Desde la convicción de que es decisivo ser alguien singular y capaz de vivir con dignidad, lo que exige formarse y cuidarse, tener posibilidades para hacerlo y responder adecuadamente a ellas, no deja de ser curioso, y un tanto descorazonador, que en no pocas ocasiones esto parezca considerarse secundario. Tendemos a darlo por supuesto, que es una forma, más o menos rudimentaria, de desatenderlo. Mientras tanto, de modo implacable, hay quienes tratan, en el mejor de los casos, de proponer modos de proceder empeñados en reproducir lo existente. Incluso de consolidar aquellos aspectos menos encaminados a propiciar tamaño desarrollo personal, reduciéndolo todo a ejercitarse en un determinado y mecánico comportamiento.
“Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?” Cuando Jacob von Gunten considera, en la novela de Robert Walser, que en ese Instituto se educa adecuadamente para llegar a ser un buen siervo, todo parece predispuesto para consolidar la tarea de copiar, una y otra vez, lo ya dicho y propuesto. Y ello con la finalidad, no tanto de adocenar, cuanto de ser un individuo precisamente mediante una cierta pérdida de sí. Ello procura otro encuentro. A través de la repetición de prácticamente un curso único que se recita hasta venir a constituir un verdadero mundo interior. Y para devenir con él alguien especialmente dócil. Y en cierta medida, un desaparecido. Para ser así el mejor empleado, que cumple con orgullo su labor de servir.
“Nos educan obligándonos a conocer punto por punto la naturaleza de nuestra propia alma y de nuestro propio cuerpo. Nos dan a entender claramente que la coacción y las privaciones ya son formativas por sí solas, y que en un ejercicio simplísimo y en cierto modo necio hay más beneficios y conocimientos verdaderos que en el aprendizaje de una larga serie de conceptos y acepciones.” En este sentido, semejante formación no deja de tener su utilidad. No falta contenido, todo es orden y reglamento. Eso sí, ya la forma enseña sumisión y prepara ajustadamente de acuerdo con el objetivo propuesto.
Bien conocen quienes en las aulas se ocupan directamente de la educación, tanto por su inserción en una comunidad educativa, como por su insustituible y personal tarea, que no se trata de eso. Sin embargo, lo saben porque combaten concretamente tamaños planteamientos, que no son meros fantasmas, sino que se concretan en múltiples detalles y en algunos aspectos muy significativos y decisivos. Semejante perspectiva perdura en orientaciones supuestamente innovadoras que, en su novedad, no hacen sino confirmar una idea muy instrumentalista de la educación. Y precisamente en connivencia con unos objetivos que merecen cuestionarse. De ahí que sea tan decisivo acordar, que es tanto concordar como recordar, otros objetivos.
Incorporarse a la sociedad comporta la exigencia de realizar tareas que propicien el desarrollo personal y respondan a las necesidades sociales. Ahora bien, la rentista y supuesta eficacia de buscar el camino corto de un adiestramiento que se limite a preparar para actividades demandadas, desde intereses bien concretos, y no siempre presentables, supone el retorno discursivamente edulcorado de modelos de imposición. Ciertamente es cuestión de afrontar necesidades, de una formación integral que permita ser alguien competente y con oficio, pero ser alguien no es algo ni adjetivo ni subsidiario, ni lateral, sino sustantivo. Y decisivo. Se trata de ser, de nuestro único e irrepetible ser, lo que no nos ocurre únicamente a nosotros, sino a cada quien.
La ajustada ponderación de los objetivos implica no descuidar las prioridades. Por ejemplo, nunca ha de considerarse la capacidad de ser en todo caso amable y servicial, lo que no significa en modo alguno ser servil. No está mal no verse sometido por los anhelos y deseos, pero no es cosa de carecer de ellos. Hasta el mesurado Descartes nos recuerda la importancia no tanto de renunciar a las pasiones, cuanto de encontrar el armonioso equilibrio, prácticamente musical, entre ellas. Pero los benjamenta parecen más bien adiestrados para dejar de distraerse, a fin de centrarse en lo que verdaderamente merece la pena: la formación para adquirir la competente docilidad de un buen subordinado.
Basta regirse por el imprescindible afecto a cada quien, para no ser un educador empeñado en reducirlo todo a adiestramientos y comportamientos. Es suficiente con atender, con que realmente importen los estudiantes, en definitiva, los demás, no tanto ni solo porque parecen desvalidos o vulnerables, sino asimismo y sobre todo porque son, porque buscan, porque sueñan, porque necesitan, porque precisan encontrar espacios de relación y de conocimiento en los que experimentar, en los que aprender, en los que crecer.
