El salto del ángel

Adolescencias diversas

Por: | 14 de marzo de 2014

BERNA$DI, Oronzio

Un vínculo no siempre explícito enlaza la adolescencia a un concepto de individualidad, y cierta individualidad a una determinada adolescencia. Eso nos impide reducirla simplemente a una etapa de la vida. Bastaría con caracterizarla como la permanente sensación de no ser comprendido, de no estar suficientemente atendido, de ser víctima de la desconsideración ajena, de reclamar una mayor respuesta a las exigencias y, sobre todo, de no acabar de entender ni lo que hay, ni lo que pasa, ni lo que nos pasa. Todo ello unido a una emergencia corporal que no parece corresponderse con el propio espíritu. Pero no solo. También responde a una voluntad de no conformarse con lo que ya sucede, ni de dar por supuesto que haya de ser ineludiblemente así. Con semejante planteamiento, pronto se comprende que no es tan fácil vivirla, ni desprenderse de ella. Y en cierto modo, podrían encontrarse razones para no hacerlo del todo.

No resulta sencillo encontrar el terreno en el que aposentarse, ni los caminos que transitar. Una cierta pérdida de referencias agudiza la desorientación. No solo se hace complejo conocer lo que uno desea, sino también complicado atreverse a quererlo. La parálisis ante una posible decepción coincide en última instancia con un exceso de actividad sin rumbo. Pero, de nuevo, no es prudente hacer de todo eso simplemente una valoración negativa. Desde luego, nada más insensato que establecer una catalogación de las etapas de la vida bajo el supuesto de que constituyen un lineal progreso desde la inconsistencia de lo impresentable hasta la luminosidad de la  madurez. Ello no implica que no sea posible ni haya, y conviene que sea así, un crecimiento en todos lo sentidos. Se trata de que no se produce inexorablemente. También hay pérdidas, y en muchos casos decisivas.

En general, no dejamos de deambular. Tampoco es cosa de englobar en un epígrafe llamado adolescencia toda una categoría de modos de ser y de formas de vida. Lo inclasificable e incatalogable de cada existencia es la clave del afecto singular y de la capacidad de verse afectado por cada quien, por cada uno, por cada una. Hay adolescentes y no siempre lo son en el período de la adolescencia. La sobrevuelan sin poseerla y se sienten tenidos por ella, sin que siempre quepa caracterizarla. Esta dislocación es propiamente su ubicación. Por ello, conviene no precipitarse a aplicar recetas preestablecidas para cada quien, y se requiere un modo peculiar de escucha, no menor que la que procuramos aplicarnos a nosotros mismos. Y en tal caso es probable encontrarse con el imperio de una soledad sin paliativos. Por eso sorprenden los juicios y prejuicios sobre la adolescencia, que curiosamente no parecen concernirnos.

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No es fácil aprender a ser uno mismo. Ni saber exactamente en qué consiste semejante y decisiva tarea. Se trata de la labor de toda una vida y no es específica de un momento inicial, ni de una etapa de la misma. Cabría esperar de dicha constatación una mayor comprensión para quienes, a su modo, atraviesan vicisitudes que nos son tan familiares, y no solo como recuerdo. Sin embargo, comprender no es limitarse a constatar. Y menos aún  a mimetizar el estado de cosas. Ni a ello se reduce enseñar o educar. Y hay algo que aprender. Pero si bien el objetivo no es instalarse en esa permanente adolescencia, y es preciso corresponder conjuntamente, cada cual a su modo, a esa tarea de necesaria transformación, el proceso exige estar dispuesto a ser en cierta medida otros. Y no limitarse a reclamarlo de los demás.

Con alguna precipitación caracterizamos la búsqueda de la singularidad como autocomplacencia egoísta. Descuidamos así hasta qué punto “educarse” es reflexivo y recíproco. Si no es una labor propia, si se reduce a limitarse dejar hacer, a la pasiva irrupción de una “verdad” ajena, pronto lo único que se contagia es la impaciencia, la inercia y la indiferencia. No se aprende a esperar, sino a dejarse llevar. Cualquier presunta mejora no pasa de ser una asimilación sin incorporación, una adquisición que no produce efectos. Y así se pervive en la adolescencia, eso sí, quizá ilustrada. Adolescentes con información, pero de nuevo con enormes dificultades para la asunción de responsabilidades.

