Supongamos que es un horror, que todo va mal, que ni funciona, ni hay modo de paliarlo, y que nadie está a la altura de afrontarlo, ni de resolverlo. Supongamos que poco cabe esperar, que falta voluntad y decisión, que estamos invadidos por una epidemia de incompetencias y de incompetentes, dominados por poderes espurios, insensibles e insolidarios. Supongamos que ya no hay modo de hablar bien de nada ni de nadie, que esto es un completo desastre. Al suponerlo, que, se dirá, no es tanto suponer, no sólo sentiremos malestar, también algún alivio. Y tal vez encontremos refugio al amparo de que nos vemos concernidos, sin poder hacer demasiado y sin tener que ver lo suficiente como para incomodarnos.
Supongamos que finalmente ha ocurrido lo que tanto nos temíamos, eso que no dejábamos de anunciar, de pronosticar, frente a lo que ya dijimos que había de hacerse. Eso también podría liberarnos. Supongamos que nuestras reiteraciones, por el mero hecho de serlo, parecieran más consistentes, más firmes, más irrefutables. Supongamos que, se mire por donde se mire, nada va bien. Supongamos que lo creemos, que lo sabemos, que es evidente, que está confirmado. Supongamos que es tal el deterioro que ya resulta difícil esperar algo de alguien, esperar que haya alguien capaz de algo. Supongamos que en tal caso lo único que cabe hacer es calificar, que vendría a coincidir con descalificar. Y, por tanto, supongamos que nuestro afán de verdad, de sinceridad, de franqueza no nos permita otra cosa que denunciar, acusar, señalar, reprochar. Supongamos que es el tiempo de la gran desconfianza, en lo que cabe hacer y en los otros, sobre todo en ellos.
Ninguna de estas suposiciones nos evita tener una cierta impresión de que “hay mucha buena gente”, pero la declaración resulta tan abstracta y tan ambigua que no habría modo de saber sin con ello se les está alabando, o aludiendo a su bonhomía inocente, una suerte de infecunda parálisis, cuando no una colaboración con el actual estado de cosas. Queda la duda de si se ensalza o se reprocha su ingenuidad o su candor.
Supongamos por tanto que, al suponerlo, fijamos la presuposición, hasta el punto de quedar anclados en ella. Ya nos previene Hegel que lo malo no es tener presupuestos, sino darlos tan por supuestos que los identifiquemos con la efectiva realidad. No es que no supongamos con alguna razón, incluso con buenas razones, lo peor es confundirlo con lo que hay, y esto con lo que cabe haber. Tanta suposición para finalmente no suponer que con ello no está todo dicho.
Mención aparte merece, una vez más, quién lo dice y desde dónde. Y todos hemos de incluirnos. Y no solo porque el sujeto de la enunciación ha de coincidir con el sujeto de la conducta, sino porque ha de sospecharse de quien parece conocer con un conocimiento sin contacto ni contagio con lo conocido, sin verse cuestionado, o con un conocedor que aparenta conocer lo real sin formar presuntamente parte de ello. Supongamos entonces que también va con nosotros, que también va de nosotros.
La proclamación de que “no hay nada que hacer” podría aliviarnos como la mejor de las coartadas. El estado de ánimo general procuraría el caldo de cultivo ideal para la inacción. Eso sí, serena y sin reproches. Coincidirían entonces en el mismo espacio quienes proclaman esta imposibilidad con quienes, indiferentes, asisten impasibles a lo que ocurre. Solo constituirían una diferencia de estados de ánimo que, ciertamente, no es poco, aunque no parece suficiente.
Todo se poblaría de pormenorizadas descripciones del desastre, de morosas y aparentemente apasionadas discusiones al respecto, para regodeo de los más agudos e incisivos, de los perspicaces detectores que, más que descifrar o comprender lo que sucede, se limitan incidentalmente a parcelarlo y a recitarlo. Si así procedemos, nuestra labor podría semejarse a un análisis, aunque más produciría una quiebra que una distinción. De este modo, en lugar del imprescindible pensamiento crítico, se entronizaría el reino de una estable comodidad. Y el éxito de los más ocurrentes o ingeniosos.
