El salto del ángel

El estado de ánimo

Por: | 06 de mayo de 2014

Deborah Butterfield  (10) GRANDE

El estado de ánimo es en ocasiones más un estado líquido, incluso gaseoso, que un estado sólido. No es que carezca de constancia o de intensidad, sino de estabilidad. Su permanencia es algo evanescente. Sin embargo, su capacidad de incidir, de condicionar y hasta de determinar le otorgan un poder que conviene tener en cuenta. No para limitarse a ceder a sus embates. Sin duda, cabe obedecer a causas bien concretas, conocidas y definidas, aunque no necesariamente. Puestos a explicar ciertos resultados, algunos éxitos y no pocos fracasos, suele argüirse que hubo o faltó ánimo. La confianza, que puede merecerse, pero asimismo despertarse un tanto inexplicablemente, al menos a primera vista, parecería pender, y hasta depender, de según qué ánimo.

Vivimos tiempos en los que se ha llegado a identificar lo real como un estado de ánimo, como único contenido. En el extremo, no es que la realidad se vea condicionada por el estado de ánimo, es que en algunos casos este viene a ser una verdadera realidad. Ello permite considerarlo como gran excusa, la auténtica explicación, la razón, como razón de ser, de lo que hay, de cuanto se hace y de cuanto deja de hacerse. Basta modificarlo para que ya quepa hablarse de otra realidad. Ciertamente para ello se requieren algunos ingredientes, que suficientemente condimentados, sazonados y presentados, son sustento de una nueva época. Y es lo que cabe decir que realmente ocurre.

De ser así, estar bien o mal se reduciría a mero estado de ánimo. No sería consecuencia, sino incluso causa. Si se consigue que sea de esta u otra manera, las conclusiones serán tales o cuales. Ya lo decisivo no consiste en qué es, sino en cómo funciona, en qué efectos produce, cuáles son sus consecuencias. De ahí su fuerza configurativa.

Si el mundo es imagen, sin dejar por ello de ser real, todo parecería conducir más a cuidarla, a ofrecer su mejor perfil y a lograr que su influencia sea estimulante y persuasiva, a producir desenlaces favorables. Y a contagiar, transmitir y comunicar formas que son en ocasiones su propio contenido, tal vez su único contenido. Entonces, gobernarse es velar por el ánimo, no limitarse ni reducirse a él, sino considerarlo en su capacidad de lograr lo que nos provoca o desafía. Pero precisamente por ello también es necesario ser capaz de reponerse, de sobreponerse, de sobrellevar, de analizar, de asumir o de comprender, no menos que de reaccionar o de responder a lo que parece imponérsenos como puro estado de ánimo.

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Creer que, en tanto que ánimo, un estado es inamovible o inalterable, autónomo, ignora hasta qué punto cabe activarlo, incitarlo, desplazarlo, y no simplemente verse sometido a su acción. Ni siquiera el espíritu propio, ni el mejor de los convencimientos son insensibles a su incidencia, empeñados en no claudicar ante el mero ánimo. Sin embargo, el enigma y el misterio envuelven asimismo aquello que no acabamos de ser capaces de explicarnos. Y que parece imponerse tan contundentemente.

Tal vez sea insuficiente decir que tenemos días más o menos luminosos y que no faltan aquellos en los que no parecemos estar ni para nosotros mismos. Y hay sociedades, incluso momentos de la historia, que a su vez son, o se nos muestran, un tanto depresivos. Y sin negar en ocasiones buenas razones para serlo, aunque no siempre ni exactamente todas las que se dice, los actos no son mera acción, e incluso con independencia de su fuerza de acontecimientos comportan una reacción que no está en todo caso precondicionada. Hay en los ánimos no poco de sorpresa, hasta para uno mismo. Y convocan a cierta decisión, siquiera la de no claudicar a su imperio.

En cierto modo resulta inquietante que el ánimo se imponga con tanta contundencia y frecuencia. Y no ya como un componente determinante, sino con una capacidad de ocupar todos los espacios, inundando también los resquicios que parecerían encontrarse a buen recaudo. Su permeabilidad le convierte en una fuerza motriz activadora o paralizadora, no siempre fácil de gestionar. Y hay quienes consideran que se trata precisamente de eso. Son expertos en gestionar estados de ánimo. No por su capacidad de argumentar, de motivar o de persuadir, sino simplemente de producir alteraciones de la predisposición. Pero precisamente en tal caso brota un nuevo desaliento, el que se desprende de su papel preponderante hasta obnubilar las buenas razones.

