Un niño, una niña, o un adolescente no son ciudadanos precarios, ni simples conatos de ser humano. Considerar que la infancia, término asimismo controvertido, es una etapa secundaria, una simple preparación, relegarla a un momento cuyo sentido solo obedece a propiciar la vida adulta supone desconsiderarla en su plenitud. Se comprende entonces nuestra desafortunada tendencia a estimar que todo es siempre el preludio de algo que está por venir, mientras restamos entrega e intensidad a la ocasión que nos corresponde vivir. Que requiramos mejorar y crecer no significa que haya de postergarse la plena constitución.
Como a nadar, nadando, a participar se aprende participando. Insistimos en la necesidad de hacerlo y de procurar los espacios, los ámbitos, los mecanismos y los procedimientos para lograrlo, y conviene que suceda desde bien temprano, desde los primeros momentos. Para quererlo y para valorarlo. Ello exige no limitarse a ser un mero paciente de lo que ocurre.
Participar es tomar parte, en la medida en que no se reduce a tomar mi parte, sino a formar parte. Supone pertenencia e implicación, adoptar una posición. Y ese sentimiento de no circunscribirse a la imprescindible peripecia personal ha de experimentarse, ha de saborearse, que es un modo de saber que conlleva constatar las experiencias más innovadoras, más inaugurales, aquellas que no siempre se dejan resumir en una historia, que son vivencias que marcan toda la vida.
Ello comporta saberse protagonista de la propia vida, encontrar la adecuada relación entre quienes somos y lo que hacemos, y no restringirse a intervenir, sino a asumir las consecuencias de lo que decimos y decidimos. Y eso no ha de postergarse para otros momentos. Ni cabe limitarnos a constatar lo que está dado, como inexorable y sin fisuras. Parecería en tal caso que todo habría de consistir en integrarse, en asimilarse y en reproducir lo existente. Lo interesante entonces sería no tanto formarse como conformarse. Es lo que esperaríamos de nuestros niños y niñas. La participación no pasaría de ser una aceptación, una adquisición.
Sin embargo, aprender a participar y a intervenir no se reduce a la escenificación de los procesos, ni a la celebración de ensayos, ni a contentarse con sucedáneos o simulacros en los que se juega a imitar comportamientos o a simular el estado de adulto. De ser así, no se haría sino constatar que se trata de asistir, más o menos activamente, a un espectáculo. Lo determinante es que tenga consecuencias, lo que implica dar respuesta, responder, esto es, responsabilidad. Y cada edad comporta un modo de asumirla, no una forma distinta de eludirla.
A través de la participación se desarrollan sentimientos de pertenencia, interés por lo común, por lo público, por lo social, lo que resulta determinante para no ser alguien ensimismado o aislado. Y se logran más fecundas relaciones con el conocimiento, con las competencias y con los valores, para incorporarlos realmente no solo al aprendizaje, sino a la propia vida. De ahí la importancia de la configuración de espacios reales para hacerlo. Y no únicamente en los ámbitos familiares. La constitución de los consejos de niños en los pueblos y ciudades es un buen ejemplo de ello. Comprometiéndose en la cooperación, en la atención a necesidades específicas, en el cuidado del medio ambiente, la acción de los niños no es un mero factor de detección de necesidades y un elemento de su formación, ofrece a su vez visibilidad y abre nuevas posibilidades.
No pocas veces, el olvido de nuestros mayores o el de los de menor edad ofrece la espeluznante visión de la irrealidad de una ciudad de seres meramente productivos y activos en su ir y venir, y en ocasiones bien desconsiderados, que nos exigirían hablar de la ciudad silenciosa y silenciada. La ciudad de los niños y quienes trabajan en proyectos similares sitúan la cuestión en otro ámbito bien fecundo.
Los derechos de la infancia no son una proclamación abstracta sobre un colectivo indiferenciado. Ni una mera declaración. La Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó, en 1989, ahora hace veinticinco años, una Convención sobre tales derechos, lo que obliga y vincula a velar y verificar su cumplimiento. Se abrió así un debate aún más fructífero sobre cómo considerar la protección, la provisión, la participación y la prevención. El intenso debate prosigue. Y muy especialmente para que no se anulen unos factores con otros, supeditándose bajo el dominio de alguno de ellos, o reduciendo la participación a la pariente pobre de los derechos de la Convención.
Cada niño, cada niña, cada adolescente es singular y su autonomía no es autosuficiencia. Les necesitamos. Nos necesitamos. Compartir espacios es buscar una palabra común, la que nos permite no considerar ajenos los asuntos de la res-publica. Aprender a argumentar, a decidir, a elegir comporta aprender a escuchar, a saber decir. Y eso es determinante en la educación. Y a ser escuchado y tenido en consideración. No para evitar el debate y la controversia, sino para hacer de ello cauce crítico de propuestas transformadoras. Los cambios estructurales o institucionales siempre han de acompañarse de esta oxigenación personal y social. Y los niños y las niñas, los chavales, son asimismo decisivos al respecto. Quererles y esperar algo de ellos es clave. Asimismo para sustentar su capacidad de querer.
