El salto del ángel

Recuperarse y aguardar

Por: | 28 de febrero de 2014

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Decimos que algunos tiempos son muertos. No es de extrañar entonces que para corresponderlos nos tumbemos. Tienen no poco de interrupción, pero no menos de impasse. En ocasiones se trata de aguardar y ello no es simplemente detenerse, es un modo de atender o de respetar algo que en cierto sentido se reconoce. En algún sentido supone esperar a que escampe o amaine, lo que no siempre depende de nosotros, y de no hacerlo al acecho, sino desplazando la mirada. Curiosamente a veces se logra así desplazar la cuestión. Pero la espera no es una pasividad.

Somos convocados permanentemente a estar vigilantes, ocupados, tenidos y entretenidos en lo que, por lo visto, corresponde. Nada de distracciones, de dilaciones, de despistes. Quedamos advertidos. Fijados por lo que somos llamados a hacer o a contemplar, cualquier disipación supondría desatención, falta de información, desconsideración para con lo establecido como decisivo. Todo un sinfín de alertas nos tendrían en vilo. Permanentemente al aparato, atentos a las novedades, a cualquier brisa o indicio de leve modificación. Todas las acciones cotizan y hemos de precavernos de sus vaivenes y vicisitudes.

En tal caso, cualquier relajación podría suponerse un gesto, aunque fuera mínimo, de transgresión, un atisbo de un proceder insurrecto. Incluso el reposo habría de sopesarse y de dosificarse para inmediatamente retornar al avispero de lo que no cesa de transmitirse. Nuestra propia escucha habría de ser fecunda y operativa y replicar, siquiera en el modo de diversas formas de impugnación, el caudal de signos y señales que tejen mundo.

Por ello, encontrar ámbitos de serena toma de distancia para cuidarse de no danzar al ritmo de lo noticioso exige una verdadera decisión. Se hace preciso procurarse un espacio, habilitarse un tiempo, y velar para no verse envueltos en la vorágine de lo que requiere nuestra total dedicación. Así, ocupados en estar al tanto, todo parece reducirse a estarlo.

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De ahí que haya formas de presunta desocupación que supongan otras modalidades de consideración, aquellas que comportan un cuidado, el de no limitarse a lo que Kant denomina “el afán de novedades”. Aguardar no es lo mismo que estar en guardia permanente. Tampoco significa limitarse a la pasiva actitud de demorar la contestación. Es un modo de responder que no se limita a ceder a la presión de lo que suena una y otra vez, en un permanente estado de alerta.

En entornos acuciantes parecería que lo más recomendable consistiría en rodearse de todo tipo de instrumentos, conectarse con diversos dispositivos y mantenerse en relación constante con las fuentes de difusión y de generación de lo que merece conocerse. Tal vez así, pensar se reduciría a enterarse, a estar enterado. Y ciertamente, se trata de informarse, pero ello no significa conformarse con el acopio de lo contado. Por otra parte, ni siquiera la mejor información se reduce a la mención abrupta de lo inmediato. En efecto, podría convocarse así nuestra intervención, nuestro pensamiento, nuestra decisión, pero la proliferación acuciante de lo que no cesa de fluir reclama no sólo una actitud crítica, sino explícitamente, en no pocas ocasiones, una toma de distancia.

No es cosa de huir, ni de procurarse un refugio, ni de ignorar lo que sucede, ni de mantenerse al margen de los acontecimientos, pero la disparatada dedicación a estar no ya al día, sino al minuto, viene a ser un fin en sí mismo que impide otras consideraciones que las de replicar lo recibido y, como suele decirse, reaccionar inmediatamente. En ocasiones, se trata en efecto de eso, pero el constante juego reactivo no invariablemente problematiza la cuestión.

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No siempre por falta de implicación, ni por indiferencia, hay momentos en los que se hace preciso desprenderse en la medida de lo posible de la agitación de lo que nos acucia y procurarse el reposo de otro modo de atención, que implica velar por las condiciones para sentir y pensar más allá del dictado de lo que nos adviene. Se hace necesario lograr incluso alguna modalidad de silencio, no la de la indolencia o la despreocupación, ni la de la perezosa distracción o dejadez, ni la del abandono a su suerte de los acontecimientos, sino aquella en la que encontrar razones y fuerzas para sobrellevar y afrontar lo que sucede, para escuchar, a fin, para empezar, de no dejar de ser uno mismo.

