El salto del ángel

Cada cual a lo suyo

Por: | 16 de mayo de 2014

MUYMUY

No se niega sensatez a las consideraciones que desde bien temprano, en los días y en la vida, aconsejan no entrometerse en los asuntos denominados ajenos, ni interferir, e incluso ni intervenir en ellos, desde el principio que sustenta que cada cual ha de limitarse a ocuparse de lo suyo. Sin embargo, muchas veces lo suyo es muy suyo, pero también es muy nuestro, no solo particular sino colectivamente.

En esta prevención de no inmiscuirse hay no poco de cautela, de concentración de fuerzas y de respeto a la hegemonía y a la autonomía personales, tan necesarias. Ahora bien, no deja de resultar por otra parte inquietante. Podría parecer que se trata de ocuparse exclusivamente de aquello que nos concierne e interesa directa y singularmente o, como suele decirse, personalmente. Lo demás, que lo atiendan los otros. Es decir, que se ocupen ellos, o ellas.

Así, debidamente fraccionada la atención a lo nuestro, lo común no sería sino el resultado de la adición de las partes que lo compondrían. Del resto de parcelas, si las hubiera, habrían de ocuparse quienes o por interés, afán de poder o de dominio, o por deseo de protagonismo, se las vieran con lo que no les concierne exclusivamente. No se barajaría la posibilidad de que fuera por compromiso o generosidad. En el extremo, entregados todos a lo nuestro, el resto sería suyo.

Mientras tanto, lo de cada uno quedaría ya afincado como absoluta posesión, con su correspondiente derecho, efectivamente de propiedad, y la apropiación conllevaría acotar nuestro particular espacio como auténtica reserva. Desde ella podríamos ser razonablemente exigentes para quienes no (nos) llevan bien lo común, también a su modo lo nuestro, es decir no (nos) lo administran adecuadamente.

Pero si cada quien va a lo más suyo se ve afectado precisamente eso más nuestro que, entonces sí, si nos descuidamos, otros hacen efectivamente suyo. Cuidarse solo de lo que nos incumbe, reduciéndolo a lo que únicamente nos afecta directa, inmediata y personalmente, es una forma de usurpación invertida.

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Los tiempos más difíciles y complejos tienden a enclaustrarnos en espacios que en diversas situaciones pueden considerarse de supervivencia. Son tales las urgencias y los desafíos que uno no está para mucho, a veces ni siquiera para sí mismo. Precisamente entonces es cuando el descuido de lo nuestro puede resultar más decisivo.

La búsqueda de una salida airosa es necesaria y respetable. Considerar que ello se reduce a la pura e inmediata entrega a lo más inminente y actual, apremiados por su acuciante presión, podría agudizar otras formas de sumisión, aquellas que se nutren de las fatigas, reclusiones y clausuras que uno mismo se procura. Tampoco andamos mal a la hora de autoengañarnos. Y no solemos ser poco sofisticados al respecto.

Así que, atentos estrictamente a lo que nos importa por rentable, podríamos dar demasiado por supuesto en qué consiste. Pronto comprobaríamos hasta qué punto nos sentimos concernidos por lo que parecería sernos indiferente. De este modo, ocupados cada cual en lo suyo, no pocas veces crece en nosotros una sensación, curiosamente muy compartida, la de que son los demás lo que no lo hacen y que, si fuera de otra forma, no nos encontraríamos en esta situación. Con ello, los otros son los causantes, nunca uno mismo. Y, de ser así, el resentimiento anidaría en esta percepción de que otros no hacen lo suyo por lo nuestro.

La operación por la que paulatinamente nos vamos desentendiendo de lo que no nos resulta clara y directamente útil no es ni siquiera un ejercicio de pragmatismo. Tiene poco que ver con la eficacia y la eficiencia y es fruto más bien de cierta debilidad, que no ha de confundirse con la ineludible fragilidad constitutiva como seres humanos. Y de una incapacidad para lo más fecundo y fructífero, que no siempre anida en quienes tienen más dificultades, y que más bien obedece al modo de responder a ellas.

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Sin embargo, no es cosa de desestimar lo que significa que cada quien atienda lo que le corresponde, cuide de sí y de sus asuntos, responda de sus ocupaciones y vele por sus tareas. Es más, resulta decisivo personal y socialmente. Pero ni siquiera eso es tan fácil de delimitar. Los espacios de lo que nos concierne no se reducen a los de lo que nos acucia. Y no siempre lo que nos importa coincide con lo que nos atañe.

Vivimos en ámbitos donde se relacionan incluso los intereses, y pueden compartirse los objetivos y cabe hallar ámbitos de relación intensa, permanente. Incluso, puestos a ir cada cual a lo suyo, a lo más propio y peculiar, nos encontramos con otros, con sus deseos y necesidades. Y no es cosa de arrollarlos en nombre de los nuestros, ni de denominar competencia a lo que no pocas veces es desconsideración.