La dimensión social de los conceptos impide reducirlos a un significado clausurado. En todo caso, vincular la infancia, en toda su complejidad de sentido, con la participación, en toda su polisemia, resulta imprescindible. Y no ya para clausurarlos en su dimensión ejemplarizante o en una mera apariencia formal. Los extraordinarios esfuerzos realizados por tantos aglutinan a un conjunto notable de agentes implicados, con dedicación y con competencia, y constituyen una serie de experiencias, que es preciso escuchar. Y reconocer. No se trata de una actividad exótica, con vocación de aditamento, de complemento, de apoyo lateral. La participación concreta constituye un elemento vertebral para la configuración de ciudadanos y de ciudadanas activos y libres, responsables y capaces.
Este carácter decisivo no lo es simplemente al amparo de un mañana necesario, como si se tratara de un instrumento o de un medio, en una etapa de malentendido cortejo antes del verdadero encuentro. Forma parte sustancial de la adecuada formación. Ello incluye asimismo el trabajo con otros, el buscar juntos, el no creerse en posesión de la única palabra de verdad, el hacer la experiencia de lo debatible, de lo discutible, de lo susceptible de ser deliberado. Y de la necesidad de decidir en espacios no pocas veces de incertidumbre.
Colaborar y contribuir no significa construir entramados y tramoyas para representar ámbitos de resolución. No basta con ejercicios simulados, ni de limitar se a ensayar. Es preciso que los niños y las niñas, que los adolescentes sean protagonistas de los avatares de la propia existencia en todo momento, según las propias condiciones y posibilidades. Pero siempre y en todo caso. Y no es una cuestión de edades. Cada una de las cuales conlleva sus singulares tareas. Y ellos las han de tener, de modo preeminente y primordial, desde la escolarización temprana y los derechos que abarcan toda su vida diaria y su porvenir.
El cuidado y la precaución imprescindibles no han de ser la base de un miedo indiscriminado, ni la causa de la pérdida de autonomía y de movilidad de los niños y niñas, como si se tratara de mantenerlos al margen y a buen recaudo. Del mismo modo que hoy se habla de la adecuada nutrición, o de la “dieta audiovisual” sostenible y equilibrada, de la importancia de la creatividad, de la comunicación, del trabajo en grupo, a su vez, la necesidad de contrastar, de discutir y de valorar resultados es un elemento decisivo de una formación integral. Ello confirma que, en lugar de limitarnos a esgrimir la indiscutible conveniencia de otras formas de participación, no posterguemos la necesidad de que sea real y eficaz desde lo que llamamos infancia. Y no solo en los asuntos de su directa incumbencia, como si “los intereses superiores del niño” se redujeran en exclusiva a lo que directamente le parece afectar. Vive en un contexto escolar, familiar, vecinal, social. A su modo, es ya un ciudadano, una ciudadana, y no una simple expectativa. No tiene ciudadanía diferida. En todo caso, es siempre un ser humano que participa de serlo.
(Pinturas de Lisa Golightly.Smile and Wave; From Afar; Assist; y Team Effort)
Hay 8 Comentarios
Así es, dos enlaces abajo que abundan sobre el tema. Más en el blog.
http://averkpasa.com/alguna-produccion-multimedia/testimonios-de-los-protagonistas/
http://averkpasa.com/que-pasa-en-la-escuela/4-de-una-escuela-aun-frecuente-y-de-otra-aun-por-frecuentar/
Publicado por: Manolo Gil | 11/04/2014 19:46:49
Así es, dos enlaces abajo que abundan en el tema. Más en el blog.
http://averkpasa.com/alguna-produccion-multimedia/testimonios-de-los-protagonistas/
http://averkpasa.com/que-pasa-en-la-escuela/4-de-una-escuela-aun-frecuente-y-de-otra-aun-por-frecuentar/
Publicado por: Manolo Gil | 11/04/2014 19:44:50
Me encantaría suscribir todo su argumentario. Pero el tribunal constitucional acaba de decir que un niño con Síndrome de Down no tiene derecho a matricularse y participar en una escuela "normal"... Y si resulta que "clasificamos" a las personas en "normales" y no "normales" me pregunto que para qué diablos queremos infancia si después nos la arreglan así.
Publicado por: Juan | 10/04/2014 0:23:56
Dice Ud profesor que a participar se aprende participando, desde luego buscando los momentos y circunstancias adecuados a cada situacion y edad, me pregunto, a trabajar se aprende trabajando, estoy seguro que Ud esta en contra del trabajo infantil, que en ualgunas situaciones no solo sirve para el aprendizaje del niño o niña sino tambien para el sostenimiento de la familia y que mayor responsabilidad que esa, creo que al etapa infantoadolescente se deben acumular enseñanzas y saberes que tendran su pleno desarrollo en la edad adulta y no estoy en contra de los consejos de niños y adolescentes en esuelas y colegios que sin duda ayudan a mejorar la educacion que se imparte por adultos y adultas a quien en muchos casos los niños y adescentes quieren parecerse.Dejemos que nuestros niños disfruten de esa hermosa etapa de la vida que queda siempre en el recuerdo como la mas bella etapa de la vida
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: Jose Luis Espargebra Meco | 08/04/2014 23:26:38
Controvertido!! se considera la etapa de secundaria infantil que propicia la vida adulta? Pues, no estoy de acuerdo la mitad de los niños que se preparan en su infancia están evocados a asumir su juventud como disciplina de iniciación al mantenimiento de su ajustada época infantil, y vivir la imposición desmedida de los adultos que programan al crío en su encaje personal articulado.
