Hay momentos que prácticamente son épocas. Y en ocasiones los tiempos, sus dificultades y su complejidad, atraviesan los instantes de cada día, reclamando respuestas no tanto de largo alcance como inmediatas. No cabe posponer el desafío. Y es concreto y personal. En tal caso, no parece suficiente ampararse ni en otros ni en los productos de temporada, como si fuera un asunto simplemente estacional. Cabe mirar a uno y otro lado, buscar causas, analizar situaciones, describir coyunturas, explicar y retratar lo que sucede, lo que nos afecta, lo que nos perturba, pero finalmente, tras el recorrido, no es fácil eludir el vérselas, de una u otra manera, con uno mismo. No necesariamente tanto como para tratar de constatar que se puede, como Descartes propone en El discurso del método, hallar en sí mismo y en la lectura de libro del mundo, sin necesidad de otro tipo de presuposiciones, aquello que realmente importa.
No es cuestión simplemente de limitarnos a distinguir entre la buena vida y la vida buena. Y menos aún de considerar que con contraponerlas todo está dicho. Más importa no vincular la vida buena con la mala vida y buscar, más bien, de enlazarla con la vida bella. De no ser así, pareceríamos encontrarnos en la encrucijada de tener que elegir, en el extremo, entre la dicha y la bondad, o entre el bien y el exclusivo beneficio propio o, si se prefiere, entre lo que está bien y lo que nos viene bien. En tal caso, la buena vida vendría a ser patrimonio de quienes no se andan con tantos miramientos con eso del bien, mientras que estos habrían de renunciar a ella, dejando expedito el camino a quienes encuentran que esa vida es la realmente bella.
La insistencia en la necesidad de ser bello por la forma de vivir, de ser artesano y artífice de la belleza de la propia vida, nos impide despachar con precipitación lo que en esa consideración de la belleza merece pensarse. Incorporar la forma de vida en el asunto implica no reducirlo a una mera cuestión interior o individual. La belleza muestra así lo que tiene de relación, de relación incorporada hasta venir a ser constitutiva. Que un encuentro o una acción puedan ser bellos no es una mera caracterización plástica, o que Teeteto lo sea para Sócrates, tampoco. Es un modo de ser y de hacer, un modo de decirse.
El sentido de la medida no se identifica sin más con la proporción, es a su vez mesura. Y ello ofrece al concepto de lo bello otras posibilidades que no se limitan al aspecto, ni se refugian sin más en lo que es inmediatamente visible. La belleza comporta entonces todo un arte, el de un placer libre, y libre a su vez de todo interés. Y que se caracteriza precisamente por manifestarse, por hacerse patente, por convocarnos. Esto no es simplemente una cualidad, es lo que la constituye. Por ello Gadamer, en este momento en brazos de Platón, afirma que “la belleza tiene el modo de ser de la luz.” Lo que hace visible y es a la vez visible, y lo es precisamente en tanto que es capaz de procurar que algo otro lo sea. Al ofrecerse, recibe.
El ver y lo visible existen conjunta y recíprocamente y la belleza los desborda en su capacidad de hacer aparecer lo bueno. Y de hacerlo comprensible. Esa luz es la palabra de cada quien, que no es, sin más, su hablar, sino su decir, esto es, como recordamos, su forma de vida. Es ahí donde destella la belleza y donde crea vida buena.
Ni siquiera en esta perspectiva tan luminosa nos liberamos de la opacidad, de la resistencia indispensable tanto para ver como para que algo pueda ser visto. Hay en esta reivindicación de la vida bella, simplemente ante la buena vida, la exigencia de la fuerza y energía de lo que asimismo comporta toda una lucha personal y social. Ni se entrega inmediatamente, ni el aparecer es pura apariencia. Supone un verdadero hacer brotar, surgir, emerger, que es como Aristóteles caracteriza la physis, que apenas balbuceamos con su torpe traducción por naturaleza. En la vida bella la bondad no se acomoda adjetivamente, ni se confunde la dicha de vivir, ni siquiera el encontrarse contento, con la carencia de tareas y de horizontes, bien por estar saciadas, o bien por resultar absolutamente inaccesibles.
