Suele decirse que ellos son los otros y que los otros son ellos. Pero acostumbramos a olvidar que nosotros somos también otros, otros para nosotros mismos Eso dice literalmente nosotros, otros cada quien respecto de sí mismo y de los demás. Si no hemos hecho la experiencia de ser otros para nosotros, el nosotros es una amalgama indiferenciada, que no pasa de ser un yo. Ahora bien, somos nosotros porque cada quien somos otros uno respecto de los otros. Nos-otros, otros.
En realidad, reconocemos que el nosotros supone una memoria compartida, una identidad narrativa que preserva, mediante un relato, la diferencia en que consistimos. Pero en ocasiones viene a ser, más que la asunción de la propia diferencia, un modo de diferenciarse. Entonces podría ocurrir que fuéramos nosotros, no para no ser como ellos, sino para que haya ellos. Es decir, para salvaguardar una distancia. Tal vez sea necesario un acercamiento, siquiera el que propicie un tú colectivo, y eso supone recuperar el discurso del vosotros, el que nos permite dirigirnos directamente sin buscar enfatizar las distancias o mantener a buen recaudo a quienes más bien parecen necesarios para que seamos nosotros.
Este movimiento que conduce del ellos al vosotros es el equivalente al que hace que él o ella vengan a ser un tú. Eso exigiría que fuéramos asimismo un tú para los otros. Sin este tú a tú, los demás siempre resultan indiferenciados, hostiles, lejanos y, si es preciso, insidiosos. Ser capaces de caminar del ellos al vosotros nos habilita para ser también interlocutores. Y así cabe la conversación, no solo entre nosotros acerca de ellos, sino entre ellos y nosotros, que ya son, ya sois, vosotros. Y en tal caso, no se trata de calificar o de descalificar, sino de hablar, de conversar, de escuchar, de decir.
La permanente tendencia a considerar que vosotros sois ellos, sois como ellos, todos iguales, indiferenciada e indistintamente, obstruye el diálogo efectivo, el que se sustenta en lo común que nutre las diferencias, sin hacer que necesariamente vengan a ser abstractas identidades.
Por eso no deja de ser pertinente quiénes somos nosotros. No simplemente algo ya definido, cerrado y clausurado. El proceso de narración, no solo de lo que hemos sido, impulsa a lo que no pocas veces está por construir. No es un mero asunto de reconocimiento, sino el nombre de una tarea colectiva. Deslindar lo otro para ser nosotros supone ignorar en qué medida nos es radicalmente constitutivo, forma parte de nosotros hasta el punto de que sin ellos, ya vosotros, sin vosotros, no somos nosotros.
La dialéctica nosotros-ellos es en ocasiones solo aparente dialéctica, dado que se limita a ser mera oposición sin relación y, por tanto, sin resolución. Parecería entonces que los argumentos, las buenas razones, los conflictos y los encuentros no producirían avance alguno, únicamente la constatación de una distancia.
Decir nosotros ha de ser, por tanto, un factor de incorporación, que no busque anular ni aniquilar las diferencias, reduciéndolas mediante un simple proceso de asimilación. No faltan por eso quienes esgrimen que los verdaderamente nosotros, el sujeto de verdad del nosotros, es el nuestro, y no el de ellos. Son ellos quienes no nos dejan ser nosotros, pero quizás ese otro nosotros viene a suponer algo similar.
Por eso sería interesante no limitarnos a recorrer permanentemente el camino del yo al nosotros y del nosotros al yo, mientras ellos lo lamentan. No vaya a ser que ellos seamos nosotros. Se dirá, tal vez, que los otros pueden serlo con nosotros, a lo que cabe replicar que tal vez nosotros podemos serlo siendo otros para ellos. Así no habrá conversación y nunca nos encontraremos con vosotros. Y lo deseamos y los necesitamos. De no ser así, únicamente se constatará el conflicto para erigirse en el sujeto del discurso.
Cuando recurrimos a las diferencias como identidades, y las limitamos a ellas, ignoramos que en tal caso se diluye el nosotros en un yo. Sea o no colectivo, no por eso deja de ser una negación de la alteridad constitutiva, para empezar, aquella que no es un ingrediente, ni siquiera solo un componente, sino una sustancia que es verdaderamente sujeto.
Nosotros, llamados a aprender a hablar y a aprender a callar, nosotros, que no hemos de ser propietarios de la palabra, nosotros, que no sabríamos decir muy claramente quiénes somos y que, sin embargo, somos quienes no lo sabemos, nosotros, que lo decimos para poder saberlo, no deberíamos construir contra un ellos. Ellos son con nosotros. Son nuestro vosotros, porque precisamente, como corresponde, son muy suyos.
