El salto del ángel

El desconcierto

Por: | 24 de octubre de 2014

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Entre sorprendidos y aturdidos, parecería como si hubiéramos de decidir si ocuparnos de nosotros mismos y cuidar de nuestros asuntos o entregarnos a diversas causas que tal vez en principio pensaríamos que nos incumben menos. Pronto encontraríamos buenas razones para proceder como ya procedemos. Aunque no se descarta que tampoco faltarían para mostrar hasta qué punto estamos desorientados y un tanto confusos.

Es tal el impacto de lo que nos acucia y tan desafiantes los retos, tan desconcertante lo que se nos anuncia y comunica, que es difícil no debatirse entre la alarma y la indiferencia. En todo caso, la seducción de ampararnos, de ponernos a buen recaudo, de refugiarnos en nuestros entornos, en nuestras ocupaciones, no deja de acrecentar el número de quienes se aíslan en un reducido ámbito de existencia. En espera de tiempos mejores, se trataría de mantenerse al margen de esa agitada pero fría intemperie. De esta manera, el espacio público no sería, para la mayoría, sino la ocasión y el escenario de diversas modalidades de tibia relación, para finalmente retornar a algún ámbito de reposo.

Ahora bien, ni siquiera en muchos casos eso está garantizado. El desconcierto se empeña en acompañarnos hasta los más recónditos lugares. Es tan nuestro y, sin embargo, le pertenecemos más que él a nosotros. No es una simple complicación que cabría saldarse con una adecuada dilucidación o alguna suerte de discernimiento. Es un no saber que ya prácticamente viene a ser una sabiduría. Tiene dosis de realismo, de correspondencia con el estado de cosas. No es tanto incomprensión, cuanto otra forma, en cierto modo lúcida, de comprender.

Así que desconcertados podría significar a la par atentos, conscientes. Hacerse cargo de la situación comportaría formas de desarreglo, de desazón, de dislocación, que constituirían nuestro tiempo presente. Pero ello no sería mera consecuencia de un gesto de descalificación o de rechazo, lo que requeriría haber sido capaces previamente de comprender mejor lo que sucede. Sencillamente, es tal el conjunto de lo que no alcanza a entenderse y, además, resulta tan injustificable, que es difícil sustraerse a la sensación de que o es inexplicable o, lamentablemente, es como parece.

 

Edith

No es infrecuente que se preconicen tiempos nuevos, nuevas generaciones, órdenes nuevos, que busquen corresponder a otra realidad, a otro mundo, a otra política, a otras relaciones humanas, a otra edad, a otra era. Lo que resulta más llamativo es tanto lo que en última instancia se parecen a lo ya sucedido, cuanto el que a su vez podrían consistir en ignorarlo. En todo caso, esas transformaciones son necesarias, en muchos casos urgentes, y precisamente para afrontar lo que nuestra actualidad tiene de insostenible, de insoportable, para la justicia y para la paciencia. Lo desconcertante es el tono inaugural de ciertos discursos sobre la humanidad, dado que conviene no ignorar sus peripecias previas. Y no solo ellas.

Siempre nos encontramos en la tesitura de no dejar de apreciar lo que hemos recibido, de hacerlo crecer y mejorar, y de desvincularnos de lo que agosta cualquier posibilidad de inversión o de conversión de lo que llamamos realidad. No radica ahí el desconcierto, sino en la voluntad de ignorar. Y hay muchas formas de desentenderse. Para empezar, desconociendo lo que está mal, o se ha hecho o hacemos mal. Ahora bien, precisamos información, formación y posibilidades. Y es difícil sustraerse a esta carencia.

Ello no nos evita la arrogancia de considerar que está claro. A veces lo desconcertante es precisamente la mirada tan supuestamente luminosa de quienes en apariencia no encuentran obstáculos a su visión. Quizá también todos necesitamos la reconfortante duda metódica, no para estancarnos en ella, sino para hacer del desconcierto empeño de otra armonización. Entonces aún es más desconcertante que haya quienes no parecen tener desconcierto alguno.

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No suele ser tan fácil dilucidar si la complejidad del tiempo presente incide más en nuestro desconcierto, que este en la situación general. Podríamos atribuir lo que nos ocurre exclusivamente a causas que no tienen que ver con nuestro modo de proceder. Sin duda nos vemos afectados y el hecho de que cada quien tenga su responsabilidad no impide distinguir el alcance de la misma en cada caso. No es cosa ni de ampararse en una razón global y colectiva, ni de estimar que no hay efecto alguno de nuestra actitud y de nuestra acción. Los desconciertos se conjugan y producen efectos aún más disonantes.

