El salto del ángel

El verdadero rostro

Por: | 18 de marzo de 2014

Vania comoretti  (17)

El verdadero rostro no se reduce a la fisonomía. Implica el cuerpo, la palabra y el obrar. Es asimismo gesto. No solo cara. Se dice que esta es espejo del alma, de la mente, del espíritu… Es necesario confiar en los espejos. Y desconfiar de ellos. Son tan elocuentes como silenciosos. No ven, Vemos. No miran, miramos nosotros. Entonces, más bien la mirada refleja la energía, el ánimo, el ánima. Se diga de una u otra forma, la cara no se reduce al cuerpo del que forma parte. Por eso no es tan accesible como parece. Ni siquiera la propia para uno mismo.

 Ya la expresión “verdadero rostro” es problemática. Más bien consistimos en una sucesión de caras que, en esa medida, son máscaras tras las cuales no se oculta un rostro auténtico. El relato de todas ellas, la relación que las vertebra y articula, lo constituiría, así como un libro trama las diversas páginas. Pero entonces no basta ver. Es preciso leer. El rostro más se lee que se ve. No es, sin embargo, por tanto, puro resultado de una construcción.

No me pregunten quién soy ni me pidan que permanezca invariable. Escribo para perder el rostro”, señala Foucault. Ahora bien, ello no supone la renuncia a la mirada, que es también creadora. “Del mismo modo que es posible componer varias intrigas respecto de los mismos incidentes (los cuales, a su vez, no merecen ya ser llamados los mismos acontecimientos), así siempre es posible tramar sobre la propia vida intrigas diferentes, y hasta opuestas”.  Paul Ricoeur, buen lector de la Poética de Aristóteles, sabe hasta qué punto hay todo un proceder elaborador para contar una historia. Y muy singularmente si nos preguntamos por alguien, por su “quién”. Por ejemplo, por el de nosotros mismos. También vamos labrando con nuestras elecciones, con nuestra forma de vivir las situaciones, con nuestro modo de comprender y de comprenderlas, el relato de nuestro “verdadero” rostro. Y esta tarea de ficción no es necesariamente un fingimiento.

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Ni es tan inmediato, ni es tan evidente. Acceder al rostro conlleva toda una tarea. Y de cierto afecto. No se trata de que se encuentre oculto bajo una capa protectora de precauciones, es que su desnudez es tan radical que exige un verdadero acceso a la intemperie. Envueltos en formas más o menos de ostentación, todo parece predispuesto para ver lo que conviene, incluso lo que nos conviene. La información, tan necesaria, nos acerca, pero no siempre propicia la comunicación. Y una vez más, lo interesante no se reduce a la verdad, sino a nuestra relación con ella.

Los prejuicios y los presupuestos, sin duda asimismo decisivos, son expertos en caricaturas. De una u otra manera perfilamos a los demás hasta elaborar una imagen soportable. En general, para nosotros mismos. Queda por ver el destrozo producido por nuestra labor “artística”. La proliferación de retratistas, caballete en mano, que con una simple ojeada y con una destreza mejorable hacen un cuadro, pone en cuestión las coincidencias y correspondencias del resultado. No ya con la realidad o con la verdad, sino con el debido respeto a la dignidad propia y ajena. En esto, la palabra, las palabras, son especialmente incisivas para dibujar.

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De ahí que el cuidado en la elección y en la selección de los rasgos, y en la intriga y en la trama en la que son incorporados, tiene no poco que ver con lo que finalmente vendrán a ser “los hechos” y con lo que podríamos considerar “lo existente”, “lo ocurrido”, “lo que pasa”, “lo que hay”. Somos objetivamente consecuencia de no pocas decisiones.

No se deduce de ello que podamos inventarnos el rostro, ignorar lo que lo teje como texto, obviar su materialidad, o su resistencia a la total apropiación. Sin embargo, con estas prevenciones se convoca, no sólo nuestro afecto, sino nuestra capacidad de hacer bien. Para empezar de hacer bien las cosas, de desarrollar con competencia y con bonhomía, incluso con buena voluntad, nuestra labor. Con ella podemos acabar extraviados, aunque sin ella estamos perdidos de antemano. Eso no elude arrugas ni cicatrices, propias y ajenas, y menos aún las del alma, pero no produce el eufórico ejercicio de la descalificación de los demás.

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En un tiempo en el que la entronización de quien habla parece más determinante que el debate sobre las ideas de lo que dice, y precisamente por eso, en la entrevista de Cristian Delacampagne a Michel Foucault, en 1980, éste decide que ha de permanecer de forma anónima. Así es en efecto, y el día 6 de abril se publica en Le Monde con el título “El filósofo enmascarado”. Ante el extendido y persistente afán de notoriedad, más que de curiosidad, su propuesta sigue desafiándonos: “Propondré un juego: el del ‘año sin nombre’. Durante un año, se editarán los libros sin el nombre del autor. Los críticos se las deberán ver con una producción enteramente anónima. Pero estoy soñando, tal vez no tendrían nada que decir: todos los autores esperarían al año siguiente para publicar sus libros…

No deja de ser significativo hasta qué punto se utiliza el anonimato en otro sentido. No para que resulte más elocuente lo que se dice, sino para ser capaz de hacerlo. O simplemente atrevido. No siempre es una esfumación que tiene que ver con la difuminación que trata de evitar la entronización de quien habla en su afán de acaparar lo que dice. Y en tal caso cabe convocar el rostro de la responsabilidad, el de la asunción de las consecuencias, el de quien explica y comprende, el de la hospitalidad, el del pensamiento y el de la acción. Rostro verídico y veraz, que no se agota en la mera fijación de una imagen preestablecida.

