En ocasiones, pensamos que es suficiente con tener decisión y arrojo, y que, en cualquier caso, lo diremos. Consideramos que llegado el momento bastará con que nos lo propongamos. Más aún, estimamos, un tanto pretenciosamente, que es incomprensible que otros no lo hagan. Ciertamente no faltan silencios cómplices, indignos e impresentables. A nuestro modo, cada quien lo sabemos y lo vivimos. Sin embargo, a veces no se trata de eso. O, al menos, no solo.
Cabría pensar que, conocido lo que se desea transmitir, es cosa de decirlo. Ahora bien, al oírnos, comprobamos hasta qué punto no era exactamente eso. Ni lo que queríamos realmente decir, ni lo que en verdad hemos dicho parece coincidir con lo que nos propusimos. Entonces, lo atribuimos a una inadecuada expresión. Podría ser incluso que el tono sentencioso no se corresponda con lo que pretendíamos. O tal vez, el adjetivo inoportuno arruinó la afabilidad que sentíamos. Ni siquiera la improvisada corrección mejoró el desaguisado. Quizás en tal caso lo mejor fuera aprender lo que queremos decir y recitarlo, como una fórmula, como un eslogan. Enseguida nos percatamos de que así ni estamos diciendo. Todo resuena hueco, vacío, lejos de la mínima intensidad que el lenguaje requiere.
Deberíamos ensayar más, nos barruntamos. Incluso cada gesto, cada entonación, cada mirada, y buscar que resultemos convincentes, con sentido, creíbles. Ni eso parece resolver siempre la situación. Pronto se detecta impostación, falta de la mínima naturalidad. Y no es que hablemos como si otro dijera por nosotros, lo que, siendo inquietante, no dejaría de tener su encanto, sino que lo hacemos como si nadie asumiera lo que suena. Y suena sin decirnos nada.
Hay quienes son avasallados por sus propias palabras, incómodas por su imposibilidad de decir. Son ellas las que se sienten utilizadas, poco escuchadas, violentadas, como si fueran meros vehículos para la puesta en circulación de nuestra voluntad. Pero no tardan en intervenir, en influir, incluso en condicionarla. Ignorarlas conduce irremisiblemente a que lo que buscamos decir no se diga en absoluto.
Llegar a decir supone reconocer los numerosos procedimientos para acallar la palabra. Son en ocasiones tan rudimentarios como, en otras, sofisticados. Ni tan siquiera obedecen en todo caso a una voluntad que los controle. Ni el decir es inmediato ni eficaz simplemente por la determinación de quien habla. Y no solo porque haya de vencer numerosos obstáculos para hacerlo. Queda por ver, en primera instancia, si es siempre decir algo de algo a alguien, esto es, si es siempre un decir categorial. Queda por ver si es en todo caso discursivo y, en definitiva, cabe preguntarse, con Nietzsche, “¿quién habla?”. Hacerlo es más que buscar un simple emisor.
La cuestión es, a su vez, “qué habla en nosotros” y no solo “qué decimos”. Y ello pasa por vincular el quien con el qué. Se produce, entonces, un desplazamiento, aquel en el que el sujeto de la enunciación es, a la par, sujeto de la conducta, aquel en el que el sujeto es, a su vez, sustancia, aquel en el que el decir no existe abstracta e independientemente de quien dice. Podría entenderse, en tal caso, que decir no es una actividad más, sino lo que nos constituye. Somos decir y decirnos. Se comprende que sea una forma de vida y, más aún, nuestro ser.
Esta dimensión constitutiva y social del decir, esta consideración de que se trata de una columna vertebral que alcanza a toda nuestra existencia explica por qué en ocasiones carecemos de credibilidad. Parecería que nuestras palabras se hallan impotentes para abrirse paso entre lo que nuestro proceder contradice. Se confirma así que el decir se hacer carne en nuestra propia existencia y ésta en él. Y, más allá de nuestra facilidad o no de palabra, nos encontramos con la dificultad de corresponder armoniosamente al compás de sus sonidos y de sus sentidos.
No todo se reduce, en cualquier caso, a lo que decimos. Hay una distancia respecto del decir que lo hace posible y que no se agota ni se limita a ello. En cada circunstancia, se atisba, se alumbra, se apunta, pero no hay modo de decir de una vez por todas, lo que supondría establecer un punto final. Nadie dirá de él. Quedamos ausentes, incluso en un posible acabamiento en puntos suspensivos.
El pensamiento, también en la modalidad que pretende comprender los acontecimientos más cotidianos, se ve siempre desbordado por lo que ocurre. Cabe suponer que el verdadero decir es ese ocurrir en su devenir, y que cualquier otro modo de pretender hacerlo bien no sería sino un modo de corresponder a ello. Sin esta atención, solo parafrasearemos lo que sucede, tal vez lo comentaremos, haremos apuntes más o menos atinados o pertinentes, reflexiones, textos… pero sin apenas decir.
