El salto del ángel

Inexplicablemente bien

Por: | 12 de diciembre de 2014

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El hecho de que haya quienes estén explicablemente mal no elude que nos encontremos con quienes están inexplicablemente bien.  Ni que existan quienes con buenas razones se hallan estupendamente. Pero hay una desconcertante relación entre determinadas situaciones y la consecuencias de cómo nos sentimos.

Quienes necesitan permanente reconocimiento nunca acaban de encontrar el suficiente. Siempre se sienten agraviados, desconsiderados, maltratados. Quienes ansían poseer jamás se hallan suficientemente satisfechos. Quienes no se soportan a sí mismos son difíciles para los demás. Quienes se piensan superiores comprueban una y otra vez con estupefacción que no acaban de admirarse sus cualidades. Quienes no saben lo que quieren no tardan en encontrar culpables para su desconcierto. Basten estas consideraciones para apuntar que conviene no precipitarse en la conexión de las consecuencias con causas inequívocas.

Hay sin embargo quienes son muy exigentes incluso para estar mal. No les basta cualquier contratiempo o indisposición, o que algo no les resulte agradable, o les sea tedioso, o precise de su total dedicación, para sentirse desdichados. Es más, no requieren demasiado para encontrarse bien. Y no solo por la constatación de que podrían estar peor, sino por una cierta disposición, que viene a ser prácticamente una forma de vida, que les hace apreciar lo que esta les ofrece, muchas veces gracias a su entrega, y les permite saber disfrutarlo. Para ello no es preciso en todo caso contrastar otras situaciones, aunque hay quienes deberían hacerlo, siquiera mínimamente, antes de reclamar ostentosamente conmiseración para con su suerte.

Ciertamente no faltan quienes se hallan en circunstancias difíciles, incluso límite, pero no siempre coinciden con quienes más esgrimen su desamparo. Tienen razón y derecho para reivindicar mejores condiciones, para hacer valer su disconformidad, su exasperación y para mostrar que no pocas veces sus penurias tienen que ver con el acomodo excesivo de quienes solicitan su paciencia. Incluso en tales casos, hay quienes sin resignación ni claudicación, son capaces de hallar ciertas vías que, más allá de la supervivencia, les permiten, tal vez inexplicablemente, mostrar la ridiculez de la insatisfacción de quienes no tienen cuanto persiguen, porque, entre otras razones, desconocen precisamente qué es lo que desean.

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Vuelve a resultar interesante recordar que Descartes señala en la últimas páginas de su último libro, Les passions de l’âme, que el fruto de la sabiduría es la dicha de vivir (la joie), la alegría, el gozo. Tal vez ello nos permite reconocer que es algo más que un mero saber, aunque este no deja de ser muy necesario. La sabiduría no es un simple acopio, en ningún sentido, ni siquiera de saber. Se trata más bien de una relación con él, de una incorporación a nuestra existencia de lo que ello supone para valérnoslas en la vida. Y hay quienes parecen haberlo comprendido. Y quienes no acaban de entender ni lo que les ocurre, ya que no encuentran vinculación entre su desamparo y lo que les pasa. Y no hay nada que achacarles.

En cierto sentido, en cualquier caso, no todo se agota en explicaciones más o menos conocidas. Pueden ser, sin embargo, más explícitos los motivos de la reacción ante lo que sucede, que muchas veces se concretan o responden a simples estados de ánimo. No es poco que sea así, pero no parece suficiente. En ocasiones, enumeradas todas las razones, incluso compartidas en general las situaciones, nos sentimos de forma tan distinta respecto de quienes están en condiciones similares, como nosotros mismos respondemos de modo diferente ante circunstancias prácticamente idénticas.

Sería atrevido, y quizás insensato, suponer que todo se limita a un modo de ser arbitrario y azaroso. Estaríamos bien o mal, según el día, el momento, la mera coyuntura. No podríamos atribuirlo a nada. Casi habríamos de interrogarnos a nosotros mismos sobre cómo nos encontramos y contestaríamos apenas con una difusa impresión de a qué podría deberse. La permanente constatación de la poca relación entre lo que nos pasa y cómo estamos acabaría por diluir la cuestión, a la que, por mera necesidad de continuar, acabaríamos por desconsiderar. No sería relevante.

