El salto del ángel

Conducta y aplicación

Por: | 04 de julio de 2014

Shih Yungchun 6

Por algunas suertes de la memoria, para empezar, de nuestra infancia, en determinadas épocas del año tendemos a hacer un balance que podría denominarse escolar. Nos sentimos en cierto modo examinados, siquiera, en primera instancia, por nosotros mismos. Y casi se diría que es tiempo de eso que llamamos recibir las notas. Y hay que llevarlas a casa. Llegan desde diversos ámbitos, nos las entregan más o menos explícitamente, estamos en el espacio de unos u otros modos de juicio. No vamos ahora más lejos en ello. Sin embargo, sí parece una adecuada ocasión para detenernos en un aspecto socialmente muy relevante.

No están tan distantes los tiempos, y hay hábitos que incluso en algunos espacios persisten, en los que antes de las notas de las asignaturas, y con prelación, se calificaban también numéricamente la conducta y la aplicación. Se entendía como algo que no se agotaba en el conocimiento de contenidos precisos, pero no únicamente. Venía a ser un valor previo, una condición de posibilidad y, en su caso, una singular explicación, y hasta justificación de “las notas”, y estas no solo se tenían, se daban. Han pasado años, incluso vidas. Siempre quedan, con diversos matices, conceptos similares. Era, sin embargo, otra concepción. Y ni siquiera de casi todo, sencillamente, de todo. Al menos de todo lo que depende de una concepción. No hay razón alguna para añorarlo, salvo, quizás y no siempre, por razones edad. Y no solo de la que ya se tiene y en la que ya se vive, sino singularmente más por la que aún no se tenía que por la ya se había cumplido.

Es singularmente interesante la relación establecida entre lo que se entendía por ambas. La conducta era un comportamiento que se vinculaba a la aplicación de modo tan radical que prácticamente mostraba en ella su verdad, mientras en esta se alumbraba en todo su esplendor la adecuada conducta. Todo un mundo de valores, sin duda bien interesantes, atractivos y necesarios, se tejía en esta relación. Suponían a su vez, sin embargo, una concepción inquietante de la obediencia como camino adecuado. Se trataba de una forma de conducirse, que no dejaba de entenderse como un modo de dejarse conducir.

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El asunto no pasaría de ser una suerte de melancólico recuerdo si no fuera por la matriz que comporta la conducta como principio de articulación de todo el tejido social. No se trata de reivindicar la mala conducta, como si ello fuera un valor en sí mismo, una garantía de libertad, pero sí se hace preciso cuestionarse el sentido y el alcance de lo que se entiende por que sea buena.

Ha de reconocerse que “portarse bien” es hoy un valor social. Pero sí conviene sopesar de acuerdo a qué parámetros se realiza semejante valoración, con qué intereses, en qué sentido, con qué voluntad. Y hasta qué punto esto depende de qué concepción se tiene de la conducta, cuando esta se reduce a un comportamiento. Ello conlleva una relación entre el saber, el poder y el hacer. Y a la par sirve de emulación o de indicación, de señal, de propuesta ejemplarizante y, en este sentido, de instrucción. Y no suele dejarse de explicitar si el modo de conducirse ha sido o no adecuado. Se logra con ello “normalizar” los comportamientos, desde una tipificación, explícita o no, de “lo normal”, que convendría problematizar. La buena conducta lo sería respecto de ese establecimiento, el de lo establecido. Y eso supone toda una serie de reconocimientos o de sanciones, esto es, de premios o de castigos.

Se va labrando de este modo un discurso no siempre necesariamente evidente que, por un lado, puede ser una fructífera referencia pero, a la par, supone un instrumento que produce el efecto de verse sometido a la mirada de los expertos en calificar. La gran plaza pública viene a ser así el tablón en el que no solo fijar los resultados, sino en el que tipificar, cuando no intimidar los comportamientos. No ha de ignorarse la importancia de la transparencia de tales comportamientos y el carácter ejemplar del modo de proceder.

Pero poco a poco la conducta de los otros va siendo objeto permanente del anhelo insistente de examinar. De este modo vamos deslizándonos del hecho de ser calificados al afán de ser evaluadores y clasificadores. Y entonces sí que nos mostramos verdaderamente aplicados, precisamente a la hora de caracterizar y definir las conductas ajenas.

