El salto del ángel

El arte de la exposición

Por: | 11 de marzo de 2014

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Se impone y se reivindica la exposición. Ahora bien, exponer no es limitarse a exhibir. No basta con plantar algo ante la vista para que se produzca. Un cierto exhibicionismo, un afán por lo espectacular, hace que todo devenga presentación, aparente manifestación, supuesto alegato. Hay mucho alarde, aunque no tanta exposición como pudiera suponerse. Se pretende que incluso hasta las reacciones o los efectos se encuentren bajo control. En todo caso supone algún tipo de riesgo, siquiera el de encontrarse en la indefensión de lo que se yergue o yace ante nosotros.

Nublados por lo aparatoso y el estrépito de lo que pasa, parecería que no es necesaria otra actitud que expresarse. Si contar, narrar, dibujar, pintar, esculpir, fotografiar, danzar, cantar… se manifiestan con independencia del decir, del decirse, de lo que haya de decirse y a quienes se diga, componen un mero sinfín de actividades. Sin embargo, han de ser acciones, verdaderas muestras de lo que no cabe reducirse a sus resultados. No se trata de un simple sacar a la luz algo que se encontraba a buen recaudo para lucirlo en el escenario de los aplausos. Es cuestión de procurar, tal vez solo incipientemente, un acontecimiento. No es preciso que sea ostentoso, es suficiente que sea efectivo, y no pocas veces lo es, si bien no exacta ni necesariamente eficaz. Y eso es tanto como decir que afecte o sea afectado. Y ello supone que lo sea en relación con alguien. No solo que logre producir emociones o sentimientos, lo que no ha de desconsiderarse, sino que genere, cree, otra realidad. Aunque basta quizás que sea otra posibilidad.

No es suficiente, por tanto, con exponer arte. Se requiere el arte de la exposición. Y ello exige implicación, participación, reconocimiento de una mutua pertenencia, prácticamente un tener que ver con alguien, un compartir, un estar  mutuamente concernidos.  En definitiva, no reducirse a ser simple espectador, ni dirigirse a su pasividad.  La viabilidad de recreación es condición indispensable, pero ello incluye la de que se produzca una contemplación en la que no basta con asistir a lo que se presenta, para rendirse a sus encantos. De no ser así, sin semejante exposición, en el mejor de los casos viene a ser, y no sería lo peor, decoración. Cuando no, enmascaramiento, fingimiento, olvido o disimulo.

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Cuando Gadamer habla del “arte como declaración”, deja constancia de que se ha producido una forma singular de decir. Y que busca la comprensión. En esa medida es algo que le ocurre a alguien en otro. Algo que se pone de manifiesto y nos alcanza, nos reclama y nos interpela. Y se expone plenamente, sin que ello signifique que lo deje todo dicho. Es más, acaece. No es la simple puesta en escena de algo previamente dicho u ocurrido. Se abre a lo que puede suceder. Y lo reclama.

La apática mirada, por muy curiosa o interesada que parezca, por muy multitudinaria que resulte, no produce transformación alguna, la que empieza por ser modificación de la formación, y no un simple acopio de información. El trajín de las vanidades, la autoproclamación del sentido de lo realizado, la proliferación de ocurrencias podrían constituir un espacio de cultivo para una exposición, aunque en ocasiones el único riesgo parece ser el del aburrimiento, el del puro durar de lo igual.

Solo en la ejecución, entendida no como una clausura o una suerte de finiquito, sino como un encuentro, no siempre fácil, puede acontecer el arte. Es cuestión de hacer emerger, de crear espacios, no simplemente de entregarse a la reproducción. Si no nos dice nada, es lógico afirmar que para nosotros nada se dice. Sin embargo, ello exige demora y formación, entrega y consideración. Pero algo efectivo ha de ofrecerse.

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El arte es provocación, en el sentido de llamar algo a venir, de hacer que algo resulte en verdad convocado a ser, un movimiento e incitación a conducirse, que es lo mismo que a hacer brotar o surgir. No va solo de lograr impresionar. Ni es un simple lucimiento de sus cualidades estéticas. Olvidarlo supone una auténtica reducción que, de una u otra manera, conduce a diversas formas de fatuidad. Muy singularmente a la de considerar que es cuestión de limitarse a elaborar productos agradables.

Incluso hurtados en apariencia a la mirada, vivimos expuestos. Siempre estamos puestos en obra y ello, como Aristóteles nos recuerda, es trágico. Supone, al margen de la mayor o menor presentación pública, una permanente intemperie. Y eso no significa, sin más, en situación difícil o complicada, aunque con frecuencia suele serlo. Para ejercer con dignidad tamaña permanente exposición se requiere arte, el del artífice, el de no quedar reducidos a artefactos. Expuestos a la acción ajena, a los efectos y funcionamiento de los procesos y de las decisiones, al devenir del tiempo, como toda obra, requerimos demorarnos, porque posee y poseemos un modo propio de vivirlo.

