No sé qué es peor, encontrarse mal o no encontrarse en absoluto. En tal caso, serían los demás quienes dieran con nosotros, topándose con alguien en cierto modo extrañado. Ya no sería una simple comprobación, ni un estado de ánimo, ni una mera experiencia, sino la paradójica constatación de encontrarse perdido.
Aquel que siquiera en una sola ocasión se ha hallado con alguien que está verdaderamente mal, pronto se anda con cuidado antes de limitarse a dejar permanente constancia de su propio estado. Aprende a distinguir y a distinguirse bien, para saber lo que es estar realmente mal. A veces es suficiente con fijarse, con mirar alrededor, con desplazarse mínimamente de sí mismo.
Basta vérselas con el dolor y el sufrimiento, y con la soledad de quienes no disfrutan de buena salud o no tienen condiciones para una vida digna, para retener la retahíla de quejas y contener el tono de constante lamento. En innumerables ocasiones, quienes más argumentos tienen para hacerlo disponen de las mínimas condiciones para mostrarlo.
La pérdida de fuerzas y de razones, el desconcierto ante la situación, la incapacidad o la imposibilidad de afrontarla y la infinita tristeza que ello conlleva nos anuncian lo que no requiere demasiadas proclamaciones. Y ya ni siquiera una exposición de motivos o una catalogación de las causas producen alivio alguno. También hay un enigma en el malestar, que no siempre se diluye con una relación de explicaciones. Incluso en el caso de males procurados por uno mismo o por los demás, el asunto no se sutura con la atribución de culpabilidades. Podría aliviar, pero el alivio no siempre recompone.
En determinadas coyunturas, en situaciones extremas, ni siquiera es fácil la compañía, ni la de acompañar, ni la de ser acompañado, ni se hace muy factible ni una comprensión ni una entereza con más contenido que un simple ponerse relativamente cerca. O acertar con la distancia adecuada. A veces, estar mal incluye precisamente estarlo con otros, y para con los otros, dado que, en cierto modo, ya se halla insatisfecho e incómodo para con uno mismo.
Quizás en semejante situación alguien podría cumplir el papel de afrontar las consecuencias, incluso de participar en las causas. Pero no en todas esas situaciones es adecuado tal protagonismo. Sin embargo, cuando hay quien se encuentra realmente mal, de una u otra forma, es una cuestión que afecta o alcanza a su salud y, a su modo, se comporta como una enfermedad más o menos explícita. Y ello, en cualquier caso, se aloja en el espíritu propio. Esto es, ajeno para quien busca erigirse en razón.
Un determinado cansancio, no siempre con objeto ni con residencia precisa, genera una fatiga muchas veces irreconocible, tan singular como cada ocasión o cada situación y que viene a trastocar incluso la escala de valores. En tal caso, uno viene a ser efectivamente irreconocible, incluso para sí mismo. Por ello, encontrarse mal conlleva, además, un no satisfacerse, ni gustarse, incluso un no soportarse, dada la incapacidad para sobrellevarse. A su vez, obviamente, ello no pasa desapercibido para los demás.
Se produce un conflicto que prácticamente lo impregna todo. Ya ni siquiera se exhiben las preferencias, que quedan diluidas en un conjunto indiferenciado de incomodidades. Parecería que no hay otra solución que convivir consigo mismo, tal y como nos encontremos. Es decir, mal. Y no es un mero asunto de paciencia, es un modo de saber, el de los límites de la voluntad, que requiere prácticamente una sabiduría, la que comporta una forma de vida. Por ello, conviene, si es posible, ser exigente incluso para estar mal y no conformarse con cualquier cosa para declararse en tal estado. Y no ya solo por comparación, también por justicia.
Cualquier atisbo de improvisada medida o receta, cualquier precipitada componenda, difícilmente sería una solución. No cabría probablemente otro camino que asumir un cierto vivir mal, un malvivir, un saberse peor. Solo desde semejante constatación ha de vencerse la impostura de una energía que no es sino otro rostro de la resignación. Cabe el directo combate contra la propia vida, precisamente para que sea capaz de imponerse y de lograr ofrecer su capacidad de sostener en la existencia.
Quien no ha hecho la experiencia de encontrarse mal, lo que en principio no requiere proponérselo, quien desconoce cualquier forma de enfermedad, o no ha sido aún capaz de sorprenderse de su llevadera salud, quien se halla rebosante de ella, está en general aún por descubrir la fragilidad de su impecable fortaleza. En tal caso, debería aprender y cultivar su memoria con un contenido capaz de ser memorante y rememorante, agradecido con las posibilidades que la vida aún le ofrece.