El desafío es, una vez más, el de la cercanía e implicación en lo que sucede, con lo que sucede. Y la tarea del pensar exige la búsqueda de la distancia pertinente. Aprender a decir es entonces tanto como aprender a vivir. Y ello exige hacer el movimiento intenso y constante de tratar de decir. La experiencia de nuestras propias limitaciones e incapacidades para responder por la palabra, con la palabra, que es siempre en todas sus modalidades acción, incluso como imagen, muestra hasta qué punto hemos de proseguir.
Cuando no pocas veces resuena la ausencia de palabra en la vorágine de cuanto decimos, el pensamiento que toca el pensamiento provoca una dislocación transformadora. Ya no podemos seguir hablando así, ni utilizando este lenguaje, ni considerándolo como una mera estructura o un simple instrumento. Ya no podemos agostarnos en la rutina de una proliferación de discursos en los que el decir no está ni siquiera ausente, sino de cuerpo presente. No es que no sepamos qué decir, es que hemos creído que saber es independiente del decir. Y esto sería no tanto su final como el nuestro. Pero en estos puntos suspensivos late aún porvenir…
(Imágenes: Pinturas de Kyle Barnes)
Hay 15 Comentarios
he hablado y he dicho, no sé qué más decir pues he dicho lo suficiente y espero
Publicado por: M. | 06/01/2015 4:17:54
Nadie puede tener la última palabra a no ser que esa palabra sea una orden dirigida a quien esté dispuesto –u obligado- a obedecerla. En las sociedades abiertas, en las que la realidad se construye a diario y el futuro no está escrito, el decir y el refutar son componentes complementarios de una comprensión significativa, razonable y razonada de la vida en común. Cuando no hay dogma terminante, cuando no hay autoridad inapelable, cuando no hay coacción física o emocional -y su corolario, el espíritu servil o timorato- cuanto pueda ser dicho tendrá carácter provisional en la medida en que la experiencia no sea capaz de describir adecuadamente los escenarios inmediatos en que cotidianamente nos movemos. El conocimiento de la realidad que la Humanidad acumula en cada instante está muy lejos de la entera y completa realidad. Cuanto decimos aclara lo que en cierto momento desconocíamos pero padece la inexactitud temporalmente inabarcable de cuanto ignoramos. Sin embargo, podemos dejar constancia de que la exposición de aquello que hemos comprobado cierto añade un nuevo punto y seguido al corpus de nuestros conocimientos; un paradigma que ha de ser contrastado con capacidad predictiva para demostrar capacidad descriptiva. En una situación ideal, con la sucesión de esos “punto y seguido”, el progreso del conocimiento y la estructuración de la vida en grupos sociales tendrían un carácter continuo y una formulación entre factorial y exponencial. Pero, como sabemos, el ideal está muy lejos de la condición humana; el acuerdo para que predomine la razón y el jucio sin ataduras emocionales que distorsionen el entendimiento pocas veces es alcanzado de forma duradera y, así, no son pocas las ocasiones en que aparece alguien que pretende poner fin de manera terminante a esa acumulación progresiva de experiencias y mejoras parciales en cualquier ámbito de la vida porque cree disponer de un atajo, sólo por él conocido, que depararía a todos una posición adánica en medio de un paraíso de expectativas óptimas; e, igualmente, existe quien, sin saber que alternativa ofrecer, pretende la nulación de cierto número de esos puntos ya sobrepasados por simple disconformidad con la impresión que el presente le ofrece, como si, en algún momento del ayer, uno de esos “punto y seguido” pudiera haber sido un punto final: una nueva nostalgia irracional de un supuesto Edén anterior.
En cierta forma, cualquiera de esas últimas palabras es la palabra del último que hasta ese momento osa despreciar la frontera de los significados comunes para dar a la palabra antigua la ilusión de una referencia más allá del tiempo y de la memoria y que, puesto que resulta inaccesible a la razón argumentativa, adquiere el aspecto radical, extremo, de una afirmación irreversible, totalitaria. "Y... punto".
Publicado por: Witness | 05/01/2015 11:38:08
la vanidad es uno de los peores defectos, el creernos algo y mantener ese delirio, ¿ pero el querer saber si eres correspondido y llevarlo hasta el último extremo, casi a ciegas sin conocer el final, también es vanidad? yo pienso que no, eso se llama gilipollez pura y dura y sólo los que son verdaderos gilipollas lo hacen, en fin de todo hay en este mundo, unos muy listos, muy listos y otros muy tontos, muy tontos que no aprenden nunca, aunque se lo hayan dicho a voces llenas.
Publicado por: M. | 04/01/2015 23:12:56
Pues igual me pienso lo del punto y final.
Publicado por: susi | 04/01/2015 16:16:45
Son heterónimos, don malaespina. Debería probarlos.
Publicado por: Pessoa | 03/01/2015 9:35:45
Si hay que decir se dice: para hablar con quien tengo que hablar para decir lo que tengo que decir, pues lo diré muy bien dicho para dejar de seguir diciendo, más si el que quiero que me diga resulta que no dice nada, pues nada diremos pues como hasta ahora, diré que todo no digan nada, me iré a la nada y cuando vuelva, de nada servirá decir porque el decir ya no dirá nada.
