En ocasiones, pensamos que es suficiente con tener decisión y arrojo, y que, en cualquier caso, lo diremos. Consideramos que llegado el momento bastará con que nos lo propongamos. Más aún, estimamos, un tanto pretenciosamente, que es incomprensible que otros no lo hagan. Ciertamente no faltan silencios cómplices, indignos e impresentables. A nuestro modo, cada quien lo sabemos y lo vivimos. Sin embargo, a veces no se trata de eso. O, al menos, no solo.
Cabría pensar que, conocido lo que se desea transmitir, es cosa de decirlo. Ahora bien, al oírnos, comprobamos hasta qué punto no era exactamente eso. Ni lo que queríamos realmente decir, ni lo que en verdad hemos dicho parece coincidir con lo que nos propusimos. Entonces, lo atribuimos a una inadecuada expresión. Podría ser incluso que el tono sentencioso no se corresponda con lo que pretendíamos. O tal vez, el adjetivo inoportuno arruinó la afabilidad que sentíamos. Ni siquiera la improvisada corrección mejoró el desaguisado. Quizás en tal caso lo mejor fuera aprender lo que queremos decir y recitarlo, como una fórmula, como un eslogan. Enseguida nos percatamos de que así ni estamos diciendo. Todo resuena hueco, vacío, lejos de la mínima intensidad que el lenguaje requiere.
Deberíamos ensayar más, nos barruntamos. Incluso cada gesto, cada entonación, cada mirada, y buscar que resultemos convincentes, con sentido, creíbles. Ni eso parece resolver siempre la situación. Pronto se detecta impostación, falta de la mínima naturalidad. Y no es que hablemos como si otro dijera por nosotros, lo que, siendo inquietante, no dejaría de tener su encanto, sino que lo hacemos como si nadie asumiera lo que suena. Y suena sin decirnos nada.
Hay quienes son avasallados por sus propias palabras, incómodas por su imposibilidad de decir. Son ellas las que se sienten utilizadas, poco escuchadas, violentadas, como si fueran meros vehículos para la puesta en circulación de nuestra voluntad. Pero no tardan en intervenir, en influir, incluso en condicionarla. Ignorarlas conduce irremisiblemente a que lo que buscamos decir no se diga en absoluto.