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En espacios de competitividad, la conducta tiende a identificarse con la aplicación. El esfuerzo sería la expresión máxima del buen comportamiento. Ahora bien, llegar a comprender que las consecuencias forman parte de la acción, hasta el punto de que asumirlas constituye un factor determinante, impide reducir la conducta a una mera actividad o sucesión de actividades. La mejor de las conductas supone a su vez asumir responsablemente los efectos que produce. No basta, por tanto, con el empeño, con la dedicación, con la insistencia. Aplicarse en lo inadecuado mostraría hasta qué punto el trabajo, siendo decisivo, no lo es todo. De este modo se pondrían en evidencia los límites de la buena aplicación cuando no está tejida por una conducta apropiada. La conducta ha de conducir la aplicación, la conducta conduce.

En una sociedad empeñada en reducirlo todo a cálculo de resultados, a lograrlos sin demasiados miramientos, conviene no olvidar que no basta la aceleración ni la velocidad, ni la precipitada voluntad de llegar. La buena conducción es la mejor conducta. Y saber conducirse es la mejor aplicación.

También el conocimiento implica un determinado comportamiento. No es una simple adquisición de contenidos, es un modo de relacionarse con ellos. No una manera de aprenderlos, sino de saberlos, es decir, de incorporarlos en las formas de vida. El conocimiento se genera y se transmite, tiene su conducta y su aplicación. No basta con trazar la raya que trata de escindir de este la actitud y la dedicación, como si se limitaran a ser un aditamento o un complemento, cuando son vértebra y matriz del verdadero conocer, el que es también una auténtica sabiduría.

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(Imágenes: Pinturas de Shih Yungchun)

Hay 10 Comentarios

Para determinar lo que es miedo insuperable habría que tener en cuenta varios factores. Por ejemplo, no vale "cometí tal delito para evitar represalias de mis colegas de la mafia" o "amenacé a un pobre infeliz por miedo insuperable a quedarme sin el Porsche y las dietas". Puntualizo.

Al obedecer también ejercemos nuestro libre albedrío: decidimos enajenar en otro la toma de decisiones, aunque no del todo la responsabilidad de las acciones excepto si hemos sido objeto de coacción o miedo insuperables.

Conociendo en las primeras etapas de la vida los fundamentos básicos, generales de la convivencia y nuestras herramientas para no disolvernos en el grupo (especialmente la gestión del miedo) nos ayuda a agudizar nuestra intuición sobre lo que es y lo que no es.

Pero esto es mera teoría

Observando en los últimos días alguna representante de una alta y hereditaria institución, he podido comprobar el cambio de "conducta". Hoy se dirige a personas por su nombre de pila, sonríe y ha abandonado la actitud hierática de la antecesora en el puesto. Consciente de que en los tiempos que corren hay una nueva evaluación, que es la de los ciudadanos, de las actitudes y conductas que consiste en más sinceridad, transparencia y naturalidad.... espero que no sean sólo apariencias de...sino un cambio Real.
Por otro lado el sometimiento constante a la evaluación de los otros no sé cómo se puede sobrellevar durante toda una vida. ¿Hay ser humano capaz de vivir bajo esa presión?
Gracias por su análisis, profesor. Siempre brillante

Segundo párrafo.
Cuando así se actúa con los expertos nos calificamos (cosa que no se da siempre) las plazas públicas dejan de ser tablones tipifican para ser de otro modo de ser o proceder. Entonces La búsqueda de otras formas de examinar conductas o hechos encuentran el límite donde se cierne la acción individualizada entre la problemática de la actuación comunicativa, la responsabilidad de no asumir responsable mente los efectos que produce en principio y fin

 valor social creo que es importante por su saber, poder y hacer pero también tiene sentido en el ejercicio de la acción individualizada, bien de carácter de tejido neuronal colectivo o como individual, de intuición que indican propuestas ejemplarizantes que luego discurren para normalizarse.! Cuestión por la que aún se sigue hablando de aplicaciones de la normalidad. 
Cuando así se actúa,, problematizando o hablando con los expertos nos calificamos( cosa que no se da siempre). La plaza pública deja entonces de ser un tablón y de tipificar para ser de otro modo de ser o proceder. Entonces La búsqueda de otras formas de examinar conductas o hechos del proceder en una conducta o actuación encuentra el límite donde se cierne la responsabilidad de no asumir responsable mente los efectos que produce. 
Porque no lo es todo,,siendo decisivo?? 
Quizás pq el conducir por la aplicación de esa conducta teja a una conducta inapropiada #EL la tan atractiva y convincente, como los cantos de sirena. Habría que revisar muchas de las aplicaciones de las que hemos hablado estos años Atrás. 
Aprecio pero no comparto es la aceleración y la voluntad para llegar a la buena condición, es difícil pq es una agilidad que se adquiere para tomar decisiones en el actuar. Aunque esto serviría para hablar en otro. 
Me gusta esa interpretación tan peculiar, parece sacada de Eisteein. 
*El generar y transmitir tiene su conducta y aplicación *
La sabiduría del comprender, verdad. 