Sí el niño tiene habilidades naturales a desarrollar que los desarrolle y los adultos que se dejen de tantas participaciones infantilitas que para eso no están. Tienen una vida que desarrollar.
Publicado por: Lidia Martín | 08/04/2014 13:38:36
Resulta evidente que a vivir, se aprende viviendo: sin embargo, los primeros pasos de un adolescente que no haya recibido, las enseñanzas de comportamientos éticos, su ingenuidad atrevida puede conducirle, por un camino muy peligroso donde el aprendizaje pudiera resultar catastrófico.
Publicado por: Nely García | 08/04/2014 10:11:50
Dice la doctrina católica que a partir de los siete años nos es dado el uso de la razón y, junto con él, la responsabilidad de nuestros actos. A partir de ese momento uno es consciente de las consecuencias de sus acciones. No es una creencia exclusiva de la Iglesia, sino que está presente en muchas culturas y es muy anterior a ella, que no hizo más que recogerla como tantos otros saberes y tradiciones.
Es un hecho que avalan las evidencias científicas, que constatan que a los siete años tiene lugar un importante cambio hormonal que modela el cerebro del que lo padece y, en consecuencia, su comportamiento. A partir de esa edad el timo y la glándula pineal empiezan a atrofiarse, comienzan a disminuir de tamaño. Parece que es el precio a pagar para que los dos hemisferios del cerebro, el izquierdo y el derecho, el análisis y la analogía, comiencen a negociar para llegar a un acuerdo. Es el precio para tener la capacidad de decidir, de elegir entre dos opciones gracias a eso que llamamos el libre albedrío.
Y el reconocimiento de que ya se dispone de razón y de capacidad de decisión viene emparejado con la exigencia de esfuerzo y de asunción de nuestras responsabilidades, a la vez que se respeta la propia autonomía. Desde ese momento, se nos deja elegir y se nos exige que pongamos de nuestra parte para conseguir las cosas, tanto las que demanda nuestro ser como las que los demás solicitan.
Y ahí reside el gran drama de la escuela. En primar unas demandas sobre otras, en hipertrofiar las conveniencias sociales y no tener en cuenta lo que cada cual necesita; en reprimir o no fomentar la autonomía de cada cual, volviéndole dependiente, pero sin dejar de exigirle un esfuerzo para conseguir una meta que ya no es propia. En olvidar que todo el que llega a este mundo nace para enriquecerlo, para aportar su propia pieza, y que todo niño trae consigo las herramientas para colocarla.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/miguel
Publicado por: Esalvador | 08/04/2014 10:01:49
La infancia es una de las épocas más tiernas, bonitas y brillantes de los seres humanos, que como el resto de especies animales, se suele caracterizar por ser la época en que se les protegen y cuidan con esmero por las madres, por los adultos en general.
Y se educa o enseña.
Para poder reunir los suficientes conocimientos que les permitan a los cachorros salir adelante por si solos cuanto antes, igual los niños y niñas.
La niñez es el momento de la identificación con los mayores, de copiar los esquemas.
De mejorar al grupo social al que se pertenece, aportando savia nueva, nuevas generaciones que arrancan desde las mejoras de sus padres.
Renovados ímpetus, aportando más fuerza y garantías de futuro.
Una posibilidad, otra oportunidad más de mejorar.
Una promesa.
La infancia, es un nuevo reto para mejorar lo que ya se tiene gastado, o deteriorado, u obsoleto.
De la infancia se pasaba al aprendizaje y al seguimiento, acompañando a los mayores en las prácticas y en los oficios, los aprendices.
Enseñando lo sabido, y esperando la oportunidad de que los nuevos infantes apuntaran otras alternativas.
Desde la iniciativa individual, pagando con ello los cuidados de los mayores o los padres.
También es la época débil del ser humano, indefensos son el blanco perfecto de quienes incapaces de ejercer en responsabilidad, descargan sus frustraciones sobres personas pequeñas que no se pueden defender, a veces por obligada obediencia, otras por simple respeto.
A los mayores.
De pequeños siempre se cree que las personas mayores son siempre correctas, y lo que hacen tiene justificación, por eso se han recibido castigos pensando en que algo se hizo mal.
Y los palos eran merecidos.
Aunque andando el tiempo, se descubre que los castigos a los infantes no siempre se fundamentan en razones.
Sino que son fruto de las incapacidades que se sienten o de las frustraciones heredadas.
La niñez o la infancia es escuela de mayores, en un beneficio recíproco alentado por la vida que continua.
Gracias a los nacimientos.
Publicado por: Lucena | 08/04/2014 9:18:33