El salto del ángel

Lo que no sabemos

Por: | 01 de abril de 2014

Above and below 2008

Obviamente no es fácil saber con precisión en qué consiste lo que no sabemos, pero conviene tener en cuenta que no es simplemente aquello que desconocemos. En verdad, algo se hurta a la presencia, lo que se oculta, o desvía, o desfigura, lo que se esconde, lo que se acalla, lo que se silencia Hay que saber bastante para conocer lo que no sabemos. Y no tanto para aislarlo o rodearlo, sino para abordarlo desde el saber. Pero esta topografía consideraría que saber y no saber lindan por una línea que se trata simplemente de flanquear.

No siempre es lo mismo conocer que saber, y menos aún saber que estar informado. Viene muy bien conocer y estar informado para saber, pero no es suficiente. Saber supone un modo de relación con lo conocido, algo semejante a lo que Hegel denominaría reconocimiento, ya que, a su juicio, “lo conocido, precisamente por ser conocido no es reconocido”. Esto es, tenemos noticias de ello, nos resulta notorio, hacemos acopio de su contenido, pero eso no supone saberlo. Así, que puestos a no saber, podríamos no saber en qué radica saber. Pronto nos encontraríamos con la cuestión que el filósofo señala desde el Prólogo de la Fenomenología del espíritu, la del desafío de conocer, que parecería paradójicamente exigir conocer previamente en qué consiste el conocimiento, incluso para llegar a conocerlo. El camino, más bien, habrá de ser otro. Además, a su juicio, saber es siempre saber algo, pero nunca se reduce a ese algo sabido. Así que es recomendable ir con más cuidado.

Por eso sorprende tanto que haya a quienes no les cabe la menor duda. Presumir de lo que se sabe es ya dejar en evidencia que se desconoce el alcance de nuestro no saber. Bajo los auspicios de los indudables avances y conquistas, sólo llaman no saber a lo que parece estar dispuesto a ser sabido, a ser percibido y captado por el cazamariposas del pensamiento, en una operación eficiente más o menos práctica. Su “humildad” se reduce a que no se lo saben todo, pero su actitud no siempre es la de estar dispuestos a dejarse decir algo, sino a la de creer que lo saben ya todo y mejor que los demás. Este modo de saber, que es otra forma de arrogante ignorancia, tiende a anidar en cada uno de nosotros. Saberlo es ya saber algo.

 Vortex 2008

Lo que no sabemos también nos constituye. No es el magma indiferenciado de lo que desconocemos. Uno es asimismo lo que no sabe y, en algún sentido, se requiere abrazarlo. Con ello, no es cosa de generar pesadumbre, sino un principio de activación del saber, imprescindible para proseguir en la tarea de buscar y de buscarnos, de crecer.

Sin duda tenemos certezas, lo que confirma ya un modo de relación, simplemente el de que estamos ciertos de algo. Sería precipitado identificarlo sin más con la verdad. Los excesos de esta imprescindible palabra y cuestión no son superiores a los que se requieren para hablar de saber y de vida. Y, como Foucault nos recuerda, convendría no desvincular estas cuestiones de las del poder. Precisamos seguridad, pero según crece nuestro conocimiento, algo sin duda deseable, a la par se incrementan las incertidumbres. Son nuevas, son otras, pero no dejan de serlo. Conocer es asimismo saber mejor lo que desconocemos.

Por eso, puestos a evaluar, lo interesante es apreciar y valorar lo que alguien sabe, reconocerlo y construir sobre ello la tarea de proseguir mejorando, y no se trata tanto de demostrar lo que desconoce. La cuestión no es ponerlo en evidencia. Cada quien tiene buenas razones para no hacer ostentación, e incluso quien pone a prueba a alguien tiene sus propios desconocimientos. Y aquí, comprender es a su vez una forma de saber. También es interesante el modo en que no se sabe, la relación con el propio no saber. Y una de las claves de la posibilidad de aprender. Y nada es más delator que ignorarlo absolutamente, cayendo en la osadía de exhibirlo como conocimiento.  