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(Imágenes: Pinturas de Vania Comoretti. Shadow, acuarela, tinta china y pastel sobre papel, 2007; Do ut des, acuarela, tinta china y pastel sobre papel, 2009; After Trittico, elemento de la instalación IRIS, acuarela, tinta china y pastel sobre papel, 2011; Backlighted, acuarela, tinta china y pastel sobre papel, 2009; y Estatica, acuarela, tinta china y pastel sobre papel, 2004)



Hay 8 Comentarios

Para rostros, los del Greco y sus personajes. Animo a todos a valorar la genialidad del pintor.
Excelente reflexión, Prof. Gabilondo.

Cada vez más difícil comentar sin sentir cierto pudor por no estar a la altura y eso que no hay ni rostro ni identidad.
Magnifico artículo, Profesor.
Gracias

El verdadero rostro es al que hay que felicitar.
Felicidades por vuestros comentarios son muy ilustrativos sin menospreciar al jefe. Un saludo.

Gracias profesor. Es precioso.
¿Dónde se esconde el verdadero rostro? En lo hecho, en lo por vivir, en el sentir, en lo soñado?
Hasta qué murió mi padre, allá por los 20, no conseguí reconocer en los espejos a la niña que vivía dentro de mi... Ahora, a los 48, sigo sin encontrar en los espejos a la jovencita que me habita fehaciente... ¿Llegará el día en que reflejo y forma se reconozcan?
Y si ni yo me veo ¿cómo pretender que los otros si? Así, desde esta consideración mi rostro se pasea desnudo convencido de que no hay dios que lo vea y por tanto nada que temer, nada que esperar...y si un ego, consciente de esta ceguera, que se imagina de las mejores formas que es capaz de crear por si fuera cierto eso del poder absoluto e infinito del pensamiento.

No se si alguna vez ha existido un rostro plenamente natural, desde siempre los hombres hemos intentado embellecer el rostro para ocultar lo que nos parecen imperfecciones y resaltar lo que pensamos puede favorecernos, hablo no solo del la cara, los ojos y lo externo que vemos tambien nuestro interior, por eso es imposible ver un rostro verdadero si acaso en los niños si no han sido ya manipulados en todos los sentidos desde temprana edad.
Buena idea esa de publicar obras anonimas no solo escritos, tambien pintura, musica el arte en general, pues mucho se aprecia no por el arte en si sino por quien lo hace. Es conoido el experimento del famoso violinista tocando en el metro de Nueva York por quien se pagaban entradas muy caras en los teatros y casi nadie aprecio su arte en el metro, ya se que el ambiente influye, pero tambien hay mucho de apreciar el arte no por el arte en si sinopor quien lo ejecuta, el anonimato, el artista sin rostro aunque tan bueno pues es el mismo no es apreciado.
Jose Luis Espargebar Meco desde Buenos Aires

En esa tarea artística y ética en que consiste perder el rostro, creo que la soledad de saber pertenecerse de la que habla Montaigne, nos ayudaría. Y sin duda también la consigna del extremadamente lúcido Panero: el fracaso -dice- es la más resplandeciente de las victorias.
Magnífica su entrada de hoy, profesor.
Buen día a todos.

Aun hoy podemos observar como la vida salvaje ejerce una selección sin traumas ni reparos en las especies de animales y plantas.
Prosperan solo los sanos y fuertes.
Buscando la punta del iceberg de la vida, la más fructífera y segura, la vitalidad 100%, la garantía.
En las personas, cuando la sociedad se hizo sedentaria y protegida, empezaron con los excesos.
Desandando el camino.
Y llegó el mal de gota, y otros que se fueron enquistando en las generaciones, forzando la selección de la especie, por el confort seguro de la vida en poblaciones insalubres llegando los malos hábitos.
Y la cara como espejo, retrataba el interior físico, y el espiritual como una huella personal e intransferible, diferente en algo a lo meramente natural.
Hoy sabemos que los seres vivos heredamos no solo el color de los ojos, sino que sumando o restando pareceres nacen criaturas con sellos en el alma y en la cara que son perdurables y para toda la vida.
Siendo una imposición natural que se ha de arrastrar como un lastre por los malos hábitos.
Haciéndonos unos diferentes a otros, las personas distintas unas de otras, como modelos más o menos potentes o capaces, distintas y diferentes.
Siendo iguales en origen.
Espoleando el alma y los matices de nuestra personalidad viendo como algunas criaturas lo tienen todo de cara.
Y otras criaturas nacemos con algunas potencialidades desconectadas.
La cara es el espejo del alma, pero a veces el alma no es el reflejo del cuerpo.
Al no contar con la selección natural en lo físico, las personas hemos de crecer por dentro en criterios de esperanza, de solidaridad, y de compasión.
Siendo nuestro aspecto humano una evolución más allá de lo puro natural, entrando en el terreno del alma.
Comprendiendo a la naturaleza no como una producción en serie de seres vivos, sino como una madre de criaturas y de personas nobles.
Creciendo la responsabilidad y el conocimiento por encima de la mera evolución.
Natural.

La figura humana plasmada en un lienzo, u otros lugares; dependiendo de la capacidad del artista, puede sacar a la luz una personalidad oculta, por medio de la mirada, u otros rasgos cómo la expresión de la boca, etcétera.
Sin embargo, esa supuesta personalidad no se puede considerar como verdadera, pues todo es ambiguo y desconocido, empezando por nosotros mismos. Nuestra forma de percibir es singular y dependiendo de la sensibilidad, a cada uno le puede transmitir un mensaje diferente, pudiendo tener todas las percepciones la misma importancia, en un mundo misterioso, incierto y efímero.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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