No es cuestión de vivir permanentemente obsesionados por lo que ocurre, por lo que se dice, por los rumores, por los indicios, por los pronósticos, por lo que parece, por lo que podría ser…, actitud de efectos más bien descorazonadores o paralizantes.

Además hemos de tratar que la recuperación económica sobre la que tanto se proclama trabajar, y que es sin duda imprescindible, no domine todo el sentido de la acción, y no ignorar la recuperación personal, cuya finalidad no es simplemente reponernos, sino no entregarnos a escalas de valores, a intereses y a actualidades que, siendo de gran importancia, sin embargo podrían vaciar nuestra capacidad precisamente de afrontar el presente y de cuestionarlo.

Hay asuntos que se ocultan por exceso de aparición. Su poder hipnotizador obnubila los espacios de intervención. De ser así, es sensata una cierta displicencia para con lo que trata de imponer lo único que habría de merecer nuestros quehaceres. Tal vez cabe llamarlo reposo, quizá reflexión, a lo mejor meditación, en todo caso un ejercicio de pensamiento para no caminar al albur de lo que, según sentencia ajena, es lo que ha de ocupar nuestras vidas. No es simplemente un acto de defensa. También de resistencia. O de impugnación. En definitiva, de libertad.

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(Imágenes: Pinturas de José Trujillo)

 

 

Hay 9 Comentarios

Nos pasamos la primera parte de nuestras vidas conociendo las existencias de los otros y asimilando o comprendiendo qué les mueve o da sentido a sus vidas... hasta que llega el momento en que nos toca elegir y, en este punto, cualquier camino que optemos será válido si responde a nuestro corazón, si nos procura felicidad o, al menos, bienestar y si tiene que ver con nuestros valores.
En ocasiones este camino coincide con lo aprendido, lo conocido, lo común, lo "normal" y, desde mi parecer, no requiere tanto coraje como ese otro sendero que a veces nos llama y que da sentido al existir... y para el que se requiere un valor añadido porque carece del apoyo de los que te rodean e, incluso, en ocasiones, de los que te quieren y porque se trata de un transitar nuevo y, por tanto, desconocido.
Hace falta coraje para lanzarse al vacío. Todo transitar alejado de lo común y de la aprobación general es un recorrido solitario y abrupto pero cuando es el amor (a la vida y a uno mismo) lo que te mueve no resulta tan difícil adentrarse en él y comprender y aceptar que todo tropiezo o dolor que se den en esta vereda es el paso necesario para avanzar, crecer y llegar a encontrar tu sitio en este mundo y el sentido de este pasar por él.
Cuando el hacer coincide con el decir (que es el sentir y el pensar) la dicha que se siente es incomparable... aunque sé que los hay que encuentran su paz en la aprobación de sus iguales o en coincidir con ellos, por lo que eligen el sosiego de una ruta compartida sin más miramientos. También, a veces, parece ser la falta de creatividad la que determina andares poco particular o, como me temo, la falta de valor y coraje que no parece ser otra cosa que miedo o ausencia de amor a uno mismo. Parar y recuperarse para observar, reflexionar y reponer el coraje que hace falta para escuchar los dictados de nuestro propio corazón para que dancemos con armonía por esta, nuestra existencia

Muy buena entrada! Parar, esperar, reflexionar. Totalmente necesario para poder seguir. No huir ni ignorar la realidad, sino detenerse y reflexionar. Me ha encantado!