También en tal caso conviene no presuponer lo que le sería de ayuda, ni reducirla a un gesto bienintencionado o a reclamarlo. Quien se encuentra mal no halla alivio en la palabra que le resta importancia al asunto, ni en falsas promesas. Ciertamente hay algo que hacer, algo cabe hacer, pero no exactamente aquello que uno desea o cree desear, ni se deja reducir a lo que puede esperarse, incluso hasta el extremo de imponerlo o de exigirlo. Hay quienes, en efecto, son capaces de hacer bien cuando alguien se encuentra mal, pero ello no se limita a una predisposición ni a una voluntad. Es no solo un querer, también un saber.
En general, de una u otra forma, solemos no encontrarnos perfectamente bien. Ni hay plena satisfacción, ni absoluta culminación. Sin embargo, nada tiene ello que ver con la verificación de hallarse mal. Eso comporta la fractura que produce la desarticulación, la desvertebración, la ausencia de la ínfima armonía, la que nos permite afrontar las vicisitudes de la vida. Por ello, lo mínimo que cabe plantearse, si uno se encuentra bien o creer estarlo, incluso si puede decir que no está mal, es cómo aprestarse a celebrarlo. Solo desde esta constatación hay algo que hacer.
(Imágenes: Pinturas de Pamela Sienna, Gift for Tomorow; Packed; Curtains; y s.t.)
Hay 10 Comentarios
Hoy profesor su reflexion supera mi corto entendimiento, puedo llegar a atisbar una minima comprension de encortrarse mal, que es al fin y al cabo una forma de encontrarse y por tanto de no encontrarse perdido, expresion que me cuesta entender, porque si me encuentro perdido no estoy del todo perdido se que me encuentro perdido y como creo que me he hecho un lio y estoy perdido, supongo que la expresion perderse encontrado los que creen no estar perdidos y por eso lo estan mucho mas. Nunca terminamos de encontrarnos nos vamos descubriendo cuando vamos descubriendo a los demas y lo demas y los demas nos descubren
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: Jose Luis Espargebra Meco | 20/04/2014 23:25:04
"Encontrarse mal"... instalados en un malestar superfluo, de origen ignorado, pero intuído como injustificado. La disarmonía entre la "no necesidad" y su consecuencia: la innecesaria, la evitable frustación que nos sitúa al borde del precipicio experimentando el vértigo ante el "mito social" como siempre hüero e inalcanzable por ficticio. Un despeñamiento existencial, un vacío, una angustia, la naúsea que nos impide disfrutarnos, reconocernos a nosotros mismos. Un existencial ¿porqué? sin motivos, una desazón, un "no vivir" impostado, acomodaticio, con el que disfrazamos un "no vivir" no elegido, humanamente claudicados, olvidado lo básico y honesto del "buen vivir"... vivirnos
Publicado por: Es Ramador | 19/04/2014 16:53:00
Muchas de lo que se esconde detrás del mal es la postura.. Se adquiere en sus formas de decir. Normalmente el lenguaje suele ser chicano, de vulgar, y sobre todo despectivo. Eso es lo que se niega encontrarse por malo.
Publicado por: No basa. | 19/04/2014 14:07:12
Pienso que hay muchas situaciones de vida que a uno solo le queda el suicídio. És un derecho de la persona no querer mas vivir, se vive tan mal, se no ve la luz en fin del tunel. La sociedad ocidental y judeo-Cristiana demoniza el suicídio. Temas como suicídio ( assistido o no) y eutanasia deberian ser más discutidos.
Publicado por: Paula | 18/04/2014 14:56:08
Tal vez, el encontrarse perdido, o, más bien, el adquirir consciencia de encontrarse perdido, viene, a veces, de la mano de una iniciativa; otras tantas brota de una pulsión. Y algunas otras responde a un mecanismo inercial e inconsciente (¡quién lo diría, ¿no?!). En cualquier caso, el encontrarse perdido siempre resulta un tanto contra-producente: sobre todo para esa mismidad en la que solemos situarnos; tan estupenda de sí, y que, más que hacernos propios, nos apropia. Dicha iniciativa, o pulsión, o mecanismo, consistiría en cierto perderse; o desprenderse; o desaprenderse; o des-aprehenderse…
Es más, adquirir impronta de tal consciencia ‒la de encontrarse perdido‒ podría provocarnos, al menos, y entre otras cosas, pero sobre todo, rabia e impotencia. Y suspicacia e incertidumbre, claro, cómo no… Pero, al final, y aunque no sepamos atisbarlo, tal impresión, no sería muy diferente de aquella consciencia que pudo sentir Sócrates. O no sería muy distinta de aquella rabia rezumada por Schopenhauer. O de la impotencia de la analítica aristotélica ante lo insondable. O de la sospecha amargamente vitalista de Nietzsche. O de la intemperie heideggeriana…
En fin…, incluso podríamos añadir, ayudándonos de Ortega y Gasset, que dicho encontrarse perdido puede llevar inoculado ese mal-encontrarse del que usted habla. Es decir, diremos que el meollo del ser que se encuentra perdido es, tal vez, un difuso no-estar del perderse; una cierta ausencia inconsciente de sí. O una in-completitud inquieta por encontrarse-enfangada.... O un no-estar-siendo. O un paradójico no-ser-que-está-no-estando. O incluso podríamos definir tal mal-encontrarse como un embozamiento existencial que responde ‒y permítame, profesor, apoyarme en sus expresiones‒ a un removerse ensimismado y movedizo que nos reconcome y nos impide movernos. Y a una desmotivación que nos mutila. Y a una inmovilización que nos abaliza y desnorta. Y a unas pseudo-emociones que, más bien, nos in-mueblan (o a-mueblan) y nos moto[e]rizan para [a]cometer los tras[i]egos y [in-]trans[v]igencias que, en modo actualidad, somos.