Considerar con Heráclito que cabe una armonía incluso de los contrarios no impide reconocer que, en cierta medida, estos son un requisito para que sea posible, más o menos explícitamente, algún tipo de conflicto. Pero incluso en el fulgor de la contradicción caben formas de concordia y de concordancia. Cada ser humano puede darse muestras de ello, por muy difícil que resulte ser uno mismo. El desconcierto es también muy nuestro.

De todas formas, tampoco faltan quienes al amparo de esta complejidad parecen encontrar buenos augurios y mejores condiciones para sus intereses. Desconcertados, y algo cansados, resultamos fáciles para los que consideran no estarlo y se apresuran a indicarnos lo que más nos conviene. Por ello, es necesario no hacer del desconcierto una posición más o menos asentada, en cuyo caso, para empezar, no sería tal, sino una forma de debilidad. Quienes se encuentran realmente en una situación semejante bien saben el desamparo y el desarreglo que comporta.

Tamaño aturdimiento puede ser social, y entonces una proliferación de discursos cruzados, de soluciones propuestas hallan dificultades, no ya para contraponerse, sino siquiera para encontrarse en un espacio de conversación. No es solo el desconcierto de una proliferación de desconcertados, es el desconcierto del espacio posible de todo armonioso o disonante concierto.

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(Imágenes: Pinturas con ceras de Guim Tió Zarraluki)

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La amplitud de la mirada que se dirige a la realidad viene determinada por la capacidad para integrar percepción y experiencia, observación y saber. Una de las consecuencias de la modernidad es que los conocimientos que la Humanidad ha reunido en estos albores del siglo XXI han alcanzado tal dimensión que la especialización del individuo abarca proporciones cada vez más restringidas de cuanto es posible entender. Incluso una persona culta dispone de referencias muy distantes y, a menudo, desfasadas de cuanto permitiría avizorar con cierto grado de precisión el mundo en que vivimos. Añadamos a esto que el conocimiento de las élites intelectuales cada día está más distante, por complejidad y amplitud, del acervo del que dispone el común de la población y tendremos una caracterización –desde luego somera- de la causa del aquí mentado “desconcierto”. ¿Qué puede saber un profesor de filosofía, por ejemplo, de la creciente importancia de la epigenética en la individualización del ser humano? ¿Qué puede comprender una enfermera titulada del balance geoestratégico en ciertas zonas del planeta? ¿Qué puede asimilar un biólogo acerca de la trascendencia del artículo 1.2 de la ley procesal X en el contexto del estado autonómico?¿Qué puede asimilar un abogado de las implicaciones existenciales del modelo standard de la física de partículas? Nuestro mundo, cada día más pequeño en la distancia temporal de sus horizontes, resulta paradójicamente más inescrutable para el individuo que aspira a la comprensión y aun a la intervención en el devenir político de la sociedad. Ciertos componentes del entorno que habitamos se vuelven así desconcertantes porque, a la apenas evolucionada naturaleza del ser emocional respecto a aquel hominino que hace veinte mil años viviera de cazar y recolectar, se añade la abrumadora constatación de que otros pueden abarcar ciertas esferas de lo incomprensible y, en cambio, esos mismos individuos apenas aprehenden superficialmente la profundidad de ciertas consecuencias de lo evidente. Comte-Sponville hablaba, en "Tratado de la desesperanza y de la felicidad" ,de que la sabiduría es incompatible con la esperanza; el corolario de tal aserto es que para tener esperanza hay que renunciar en cierta forma a la sabiduría. En el estado en que el conocimiento se halla cada vez más disperso y resulta más dificultosa su aprehensión, se convierte en tentadora la ilusión de una esperanza mediante la renuncia a conocer más del saber ya disponible, esto es, mediante el retorno a la situación anterior en que un esquema superficial, ni siquiera verdadero, ofrecía un buen número de respuestas sencillas a problemas complicados. En este mundo postmoderno, la posición de cada cuál en el seno de la realidad tiende así a hacerse más contrastante frente a la totalidad de lo real, a restringirse a un ámbito cada vez más cercano, menos generador de perplejidad. Sin embargo, como zoon que vive en grupos interrelacionados, el ser humano es asaltado cotidianamente por el entorno social, se ve acuciado por la necesidad que tiene de los otros para sobrevivir y prosperar. La angustia generada por esa perplejidad depara una doble tentación: la huida hacia lo recóndito privado y el encuentro con los demás en la negación de cualquier complejidad: lo primero nos propone vivir en el egoísmo, como categoría psicológica; lo segundo, en el populismo como categoría política.

Artículo filosófico muy acertado para la actual situación de España: Muy desconcertante.


Información, formación, y posibilidades, excelentes ingredientes que con una dosis adecuada y suficiente de esfuerzo suelen permitir superar con éxito cualquier situación, tanto adversa como desconcertante, que pueda surgir en la vida.


