombre es medida de todas las cosas* palabra sabia que aprecia y embarga los anclajes destinados a ofrecer obediencia a todas las cosas habitadas y por haber en el conjunto de sus alternativas. Garantiza una verdadera igualdad de oportunidades que solo son posibles en la audacia de ser mesurado.
Publicado por: Lidia Martín | 04/02/2014 10:01:07
Es verdad que en los tiempos que corren, muchas veces cuesta medir las consecuencias de las acciones, normalmente lo hacemos después de haber actuado, y entonces ya no sirve de nada reconocer que nos hemos equivocado. Mi abuelo siempre decía que no vale de nada pedir disculpas cuando ya se ha dado el bofetón a alguien, porque el daño ya estaba hecho y las palabras no tienen faccultad de enmendarlo.
http://interesproductivo.blogspot.com.es/2014/02/tiene-limite-la-desfachatez.html
Publicado por: Interés | 04/02/2014 9:36:37
Lo cortés no quita lo valiente.
Sobre todo después de descubrir la educación y los modales en las relaciones comerciales y administrativas, que la sociedad reunida en poblaciones se da a si misma como una forma de diálogo.
Como un código de conducta, y como un seguro de supervivencia y garantía de éxito.
La prudencia y la mesura.
En las relaciones continuadas de unas personas con otras personas ajenas al lugar, o de diferentes culturas.
La prudencia es requisito fundamental, y la educación, y las hechuras y las maneras.
El respeto es dignidad y refuerzo de nuestra firmeza.
El respeto es fortaleza, que nos dignifica.
La zafiedad por el contrario es un riesgo, que una vez asumida nos sitúa en el disparadero de tener que lidiar con el riesgo de tener que responder al mismo nivel de desprecio por la otra parte.
Y en el peor de los casos tener un enfrentamiento no siempre liviano, que alargando el intento podría llevarnos a un desastre sin medida.
Ni posibilidad de arreglo.
Por no ser prudentes, por ser unos bocas, por despreciar al contrario, por despreciar, por insultar la dignidad ajena, y por altaneros.
Muchas personas lo han perdido todo.
Incluso la vida en el intento.
Por despreciar la medida y el alcance de la prudencia.
Publicado por: Armengol | 04/02/2014 9:31:12
La mesura, para reyes, gobernantes, políticos y algunos espacios Para los espíritus que eligen servir, mesura audaz y para mortales sencillos o los siempre niños bajo el sol, audacia.
Publicado por: Tetis | 04/02/2014 9:25:53
La mesura, para reyes, gobernantes, políticos y algunos espacios Para los espíritus que eligen servir, mesura audaz y para mortales sencillos o los siempre niños bajo el sol, audacia.
Publicado por: Tetis | 04/02/2014 9:25:52