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No faltan quienes antes de emprender una tarea se ven en la necesidad de consultar a su propio ánimo, como si fuera otra voluntad, y arguyen sosteniéndose en él e identificándolo sin más con las ganas o apetencias. Y amparándose en su influencia parecen no precisar más argumentos. Poco a poco, tamaño proceder va generando algunas nuevas incertidumbres y una cierta impresión de que todo está demasiado condicionado por esa predisposición que ha de ser siempre previamente consultada.

Cuando Kant habla del sentido de la madurez, la que se muestra en la capacidad de pensar por sí mismo y de asumir las consecuencias de hacerlo y de no verse supeditado a lo que otros tratan de imponer, la mayoría de edad en relación con esa libertad implica no ceder, sin más, a lo que se nos dicta. Y con ello se avisa asimismo de la necesidad de no confundir la razón con cualquier influencia o novedad, aunque consideremos que ya nos habitan. El estado de ánimo no puede constituirse en una suerte de principio de razón suficiente, ni en una excusa para eludir el arrojo indispensable para actuar o dejar de hacerlo.

Ciertamente, no se trata de ignorar su repercusión, pero esta inquietante certeza, que responde a lo que podría tal vez percibirse, no nos deja indefensos ante la palabra que derramada convenientemente podría producir efectos deseados por quien la profiere. Salvo que seamos un mero estado de ánimo, por mucha incidencia que pudiera tener en el estado de la cuestión. Sin embargo, su implacable y un tanto ininteligible presencia insta a no presuponer la propia capacidad de su absoluto dominio. Las convicciones, que no son puro estado de ánimo, son un buen antídoto, pero no para prescindir de su incidencia, sino para que, sin imponerse, sean capaces de alentar la voluntad de alguna coherencia. La de no ser tan volubles como el día que tenemos.

Deborah Butterfield  (5) GRANDE

(Imágenes: Esculturas de Deborath Butterfield. Riot, 1990; Yellow River, 1984; Red Light Green Light, 2003; y Horse #2-85, 1985)

 

Hay 10 Comentarios

Introduzco, en esta entrada ‒que me entusiasma por sus imágenes de arte marginal y provisional (y que vinculé inmediatamente a “el nietszche de mi pueblo” y su devoción por los caballos)‒, buscando cierta privacidad tal vez, y a destiempo, una disculpa. Una disculpa por la discontinuidad de mi decir en estos meses. Asunto que, quizá, hubiese podido confundirle a veces. Y una disculpa por no haber sabido ser más cercano a sus continuos guiños hacia mí. Que los ha tenido. O al menos así lo he percibido. Y sentido.


Como esquizoafectivo diagnosticado (que “soy”) le pido disculpas por no haber sabido contener mis humores, ni mis errores, ni, menos aún, mis errancias.


También comunicarle mi incapacidad para vivir con naturalidad cierto hermanecer con usted: Porque así lo he visto y vivido. Y creo no equivocarme... Y con tal creencia soy consciente de la duda que me acompaña… O, incluso, de la incredulidad que me acompaña al verme en tal coyuntura… Algo que me niego a describir como desconfianza o suspicacia paranoica. Aunque si tal hermanecer no no hubiese sido, entonces, le pido disculpas por atreverme a con-fundir su pensar-sentir con cierto delirar-sufrir mío. Y por atreverme a atisbar sus inquietudes y tareas: Y por intentar emocionarle o motivarle. En fin…


…Si ha llegado a violentarle la dispersión de “mi comentarle”, lo siento. Es algo superior a la conciencia que tengo de mí mismo. No sé ‒y echando mano del decir heideggeriano ( http://www.youtube.com/watch?v=7-P00IDJpvg )‒ si tal conciencia es rebasada por un decir poético que traspasa mi ser-estando cotidiano. Una conciencia que se comunica, y se mueve (o [se] remueve), o lo intenta, dentro de un ámbito del estar-siendo que abarca tal cotidianidad erróneo-errante medicalizada: la que me define, determina, delimita o me otorga un sitio (sitiado [claro!] y sin proyección) .


Todo este grito-berrinche, vestido de disculpa por lo dicho, sea por el pensar-sentir de nuestro admirado Foucault, …aún bastante desconocido por mí.


Saludos y buen verano.

Genial como siempre. Gracias, gracias!

Genial como siempre. Gracias, gracias!

