No suele ser fácil encontrar la distancia adecuada, ni establecerla. Sin embargo, es imprescindible, entre otras razones, para poder decir, para poder decirnos y para que nos digan. Ciertamente, sintonizar, hallar el tono adecuado, es decisivo para que quepa la escucha, indispensable en toda conversación, también en la del silencio. Pero no pocas veces o estamos lejos o tendemos a una proximidad desmedida. El espacio preservado es con frecuencia el que permite la relación y la palabra, el que propicia algo común, clave de la comunicación.
Hablar desde una lejanía, a buen recaudo de la palabra ajena, acariciar el aire y el viento y dejar que haga su labor, sin demasiados compromisos, puede ser reconfortante, hasta necesario. Sin embargo, hay latidos que solo se dejan oír poniéndose al lado de los otros. Y tanto lo sabemos que con frecuencia lo evitamos.
Vivimos tiempos en que ciertas palabras y algunos discursos parecen no decirnos mucho, incluso nada. Más bien nos sobrevuelan como una retahíla que no nos convoca sino a asentir o a disentir sin más, formas en que se refugia en gran medida el hablar que no dice. Se demandan respuestas sin matizaciones, ni precisiones, sin cuidados. Se toma o se deja, como un producto que haya de ser aceptado o rechazado, pero sin otras explicaciones. De ser así, todos los conceptos y todos los afectos se reducirían a decir sí o no, lo que significaría acallar el gesto afirmativo que ambos habrían de comportar.
La cercanía propicia formas más diversas, incluso inclasificables, de decir. El gesto, el alcance de la mirada, la palabra de las manos, la indicación, el silencio compartido no hacen sino corresponder a cuanto quizá privilegiadamente aprendimos bien pronto de los más próximos, de la más próxima, la de la absoluta proximidad. Pronto parecemos olvidarlo o tememos revivirlo y entonces, lamentablemente, estamos lejos, muy lejos, de todo.
En tal caso, es evidente que ya no resultan convincentes nuestras consideraciones, pues olvidan los caminos de ida y vuelta del lógos, los del retorno de la palabra recreada a quienes la hicieron brotar, a quien nos enseñó a balbucear una lengua que siempre hemos considerado materna. La pérdida de vinculación con ese primer hogar, preludio de toda pólis, vacía la política de lo político. En nuestra casa y fuera de ella.
No es tan sencillo estar cerca. En cierta medida exige, más que encaminarse hacia el otro, caminar a su lado. Y ello no es tanto una mera posición cuanto un participar en un mismo proceso. Sentirse compañero, amigo, compañera, amiga, no es simplemente encontrarse en una situación semejante, implica hacerlo en un cierto paralelo y entonces eso de encontrarse requiere, como se sabe, algún infinito en el que podría llegar a suceder tal encuentro.
Sobrellevar conjuntamente el peso de una tesitura, afrontar al mismo tiempo un reto o correr el riesgo de las consecuencias de lo que se persigue implica una apuesta ligada y vinculada por la acción, una decisión concelebrada. De no ser así, no hay propiamente proximidad alguna, tan solo contigüidad. No parecemos dispuestos a tanta cercanía y más bien, incluso en situaciones bien extremas, tendemos a evitar lo que casi consideraríamos una contaminación por la excesiva vecindad de los demás. Puestas así las cosas, hacerse cargo de lo que dicen no pasa de ser un cierto saber de oídas, un suponer, un tener información y, por contrapartida, un transvase de noticias.
De ser así, la palabra resulta tan ajena como quien la profiere. Su esporádica aparición no suscita confianza, desde la percepción de que, en última instancia, no hay propiamente entrega. La promesa no es en tal caso declaración en la que uno se da en lo que dice, y que tiene tanto que ver con quien necesitaría ser todo oídos, también para poder decir. Solo ello exigiría un modo de correspondencia a lo que habría a su vez de ofrecerse. Sin esa donación, no es que se dude de que se cumplirán tales promesas, es que no hay propiamente cercanía, la de la mutua pertenencia, no hay ni siquiera promesa, solo ofertas.
Podría tranquilizarnos suponer que alguien nos sacará de estas, que en caso de dificultad seremos rescatados y que, aunque no lo seamos, podríamos serlo y, aunque no deseemos necesitarlo, estamos en manos de esa posibilidad. El alivio suena a amenaza y la amenaza de este alivio no deja de ser intrigante. Viene a corresponder a un grito de auxilio que esperamos no proferir, pero incluso nuestro silencio es ya elocuente y se alza como una voz hacia quien tiene formas diversas de hacerse notar. Está lo suficientemente cerca para poder dirigirnos a ello y lo suficientemente lejos como para no despertar demasiada confianza.