Queda por afrontar quién dirá nosotros. Semejante planteamiento ya abre el espacio para considerar al vosotros, a quien uno se dirige o del que forma parte, con quien uno cuenta, por ese carácter enfático que va más allá de sí: vosotros, yo no. O mejor, vosotros, no solamente yo, no solamente nosotros.
Se trata de poner los prejuicios en juego. Sin ello no sería posible aproximación alguna, y sin ese tránsito del nosotros a vosotros, y de vosotros a nosotros, sin esta circulación, nunca estaremos concernidos por algo. Solo haciéndolo corresponderemos efectivamente, hasta aspirar a un acuerdo. Hacerse con el otro no es una apropiación, es un tarea conjunta, la de persuadirse conjuntamente. Para ser nosotros no es preciso tratar de desembarazarnos de nuestros prejuicios, puesto que prácticamente forman parte de quienes somos. Es cuestión de elegirlos, formularlos, presentarlos, interpretarlos y aplicarlos. Y no simplemente de airearlos.
Poner en juego la propia comprensión, estar abiertos a la palabra y correr sus riesgos es la única vía para que ellos sean ahora un vosotros y nosotros con ellos, esto es, con vosotros. Solo así conjugaremos la situación. Si no buscamos estas coimplicaciones porque no deseamos complicaciones, no hay respuesta, no hay interlocución, no hay conversación, no hay asociación alguna. No hay nosotros, ni vosotros, solo una pluralidad de yoes.
(Imágenes: fotografías aéreas de Berhard Lang)
Hay 11 Comentarios
Me voy a atrever, aunque no sepa muy bien lo que digo y me pese, con dos imágenes que, quizá, son (mi) excusa para no afrontar lo sorprendente y agarrarme a lo rutinario.
Dos imágenes de Forges en El País: la del día 5 de noviembre y la de hoy.
Dos imágenes del ser-estando aburrido y del estar-aburriendo. Dos imágenes para la repetición de lo igual; una para el entretenimiento que provoca el afán de novedades y otra para la ambigüedad que propicia la habladuría.
una imagen para el aburrimiento sorprendente que se disipa en aburrida sorpresa. Una imagen para la injusticia que propicia el aburrimiento y otra para el aburrimiento que provoca la injusticia. Una imagen para el aguardar que no espera (o para la espera que desespera sin saberlo). Una imagen para la planicie del pensamiento y otra para la determinación de la tibieza. Una imagen de lo adormecedor que uniformiza y otra de la uniformidad que (se) adormece.
Dos imágenes de la resignación que nos hacen creer que se trata de compromiso. Tanto entusiasta como arrojado. Dos imágenes de la pobreza: la del individuo en la comunidad y lade la comunidad de individuos.
Saludos cordiales.
Publicado por: Odarbil | 14/11/2014 11:16:18
Cuanto dice nuestro anfitrión pudiera ser concebible pero sólo en la medida en que existiera un componente de cada cuál capaz de quedar más allá de nosotros mismos; en cierta forma, un trozo o diseño preciso del yo que se hace para y con los otros y que los otros crean, a su vez, fragmentando su propio yo para compartir esas partes desgajadas en el estado acumulativo de una otredad compleja, distinta del ser meramente individual y consciente de su soledad. Tendría que devenir así ese nosotros alienante dispersión del yo porque, de otra forma, no habría posibilidad de un yo personal en tanto que una vinculación peduncular permanente con ese cuerpo colectivo habría de anular irremediablemente cualquier concebible declaración de independencia. Pudiera ocurrir que minimizáramos o que incluso renunciáramos a ese yo que nos es particular para cultivar el yo en los otros que se hace nosotros pero, entonces, soslayaríamos aquello que nos revela la sustancia de la identidad propia, una razón que analiza y pondera por encima del atavismo de un nosotros sin posibilidad de introspección porque carece de toda consciencia. No hay consciencia en el nosotros, ni siquiera cuando comprendemos que, con los otros, también somos un yo.
Publicado por: Witness | 10/11/2014 21:09:22
Bien dicho Rantamplan!!!
Publicado por: Odarbil | 10/11/2014 8:58:31
El nosotros es como ir con el (los) tiempo(s), y cada cual es sui generis, por tanto, o nos acoplamos o caemos fuera de un tiempo, fuera de un nosotros.Se hacen unos nosotros en los que cabemos mejor que en otros, pero como el nosotros nunca se fija siempre cabe que hayamos confundido su tiempo,esto es, no conozcamos el nosotros, prejuiciemos y celemos el peor nosotros que pude ser: el que nos clausula.
Publicado por: Rantanplán Malaspina | 09/11/2014 23:17:27
Una malicia para describir las estampas:
Una pluralidad de yoes que, a la orilla del mar, vive cotidianamente la vida????
