Pisa el terreno, pero no ve el país. Así caracteriza Hegel la brillante labor de Descartes. Y sus limitaciones. Al celebrar de este su consideración del pensamiento como verdadero espacio del pensar, sin embargo, señala que aún solo lo concibe como un entendimiento abstracto separado y enfrentado a un contenido concreto. Eso no impide que lo estime “un héroe del pensamiento” que reconstruye la filosofía sobre cimientos olvidados que permiten que sea propia e independiente. “Aquí ya podemos sentirnos en nuestra casa y gritar, al fin, como el navegante después de una larga y azarosa travesía por turbulentos mares: ¡tierra!” Pero, queda la duda de hasta qué punto semejante y necesaria proximidad no nos impide reconocer con alguna perspectiva y con la necesaria distancia, las que se precisan para ver mejor lo que ocurre. Es tan interesante estar vinculados como conocer, y prevenir, lo que significa el ahogamiento o el enterramiento por exceso de inmersión. Y es fundamental no olvidar la relación de este modo primario de cercanía con la imposibilidad de ver.
No siempre solemos comprender lo que significa saber esperar, ni tratar de encontrar esa distancia adecuada para ver. Acuciados por las urgencias y apremiados a la par por nuestras prioridades, parecemos actuar al dictado de un conjunto indiscriminado de impresiones y de sensaciones, quizá de emociones, que en su acumulación provocan la tensión necesaria para impulsarnos. Y una vez cumplida la acción, tampoco disponemos ni de la paciencia, ni del tiempo, ni de la energía para analizar lo sucedido. Tal vez solo su impacto. Y a otra cosa. Así, de aquí para allá, el pensamiento se confunde con la gestión, y esta con la agenda.
Únicamente con una perspectiva adecuada, con un determinado enfoque, no limitándonos a formar parte del vaivén de una cadena de ingredientes, de productos, de elementos, que se identifican con nuestras tareas, podríamos, en el mejor de los casos, afrontar lo que nos ocurre sin vernos avasallados por los acontecimientos. Estar cerca no es un quehacer indiscriminado que se limita a situarse acríticamente en lo que sucede. Y menos aún confundirlo con el avasallamiento de una permanente presencia. No es fácil dar con la mesura, que es sentido de la medida, y que impide que algo se oculte por exceso de aparición. Siempre el pensamiento requiere demora y análisis, para vertebrar y discernir, para relacionar, que son el único modo de ver con lucidez.
Pero, por lo visto, se trata de reaccionar inmediatamente, de responder al instante, de comentar, de polemizar, de subrayar, en última instancia, de confundir el opinar con el decir. Y, mientras tanto, de considerar como una improductiva dilación el tratar de analizar, o de comprender. Reflexionar parecería reservado para los inoperantes, para los improductivos, para los intelectuales, para los diletantes, en definitiva, para los desocupados, quienes, a su juicio, no están en el brasero de lo que arde, sino a su calor. La celeridad sería un signo inequívoco de autenticidad. Y no andarse con miramientos, de eficacia.
Sin duda, es preciso estar cerca y responder intensa y directamente a la necesidad. Ahora bien, no siempre es fácil ni siquiera detectarla en su raíz, sin perderse en la espuma de los requerimientos. No es cuestión de entretenerse en ensoñaciones o en intrincadas disquisiciones, pero tampoco es cosa de precipitarse en creer saber en primera instancia, casi de antemano, lo que corresponde hacer. Hay sin duda emergencias. Ahora bien, el sobresalto permanente acaba por disipar la atención ante la proliferación de acciones y de reacciones. Y apenas cabe valorarlas. Sin embargo, sus consecuencias, que no son solo sus repercusiones, también forman parte de su sentido, que siempre ha de ser el que vincula respuesta y responsabilidad.
Ciertamente, resistencias, siquiera mínimas, abren espacios inauditos, tal vez imprescindibles. Pero nunca el pensamiento es un obstáculo y, menos aún, cuando, como corresponde, es pensamiento libre, y la libertad de pensamiento es pensamiento crítico. Solo así, la mirada no es simplemente oblicua, y sobre todo no es obtusa. Y es tanto un mirar desde distintas perspectivas y ángulos y con distintas iluminaciones y diferente claridad, que propiamente no se limita a ser una mirada individual, sino que tiene en cuenta a su vez el mirar de los otros. En rigor, es entonces cuando cabe ver. Mirar no deja de ser un modo de escuchar.
Necesitamos mapas, no solo lentes. Comprendemos quizás entonces que no basta verlos, es preciso leerlos. Y ello requiere saber comprender e interpretar. El desconcierto producido por la proliferación de senderos, por el inicio y reinicio de caminos, por un volver a los puntos de salida, por el desplazamiento de los lugares de encuentro, hacen añorar tanto algunas guías como unos cuantos cartógrafos. Pero, muy singularmente, algún horizonte, el que solo nos otorga un pensamiento orientado.
Se dice, no sin razón, que lo que importa es la travesía, pero ella precisa de cierta dirección y sentido. Lo más curioso es que emboscamos en el desconcierto de una supuesta atención la llamada verdadera realidad. Acostumbra a ser nuestra prioridad. Pero no la elegimos porque lo es. Por lo que se ve, lo es porque la elegimos. Confundimos así nuestras preferencias con nuestras ventajas.