No se excluye su enorme capacidad, ni su inteligencia, ni su compromiso. Quienes los tengan serían a su vez víctimas de esta teoría general, la de la gran razón, la gran causa, el supuesto deterioro universal y, si nos animamos, la decadencia. De ser así, habría de elegirse el camino. Y entonces la liberación podría adoptar la forma de una salvación. Con el riesgo de que haya quien se vea llamado a tamaña gigantesca y heroica tarea. Llevados los supuestos hasta el final, pronto irrumpirían quienes están dispuestos a todo para sacarnos de esta situación en la que nos encontraríamos la mayoría, aunque es la de una minoría, pero de edad.
Sin embargo, la gran ventaja de los supuestos es que pueden suponerse. Y reemplazarse. Pero no de cualquier manera. Para que un presupuesto llegue a serlo no basta simplemente con enunciarlo de antemano, es preciso establecerlo. Y eso exige algunas connivencias, implicaciones, consentimientos y asentimientos, complicidades y, en definitiva, concordancias. Un buen supuesto exige verosimilitud, y no poca consistencia. Y para poder considerarse atractivo, alguna capacidad de persuasión en torno a lo común. Algo habrá de sentido en esta sensación general de desastre, sin necesidad de que ello suponga inviabilidad de acciones y tareas para abordarlo. Contar con ese supuesto podría servir asimismo para afrontarlo y no simplemente para el regodeo de airearlo o de magnificarlo como expresión de compromiso. Incluso los desastres pueden desfigurarse.
Supongamos, entonces, que estamos apresados en una suposición, bien basada en todo caso en serios argumentos. Y que de suposición en suposición siempre vamos a parar en algo que más bien parece una conclusión que, si nos descuidamos, puede ser a la par la nuestra. Podríamos ampararnos en ella o, dándola por efectivamente supuesta, refugiarnos en otros espacios, procurarnos otros mundos. Pero la suposición es nuestra, nos habita, reside en cuanto somos, pensamos y sentimos, y no habrá cobijo de sus efectos. Incluso su olvido formará ya parte de nuestra memoria.
Es imprescindible vencer este supuesto, combatirlo, luchar contra él, no dejarnos arrebatar por sus encantos y reconocerlo en nuestras actitudes y elecciones. No son meras suposiciones, son constataciones de nuestro modo de ser y de pensar. Y no podemos permitírnoslo. Entre otras razones porque ello consagraría un estado de cosas que no nos satisface. Supongamos, que no es tanto suponer, que no todo es un desastre. Y que hay mucho que hacer, mucho por hacer, si no nos limitamos a anclarnos en lo ya supuesto.
(Imágenes: Pinturas de Ben Grasso)
Hay 11 Comentarios
Insisto, mientras pienso sobre lo que sugiere, profesor, con las ilustraciones:
Selva negra y semillero heideggerianos. Urbanización y urbanidad gadamerianas. Y deconstrucción y grammatología derridiana. Esto es:
Si el lenguaje era la morada del ser…, ¿¡…es el logos un huracán para nuestros lenguajes!?
Saludos cordiales.
Publicado por: Odarbil | 05/07/2014 16:42:44
Para matar es necesario tener miedo (¿se imaginan un ejército sin amenaza a la que combatir?). Pero cómo cambia el cuento cuando se pierde el miedo a la muerte: ahí se acaba la obediencia y empiezan a pedirse los motivos. Yo siempre se lo recomiendo a mis vecinos
Publicado por: ¡NADA! | 03/07/2014 11:06:38
http://m.youtube.com/watch?v=G2O3i2i8Nok
Publicado por: Juan sin miedo | 03/07/2014 10:35:58
"¿Qué tienes que perder? Sabes, viniste de la nada ... volverás a la nada ¿Qué puedes perder? ¡NADA!"
http://m.youtube.com/watch?v=G2O3i2iNoK
Publicado por: Juan sin miedo | 03/07/2014 10:32:03
Suponer puede ser un buen principio, pero nunca debe ser el final, pues para que aquello que se supone pueda tener algún valor debe ser siempre previamente verificado.
Publicado por: ECO | 03/07/2014 2:02:38
Suponer debería ser creativa y rebelde a la vez y hacerlo desde el conocimiento porque esta libera. Permite analizar lo que ocurre y generar soluciones, permite construir un conocimiento mejor, más eficiente, más digna, más justas.