Y hemos de reconocer hasta qué punto se produce un cierto desamparo. El enorme y continuado esfuerzo, la competencia y el oficio de quienes saben y se dedican a formar y a formarse permanentemente no ignora hasta qué punto descalificar o culpabilizar, no esperar nada mejor, ahonda el alejamiento hasta producir una verdadera hendidura que agudiza el aislamiento.

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Desde la constatación de nuestras carencias, de nuestras necesidades, de nuestras demandas, de nuestras insatisfacciones, desde luego no atribuibles sin más a las épocas, edades o coyunturas de la vida, se abren paso no pocas veces modalidades de adolescencia no siempre fáciles de identificar, pero que lo impregnan todo. Puede decirse que en ello hay algo constitutivo, aunque no es menos cierto que obedece en ocasiones a una cierta incapacidad para afrontar con madurez y con responsabilidad nuestras decisiones y sus consecuencias. La permanente exculpación, con la consiguiente inculpación de los demás, junto a una insatisfacción cuyas causas son tan múltiples como para hacernos presumir que lo alcanzan prácticamente todo nos hacen sospechar que encontramos alguna forma de refugio en esa supuesta imposibilidad de crecer y de madurar.

Un cierto temor a que fructifique lo que somos y quiénes somos, a constatar los límites y limitaciones propios, a asumir nuestra propia autonomía y libertad podría ampararse en que las cosas no son como deberían. Y en efecto es así. Pero es muy delator el afán, también algo adolescente, de encontrar inmediata satisfacción para nuestras acciones, de desear pronta recompensa, de no poder posponer ninguna realización, de no saber esperar. No sólo los valores son contagiosos, también su falta, y no menos la escala de valores.

La constatación de esta vértebra tan matriz y nuclear en cada uno de nosotros habría de ser a su vez el mejor caldo de cultivo de la comprensión de las, quizá, insuficiencias ajenas. Muy significativamente desconcierta la incapacidad para abordar y afrontar aquellas cuestiones que conciernen más directamente a las adolescencias más jóvenes, por identificar y distinguirlas de las que de una u otra manera tanto nos afectan a lo largo de la vida. La constante descalificación de los adolescentes, de las adolescentes, es tan inquietante como la simple asunción de su proceder, no exento también de formas de dominio y de violencia inquietantes y desconcertantes. E injustificables.

Efectivamente muchas veces no se sabe qué hacer, salvo aparentar que está claro. Por eso mismo, es cuestión de generar los espacios y de procurar los procedimientos para pensar y promover acciones, para decidir e intervenir, desde el conocimiento, el respeto y el afecto. En su defecto, parece más rápido y menos trabajoso hacer un relato de lo adolescente que se es en la adolescencia, lo cual parece tan razonable como inoperante. Quizás no más que el hecho de que nosotros reproduzcamos con nuestras caracterizaciones un modo de actuar que es exactamente aquel que reconocemos en otros como poco presentable.

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(Imágenes: Oronzio de Bernardi. L’uomo galleggiante, o sia, l’arte ragionata del nuoto scoperta fisica. Napoli, Nella Stamperia Reale, 1794; y Les nageurs. Le suprème bon ton. Atribuido a Charles Williams, 1801)

Hay 13 Comentarios

http://www.lashojasvuelven.blogspot.com.es
Hay una eterna niñez, una adolescencia condenada a no crecer, que es producto del abandono: Peter Pan, qué distinto del Quijote que lee Luis Rosales en Cervantes y la libertad, donde Don Quijote, como un adolescente, sale a buscar su identidad. Que es lo que es la adolescencia, como en esta reflexión se propone,
Si les interesa profundizar sobre adolescencia, y los porques del crecer y no crecer, en el enlace de arriba, Peter Pan y Aicia en el enlace.

Eran otros tiempos, pero no hace tanto que alguien con 15 o 16 años era considerado un adulto, capaz de formar su propia familia. Todavía hay culturas y países en donde esto sucede. Cierto es que antes se vivían muchos menos años que ahora, pero no creo que nuestra fisiología ni la actividad nuestro cerebro hayan aminorado su funcionamiento, ni que nuestra capacidad de madurar haya disminuido por ello. Y con esto no quiero decir que haya que independizarse de los padres o tener hijos a los 16 años, sino que estamos retrasando artificialmente nuestro desarrollo.