Suspension 2007

Aprender es en cierto modo una forma de trato con el no saber, que no se limita a su constatación. Eso significa que en algún sentido ha de estar identificado o, si se prefiere, hemos de estar suficientemente diferenciados de ello. Lo que no sabemos no solo es lo que nos diferencia, es lo que nos permite aprender y saber. Y saber, entonces, que aprender no es simplemente un medio para saber, sino explícito saber. El saber del aprender confirma hasta qué punto es importante aprender, aprender lo que no sabemos, que es asimismo reconocerlo.

De no ser así, aprender no pasaría de ser un acopio de conocimientos, más o menos útiles, que no se incorporarían a quienes somos, sino que se adjuntarían, como un mero añadido, a lo que somos. Seríamos más o menos, pero nunca otros, ni mejores.

Hay que estudiar bastante para llegar a saber lo que no sabemos. Y para apreciarlo y desearlo. En definitiva, Aristóteles nos recuerda que es propio de los seres humanos buscar, muy singularmente eso tan enigmático que es la verdad, o el ser de lo que hay. Ello no se nos aparece. Y menos por el mero hecho de colocarnos en el deseo de conocer. Se precisa todo un trabajo minucioso y pormenorizado para que, súbitamente, como señala Platón, “después de una larga convivencia con el problema, después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece espontáneamente.”

El demorarse y permanecer en determinados asuntos, de una concreta manera, con intensidad y con dedicación, abre el espacio de lo que podría llegar a ocurrir. Quizá solo así irrumpa el espacio en el que brotaría la idea, tal vez la que nos procure el mayor bien posible. Recriminar a quien reconoce no saber supone constatar el desconocimiento de quien lo hace. Precisamente se trata de crear las condiciones para una relación diferente. El mayor problema no es que no sabemos lo que somos, es que lo que no sabemos también es quienes somos. Y lo que no sabemos es quiénes somos.

Complete Stop 2008

(Imágenes: Pinturas al óleo de Gregory Thielker. Above and bellow, 2008; Vortex, 2008; Suspension, 2007; y Complete Stop, 2008)

Hay 12 Comentarios

Ralbido, imagina que é para você. A vida é imaginação, já que não podemos saber tudo. Humildemente, não nos resta outro recurso.

https://www.youtube.com/watch?v=wn-7jpGEa9U

Muy intenso su decir, profesor. Gracias. Y las imágenes que acompañan el texto, muy sugerentes.


E, incluso, me atrevo a preguntarle...,


…si saber es traer a la presencia…, ¿ignorar es una especie de expulsión hacia la ausencia…?, ¿y a qué estamos denominando presencia…? ¿Es, entonces, el saber que sabe que no sabe en qué consiste lo que no sabemos, una carencia, una nostalgia, un anhelo, una desazón? Esto es ‒y acudiendo una vez más a su expresividad, profesor‒, cuando hablamos de tal saber que sabe (y siente) que no sabe, ¿estamos hablando acaso de un saber que es, socráticamente, consciente de que no puede saborear lo que no puede asir? Es, por tanto, tal saber que no sabe, un asir agónico (o un querer asir desesperado que quiere saborear (o sentir, o llegar a ser, o…) lo que no puede aferrar (o abrazar (o comprender))?


Es más, ¿podemos preguntarnos si aquel saber, el que sabe que no sabe es una inercia que nos proyecta?; ¿o un brotar que nos enraíza y enarbola?; ¿o una pulsión que nos zarandea?; ¿o una necesidad que nos sustenta sin cebarnos?; ¿o un actuar que nos permite apropiarnos de nosotros mismos? A no ser que, quizá ‒y permítaseme el barroquismo celtibérico (o gongorismo heideggeriano)‒, fuese un presenciar-que-sintiendo-trae-asiendo-para-poder-ser… Y ese saber que sabe que no sabe del todo, ni para siempre, ¿sería fácilmente distinguible de ese otro saber deshumanizado y ‘cosificante’ que en su anodino evidenciarnos nos capta raptándonos?