Algo escapa, en definitiva, a nuestro control. Ni siquiera un conjunto de buenas razones dilucidaría lo que podríamos calificar de poco comprensible. Sería demasiado sencillo entender que esa incidencia no pasaría de ser algo cuya comprobación equivaldría prácticamente a una constatación meteorológica. “Hoy hace tristeza”, como “hoy llueve”. Quede apuntado.

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Sin embargo, el pensamiento, la voluntad, la inteligencia y nuestras convicciones no son algo absolutamente al margen de los sentimientos, pasiones y emociones. También cabe cultivar el modo en que uno mismo es capaz de encontrarse. Y no tanto para lograr inevitables resultados, sino, al menos, para eludir los evitables, cuando son negativos o destructivos.

Pudiera parecer entonces que todo está en nuestras manos. No se trata de eso. Tampoco de que nada lo esté en absoluto. Hay quienes ni tan solo pueden permitirse plantearse cómo están. Todo les es tan inminente y tan implacable, que su contundencia impide demasiadas consideraciones. Les supondría una deriva un tanto pedante andarse con estas disquisiciones. Además, su bienestar no se limitaría única y exclusivamente a su propia situación. Saber lo que a otros les ocurre, no solo sirve para comparar o aliviar la singular circunstancia. También para compartirla y verse afectado por ello. Hasta el extremo asimismo, en su caso, de sentir alegría por lo que en principio no parecería concernirnos directamente, si es un llamado bien ajeno.

Esta dimensión social de la dicha puede ser tan contundente que, incluso no sintiéndose uno mal, puede encontrarse incapaz de estar bien, dada la situación de muchos. Pero la responsabilidad de actuar para afrontar la coyuntura aporta asimismo, a su vez, inauditas e inesperadas razones para que, a pesar de no estar satisfecho, precisamente por esta capacidad para combatir el estado de cosas, rebrote otra alegría. No el ruidoso refocilar ni el jolgorio de una euforia vacía, sino la constatación de saber que, aunque hay tanto que va mal, uno está relativamente bien. E, incluso para sorpresa propia, quizás inexplicablemente bien. Lo que no significa ni garantiza la ausencia de problemas.

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(Imágenes: Dibujos de Ryota Matsumoto. Combina tinta, acrílico y grafito con medios digitales. Transient Field in the Air, 2014; Doubt Gives Birth to Ambiguous Inferences, 2014; Voided by the False Vows of Time, 2014; y Those Who Affirm the Spontaneity of Every Event, 2014)

A partir de la próxima semana, El salto del ángel se publicará los martes.

 

 

Hay 13 Comentarios

Lara, te vi en medio a tantas personas, por casualidad en la calle. Cuase mori, pero estoy inexplicablemente bien. Estoy lleno de esperanza de veerte de nuevo, Lara!

https://www.youtube.com/watch?v=dGWhs2IcI_M

No puedo ir en contra de mis sentimientos, deseo estar a tu lado y tengo esperanza en eso, voy a seguir luchando para conseguirlo pero quiero ser eticamente correcta y hacerlo bien.

Gracias, una vez más

Cada dia que pasa me encuentro mejor, veo a mi alrededor lo que ocurre, pero lo hago con un pensamiento mas positivo, lo cual me produce mejor estado de ánimo, lo inexplicable puede pasar a ser explicable, en eso confío y trabajo para ello, no cabe la impaciencia, sólo la palabra tendrá el suficiente valor.

Habrá que acostumbrarse a empezar los viernes de otra manera...

He vuelto a leer detenidamente este articulo y a mi mente de ciencias, preparada para entender textos científicos, es decir, sumar, restar y poco más, le cuesta comprender que quiere realmente el autor expresar con él.


Tal vez el contenido del artículo está relacionado con cosas como la justicia social, con el reparto de los panes y los peces, con el reparto de la riqueza, con el reparto o asignación de roles sociales, con la distribución de reconocimientos sociales y premios, y con cosas de esas. Surgiendo así las preguntas de: ¿Quién reparte en nuestra sociedad y por qué? ¿Cómo y en función a qué? ¿Por qué a algunos les corresponde mucho de eso y a otros poco?