O, peor aún, lo estamos distorsionando al permitir, consentir, facilitar o incluso fomentar ciertos comportamientos y privilegios de los adultos, al tiempo que no demandamos o que impedimos que se produzcan otros. Y nos encontramos con personas que compran, conducen coches, mantienen relaciones sexuales o entran y salen de casa cuando les parece, como si fueran adultos, a las que seguimos tratando como escolares.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/miguel

Saludos profesor, magnífica entrada. Buen día.

Admito, profesor, no poder entenderle del todo y que, para mí, como adolescente aplazado y perpetuo que me siento (pero que niego que soy), ilustrar este su texto sobre la instrucción a la adolescencia con dibujos de ese tratado de Oronzio de Bernardi (que, por cierto, desconocía), podría ser una tierna e irónica manera de sugerir[me] que no se aprende ‒ni se aprehende‒ la vida ‒ya sea la arrojada, o la en riesgo, o la entusiasta‒ leyendo libros…


Aunque, quizá, habría que añadir, atendiendo a su decir, que tal actividad, la de leer libros ‒si es que así lo fuese o la pudiésemos considerar‒, tampoco supone un obstáculo para ello. Y sí un aliciente que, de algún modo, permite no sólo leer las huellas de otros, sino escribir y expresar las propias, e, incluso ‒y como creo que sugiere‒, permite acompañar la escritura y la expresión de las vidas ajenas. Aunque no siempre. Ni del todo.


Por otro lado, tanto desde la madurez desarrollada y realizada ‒la que muchos buscamos y perseguimos y menos la encuentran‒, como también desde una cristalización adulta que es estimada como formada pero que está cercana a un rigor inercial ‒o adulteración de la adultez, o simulacro impotente y anhelante de ella‒, parecemos prestos ‒con métodos prontuarios y manuales (actualizados a las demandas y aspiraciones del momento que nos es más propio)‒, no sólo a comunicar y a trasmitir a los adolescentes tal arte de nadar por la vida, sino, además, a impugnar el de nuestros mayores y ancestros. Ignorando, a su vez, la probabilidad inevitable que hay de acabar convirtiendo la ilustración en el arte de nadar por la vida en la laboriosidad de cierto ‘nadear’ práctico vaciador de emociones e integrador de instrumentaciones.


Son muchas las veces que tal instrucción en el arte de nadar por la vida nos parece sustituida por los trajines del vadear eso lo-sido que nos hizo para abrazar lo que nos deshace; unos trajines que parecen hacer del camino una huída. A no ser que dicha instrucción sea convertida en un ajetreo por evadirse en cierta impersonalidad rutinaria. O, si no, confundida con la brega por alcanzar cierta concreción que más que concretarnos nos hace divagar.


Incluso podríamos decir que acabamos trasmitiendo aquel arte de nadar por la vida como si fuese un frenético desvariar de la supervivencia sin convivencia que, evidentemente, es convenido de modo inconsciente y automático ‒sin saber cómo, ni por qué, ni por quién, ni para qué preguntarse por ello‒ para vernos arribados a educarnos como presencias ausentes de lo impropio; o como pacientes sin cura; o como espectadores sin posibilidad de especular; o como habitantes sin hogar ahogados en una impropiedad que nos enajena, pero no ya ante ‘lo ajeno’ del prójimo, sino ante ‘la conspiratoria de lo emboscado’, la que hace extraño e intruso al individuo ante y en sí mismo. Y con pocas posibilidades de que, los individuos, el uno y el otro, como nosotros, se busquen y se encuentren recíprocamente desde/hacia sí mismos y el otro.