Las palabras de nuestro anfitrión parecen espigadas del jardín de Epicteto: “aprende a esperar y a evaluar en lugar de reaccionar siempre obedeciendo a un instinto inexperto”. No es cuestión de quedarse sentado un escalón por debajo de la ataraxia, ni de vacar en la impasibilidad aparente, pero cierta restricción en la acción apresurada para mejor discernir entre el impulso y el motivo, entre una antipatía inconscientemente y una realidad que apenas resulta comprensible, permite que nos coloquemos más próximos a eso que comunmente llamamos libertad, que no necesariamente se puede asimilar a la verdadera independencia del albedrío. Cuando no alcanzamos a discernir entre apariencia y realidad, confusos porque lo que consideramos evidencia resulta cuestionado por una contradicción que se nos hace explícita por labios ajenos, hemos de darnos un momento –más o menos prolongado- para asimilar la limitación que, desde otra conciencia aparentemente más segura de sí misma, se nos achaca. En esa tesitura, la cuestión es si somos capaces de realizar un juicio ecuánime, si la sinceridad personal, interior, puede ser considerada suficiente para aquilatar el propio bagaje de referencias y reflexiones.
Podríamos, por supuesto, hacer de esa meditación una mera escusa sin valor; podríamos dejar que los pre-juicios yugularan cualquier posibilidad de duda de manera que lo que pretendiéramos hacer pasar por reflexión en la quietud buscada no fuera sino una excusa para reincidir en cualquier idea o comportamiento anterior. Para eso, no vale la pena buscar el horaciano huerto, en el que no haríamos otra cosa que practicar las mañas de Onan sin consideración alguna por cuanto nos cuestionara personalmente, por cuanto nos invitara a mirar con ojos sin velo los hábitos de pensamiento y acción asentados en la levedad del raciocinio y en la costumbre de que otros nos suministren los lugares comunes en que nos resulta más cómodo obrar. El retiro y el descanso son también campo de lucha del yo; de otra forma, ¿a qué otra cosa podrían asemejarse que a la cuna infantil en que nos arrullaran el desvalimiento y la inconsciencia?. Más que a una recuperación, deberíamos aspirar a un descubrimiento.

Tiempo muerto: muy corto para hacer algo y muy largo para esperar sin hacer nada.En la actualidad nada hay actual todo es pasado y futuro por la rapidez en que se producen las noticias, los acontecimientos, lo ya es pasado y esta llegando, en esa voragine los tiempos que llamamos muertos son la oscuridad de un pestañeo o el instante entre la aspiracion y expulsion del aire en la respiracion y no hace falta alejarse a lugares retirados y solitarios se puede estar muy solo en medi de una multitud y muy acompañado solo en el desiertor, depende de nuestra actitud el exterior influye pero no determinsnte, dice Fray Luis de leon: la callada senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido y Lope de Vega, para andar conmigo me bastan mis pensamientos
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Desde que las ideas pululan y se entrecruzan en nuestras cabezas de personas razonablemente cultas, estar quietos o parados no significa estar dormidos.
Pues hasta las madres y los padres, cuando están sentados ante la lumbre, hablan de lo que se ha de hacer mañana con los ojos semicerrados.
Imaginando ahorros o composturas.
Estar quietos no significa renunciar, ni ser pasivos o pasivas delante del reto diario.
Que vemos porque somos conscientes, como criaturas que piensan y deducen a partir de los presentes.
Y de los pasados.
Las personas a diferencia de los animales no racionales, proponemos soluciones desde lo visto, desde lo anotado, desde el recuerdo.
Y desde los resultados obtenidos, buscando mejoras.
Renunciar a ejercer como personas, es más que cobardía, es un derroche de nuestra existencia perdida en nada, que no nos podemos permitir.
En un existir por nada.
Desde lo bueno, lo regular o lo malo.
Si estamos presentes, hemos de combatir desde nuestro puesto, aunque sea pensando.
Y quien tiene arrestos, actuando en defensa de nuestra esencia de personas, ejerciendo como tales.
Haciendo sonar el instrumento de la inteligencia, desde el patrón y el esquema que nos marca nuestra condición de seres humanos.
Vivos, y como continuidad de la misma simiente que nos engendró.
Solo por respirar sobre la faz de la tierra, no podemos pasar de largo de nosotros mismos.
No nos lo podemos permitir.
No nos dejaría hacerlo nuestra propia condición.
De seres humanos.

La necesaria revolución, la verdadera actitud contestataria. La urgente respuesta individual.
Siempre Genial.