¿Podríamos decir que dicho saber que saborea su impotencia, tal vez agridulcemente, es de una intencionalidad que anhelamos superar? ¿O es de una finitud que no podemos superar? Es más, ¿podríamos decir que tal saber irradia una intensidad vital que ya, de por sí, es superación? ¿O es un decirnos que no entendemos del todo, y que olvidamos (escuchar) en parte? Esto es ¿es tal saber, el que sabe que no sabe en qué consiste lo que no sabe, una ambición por aprehender eso que entendemos (o que sentimos (o que barruntamos (o que anhelamos))) que hay (o que haya) como lo dado (o como lo hecho (o como lo interpretado))?


¿O es quizá, tal saber, una angustia que, más que saberse incompleta o sentirse arrojada, persevera en existir[se] como arrojarse (como lo más propiamente del hombre)? Esto es, ¿es tal saber un ansia hegeliana por darse, por saberse (o por sentirse) atravesado e integrado (¿en el ser?)? A no ser que, dicho saber, sea considerado un desasosiego que insiste en abandonar ese otro saber de incertidumbre nula, de análisis insípido y de observación aséptica y burocrática. Un saber in-saborizante que, metódicamente, nos describe más ‘objetualizadoramente’ que objetivamente.


Y sí, claro, claro, ya sé, ya sé…, en estos tiempos de premura, el demorarse en estas cuestiones es un error. O un errar. O, incluso, tal demorarse podría parecer un cerrarse. Aunque no sé si un cerrarse a la apertura o a la vaciante inauguración que, tantas veces, ofrecen las premuras y apremios de la actualidad cotidiana que nos realiza. La que afirma que nos iza (o que nos alza (o que nos ensalza)) realmente... Si es que, dicho demorarse, no es considerado un roer que te devora desde los adentros (que pretendes ser) hasta las afueras (en las que quieres estar). A no ser que, paradójica y meramente, estemos habitando en las afueras que hay dentro de nuestros adentros. Y quedemos desterrados a ser los adentros de las afueras. En ese caso, tal demorarse, más que un roer, nos parecería un derruirse.


…Otros dirán que tal demorarse en dichas cuestiones no puede ser considerado un error. Ni un errar. Ni un cerrarse. Ni un roer-se. Ni un derruirse. Ni tampoco un encerrarse incapaz de afrontar la realidad. Ni siquiera un desquiciado ‘en-cerrosear-se’. Es decir, el demorarse tampoco sería un evadirse que huye a los cerros de Úbeda. Incluso pudiera decirse ‒y no sin cierta aparatosidad o artificio, e imitando esa melancolía mostrada por Sabato en “El uno y el universo” al hablar de “El porvenir de la ignorancia”‒ que tal demora es un demorarse más soliviantado que arrogante: Más preocupado por la improbabilidad de un saber simbiótico entre los Verlaines y los Poincarés que ocupado pudiera estar en la propagación del saber especialista. Un demorarse que, desvirtuando la expresividad del pensamiento de María Zambrano en “Filosofía y Poesía”, es un engendro ‒más postergado que exclusivo‒ que crece sobre las morras ‒más asoladas que soleadas‒ de un solipsismo vapuleado, y herido por los vientos de la soledumbre, cuyo único bálsamo sería un entusiasmo compartido.


Saludos cordiales.


…Y, por cierto, si lo dicho por Paula fuese por mí…, entonces…, agradecido y emocionado, solamente puedo decir:


https://www.youtube.com/watch?v=Ac9upnxGou0

¿Como sabemos lo que no sabemos si no lo intuimos o presentimos? Es tan sabio que sabe hasta lo que ignora
En alguna parte he leido:
El que sabe y sabe que sabe es un sabio, siguelo
El que no sabe y sabe que no sabe es un humilde imitalo
El que sabe y no sabe que sabe es un tonto olvidalo
El que no sabe y no sabe que no sabe es un ignorante desprecialo
Jose Luis Espargebar Meco desde Buenos Aires

Meu amor andaluz, eu não sei nada de você, nem se você é mesmo andaluz....Mas ainda gosto de você

https://www.youtube.com/watch?v=7UZNHXYLQds

No se trata solo de saber, sino, de entender lo que se sabe.
Saludos... Félix.