Un cordial saludo y ¡Oole! por su decir seductor, profesor. Lo suyo sí que es ejercer la foniatría. Felicidades.
Publicado por: Robavil | 18/04/2014 12:56:18
Es un día triste para encontrarse mal, ha dado la casualidad de Gabriel García Márquez genio y figura de la literatura y padre del 'boom' latinoamericano nos deslumbró con sus obras tan conocidas como el amor en los tiempos de cólera y por su puesto su obra magistral cien años de soledad.
Con García Márquez se va un autor único que hechizo a muchisimos lectores.
Publicado por: Sofia | 18/04/2014 12:04:15
Para no encontrarse mal es condición necesaria vivir en un mundo moral. Pero no es suficiente, porque hay un estar mal, un desajuste, que tiene más que ver con lo que la filosofía alemana llamaba la vida del Espíritu, la que nos hace pensar muchas veces con Rimbaud que "la vraie vie est ailleurs".
En cualquier caso siempre se trata de querer vivir una vida lograda.
Ojalá lo consigamos.
Publicado por: Inés | 18/04/2014 11:00:59
¿Quién no se ha encontrado mal en su piel alguna vez?. El malestar puede ser por causas justificadas en apariencia, o no. El saber afrontar las adversidades, requiere una energía que no siempre poseemos; si nos compadecemos el malestar se acentúa: si por el contrario admitimos nuestra situación dolorosa, como un desafío a superar, puede amortiguar los efectos negativos. Para conseguirlo pudiera ser necesario, introducirnos en nuestro interior y observar nuestros propios defectos, admitiéndolos y con ellos intentar la superación.
En el malestar de los demás si se producen por las carencias de necesidades básicas, o por situaciones aberrantes podríamos ayudarles a recuperar las primeras y erradicar las segundas; si son emocionales, creo que mostrar con el ejemplo situaciones parecidas y superadas, es la mejor terapia.
Publicado por: Nely García | 18/04/2014 10:20:05
Como un hierro al rojo vivo que se dobla a golpes de martillo sobre un yunque, y vuelta al fuego para coger color. Y otra vez el repiqueteo del mazo y el martillo dando forma a fuerza de golpear.
Desde el mismo instante en que nacemos, nuestro diálogo en la vida es discusión constante entre lo que quisiéramos o desearíamos tener o ser.
Y lo que somos o tenemos delante.
Con suerte podemos comparar las referencias que nos llegan de otras personas del entorno, en algunos casos mucho peor que nosotros, en la mayoría de veces mal y quienes parece que triunfan, solo padecen.
Otros males diferentes.
Desde el primer instante de vida, somos como el hierro de la fragua, que se ha de forjara a base de golpes.
Si aguanta y vale se usará para formar parte de alguna máquina o herramienta, o soporte de la vigas que nos resguardan de la intemperie.
Y si no sirve, si se parte, entonces se tira al cajón de los desechos y se vende como chatarra.
En la escuela de la vida, por lo que se tiene visto, venimos para aprender a golpe de mazo o de martillo.
Y con suerte la mayoría lo logra.
Publicado por: Calatorao | 18/04/2014 10:05:13
Cuántas veces pienso en lo que hoy escribe el profesor Gabilondo. Y el único pecado que reconozco es el que no celebra la vida cuando se está bien. Así que gracias a la vida, que me ha dado tanto. Quizá conforte cuando se esté mal.
Gracias, como siempre, por sus reflexiones.
Publicado por: Esperanza | 18/04/2014 7:08:30