Publicado por: susi | 03/01/2015 1:04:55
Oye noruego para decir cosas sin pensar estás tu solito, asi que te vas un ratito por donde viniste a ver si se te congelan esos pensamientos que tienes. Para hablar hay que conocer a las personas y con eso ya se ha dicho todo, polo de leche merengada, más que polo.
Publicado por: dulceyamarga | 02/01/2015 23:49:22
dulce, entendi. Se has dicho una mala cosa sin pensar, estais jodido. Sin perdon, acabado para todo lo siempre. I got it!
Publicado por: Pobre Noruego | 01/01/2015 22:36:00
Hay personas que dicen y no dicen al mismo tiempo, dicen lo que su voluntad no quieren que digan, sin embargo esta incoherencia no pasa por causarles conflicto interior porque creen que con el no decir, el decir es el adecuado considerándolo acertado; por el contrario, hay otras personas, que dicen aunque su voluntad no quieran que digan, tal es la fuerza del dicen que, contrariada su voluntad, se crea en ellas un conflicto en el que no hay opción al no decir, el decir lo dice todo y en ese decir permanente que no se acaba donde ya no hay sitio para el no decir, ya sin conflicto.
Publicado por: dulce | 31/12/2014 16:36:17
Decir lo que queremos decir no es tarea facil. transformar en expresion oral o escrita nuestros pensamientos solo lo logran algunos privilegiados por eso sus dichos o escritos son inmortales. De Jesus se dice en el evangelio que la gente que lo escuchaba dijo este si nos habla con autoridad no como los escribas y fariseos que tenian mucho mas conocimiento de la ley y sus enseñanza y luego esta la coherencia entre lo que se dice y lo que se vive, sin esa coherencia por muy sabias que sean las reflexiones no llegan ni calan en quienes la escuchan. Los sabios de todos los tiempos y culturas de los cuales nos han llegado sus enseñanzas vivian lo que enseñaban enseñaban lo que vivian
Feliz Año Nuevo para todos
Jose Luis Espargebar Meco desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 30/12/2014 22:57:43
Tanto como el decir conviene también aprender a callar,a no decir tonterías, cosas fuera de lugar, a no menoscabar, dinamitar lo que se dice y aquello que se ha dicho.Lástima que este blog esté alguno por hacer el gili poniéndose ahora un nombre y luego otro para contestarse a sí mismo, esto es lo contrario que el decir: hacer ruido, insonorizar un espacio con tonterías.Y la tontería no deviene...
Publicado por: Rantamplán Malaspina | 30/12/2014 14:25:52
Hay muchas cosas en las que alba y witness están de acuerdo. Si no se van cerrando acuerditos, si se sólo vale el súper acuerdo total nunca tendremos un pacto y los problemas seguirán creciendo.
Publicado por: El bombero tolero | 30/12/2014 9:41:29
Ocurre a menudo que ante el miedo de que se nos pare la inteligencia que interpreta el escenario en el que vivimos, quienes son conscientes de que se han quedado mudos se proponen hacer ruido.
En la esperanza de que se ponga en marcha otra vez la inspiración, que es como una antena que nos recoge al vuelo todo lo que pasa y lo transforma en ideas.
Crenado como una argamasa que va juntando saberes y los enlaza como si fueran mimbres construyendo un cesto y después otro, y otro.
Funcionando la antena, que es como decir un traductor simultáneo de los ojos que ven lo que miran.
Si no están ciegos.
Traduciendo lo que se entiende en palabras concretas, sencillas y directas que llevan como vehículos lo que tenemos en la cabeza a los demás.
Por si les sirve de algo a las demás personas como los ladrillos de una obra, o el cemento.
A los albañiles.
Para que crezca el edificio en el que estamos y vivimos desde el fuego o la rueda, que ya se quedó allá a lo lejos hasta el hoy, montadas las ideas en las meninges de las personas y en los ojos que miran.
Lo ya hecho.
Y que solo hay que ir descubriendo mirando despacio lo que tenemos alrededor nuestro.
Aquí, al alcance de la mano.
Publicado por: Alcobendas | 30/12/2014 9:34:48
La expresión de la palabra no puede ser acertada, ni verdadera, debido a la ambigüedad del conocimiento sobre nosotros mismos. Al ignorarnos no podemos estar seguros de nuestras percepciones, pero ellas constituyen algo personal y necesario.
Publicado por: Nely García | 30/12/2014 8:59:54
Pronto ha de pasar este estado de cosas que nos hace caer en la decepción, pero hasta la historiologia, midiendo, pesando, contando, clarifica que las paradas en la Historia son habituales me refiero al vivir estos momentos, que no olvidemos han de aportar la otra parte de una crisis, sería lo que se haya aprendido del fallo. Y hacer un materialismo más llevadero. No sé si ha pensado en esto, quizá es mío y sale de volandera. Le deseo profesor que además de poder disfrutar y aprender juntos blogueros, tenga momentos en el nuevo año satisfactorios y felices, muchos. Un cordial saludo.
Publicado por: Sirius | 30/12/2014 7:36:17