Una singularidad del nosotros que,adentrándose en el océano del pensamiento no sabe si meramente piensa la vida o si vive el pensamiento????
Publicado por: Odarbil | 09/11/2014 20:12:46
Sin un tú no hay un yo y viceversa, nos configuramos mutuamente, nos complementamos y nos completamos. Nosotros vosotros implica conocimiento cercania, ellos son los lejanos en la distancia y en la pertnencia. Poco a poco nos vamos configurando en nuestro ser y estar.Yo tu, el, es eimpre el tercero en discordia aunque no siempre el yo tu sea concordia, eso a nivel individual, nosotros vosotros ellos en el plano social
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 07/11/2014 20:38:19
No olviden el Vds, y el aquellos que señala.
Las carencias de respeto y de distancia obligan a una proximidad que se vuelve vulgar, recreativa y poco creativa.
Un pueblo fundamenta sus esencias en el lenguaje que utiliza.
El tu, palabra magica, que se bonifica con el vosotros, cuando una afinidad ha sido encontrada/definida, se transforma en un insulto cuando se vuelve norma y nos hace olvidar que el espacio de cada uno de nosotros (el yo) es primordial para constituir un agora que nos hace mejores...
Publicado por: Sisifo | 07/11/2014 13:28:04
Hay algunas existencias que no alcanzan a ser yoes, que no tienen siquiera palabra. Pertenecen al paradigma de la exclusión que la comunidad de yoes genera, al homo sacer que nos recuerda siempre presente Agamben, a las vidas matables.Impensable que pertenezcan a un nosotros porque no alcanzan siquiera a ser ellos.
Veía hace poco el "Imprescindibles" de Gervasio Sánchez. Conocía sus fotos por una exposición impactante en Tabacalera. Me emociona su absoluta vocación de hacer un nosotros.
La educación quizá consista en dirigir la mirada hacia esas zonas de exclusión-inclusión, y, sin duda, en buscar activamente un nosotros.
Gracias por esta entrada de hoy, profesor. Qué necesaria.
Publicado por: aaa | 07/11/2014 11:07:03
Y el Vd.? A lo mejor se les quitaban las dudas, si lo usaran un poquito mas.
Marcar distancias ayuda a no perder la orientacion.
Publicado por: Sisifo | 07/11/2014 10:22:25
Quienes tenemos la suerte de poder pensar, sentirnos y vernos, nos identificamos a nosotros mismos, como yo mirando a los demás.
Cada cual desde su atalaya.
Haciendo razonamientos sobre relaciones de unos y unas para con los demás, independientemente del bando en el que estemos situados.
Al final solo hablamos del tipo de madurez que tiene nuestra cultura y de la categoría personal que tenemos por ser personas inteligentes.
Y en muchos casos formadas, con acceso a conceptos como el respeto, los derechos, la responsabilidad social, el sentido de familia, de grupo o de nación.
Ubicándonos en nuestro puesto, según nuestra valoración, cualificación o categoría personal.
Hablamos de relaciones de unas personas con otras y del comportamiento de cada cual, en función de sus valores personales, de su capacidad de afecto, de su generosidad o del sentido de la vida.
Interaccionando.
Con lo que cada cual asuma o acepte.
Recorriendo a lo largo de la vida, la rueda de la rosa de los vientos caminando paso a paso, por todas y cada una de las situaciones.
Haciendo de padres o madres, hijos o hijas, mayores o jóvenes, braceros o patronos, líderes o soldados.
Hasta alcanzar una graduación o máster que nos de carta de acceso a un nuevo nivel.
Siguiendo la lógica que vemos en toda la naturaleza que nos rodea bajo el cielo y en el mar.
Como personas en donde el yo, tu, él, ella, ellos o los demás sean conjugaciones superpuestas o entrelazadas.
Formando un todo igual.
Superando las barreras materiales impuestas por los átomos o las hormonas.
A partir del nacimiento de un puñado de barro, del que se supone que nacimos toda la vida en el planeta.
Andando desde la tierra a la sublimación del pensamiento y de la voluntad, libremente.
Mientras damos vueltas alrededor del sol desde que el mundo es mundo.
Publicado por: Cabrera | 07/11/2014 9:03:31
Si como se dice: somos una minúscula parte de un todo, es evidente que estamos unidos a los que nombramos "otros". Sin embargo, no sabemos qué somos nosotros mismos; algunos mencionan posibilidades de que seamos ¿una consciencia, un sueño, o una ilusión?. De ser ciertos cualquiera de esos supuestos los otros y todo el entorno (incluido el universo), solo existen si los percibimos, los soñamos, o los imaginamos. Un laberinto existencial.
Publicado por: Nely García | 07/11/2014 8:53:06