Sabemos que no sabemos nada. La mirada preocupa porque si pusiéramos atención en ella veríamos diferentes formas de proceder. La vista desdobla un acontecer del que saber nada es admirar la mirada.
Bonito el poema que se ha descrito en el comentario.

Lo que no sabemos y nunca sabremos pues escapa a la palabra y el pensamiento, y si donde más somos es donde no sabemos , les recomiendo la lectura de bellísimo poemario de Jorge Alemán titulado "No saber"

Lo que no sabemos, y lo que nunca sabremos pues escapa al pensamiento y la palabra. Ese lugar al que en su conferencia sobre nada John Cage nos conduce suavemete, como acunándonos y experimentamos el placer de llegar a ningún lado, de estar en ninguna parte...

Para querer saber hay que prepararse para la tempestad y los aires fríos y fuertes de las alturas. La soledad es inmensa allí, pero se respira libertad. Aunque ¿cuánta verdad soporta un espíritu?
Eso dice Nietzsche. Y yo le creo.

Mediante los cinco sentidos, la experiencia, la memoria y el intelecto, los seres humanos dotados de suficiente salud fueron dejando constancia de lo aprendido.
Como peldaños tridimensionales creciendo en todas direcciones las opciones y el saber.
No solo multiplicando o restando, también observando alrededor y proyectando lo que se tiene bajo los pies.
Y tocamos.
Como plantas que crecen si el medio lo consiente, y se reproducen repitiéndose miles de veces.
Evolucionando, adaptándose.
El pensamiento, la habilidad, la experiencia, arraiga y da sus frutos a la fuerza.
Como las plantas, si se encuentra un medio apropiado.
En miles de seres, también las personas.
La intuición es solo un brote que nace porque le ha llegado el momento oportuno, y el brote se sostiene sobre un tronco y unas raíces más antiguas, que sostienen.
Autónomos, y enlazados, dependientes.
Como en una colonia.
Como las células del cuerpo, como un enjambre, como el cerebro, así es el pensamiento.
O la inteligencia.
Por deducción.

Lo que suele entenderse por educación consiste en la transmisión de teorías, modelos y paradigmas junto con los hechos y situaciones que los confirman, pero silenciando a menudo aquellos hechos y situaciones que no explican. Se fundamenta en la propagación de una concepción completa y cerrada del mundo, en la que no cabe nada nuevo.
Pero los modelos y teorías no son eternos, ni las ideologías permanecen para siempre. Aceptar que las verdades de hoy son las mentiras de mañana es, o debería ser, la idea rectora del método científico. Romper modelos, no ajustarse a moldes, es la esencia del hecho artístico. Y, siempre surge un paradigma nuevo que, cuanto más éxito tenga tanto más dificulta la aparición del que le sigue.
Porque soportamos muy mal que aquello en lo que se basa nuestra vida, lo que nos da seguridad y las pautas para movernos, pueda desmoronarse. Y resulta duro aceptar que aquello sobre lo que hemos pontificado durante años no era del todo cierto, incluso era mentira.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/saber-y-desconocer

Impotencia

Saber que no sabes nada
es impotencia callada,
y continuamos andando
sin desear la llegada.
Vacío en el corazón,
ilusiones ya marchitas,
viviendo la sin razón
sin esperanzas finitas.
Serpenteando los meandros,
mirando todo el entorno,
queriendo estar y no estando,
dando vueltas en el torno.
Percibiendo siempre a ciegas
las luces y los colores
que se mezclan en el tiempo
con oscuridad y horrores.
N. G.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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