El respeto no es indiferencia. Pero la indiferencia sí supone falta de respeto. Y no nos referimos a la simple asunción de la singularidad ajena. En ocasiones es un mal llamado “respeto”, como una simple modalidad formal, con aires de paternalista “tolerancia”, como coartada para dejar a cada uno, a cada una,  al albur de sus propias posibilidades, que no suelen ser ajenas a sus oportunidades. En efecto, cada cual ha de hacerlas valer con su acción, pero eso que parece ser responsable atención para con los asuntos propios no pocas veces trata de emboscar la apatía para con los otros.

Replegado sobre uno mismo, se incrementa, hasta tal vez la obsesión, la necesidad de atender a los propios asuntos que, incluso en el mayor de los aburrimientos, crecen como ocupaciones ineludibles. Todo se puebla de cometidos insoslayables. Lo mío es la expresión que concreta lo que significa lo suyo cuando alcanza a cada quien. Y al decir lo mío, confirmamos que los demás se apañen con lo suyo. Y de paso, ellos sí, cuiden de lo nuestro. Nosotros, ya se sabe, no tenemos tiempo para nada.

Muy muy

(Imágenes: Pinturas de Michael Sowa. Schöne Allee im Norden von Berlin; Schafe mit Laptops; Die Schule des Fisches; y Mann, Tisch, Fisch)

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Hay algo en cada “mío” singular ajenamente íntimo en apariencia al “suyo” de otros que se conforma y fragua según circunstancias y tiempos diferentes con lo experimentado, con lo vivido, y que con más o menos conciencia de ello, nos trasciende, nos diluye parcialmente, nos integra lo justo en el espacio común compartido, emulsionados con otros “míos” distintos, esos “suyos” también vividos no como exclusivos si no como desemejantes, voluntaria o involuntariamente en ocasiones intercambiados, cedidos, abiertos, consentidos.
Sutil, inaparente, casi invisible simbiosis de engañosos deshermanamientos que van conformando un territorio donde conviven atenuadas lo justo las singularidades siempre imprescindibles en cada uno.
Un espacio que deja de ser de ninguno, que es de todos, donde se difuminan los límites de egos superfluos , esos “míos-suyos” que nos separan que nos hacen percibirnos engañosamente lejanos y distintos.
Un territorio donde se gesta la conciencia de un nosotros que deviene en un común “algo nuestro” compartido.
Cuando lo “mío”, consentido en exceso, o por pura precariedad , deviene en menosprecio, ignorancia, falta de atención u olvido del “nuestro” común, el espacio comunal se resquebraja, se parcela en espacios distintos donde más mal que bien intentamos sobrevivir y sobrellevarnos, olvidando a los otros, como nosotros, alojados e inquilinos exclusivos de lo “suyo”. Alojados en lo “mío” particular creemos vivirnos cuando en realidad nos desvivimos.
Descoyuntados del territorio común, acotados en un espacio a veces que no siempre elegido, marginados, aislados, jibarizada al mínimo o perdida la conciencia del nosotros, creemos habitar un ámbito de engañosa autonomía, en una falsa plenitud que nos vacía de otros, de nosotros mismos.
Acechados por la intolerancia, el miedo o el egoísmo, abono tóxico con el que tratamos de justificar el en apariencia y en ocasiones cómodo si es elegido auto-encierro pero en circunstancias otras a veces impuesto y por ello incómodo por no elegido, desatendemos, prisioneros exclusivos de lo “mío” el “suyo” de otros, el “nosotros” común .
Arriban entonces los terratenientes de ideologías, de intereses, de morales que se apropian del otrora espacio social tolerante, humanizado, fecundo, integrador de tantos “míos” distintos compartidos.
Los usurpadores, gestionan a su antojo hegemónicamente el espacio antes de todos, muñen el alienante, insolidario, amoral , deshumanizante, socialmente excluyente y exclusivo mantra del: “cada cual… a lo suyo”, en realidad un ”nosotros a lo nuestro” que es solo “suyo”.
Resistirnos al programado desahucio del escenario social interpretado en armonía por tantos otros “suyos” pactados con lo “mío” a veces tan contradictorios, es obligación moral de cada uno.
Sin renunciar al “nuclear mío”, alumbrar si no se tiene, alimentar si se disfruta o recuperar si se ha perdido, la conciencia de “ser social” integrado por muchos y singulares “míos-suyos” en un “nuestro común”, debería ser existencial, social y prioritariamente por parte de todos el objetivo.
Solo debieran quedar fuera de este este espacio común y gestionado por y para todos, los predicadores de paranoicos “nuestros” excluyentes que no atraviesen los límites imprescindibles por todos consensuados y la singularidad exaltada –están en su derecho- de los recalcitrantes de lo “mío

Sí cada cual fuera a lo suyo donde quedaría la señal,, el alcance y el sentido políticamente correcto de lo humano. Las personas o la dimensión pública recogen lo que siembra.

Recuerdo un juego de niños acompañado de un canto:Anton, Anton pirulero, cada cual atienda su juego y el que no lo atienda que pague una prenda. Eso me ha hecho recordar algo que he leido no recuerdo donde ni de quien. Entender la fisica nuclear es un juego de niños comparado con querer entender un juego de niños, en el que hago alusion todos aportabamos al juego y el que no lo hacia o lo hacia de forma incorrecta pagaba una prenda.Cada cuala lo suyo y eso hace la nuestro que si falta alguno no estara completo y por tanto que pague su prenda
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Witnes, coraje de boquilla, como el que usted expone...

