Mientras con buenas razones nos proponemos importantes objetivos, y de nuestras palabras parecería desprenderse que estamos permanentemente empeñados en grandes empresas, lo cierto es que, en general, nuestras vidas son lo que podría considerarse muy cotidianas. Lo frecuente es que resulten rutinarias. Podría decirse que tan regulares como ordinarias. Y no necesariamente por su vulgaridad, sino por la insistente persistencia de un tiempo que inexorablemente transcurre sin otros sobresaltos que lo que periódicamente pasa. Pronto nos acostumbramos a que lo insólito nos inquiete y estamos dispuestos a que lo haga, pero a ser posible solo incidentalmente. Nos incomoda lo que podría considerarse una ausencia de acontecimientos, pero no dejamos de encontrar apacible que sea así.
Nos cuesta comprender que tampoco estamos siempre para Los trabajos y los días, con Hesíodo, o para proceder una y otra vez como Sísifo, o para el tejer y destejer de Penélope, salvo que precisamente en ello se debata lo más cotidiano. Minusvalorar tantos momentos llamados corrientes, para estimar que solo lo relevante tiene sentido de vida es ignorar que no pocas veces en lo más habitual, en lo que no tiene especial relato, en lo que si fuera el caso despachamos con un adjetivo, ocurre y no solo transcurre, nuestra existencia.
Tal vez hayamos de presuponer que es un privilegio gozar de esa posibilidad, incluso de saborear la monotonía o la placidez de una vida sin especiales sobresaltos, o de disponer de la posibilidad de disfrutar de la sencillez de poder tomarnos el tiempo para algo no necesariamente impuesto, o de encontrar espacios domésticos o alguna intimidad. Un cierto regusto burgués podría coincidir así con lo más límpido de nuestra elección, la del denominado nuevo estoicismo, el privilegio de una vida apacible y agradable, lo que no ha de ser minusvalorado. Y sería cuestión de no ceder por tanto a los simples atractivos de una comodidad vacía, antes bien, de hacer de ello conciencia de una existencia placentera. Y ocasión de recreación. Considerar que en tanto que habitual o cotidiano carece de interés o ha de ser desestimado reduce nuestra vida a un puñado de peripecias.