En ocasiones, sin implicación y sin afecto explícito, sin que nos importemos de verdad, todo cobra el aire de consejos y de veladas advertencias de lo que se derivaría en caso de no seguirlos. Es más, cabría plantearse con qué derecho dirigirse a alguien sin esa cercanía, la de tener una causa común, la de hacer causa común. Sin ella, la palabra se oye distante, por mucho que se eleve la voz o se implementen los aspavientos. Al contrario, suena más alejada y llega a producir una suerte de extrañeza, además de una enorme incomodidad. Sorprende hasta qué punto, sin llegar a alcanzarnos en nuestras convicciones, esa palabra es capaz de herir la sensibilidad e interferir la intimidad, precisamente intimidando.
La justa cercanía es una forma de inteligencia que toca otra inteligencia y suele hacerlo con una sencillez propia de quien es capaz de correr una suerte compartida. Es ajustada. De lo contrario, todo se puebla de inquietantes amonestaciones. El intercambio de avisos sin comunicación expresa atinadamente un modo de estar presuntamente juntos sin estar cerca. Y no pocas veces, conmovidos o por conmover, encontramos en ello un supuesto bálsamo que parece paliar y calmar. De este modo se preserva la imperturbable distancia, aquella que no trastorna la comodidad.
El espectáculo de la palabra simplemente emitida y retrasmitida, reducida a voz o proliferación de voces, que no pasan de ser un sucedáneo del decir, constata que hay lejanías elocuentes que ponen en evidencia y que conllevan dejar de pertenecer a una misma comunidad. Se puede asistir a él, pero sin vernos afectados. Tal vez por ello Aristóteles considera que el tamaño de la ciudad se define por el alcance de la voz. Donde ya no llega como palabra no hay propiamente polis. Y entonces prolifera el desconcierto.
(Imágenes: Pinturas de Mary Griffiths. Angela and Emma; Procession; Lifeguards; y Untitled)
Hay 13 Comentarios
No hay una distancia injusta; todas tienen la medida que no pueden evitar tener: el espacio que media entre dos elementos considerados individualmente desde la perspectiva que permite resolver su separación mediante los instrumentos capaces de interpretarla de acuerdo con una escala. Cercanía y lejanía no dependen de la distancia sino del patrón que permite emitir un juicio subjetivo por comparación de medidas escogidas previamente. París está cerca de Madrid por comparación con Moscú y, en cuanto a distancia emocional, la persona amada está más cerca en el Polo Norte que cualquier enemigo declarado situado en la vecindad inmediata. Podríamos decir que justa es la adecuación entre sentimiento y distancia, entre el deseo de cercanía o lejanía y la constatación del deseo cumplido. Justa es así la coincidencia entre las circunstancias y el yo. Y es ese yo el que sirve de patrón, objetivo únicamente en tanto puede abarcar con sinceridad la magnitud de la distancia desde la conciencia racional; posibilidad raramente realizable. Esa cercanía justa se hace así deseable pero esto no quiere decir que sea apropiada o, ni mucho menos, óptima porque el patrón siempre es modulado por el yo sentiente que, siendo apenas capaz de disciplina, tampoco lo es de objetivación valorativa. Por esta razón la inversión del concepto de cercanía en relación al sentimiento adquiere tanta relevancia en las palabras del Salvador de los cristianos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt, 5:44). ¿Quién, enfrentado con esta inversión de los valores, no pasa a reconsiderar el patrón conque juzga las distancias?
Publicado por: Witness | 04/05/2014 11:26:18
La justa cercanía tiene que estar dotada de empatía.. esa inteligencia que comprende y estima al otro, que sabe situarse a "su lado" en el momento adecuado..."en ese preciso momento"...porque es vital para el "otro"...significa ser el amigo de verdad....me parece a mi.
http://intentadolo.blogspot.com.es/2014/04/agua-de-limon.html
Publicado por: soutelo1 | 03/05/2014 20:00:45
¿Cuál será la cercanía o lejanía que mantiene Ángel Gabilondo con su blog,y puesto que este va dirigido a un público,que somos nosotros,qué será lo que piensa sobre nosotros? ¿Se establece algún tipo de afecto con unos desconocidos, o tal vez sólo se escribe para la Humanidad? ¿Para quién escribe el profesor Gabilondo? Alguna vez he notado alguna referencia en sus temas,es decir,referente a lo que preucupa aquí,pero qué duda cabe,esto puede ser una sugestión mía.