José López Martí, con su pequeño bolso de viaje en la mano, ha subido al autobús que rueda hacia la Estación de Ferrocarril. En el equipaje, José López lleva dos aderezos para mudarse, dos pañuelos, un par de calcetines negros, recado de afeitado, una pastilla de jabón sin olores, un peine, un pijama, una botella de agua y un libro, titulado «Tratado de las sensaciones», de Condillac. En sus solapas aparece escrito: «Etienne Bonnot de Condillac nació en 1715 y murió en 1780».
José López ha llegado a la Estación de Ferrocarril, se ha acercado a la ventanilla y ha comprado un billete de primera clase para Madrid. Luego ha montado en su tren, que sale a las tres y arriba a las nueve. Es un tren moderno y confortable, que se desliza suave, mientras se balancea de uno a otro lado. En el vagón apenas hay doce personas; todas, aisladas, viajan en silencio. José López ha elegido su butaca y se ha sentado sin compañía; sobre el sillón de su derecha ha colocado su equipaje. Durante unos minutos, el hombre ha mirado el paisaje caldeado por el sol de la tarde.
José López nunca lee periódicos ni revistas. Opina que representan la actualidad, y piensa que la actualidad no es la historia, sino las pasiones, la moda, el entretenimiento, el falso valor, los idolillos de la plazuela. Mantiene, por ejemplo, que la actualidad de 1606 era, sin duda, el nombramiento de un arzobispo, y no Cervantes. Empero, aquel arzobispo no era la historia, y Cervantes, sí. Sostiene que el contenido histórico de los hechos, es decir, los acontecimientos, no aparecen reflejados en la actualidad. La actualidad son las actrices del cinema, las coimas importantes, los políticos, las modalidades y cuanto es trivialidad y fruslería. Él se recrea en imaginar que la Historia puede anidar en las meditaciones de un zapatero remendón de Chinchilla, y sabe que el tal zapatero no es la actualidad ni lo será jamás. En resumen: José López no lee periódicos porque rehúsa vivir «sub specie instantis».
La actualidad nos enajena, entretiene, aturde, disipa y aparta de nuestra calidad de criaturas históricas ―considera José López―. Para enfrentarse a ella, no basta dejar de leer periódicos, porque aquel demonio nos envuelve, filtrándose en nuestro ser, hasta convertirlo en simple resultado; en suma: en baladí. La actualidad acecha para arrancarnos de la historia, sacarnos de nosotros y arrastrarnos hacia su Infierno, donde todo es nadería y sucedáneo. Pretende separarnos de los brazos de la Naturaleza, del pensamiento, de la tragedia y del dolor.
José López entiende que la lucha contra nuestra actualidad debe encarnarse en guerra contra la adquisición desmedida de mercancías, y cree que este principio puede ser fundamento ético de un Humanismo moderno. Es inmoral gastar sin necesidad, y sólo hay necesidad cuando la exigencia resulta natural, no social ―dice él―. O, expresado de otra manera: consumir como felicidad es el postulado más satánico que cabe proponer. En una sociedad adquisitiva, todo bien tiene precio, y nada, dignidad. Como Manuel Kant, José López llama dignidad a la condición de lo que no puede ser sustituido, y que, por tanto, carece de equivalente y precio, como la Naturaleza y el Arte. Una comunidad que tenga por fin la apropiación de objetos ―afirma José López― renuncia de antemano a cuanto posee dignidad; en una palabra: rebaja arbitrariamente al hombre, comenzando por no exigirle nada.

Miguel ESPINOSA

Creo que la acción, u omisión, depende de la cantidad energética acumulada: ella nos empuja a actuar en los momentos de abundancia, y a reposar en los de penuria para seguir acumulando. La reflexión, o reposo, nos permite ver con más claridad lo que nos conviene, no para alcanzar metas sino, para vivir con armonía, en el camino ya marcado.

Me parece una magnífica reflexión que nos ayuda a tomar decisiones. Las decisiones no son fáciles muchas veces y cuando no lo son, tomarlas nos atormentan, y lo que es peor, después de haberlas tomado, nos atormentan más aún. Someterlas a un periodo de reflexión sereno, nos da serenidad, sobre todo porque es preciso seguir tomando decisiones y dejar el espacio, el cuerpo y el alma, preparados y en condiciones.

¡Una propuesta reconfortante!

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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