El desconcierto es un mal compañero de viaje, que surge cuando menos se le necesita, generando dudas sobre cuál es el camino acertado, dificultando la toma de decisiones, impidiendo la aplicación de soluciones. Refugiarse, adoptar una posición defensiva para superar el desconcierto tal vez no sea lo más acertado, pero es humano, es lo que los hombres han hecho a lo largo de la historia, y además es inteligente, pues si el desconcierto nos impide ver que hay más allá lo mejor es no avanzar, no decidir, no actuar. Ante el desconcierto, si se puede, lo más acertado suele ser esperar, pues más temprano o más tarde toda niebla acaba levantando, el desconcierto desaparecerá, la información fluirá, facilitando las decisiones, surgiendo las soluciones.


“Si no sabes que hacer, haz lo de siempre, posiblemente sea equivocado, pero por lo menos será lo de siempre”.

Coincido con Malaspina; pero veo imposible que le den el Premio Príncipe de Asturias; desde luego, lo que se merece es el Premio Princesa de Asturias.

En esta era de la comunicacion en la que todo esta presente, lo que pasa, lo que paso y lo que pasara, no podemos procesarlo y eso nos origina desconcierto, en tiempos pasados las noticias llegaban con cierto retraso mayor o menos de acuerdo a la carcania o lajania del punto de origen y hasta la proxima habia un tiempo que te permitia procesar lo sucedido e integrarlo a tu haber, en la actaulidad eso es imposible y ahi creo esta el origen de nuestro desconcierto que comienza siendo en relacion a dextra y termina impactando a dintra y eso origina un desconcierto con nosotros mismos y luego con los demas y lo demas
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

El blog de Ángel Gabilondo me sigue siendo valioso como acicate, como renovador del olvido, como un llevarme a puerto, a no perder la ola, el viento de la vela, es por ello que sigo manteniendo la opinión de que deberían darle el premio Príncipe de Asturías, sea por una vez a un rincón marginal como es este desde el cual no poco se sigue oteando.Quieran ustedes ver.

Todas las vías nos desconciertan al no darnos garantía alguna de arribar a puerto seguro, por eso la que supuestamente nos cobija,la conocida viene a ser con la que contamos y la que creemos nos condiciona, pero son las diferentes grietas, vías, las que nos problematizan todo puerto seguro, ese vacío donde se instala uno para no parecer desconcertado.Hay que recordar otra vez con Ortega que la filosofía es saber a que atenerse, náufragos perpetuos sin puertos a los que arribar seguros.

El des-concierto alude a un fenómeno próximo a la insolidaridad; el des-concertado va por libre y como expresa muy bien nuestro autorizado proponente, existen una tendencia a refugiarse en sí mismo y obviar lo que ocurre alrededor y decidir que los que nos rodean no merecen nuestra amistad (egoísmo). ¡No hay nada peor para una sociedad vivir entre desconcertados!

La recompensa a las personas casi siempre ha llegado como consecuencia del esfuerzo y el sacrificio en la intención de alcanzar los logros propuestos.
Como objetivos asignados personalmente o por quienes nos aconsejan en la vida.
El desconcierto muchas veces nos asalta, cuando después de doblar la espalda y trabajar en serio por lograr las metas, nos encontramos cerradas las puertas de acceso y en peor de los casos.
Olvidados o, dejados de lado.
En una clara ruptura con lo previsto, nos desconcierta que se hayan de probar otros intentos, cuando menos diferentes para salir adelante.
Se da el caso de quienes caen en la desesperación al no poder digerir el cambio, o no poder adecuarse a las nuevas circunstancias.
Es el claro ejemplo del adaptarse o morir.
Que el ser humano lleva asumiendo desde que el mundo es mundo, puede que la novedad esté ahora.
En la velocidad de los cambios.
Aunque es cierto que a nivel general se cuentan con más herramientas al alcance de la gente.
Siempre se ha de pagar un peaje.
Cuyo precio va en función de los logros, porque está claro que nada es gratis en la evolución de las personas a nivel social o a nivel individual.
Estando las leyes y las normas civiles para regular los comportamientos, para que en la desesperación por salir a flote, no se caiga en el error de saltarse a la torera los derechos de los demás.
Siendo las reglas del juego un camino por el que hemos de discurrir para no convertir nuestras vidas en una jungla donde todo valga, con tal de alcanzar nuestras metas.
Ante la impotencia de vernos superados.
Mientras el reloj de la vida avanza.

Sabemos que una acción por convencimiento, es mil veces más eficaz que si se ejecuta por imposición, o razonamiento. Sin embargo, el desconcierto nos acompaña por no saber qué somos y porqué vivimos: por ese motivo, el volcarnos en defensa de algo colectivo, requiere el haber intuido esa necesidad. En el arte de armonizar los contrarios, debería de encontrase la inteligencia del éxito.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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