Publicado por: Profesor(tomándose su licencia)Rantamplán Malaspina | 03/05/2014 19:29:29
En "La imagen perdida" sobre la reeducación impuesta por el régimen de Pol Pot: "La revolución quiere ser tan pura que rechaza lo humano"
Publicado por: Aid | 03/05/2014 17:53:44
Gato, de alguma forma te sinto perto, mas eu nunca vou chegar muito perto...
http://www.youtube.com/watch?v=OprMsRlHFBE
Publicado por: Paula | 02/05/2014 23:49:01
La justa cercania y la necesaria lejania , por estos pagos se dice:juntos pero no revueltos.Proximidad no es estar con otro es ir con otro y ahi surgira la justa cercania y la necesaria lejania
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: Jose Luis Espargebra Meco | 02/05/2014 22:20:04
"La justa cercanía es una forma de inteligencia que toca otra inteligencia y suele hacerlo con una sencillez propia de quien es capaz de correr una suerte compartida".
¡Qué es la inteligencia? ..
http://blobic.com/entry/que-hace-inteligente-a-un-ser
Publicado por: PEDRO PEDROZA PEREZ | 02/05/2014 18:15:44
"La justa cercanía es una forma de inteligencia que toca otra inteligencia y suele hacerlo con una sencillez propia de quien es capaz de correr una suerte compartida".
¡Qué es la inteligencia? ..
http://blobic.com/entry/que-hace-inteligente-a-un-ser
Publicado por: PEDRO PEDROZA PEREZ | 02/05/2014 18:15:43
En Sociofobia, César Rendueles hace una crítica brillante sobre nuestras mitificaciones de las capacidades emancipadoras y multiplicadoras de la complejidad social de las redes y nuevas tecnologías: acabamos, dice literalmente "confundiendo el hacer cosas juntos con hacer cosas a la vez, simultáneamente"
Efecto de aislamiento y desintegración social que también subraya hoy Mario Bunge en las páginas adyacentes de este periódico.
Saludos
Publicado por: Rusfatello | 02/05/2014 16:29:07
Las personas se necesitan esencialmente las que se complementan. También se aprende de unos y de otros. La cercanía refleja el equilibrio brillante de una conversación que refleje un decir.
La medida de una conversación justa va teñida con aires modernistas y suelen ser gaulidiana.
Publicado por: Lidia Martín | 02/05/2014 12:29:51
Ciertamente la importancia de la distancia es vital, pero no significa lo mismo en todas partes, porque algunas veces la cercanía es fundamental en las relaciones, porque sirve de apoyo, y en perjudicial en la empresas, porque los más cercanos se aprovechan de esa realidad.
http://goo.gl/uSc7YH
Publicado por: Robertti Gamarra | 02/05/2014 9:49:17
La evolución tecnológica y económica de las personas, incita el distanciamiento, pero somos animales sociables y no podemos aislarnos, ni desentendernos de los familiares indefensos.
La cercanía y saber estar al lado de otro con convicciones diferentes, requiere inteligencia y generosidad. Somos propensos al egocentrismo y muchas veces no sabemos escuchar a los demás; por esa razón es indispensable la autocrítica y el esfuerzo por cambiar, ¿lo conseguiremos?.
Publicado por: Nely García | 02/05/2014 9:27:47
Mirando el mapa desde lejos, se distinguen las manchas verdes que simbolizan las florestas o los bosques, igual que desde el avión, como un puzle en el suelo.
La tierra, los cerros, los sembrados, las poblaciones, las carreteras.
Y el mar infinito, bajo el sol.
Como las plantas, que buscan la tierra fértil y húmeda en la cara buena de la ladera para crecer en abundancia.
Juntas y abigarradas a veces.
Creando un microclima de frondosidad, salpicada de insectos y de bichejos.
Las personas juntas en familias, al calor del trabajo que se encuentra en los pueblos, en los lugares, en las ciudades, en las aldeas.
Cerca unos de otros, garantizándose la permanencia.
Y el sustento.
Como en una colmena con su reina, y sus paneles.
Un clima de vida y de continuidad.
Atareadas las personas en sus quehaceres, en buscarse para ir juntos, y crecer en afectos y esperanzas.
Transformando el sitio.
Desde el reflejo de la vida en las criaturas.
Desde la reflexión.
De sentirse que se existe y que se sienten los afectos en un sitio del mapa, o del cosmos.
Viviendo.
Publicado por: Marina | 02/05/2014 9:01:10