Una muestra ejemplar de cómo es posible subirse al pedestal marmóreo para mirar entorno y señalar a un confín del horizonte: aquel sobre el que se agrupa una nebulosa porción de la Humanidad a manera de smog. Siempre me he preguntado cuál sería el modo de pensar y actuar de los militantes socialistas más inteligentes y cualificados frente a las abundantes muestras de corrupción, mal gobierno y sectarismo que afean a su partido. Esta página de nuestro anfitrión los retrata y lo retrata. Lo “suyo” depende tanto de la estructura política que los encumbrara, lo “suyo” comporta tantas gabelas y privilegios, lo “suyo” se vuelve tan incómodo cuando se quiere aplicar la coherencia entre discurso y acción, lo “suyo” regala tantas recompensas anímicas en adulación y reverencias…que necesita , como condición sine qua non para una tranquila duración sin sobresaltos, de la sumisión a la batahola de la bandería, de la elevación del mentón hacia alturas augustas y, al cabo, del prudente silencio sobre la mugre que resbala por el paralelepípedo de mármol en tanto resuena con impostada candidez la generalización sobre la forma en que los demás atienden a sus propios asuntos.
Tal pareciera que aquello de lo que con tanta fruición los conmilitones se hubieran apropiado fuera también “suyo”, que la ganancia del grupo por cualquier sumidero de ineptitud y demagogia mereciera la indulgencia del cinófilo porque fuera también “suya”, que hasta el disimulo alrededor de una huera promesa caduca, sin contenido tras el fracaso abrumador, acabara por ser asimilado por necesidad imperiosa de hacer “suya” también hasta la vacuidad de un coraje de boquilla. Avisa nuestro anfitrión del riesgo cierto de que a cada cuál nos sea arrebatada nuestra parte de lo común porque haya quien salga en pos de ese espacio del foro cívico que hubiéramos abandonado para, al hallarlo vacío, hacerlo exclusivamente”suyo” y, acaso, plataforma desde la que penetrar en lo nuestro particular, en lo nuestro intelectual, material y humano; mayor peligro comporta, sin embargo, no reconocer a quien usa de un aviso semejante para ocultar cuánto de ladino hay en quien denuncia a todos menos a los “suyos”, quien clama contra un genérico egoísmo y lo practica contemporizando con quienes le aseguran la promesa de seguir contando con lo “suyo”.
Nunca mejor ilustración de un texto de don Ángel que ese saltador de Paestum, inmóvil en el aire, como si corriente y mármol no fueran con él, como si allí, a sus pies, no hubiera estado el estiércol del estilita y, en el agua, frente a él, el detrito vertido por la cloaca, tal vez Máxima.

Toda una propuesta del cambio de mentalidad y de mentalización, hacia la que ha de dirigirse el ser humano, ahora. El adherir esto a cómo ha de ser el cambio necesario de la sociedad, quizá quienes leemos estas magníficas ideas propuestas por el profesor Gabilondo, no lleguemos a verlas instauradas. Pero la dirección es tal como dice. Gracias profesor.

Yo soy lo mío ahora, antes y después.
Lo demás, son solo escalones que me ayudan para escalar el monte de la vida.
De mi vida.
Esa es la escala y el registro que se observa en general, y que se tiene como cierta, al final del razonamiento entre los derechos y deberes.
En sociedad.
La realidad tangible, frente a otra realidad virtual y lo que se observa a las claras, es que mientras el yo, se pone en la realidad de verdad, tocando en vivo.
El los demás, se ponen o se procura poner en esa realidad virtual que se mueve adelante o hacia atrás según convenga.
Como no estando de verdad.
Por ejemplo un desahucio en directo de personas que se quedan en la calle, con todo lo suyo.
Los colchones y las sillas, sacados en volandas o a rastras de lo que es su casa de toda la vida.
Sin concursos, sin recursos, y sin paños calientes ni comisiones rogatorias.
Si lo hablamos en primera persona, con el yo he sido por delante, no es lo mismo que si son otras personas desconocidas, que forman una lista.
De nombres, una estadística.
Para estudiar cuando se tenga tiempo, o comentar en la sobremesa con el café.
Transformando la realidad, en una realidad virtual, en un listado que sin embargo responde a nombres y a personas de carne y hueso.
Nos atendemos a nosotros mismos de diferente manera.

Es imposible aislarse de la cultura colectiva: cuando la ética es la prioridad, podemos compartirla sin alejarnos de nuestra percepción íntima y personal.
Cuando en lo colectivo percibimos anomalías que favorecen a los poderosos, lo normal es señalarlas en aras de que sean corregidas. Muchas veces la impotencia nos estimula a encerrarnos en nosotros mismos, y esa incrustación nos impide actuar, siendo discutible ese proceder de supervivencia.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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