Para algunos podría parecer incluso extravagante, ante la emergencia de tantos asuntos, primar la vida bella. Cabe preguntarse en todo caso cuáles de ellos se derivan directamente de no considerarla. Fascinados por la voluntad de posesión y de acumulación, incluso encontramos dificultades para permitir que brille con claridad lo que es en verdad necesario. Es la urgencia la que nos hace ver. Pero no es preciso que nos suceda algo alarmante para restablecer una escala adecuada de prioridades en nuestra existencia y en nuestros valores.
Aspirar a la buena vida caracterizándola hasta la caricatura en una forma más o menos explícita de pasividad o de refocile, aunque sea repleta de ocupaciones y de actividades, liberadas de implicación, de obligaciones y de responsabilidades, parecería la entronización de la fatuidad y de la frivolidad. Siquiera el proponérselo como un ideal deseable conlleva una concepción de la existencia que la supedita a una meta bien poco fructífera. No sería un horizonte epicúreo, ni dionisíaco, sino sencillamente vacuo. Tamaña perspectiva definiría una sociedad permanentemente ansiosa, insatisfecha, cuando no envidiosa, enojada, siempre damnificada.
La vida bella no trata de procurar artefactos, ni productos. Conducirse en la vida o buscar valérselas por sí mismo, conocer de modo suficiente o estar abierto a cuanto nos desborda y afecta, velar por los otros y por procurar un mundo de justicia y de libertad, viviendo intensa y entregadamente cada instante, sin especiales urgencias o necesidades, en relación personal y comprometida, con espíritu crítico, propicia mimbres de una sencillez que es resultado, los de otra ambición. Realmente difícil, aunque bien contundente y atrevida y, tal vez desde ciertas perspectivas, insensata: bella sin rentabilidad inmediata, bella y excelente por sí misma, bella por vida.
(Imágenes: Ilustraciones de Brian Rea.De la serie Modern Love; de la serie Soulpepper Theater Posters; y Editorial Illustrations)
Hay 8 Comentarios
Ronald Dworkin contraponía el vivir bien y el llevar una buena vida. Uno puede, decía, vivir bien (de acuerdo a unos sanos criterios éticos) y sin embargo no llevar una buena vida. Lo contrario es menos frecuente: llevar una buena vida y a pesar de ello, vivir bien. La corrupción que asola a nuestro pais confirma este aserto.
¡¡Hay que tratar de vivir bien!!
Publicado por: ALLANP0E | 20/11/2014 20:37:36
Yo pienso que la mayoría de la gente aspiramos a las tres clases de vida, sólo que dependiendo de las personas sobresale una u otra, pero, si es cierto, que el llevar una vida buena no excluye el que desees, también, tener buena vida y, al mismo tiempo, una vida bella, con las limitaciones de lo instintivo y oscuro de la naturaleza humana.
Publicado por: rita | 20/11/2014 8:54:06
Hablando de buena vida, tengo dos cuñadas que la disfrutan al máximo, nada de esfuerzos, sólo salir a pasear, de compras, pilates, etc..y pienso ¿no será contraproducente una vida tan superficial?
Publicado por: pas | 19/11/2014 20:21:58
La buena vida no es sinonimo de vida buena al menos en el lenguaje al uso.La buena vida hace alusion a no tener dificultades y disfrutar de todo lo que la vida ofrece y la vida buena hace referencia a una vida virtuosa etica y moral.
En una entrada anterior hace tiempo creo haber opinado que lo bueno es bello y lo bello es bueno pues lo bueno es la perfeccion de lo etico y lo bello es la perfeccion de lo estetico y lo que es perfecto atrae despues cada uno lo ordena segun su criterio si primero lo etico y luego lo estetico o viceversa.
Hoy prima la buena vida sobre la vida buena.
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 19/11/2014 16:05:21
Interesante reflexión.
¿Qué es vivir? ¿Para que vivimos? ¿Con que fin? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Únicamente sobrevivir? Vivir, tema complejo sobre el que se puede divagar eternamente sin lograr llegar a ninguna conclusión.
No sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, pero ya aquí, el fin principal de la vida de toda persona debe ser buscar la felicidad. Actuar, trabajar, vivir para disfrutar del mayor grado de felicidad posible. No hay dos personas iguales, y por tanto cada persona tiene su idea, su concepción, personal de la felicidad.
Desde siempre el hombre ha sentido la necesidad de celebrar que lleva una buena vida recurriendo a disfrutar de placeres propios de lo que se conoce como una mala vida.
¿Por qué unas personas llevan una vida y no otra? Depende de muchos factores, genéticos, circunstanciales, etc.: El ser humano valora las cosas en función de lo que le cuesta conseguirlas, de tal forma que cuanto más el cuesta disfrutar de algo más valora ese algo. Necesidades y deseos condicionan la vida de las personas. Nuestra felicidad dependerá del grado de satisfacción de dichas necesidades y deseos.
“Triste vida la de aquellos que todo tienen porque nada desearan”.
Publicado por: ECO | 19/11/2014 1:54:50
Esta entrada de hoy tiene, creo,mucho aroma de épiméleia y de áskesis.
Gracias por facilitarnos tener a mano (prókheiron ékhein) este necesario recordatorio de la íntima relación entre lo bello y lo bueno, entre el cuidado de sí y el de los otros, y de la vida propia como obra de arte.
Qué asombrosamente contemporáneos son los griegos clásicos.
Saludos
Publicado por: aaa | 18/11/2014 14:23:38
En nuestro entorno está la naturaleza, con sus leyes de supervivencia escritas en el ADN de cada una de las especies de animales y de plantas.
Que vivimos agarrados al suelo que nos da soporte.
Y sobre ese encerado vamos escribiendo la historia de las civilizaciones, de las culturas y de las personas en grupo y también una a una.
Hombres y mujeres pugnando por ejercer su individualidad en el grupo, y ejercer cada cual en importancia.
La individualidad que brota desde la misma raíz de cada persona significándose para poder dejar un rastro que se pueda seguir prolongando, dejando la herencia de la casta y de los genes.
Un código secreto imborrable.
Del que penden como ramilletes todas y cada una de nuestras ilusiones, esperanzas y anhelos, es nuestra fuerza vital.
La vida es bella o plácida, o tranquila o bullanguera, pero todo es un decorado para realizar un único cometido.
Siempre la vida busca el prolongarse, multiplicarse, como una necesidad que arranca desde el interior de cada una de nuestras células.
Siendo todo lo demás círculos concéntricos que se van generando alrededor de ese fundamento traducidos en aspectos secundarios.
La personalidad, el trabajo, la familia, los encuentros, las despedidas, los enfados, o los desengaños.
Son adornos, o vestimentas que nos ayudan a mejorar el objetivo primero.
Siendo la individualidad particular el baluarte en medio del grupo que interacciona para seguir caminando.
El carácter se moldea, y el concepto aprendido en la infancia sobre los ideales a seguir salta por los aires porque hemos pasado de la teoría a la realidad.
Para que una vez se alcanza la madurez, como cualquier semilla en el campo, se estalla buscando el objetivo a diestro y siniestro.
No importa quienes caigan por el camino, ni a costa de cuantas víctimas.
Hay que pasar al otro lado del río y se pasa la manada entera aunque acechen los cocodrilos y algunos caigan.
Ahí estamos todo el mundo mayores o pequeños, las hembras y los machos.
Publicado por: Ejea | 18/11/2014 9:50:48
El estar receptivo, o no, con lo que se observa constituye la diferencia.
Sócrates afirmaba que la belleza atrae al amor en un principio, y después, el amor se instala en todo lo que se percibe, o se vive.
Vidas buenas, o malas existen; las bellas son el resultado de una evolución existencial, con la capacidad de poder evadirse de las posibles aberraciones, o esclavitudes, de las segundas y el no conceder demasiada importancia al confort de las primeras, quizás porque lo bello ha empezado a instalarse en su sentimiento.
Publicado por: Nely García | 18/11/2014 9:28:56