Por estos motivos el suponer debería creer en si misma y pasar a la acción.
Veo que todo está conectado me gusta hablar de globalizados social donde la desconexion social noo solo son de aquí, son una reproducción de las dificultades globales. Habría por lo tanto, trabajar en los dos niveles.
Publicado por: Lidia Martín | 02/07/2014 17:41:29
Supongamos que este artículo habla de lo supuestamente pasa y no hablamos. Me ha gustado mucho, enhorabuena.
Llevo un mes ingresada con esa inoperaccione sin considerar que la fuga de lo ocurrido es una reinicio de lo justo y limitado y no aceptado. Por un lado biene bien porque desconectas y por otro no puedes dejar de suponer las cosas que ocurren o están pasando en la que se despierta la creatividad.
Este tema es muy largo como para debatirlo solo en un artículo. Un abrazo
Publicado por: Lidia Martín | 01/07/2014 18:01:45
La historia de la humanidad se conoce, porque hubo gente antes de nosotros que apuntó todo lo que pasaba con pelos y señales.
Y así conocemos de lo que hicieron civilizaciones antiguas y como se desmoronaron imperios milenarios.
Algo que nos sitúa hoy en nuestro punto concreto del tiempo que vivimos, relativizando el presente.
Entre un pasado y un futuro.
Quitándonos importancia, porque la gente actual somos unas generaciones más del montón, como tantas otras.
Pero vivir en primera persona conociendo la historia pasada si nos da un margen de importancia.
Y de responsabilidad.
Reconociéndonos como personas que piensan, y apuntan lo que pasa desde la razón inteligente.
Los seres humanos nos reconocemos como capaces de tener iniciativas, de evaluar bien o mal.
Y de hacer en consecuencia, siendo responsables, o sea, respondiendo de nuestros actos, que alguna gente apunta con pelos y señales.
Somos el peldaño actual de la historia.
Y vamos haciendo camino, aun mirándonos el ombligo o perdiendo el tiempo inútilmente.
Tal como somos, retratados en una instantánea en cada segundo que pasa.
Aun en el caso de querer vivir engañados, o lo que es lo mismo, engañándonos los unos o las unas, o las otras a los otros.
Como haciendo trampas al solitario, más o menos.
Pero no ignorantes.
En todo caso irresponsables, avarientos, amorales, inútiles, advenedizos, mal pensados o mal pensadas, o todo lo contrario.
Gente honesta, sencilla, decente, comprometida, solidaria, y comprensiva.
Una cosecha nuestra generación, donde cada grano es una individualidad con la posibilidad de rendir al ciento por ciento, o perderse en la nada.
Constatamos que somos un producto terminado que se auto abastece y propulsa.
Ejerciendo en libertad, mientras hay quien toma nota y apunta todo con pelos y señales.
Para enseñarlo algún día, y poder decirnos que tuvimos la oportunidad en la mano y pudimos hacerlo bastante mejor.
Solo que no elegimos la mejor opción.
Individualmente responsables de nuestros actos, de todos ellos grandes o pequeños.
Desde la época de las cavernas para acá.
Y por donde vamos.
Publicado por: Lorca | 01/07/2014 10:44:03
Puestos a imaginar: imaginemos que todo es posible, que nuestras convicciones pueden dar un vuelco de 180 grados, que la buena gente se ha puesto en movimiento, para estimular la ilusión y ofrece posibilidades de cambio, que tendremos que defenderlos de aquellos que temen perder privilegios, que debemos sentir confianza en las nuevas formas de percibir, en definitiva; que el imaginar en un mundo donde todo está manipulado por nuestra mente, supone no permanecer condicionados por prejuicios y doctrinas obsoletas.
Publicado por: Nely García | 01/07/2014 9:42:00
¿¡Supongamos, entonces, un huracán (o torbellino de torbellinos) para desmantelar los ser-estando supestos que nos confinan!?
Es poética la proposición. Y alentadora. Gracias, profesor.
Publicado por: Odarbil | 01/07/2014 7:46:24
Me parece una reflexión inigualable. Se ha superado, Prof. Gabilondo. ¡Enhorabuena!
Publicado por: ALLANPOE | 01/07/2014 7:31:39