Es bien sabido que desde demasiado cerca, como desde demasiado lejos, no se ve adecuadamente. La necesaria reivindicación de estar a pie, en la contigüidad, en la implicación, en el terreno, no nos exime, en todas las circunstancias, de pensar. El pensamiento es siempre un modo de considerar, de contemplar, no desde un exterior apático y privilegiado, pero tampoco desde un eufórico enfangarse en distraídas ocupaciones. Precisamente por ello, conviene no confundir la cercanía con una identificación acrítica con lo que sucede, o con lo que se dice, o con lo que se espera, o con lo que se oye. Ignorarlo es tan insensato como aplaudirlo.
No es fácil encontrar el modo de estar cerca. Es necesario, sin embargo, no como un gesto de conmiseración, ni de superioridad, ni siquiera de generosidad, sino de reconocimiento. Entre otras razones, de mutua pertenencia. Sin ella, todo resulta impostado, deviene puro gesto vacío, y se diluye en la mera formalidad de lo sucedido. Uno no ve, pero quizá sí es visto. Se nos ve. Demasiado.
(Imágenes: Collages y retratos de Michael Mapes. Fotografías, muestras de tela, cuerda, arena, radiografías, café, bolsas de té, azúcar, trozos de madera, pelo, resina, cajas de plástico, piezas de muñecas, hilo dental, cápsulas de gelatina, insectos en alfileres, cápsulas, bolsas microscópicas, placas de Petri, cajas de aumento, muestras de escritura a mano, mechones de pelo, fotos de familiares y joyería, elementos que conforman lo que Mapes describe como una suerte de “ADN biográfico.” Obras basadas en retratos de pintores holandeses de los siglos XVI y XVII. Anonymous Young Woman, 2014, detalle; Dutch male specimen: J, 2014, detalle; Dutch specimen MT2, 2013, detalle; y Dutch female specimen, 2014)
Hay 5 Comentarios
Como un gato tras los ovillos de lana que otros van echando, así está cerca alguna gente de algo que son finalmente objetos de deseo que no se logran tener ni retener porque por el movimiento se van deshaciendo....luego viene otro ovillo. Efectivamente sin afectos no hay conceptos y sin horizontes no hay acción sólo movimiento, nada de acción... este gato ni siquiera caza ratones! Gracias por sus reflexiones, Profesor!!!
Publicado por: LEICHEGU | 14/12/2014 18:58:43
Entonces, Ochagavia, el que sabe pensar pero no mercadea bien se extingue. O aprende a no comer. O se convierte en un amargado más. ¿Qué genera el as del mercadeo a su alrededor? Ya lo decía Sócrates: no es muy inteligente querer estar rodeado de gente que es peor que uno. Tanto mercadeo y tan poco reciclaje genera mucho residuo. Basura en el Everest, basura en el aire que respiramos, basura en el Pacífico. Todos síntomas de aceleración, de competición. Ni que fuéramos todos espermatozoides.
Publicado por: Pepe Perez | 10/12/2014 8:45:34
Exceso de luz deslumbra y nos impide ver deslumbrados por el exceso y la cercania. Ochagavia PRIMUN VIVERE DEINDE PHILOSOFARE decian los an tiguos lo dificil es lograr compaginar ambas actividades. No vivir de ensoñaciones pero tampoco dejarnos opacar por lo cotidiano y urgente, quienes lo logran son los autenticos sabios
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 09/12/2014 20:34:53
Desde nuestro lugar, como si fuéramos un pájaro en la rama de un árbol, solo podemos conjeturar lo que nos es necesario para subsistir con nuestros medios.
A partir de lo que hemos de pagar porque funcione todo el sistema del que formamos parte sufragando el gasto.
Y las contrapartidas.
Porque nuestro mundo es mercado desde por la mañana cuando hemos de pagar el pan y los bollos, y después la luz, el gas, el teléfono, el agua y todo el resto de las necesidades que tenemos en esta nuestra muy querida sociedad avanzada.
Pensar podemos, pero antes está el comer algo.
Y la discusión aparece cuando por encima de las apariencias están los importes a pagar por la gestión de todo el mundo que se ha subido al tren.
Y se llaman necesarios, o imprescindibles.
A cuenta de que el resto de la gente pague la cuenta de todo lo que pidan por la boca.
Y es ahí donde la filosofía se trueca en aritmética en un ir y venir que nos retrata como seres humanos.
Desde la inteligencia de confundir nunca las churras con las merinas, ni quedarnos embobados mirando los juegos de manos de cualquier trilero.
Sin abandonar la ética, podemos ser ciudadanos de primera y ser además rectos, justos y sabios.
Tener solidaridad y compasión del prójimo, sin renunciar a nuestros derechos como personas ciudadanas.
Y aun después, si se tercia ser capaces de tomarnos unos vinos charlando con cualquier vecino o vecina.
Tan campantes.
Publicado por: Ochagavía | 09/12/2014 12:32:10
Cuando se pisa el terreno conocido y se obvia el que no lo es, ¡imposible enterarse de nada! y sí se ignoran los problemas, no se solucionan.
Publicado por: Nely García | 09/12/2014 9:20:04