El ánimo, la percepción interior de un estar o “desestar” bien acomodados en nosotros mismos, el soplo que en ocasiones nos alienta en el vivir o nos asfixia en el sinvivir cotidiano, la sensación interior con la que nos percibimos, con la que experimentamos la digestión armoniosa o turbadora entre lo ingerido vitalmente y luego bien o malamente metabolizado .
La simbiosis entre mi mundo y mi “yo” a veces fértil, confortable, ilusionante cuando sube su cotización vital y en ocasiones estéril, incómoda, desasosegante cuando el ánimo sin saber por qué se nos congela, licúa o evapora, tal es nuestro desconocimiento de su opaca e incógnita naturaleza.
Un intento muy humano y diario de bienestar exitoso nunca garantizado o malogrado inesperadamente contra prónostico con el que gestionamos nuestro “ánimo” y nuestro vivir cotidiano.
Coartada cómoda el ánimo justificadora pero engañosa de la abulia, la pereza la cortedad en el mirar humano… en otras ocasiones sin embargo consecuencia inevitable del no poder ir más allá, de la desesperanza, del agotamiento humano cuando todo el entorno se y nos deshumaniza, nos desanima, nos roba el ánimo.
Quizás solo poniéndolo en cuarentena, acotándolo tanto en sus excesos y defectos con la razón y convicciones, podremos con más o menos acierto en el empeño, aprender a convivir con nuestro ánimo y sus volubles y a veces incontrolables estados, algo por otra parte y por cierto… de lo más humano

El estado de animo o de desanimo que es su contrario y por tanto su complementario que diria Machado, todo depende del yo y mi circunstancia de Ortega. Hay situaciones en que dominamos y manejamos nuestro estado de animo y en otras es el estado de animo el que nos gobierna y nos maneja a su gusto, la madurez supongo es que cada vez nuestra capacidad de razonamiento maneje mas nuestro estado de animo o de desanimo y cada vez seamos menos manejados en nuestros actos por el estado de animo o de desanimo
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

"La agitación del espíritu, la inestabilidad de la atención, el cambio de opiniones y de las voluntades, la fragilidad ante los acontecimientos que se puedan producir..."
Esta inestabilidad de ánimo dice Séneca que no es otra cosa que el "gran defecto de la stultitia"
Pero a mí me gusta...
Saludos

Cuando una persona es feliz su estado de ánimo es concluyente. Abría que analizar que es la felicidad para quien porque felicidad según Rae: estado anímico que se complace en la posesión de un bien.

Ver las cosas del color del cristal con que miramos e intentar sacar provecho o rendimiento de la situación que vivimos, es a veces un mérito.
Una superación, o un ejemplo.
Y una fuerza de voluntad que prueba nuestro estado de ánimo y nuestra determinación en salir adelante.
Cuando la realidad nos atosiga.
Solo nos queda nuestro anhelo, nuestra voluntad, nuestro convencimiento, y nuestro valor personal.
Desde la razón.
Y la inteligencia, para utilizar todo nuestro esfuerzo en aplicarnos en sacar adelante una tarea.
O un objetivo.
Nuestro estado de ánimo, puede ser un dolor de cabeza que persiste, pero nuestra razón de ser es nuestra vida.
Y el por qué ejercemos como personas, como nosotros, y como el yo de cada cual.
A diferencia de los animales, que solo buscan comer y reproducirse.
La conciencia inteligentes nos hace ser personas que ejercemos nuestro libre albedrío.
Retratándonos cada cual a si mismos o a si mismas, en una escala de valores aplicable en cada acto.
Agarrados a nuestra fe y a nuestros principios desde donde actuamos en defensa de lo que creemos mejor.
O más digno.
Siendo y existiendo como entidades particulares que cambiamos el mundo a nuestro alrededor.

Pienso que el estado de ánimo, es algo natural que nos invade unas veces por razones justificadas, y otras porque surge de nuestro interior sin comprender el ¿por qué?, Quizás por intuir el fin inevitable en el caso de que sea depresivo, o por experimentar un goce indefinido del momento, sin que nuestra mente primitiva sea capaz de explicar.
Los artistas suelen expresar sus estados de ánimo en sus obras, como es el caso de las aquí mostradas.
Lo que forma parte de nuestra naturaleza pienso, que no se debe de rechazar sino, concederle su justo valor.

Voy a leer el texto pero antes decir


Qué imágenes...


¿...Es, tal vez, el grito de la creatividad "homineana" que intenta vincular su arraigar biótico y su "volar"...?


¿Es un dialogar entre maquínicas deleuzianas descartesianas biológicas humúsicas..., que podrían enlazarse con, a saber!, y por decir algo!, la perspicacia de Alberto Giacometti, ¿no??

...

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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