Vivimos una época en la que nadie se atreve a negar la igualdad de oportunidades, y se considera negativo defender la igualdad de resultados. Pero con la igualdad de oportunidades no llega pues el acceso a esas oportunidades no se realiza en igualdad de condiciones, debiéndose por ello, en mi opinión, reabrir el debate de hasta dónde debe llegar la igualdad de resultados: ¿Debe de haber unos resultados mínimos que la sociedad debe favorecer que alcance todo ciudadano?


Tal vez el artículo está relacionado con el espíritu de superación, tendencia a llegar a ser todo lo que uno es capaza de llegar a ser, tendencia por mejorar, por intentar alcanzar metas superiores en todos los ámbitos de la vida. Evidentemente los corredores quieren llegar a la meta porque saben que allí les espera algún tipo de premio, material o no, como puede ser el simple reconocimiento social o laboral, o el deseo, la búsqueda, de autorrealización, la de un artista que hace su obra únicamente para disfrutar contemplándola él.


¿Es el artículo una crítica al espíritu de superación? No lo sé. Lo que está claro es que hay unas personas que tienen espíritu de superación, son capaces de esforzarse, de entregarse, hasta el límite, para mejorar, para progresar, y otras no. Surgiendo la pregunta de que hace que unas personas tengan espíritu de superación, y otras no, siendo estas últimas siempre más conformistas con el reparto de los panes y los peces que en la sociedad hacen otros. ¿De qué depende?: De la genética, de la cultura, de la religión, del nivel educativo, de la ideología, de valores y principios, de….

La razón que explica tal paradoja debería ser buscada en la naturaleza permeable pero confinada de la conciencia. Si pensamos en la realidad biológica (termodinámica) de la célula, tendríamos una buena representación. Somos estados de conciencia abiertos al exterior pero, al tiempo, estamos restringidos por una dimensión personal que elabora nuestras experiencias: tenemos una mente única porque únicos son los confines que la limitan en la precisa constitución de relaciones y de materia que constituye nuestro cerebro en cada momento. Se trata, por tanto, de una cuestión psicológica; esto es, que se asienta en la lógica de la psique. Ciertos elementos de nuestra fisiología nos son particulares en tanto que estamos habituados a ciertas conexiones entre la base genética de nuestra herencia y la peculiar acumulación de interacciones con el entorno que cada uno de nosotros ha experimentado. Podemos sentirnos bien ante una circunstancia que, en otros, tiene un efecto contrario porque, aunque compartamos tiempo y lugar, percepciones y recuerdos, nadie puede vivir sino la vida propia de su propio cuerpo, la conciencia edificada sobre una irrepetible interacción entre bioquímica genéticamente determinada y entramado sináptico biográficamente establecido.


El optimismo, por ejemplo, está en parte condicionado por la aptitud para la expresión de la hormona oxitocina cuyos niveles varían según el tipo de variante genética de –al parecer- dos genes fundamentales. No quiere esto decir que la presencia de estos genes predetermine la felicidad personal sino que, ante los estímulos reconocidos ya como gratificantes, ya como penosos, los niveles hormonales que surgen de su actividad permitirían una mayor o menor sensación de contrariedad o de satisfacción. En las situaciones no tan claramente definidas, cabe pensar en que habrá quienes propendan a ver el vaso medio lleno o medio vacío, aunque el mismo vaso sea y compartida sea la misma percepción de los acontecimientos pasados. Porque he ahí otro componente esencial de la interpretación del entorno en que habitamos que puede favorecer la diferencia de estado personal: la capacidad para establecer hitos en el recuerdo del yo vivido y para anticipar inteligentemente rutas posibles del devenir futuro. Puede estar mal quien no recuerda haber estado en peor situación o bien carece de experiencia para reconocer cómo otros pueden haber estado en un situación incluso agravada; o asimismo, quienes son incapaces de anticipar, basándose en la cabal comprensión del momento presente y en la asimilación de los fundamentos de un sistema aquilatado de pensamiento, que la coyuntura presente ha de evolucionar a mejor y tanto más cuanto menos se entreguen al desaliento.