Se exige entonces un verdadero aprender. No es cosa ni de limitarse a posar ni a aposentar la obra sin exposición alguna, afincados en el afán de seguridad. Nosotros mismos quedaríamos así reducidos, en el mejor de los casos, a algo digno de ser mirado o, al menos, susceptible de serlo. Hasta tal punto que sin exposición no hay arte, lo que no significa la necesidad de que devenga muestra. Del  mismo modo, si nos limitamos a salir fuera de nosotros mismos para extraviarnos en lo que hacemos, habrá externalización y alienación, simple extrañeza en lo ajeno. Pero Hegel nos enseña que cabe reconocernos, siquiera perdiéndonos, en una exteriorización en la que nos entregamos. En este sentido sin este arte, que es asimismo arte de vivir, no habrá exposición, sino simple acopio de materiales, algunos, por cierto, muy originales. Y hasta bonitos. E incluso prácticos. Callemos acerca de lo bello y de la belleza. Y no digamos de la verdad.

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(Imágenes: Pinturas de Eckart Hahn. Serenity, 2012; Katze vor Blau, 2011; Anbetung der Könige, 2011; XIV, 2010)

 

 

Hay 10 Comentarios

El silencio,
moderación o apatía
La expresión,
astucia o engreimiento…
El sentido y la sensibilidad
frente a la soberbia y el exhibicionismo…
¿Quién ve, quién dice, quién sabe?
Precaución o valentía,
atrevimiento o discreción.
Acción reacción
o inacción y nada.
Caminar, tropezar, caer
y levantarse.
Crecer.
Estar
Callar, decir, equivocarse.
Ser
Estar
Existir

"algo que le ocurre a alguien en otro": magnífico...

¡Bien por su palabra diciente, profesor...!, ¡...y gracias por sus constantes referencias a textos que entusiasman!

Saludos.

El arte de la exposicion o la exposicion del arte. Si el arte no se expone no conmueve ni interactua y exponerse es eso ser interpretado y recibido o rechazado aunque a veces es dificil entender el mensaje y cuando es una persona la que se expone puede ser artifice del cambio o un artefacto que no sirve para nada y los artesanos el autentico arte de las manos, su arte es limpio mas cercano y mas humano y su mensaje es el hecho mismo de persistir en este mundo hecho en serie y con poca originalidad
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Señor Gabilondo,otra vez consigue usted exponerse,decir algo.Poco que añadir,aparte de que me haya "expuesto" y puesto a lo dicho.Qué ya es decir.

¿Estuvieron ustedes en ARCO? Qué buen ejemplo de un dispositivo de exposición sin acontecimiento. El arte debiera ser necesariamente político. Mejor por ello visitar la propuesta de Teresa Margoles en el CA2M.
Y permítanme un recuerdo para Leopoldo María Panero, poeta de la declaración.
Saludos y buen día.

Se hizo una autofoto -en la que salía feo pero propio- y la expuso a la Mirada Pública, encantado de haberse conocido. La Mirada en cuestión pasaba por allí, distraída, con una bolsa de palomitas y un refresco, y se quedó mirando (porque eso es lo que hacen las miradas). Aburrida de mirar sin ver, bostezó, tiró al suelo la bolsa vacía y siguió su camino. Al llegar a la esquina ya no recordaba ni haberse detenido a mirar lo expuesto: la Mirada Pública tiene una asombrosa capacidad de filtrado. Apenas se le queda nada.

Las obras de los creadores contienen mensajes y mostrarlos es la lógica, aunque a ellos les desagrade exponer, o presentar un libro, pues al realizarlo surgen las diferencias. Resulta evidente que una exposición bien presentada, y avalada por supuestos expertos tiene un significado diferente, a otra que se exponga en solitario. Tampoco es igual presentar una obra literaria, bajo el patrocinio de una editorial reconocida, que hacerlo sin apoyos. La muestra es preferible al ocultamiento, pues siempre puede sensibilizar a visitantes auténticos, con criterios propios.
La satisfacción de los artistas reside en la creación, mientras que la presentación es un trámite muchas veces molesto, que lo hacen como deber cumplido. las obras sobreviven a sus creadores y es difícil prever sus trayectorias.

Las plantas brotaron antes en el planeta, cuando el clima era otro diferente, como cabeza de puente en la conquista de la vida, o como alfombras preparadoras.
Musgos y líquenes, y de ahí a las palmeras y los dátiles en un salto evolutivo sin precedentes.
Y evolucionaron después hacia el color de las flores para recibir el premio a su trabajo, sirviéndose de los animalitos que paseándose por sus pétalos les llevaban y traían simientes de otros lugares.
Multiplicando las variedades, y diversificando eficacias.
Y una vez puesto el jardín, desde los primeros peces se fueron colando por las riveras de las aguas hacia adentro inconformistas, que luego llegaron a ser seres grandes y luego inteligentes.
Desde la exhibición y el alarde, sin fingimientos ni disimulos todas las especies trepando en competición escalando el árbol de la vida.
Otra alfombra de acogida y recibimiento.
Para la inteligencia, el refinamiento, la sensatez, la cordura, el talante, la comprensión, el respeto, la humildad, la solidaridad, la bondad.
El sentido común, la toma de contacto con el diálogo, con la interpretación de la sinfonía.
Poniendo el oído.
Oyendo.
Y entendiendo el mensaje sin prisas, ni acosos, ni tiempos, ni horas de llegada.
Escuchando el latido creador.
Escuchando el mensaje.
Y entreviendo en las gotas de agua el reflejo como de reojo, de quienes nos empujan poco a poco.
Por el camino.
Sin disimulos, sin olvidos, sin fingir, sin engaño.
Desde las plantas en adelante.
Nos toca ahora a nosotros.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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