Profesor me parece no haber entendido bien su tesis de hoy, Siempre somos adolescentes porque nunca llegamos a estar completos y adolecer es que falta algo, mucho en la adolescencia cronologica que va disminuyendo a medida que aumenta nuestra responsabilidad y capacidad de hacernos cargo de nuestras deberes y vamos tomando conciencia tambien de nuestros derechos y asi todos los dias nunca llegamos a la plenitud humana
Y termino con lo que he escuchado a adolescentes cronologicos: Tengo novio/a y él o ella no lo sabe y añado cuando se entere él o ella dejaran de serlo para engancharse con otro/a
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Entre los problemas que se compenetran en la gran crisis de la adolescencia, la identidad sexual y el despertar sexual (distíngase entre ambos) siguen sin recibir una respuesta social la que, sin embargo, nuestra cultura ya podría ofrecer.
La AGAMIA podría ser el comienzo de esa respuesta:
http://www.contraelamor.com/2014/01/agamia.html?zx=70db512c2047649

Creo que la adolescencia podría caracterizarse como el nacimiento a la vida social. Tendríamos así dos nacimientos: uno biológico en el seno de la familia y de un entorno más o menos reducido y cercano, protector, tolerante, amoroso...y otro social, donde el individuo ha de buscar su sitio en un entorno amplio, extraño en cierta medida, menos tolerante, donde deben asumirse plenamente las responsabilidades por los propios actos, regido por leyes y no por sentimientos, por intercambios y no por donaciones....Ambos nacimientos pueden ser calificados, al decir de los psicólogos, como traumáticos y siempre queda la nostalgia del paraíso dejado atrás y la tentación de retraerse y no enfrentarse a un mundo exterior que impone su principio de realidad en la cual se debe buscar el mejor acomodo posible en base a la forma de ser de cada cual. Del mismo modo que con la pérdida de la infancia se sacrifican valores a ese principio de realidad, también se sacrifican con la adolescencia. Tal vez lo equilibrado sería no perderlos y darles su justa medida en un mundo, en una vida social, que no está supeditada a dichos valores pero que si se sabe hacer en cierta medida no imposibilita su vigencia siempre que se adapten a la realidad enriqueciéndose con ella.

Los manuales y las etimologías engañan. Los adolescentes no adolecen de nada. Tienen exuberancia de vida. Son un Manifiesto de deseo.
A veces les faltan palabras, tiene pocas...
No en sabíem més, teníem quinze anys.
No havíem tingut massa temps per aprendre'n,
tot just despertàvem del son dels infants.
En teníem prou amb tres frases fetes...

Pero para qué más...


Creo que se ha superado, Prof. Gabilondo. Nos es nada fácil describir ese estado en el que uno se encuentra en el tránsito hacia una madurez que probablemente nunca se alcance pero que marca y condiciona nuestras decisiones y nuestro destino y, en definitiva, nuestro ser. Probablemente, uno sea como es nuestra adolescencia. Algunos han acuñado en el ámbito de la literatura, el término novela de formación ("Bildungsroman") a la que tan aficionada ha sido la cultura alemana y no debe ser casual que se preste atención a estos difíciles etapas de nuestra vida.

¡¡Genial!!

De tantas cosas adolece nuestra sociedad, que la podríamos considerar adolescente. Adolece de inconstancia, de impaciencia, de ombligocentrismo, de falta de autoestima, de concentración excesiva en el aquí y el ahora. Y por otra parte tiene tantas virtudes; tanta capacidad para la creación, para la solidaridad, para la ilusión, para la alegría.
Nos parecemos a los adolescentes. Nos parecemos mucho. Tal vez por eso les comprendemos tan mal.

#28mporlaslibertades:Vídeo-convocatoria acto-público #28M “Una respuesta colectiva a la represión” : http://soslibertades.wordpress.com/2014/03/11/video-convocatoria-acto-publico-28m-una-respuesta-colectiva-a-la-represion/

En la adolescencia buscamos el integrarnos en un mundo que no comprendemos; en la edad adulta muchos continuamos sin entenderlo, pudiendo parecer que estamos en permanente adolescencia. El no saber ¿quiénes somos?, ¿Por qué vivimos?, ¿Por qué morimos?, Etcétera, nos sitúa en la eterna adolescencia.
Sin embargo otros no se hacen preguntas, se limitan a vivir ¿este segundo colectivo ha alcanzado la edad adulta?...

Os dejo con "Tsunami de amor", un cuento de pasión adolescente. http://loscuentostontos.blogspot.com.es/2013/05/22-tsunami-de-amor_16.html

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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