Se trata, en suma, de una cuestión de capacidad o de voluntad para hallar una perspectiva de la realidad congruente entre lo que el análisis racional muestra y lo que la emoción particular matiza o distorsiona. Un exceso de emoción incontenida, de afectividad insatisfecha o no suficientemente “domesticada” convierte lo que puede ser explicado en informe “manada” de penosas perplejidades que, dentro de la sociedad, se retroalimenta con el mutuo convencimiento de una contemplación errada. Estar bien, a veces, implica rendirse a esa impresión ajena que prospera en el grupo por la inmediatez de los sistemas fisiológicos de recompensa que impulsan a retribuir con empatía el acogimiento recibido. No resulta inexplicable que podamos estar bien sino que haya quien no reconozca que el nivel del vaso medio lleno asciende en lugar de descender y, por tanto, que el optimismo con que se contempla esa realidad en vías de mejora sea interpretado como malo o perverso.

Por fin, después de un tiempo sin sosiego para leerle, profesor, vuelvo a zambullirme en "El salto del Ángel" y me encuentro con esa maravilla. Yo también estoy bien y es explicable, tengo quien me quiere... y he dejado atrás mucha gente que no me permite crecer... hay que saber elegir, si es que se puede. Gracias por su blog!!!

sigo sin palabras, muda.... que más quisiera yo que se escuchara mi voz., pero puede aparecer la confusión ante el silencio, no importa lo material, sólo importa lo vivido, el sentimiento, la soledad y hasta la muerte, falta ser visible y mientras sigo inexplicablemente bien.

La conducta humana es muy compleja, tanto que aunque los expertos dicen conocerla, continuamente salen nuevos estudios que desmienten teorías hasta hora dadas por buenas. Una de las teorías que más me gusta sobre la conducta humana es la de la gratificación de las necesidades de Abraham H. Maslow.


Maslow habla de la Teoría del Refunfuño, de un ser humano en continua insatisfacción en busca de la gratificación de necesidades superiores. Aunque la Teoría del Refunfuño afecta a todos los individuos es cierto que unos individuos tienen más capacidad que otros para asumir el destino que les ha tocado vivir, estos últimos, debido a su cultura, sus valores y principios, incluso a características genéticas, adaptan siempre sus necesidades al contexto, a las circunstancias del contexto que les ha tocado vivir, evitando así sentir la frustración de necesidades, digamos que combaten el refunfuño humano con un : Si no puedes alcanzar un objetivo busca otro.


Nuestra conducta esta siempre dirigida a satisfacer necesidades. Las personas tienen necesidades diferentes, priorizan de forma diferente en función de su cultura, valores y principios, y sobre todo de sus posibilidades. La frustración de necesidades puede ser patológica, por tanto para evitar caer en la enfermedad es importante no solo conocerse a sí mismo, analizarse a sí mismo, sino también conocer el contexto, de tal forma que sepamos siempre si la razón de la insatisfacción se debe a razones personales o por el contrario a razones contextuales.


Maxlow dice “Una buena sociedad es aquella que proporciona a sus miembros las mayores posibilidades de alcanzar la condición de seres humanos autorrealizados y plenos”


El nivel de insatisfacción personal depende siempre del contexto en el que nos encontramos, es decir del nivel de satisfacción que tengan otros.

Sin palabras....

Alguien ha dicho es rico el que no desea y feliz el que no espera y asi se puede explicablemente estar bien.Los bienes acumulados dice la biblia no dan ninguna seguridad y aunque nuestra autoestima este bien considerada por los demas si deseamos algo por minimo que sea y nuestra esperanza no esta plenamente colmada no estaremos bien esencialmente
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Convendría sugerir que si el ser humano carece de las primeras necesidades, o es tratado por medio de aberraciones, malos tratos, o cualquier forma de esclavitud, tiene todo el derecho a lamentarse.
En condiciones razonables, el bienestar, o malestar, surge de nuestro interior y emerge uno, u otro dependiendo de la energía, o sabiduría acumulada.
Se puede ser feliz estado triste, o desgraciado sintiendo alegría, todo depende del saber vivir aquí y ahora, en toda su integridad. En algún momento de nuestra vida, la mayoría hemos sentido la necesidad, de que nuestros actos sean reconocidos, con el paso del tiempo sentimos, que el hecho de poderlos realizar ya es una recompensa.

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Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

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