Soy del tiempo en que al terminar el curso se daba reconocimiento tanto a la conducta comportamiento como a la aplicacion resultados notas y asu funcionabamos creo que medianamente bien, Dice Ud profesor que portarse bien es hoy un valor social, no estoy tan seguro de ello cuando se exaltan conductas que van contra lo establecido y general o normal. Dejarse conducir no dejarse orientar si, si mal no recuerdo pedagogo es el que conduce guia supongo que con respeto a la individualidad pues no se trata de sacar copias como el modelo pero si repito de orientar. En esta sociedad sin premios ni castigos, todo es igual que dice el tango:Cualquiera es un señor cualquiera es un ladron y de eso no tenemos no un boton de muestra sino muchos
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Se están popularizando hoy los códigos de buenas conductas o códigos éticos sobre todo para determinadas corporaciones o profesiones como si el hecho de no haberlos tenido nos haya conducido al desenfreno y a la corrupción, como que con ellos nada de esto hubiera pasado, como que son imprescindibles, como que cómo no nos habíamos dado cuenta de con esta recopilación de reglas éticas y de conducta todo se arregla. El recuerdo a mero hecho de que las cosas se hubieran hecho mejor de lo que se han hecho, da la medida de la inutilidad de la regla que viene implícita en la conciencia moral de todo ser humano y que a algunos les parece razonable transgredir.
¡Gracias por su reflexión, Prof. Gabilondo!

Actualidad de un antiguo criterio
La evocación de unos tiempos en los que muchos éramos niños y teníamos, quizás, más las calificaciones en conducta y aplicación que las de las propias asignaturas resulta admirable por su simplicidad narrativa, en primer lugar. Pero hay mucho más, claro. Por ejemplo, la concepción de la obediencia, que lastraba de raíz la autonomía de cada individuo y la propia responsabilidad, junto con lo que se consideraba ‘normal’.
Es necesario recordar todo esto, porque hoy en las sociedades competitivas puede que se repitan acciones semejantes, no ya en niños educandos, sino en adultos hechos y derechos, que no se atreven a pensar autónomamente, no vaya a ser que los despidan de su trabajo. Las relaciones laborales siguen domesticando y esclavizando, exigiendo fidelidad y entrega a las empresas con ataques de pánico. Hoy también nos puntúan en conducta y aplicación. El criterio es, pues, de total actualidad.
Por otra parte, las ilustraciones son insuperables.

A la vista del resultado, después de ver que aquellos y aquellas que fueron pequeños se hicieron mayores, y que aplicando las misma reglas aprendidas de sus profesores.
Se quedaron quietos sin avanzar ni un palmo, hay que plantearse lo de las notas basadas en hacer solo lo que es políticamente correcto.
Para aprobar ante el pasado.
Cercenando toda inventiva, que por miedo se condene de antemano y se suspenda, por un por si acaso.
Cortando el camino.
A las oportunidades y planteamientos de otras miras u puntos de vista, sin contaminar por secuelas o carencias, o desarraigos soterrados.
Las notas, los suspensos o los aprobados puestas desde los pies quietos de quienes ya dicen saberlo todo, desde un pedestal que les permite señalar la paja en el ojo ajeno y no les alcanza la conciencia a mirarse en el espejo.
Para verse el ojo propio, que igual tiene otra paja atravesada, incluso más grande.
El examen ha de ser igual para todo el mundo, que esta en el camino del crecimiento, hasta que la muerte nos separe de la conciencia.
Alumnados y profesores.
Como en la sociedad, sometido a examen continuo la acción pública, desde una evolución constante de los valores que nos corresponden a día de hoy, solo por ser personas.
Dignas desde antes de nacer y hasta el mismo momento de acabar la vida terrena.
Sin abortos que nos quiten la posibilidad de avanzar en el progreso de la madurez en cada una de las etapas de la vida, que son también responsabilidad.
Los padres, los hijos, la familia, la juventud, la madurez y la senectud, hasta el mismo instante del adiós.
Estamos en un examen permanente donde las notas nos las ponemos nosotros mismos.
Y a veces suspendemos.

Pienso que la buena conducta incluye la aplicación de la ética, como valor principal. Las reglas impuestas por los oradores, para obtener una buena calificación, no siempre se ajusta a lo que perciben los alumnos, entre otras cosas, porque a veces la conducta de los que predican, no se corresponde con sus recomendaciones. De otra parte, los moldes establecidos enclaustran, e impiden la evolución. Las sociedades también deben de cuestionar, sus propias conductas y saber estar a la altura de las circunstancias, caminando al mismo tiempo que lo evolutivo, y no, encerrándose en doctrinas ya pasadas.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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