Ciertamente, no pocas veces la tarea no es fácil. Hay innumerables pendientes que inducen a dejarse llevar por una tendencia a otra cosa, por una malentendida eficacia que empieza por acallar la voluntad, a fin de diluir cualquier imaginación, cualquier sensibilidad, emoción o sueño que pudieran distraer de la llamada verdadera preparación, para emprender, para triunfar. En definitiva, se trataría de disipar las contrariedades y los obstáculos, incluso las inquietudes de todo tipo, que impidieran el éxito y este pasaría por no engañarse con demasiadas aspiraciones. Nada mejor que rendirse cuanto antes a la evidencia.
Este otro conformismo, el de identificar ese éxito con la restricción de las aspiraciones a un concepto penoso de utilidad, lo predispone todo para hacer de la formación una disciplina, en el peor sentido, una instrucción para marcar el paso. Lejos ya de semejante planteamiento, desechados los institutos benjamenta, una mala lectura del talento podría medir este por la velocidad de adaptación en ser rentable para cualquier tipo de inserción, por la capacidad de estar, en tal caso, listo para el servicio. Ya, efectivamente listos y preparados, solo cabría celebrarlo. O, tal vez, temerlo.
(Imágenes: Cineastas Hermanos Quay. Véase Exposición "Metamorfosis. Visiones fantásticas de Starewitch, Švankmajer y los hermanos Quay". Comisariada por Carolina López Caballero. En La Casa Encendida, Madrid. Hasta enero, 2015).
Hay 8 Comentarios
estoy de acuerdo en educar favoreciendo el desarrollo personal, lo que permite poder optar al mundo laboral más holgadamente, pero aunque esto último no fuera realmente necesario, la educación adecuada de la persona si que es necesaria para comprender y conocer lo que nos rodea, desde todos los ámbitos; siempre se ha educado de una forma o de otra, todos los conocimientos han sido transmitidos en mayor o en menor grado, para todo.
Publicado por: susi | 08/12/2014 23:43:47
Una pregunta de dificil contestacion ¿Que debe priorizar la educacion el desarrollo personal o la insercion a la sociedad y al mundo laboral? Supongo que los pedagogos de todas las epocas tiene como norte el ideal que conseguir personar con todas sus capacidades personales desarrolladas y con las mejores opciones para insertarse en la sociedad y en el munod laboral, no creo que eso sea crear siervos y menos en esta epoca en la que la educacion no la imparte solamanete y en en algunos ni prioritariamente las instituciones educativas. los medios hoy forman tantoa mas que la educacion formal por eso el interes y cuidado que se debe tener en el uso de los mismos de los educandos
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 08/12/2014 22:57:40
¿Homeschooling? Había oído que la mejor Universidad está en la calle...
Publicado por: fugaz | 08/12/2014 12:36:38
¡Excelente reflexión, Prof. Gabilondo, que nos lleva a un planteamiento sobre quien debe educar y qué debe enseñarse! Me acordaba, y recomiendo su lectura, de las primeras experiencias del joven John Stuart Mill en su Autobiografía (Alianza).
¡Eso si era homeschooling!
El caso es que en ese caso funcionó.
Publicado por: ALLANP0E | 07/12/2014 18:58:58
Mses, sufijo egipcio para "hijo de". Moisés (mses) sin padres conocidos porque fue sacado de las aguas. Moisés (Mss) es el salvador de los hebreos, el mesías (mss). El mesías es un pez, sacado de las aguas. Todos nacemos del las aguas uterinas. Todos somos mesías. Eduquémonos para ello.
Publicado por: Preparados listos | 06/12/2014 21:41:42
Gracias por traernos la discreción de Walser y su conversación con los Quay. Hacen falta. No es fácil ver cómo vivimos siervos, acomodados en modos "benjamentianos". No solo los institutos, que lo son mayoritariamente, sino también nuestros trabajos, nuestras parejas, nuestro deseos y nuestro pensar. El modelo es ahora Benjamenta.
Estemos atentos.
Saludos
Publicado por: aaa | 05/12/2014 13:53:22
Siendo todo relativo la conquista interior dependiendo del grado acumulado, puede facilitarnos la comida, o el bienestar; pero no creo que contribuyan a lograrlo la obediencia, o paciencia sino, un saber volar por encima de esas enseñanzas primarias, en aras de mejor comprensión y utilización de lo colectivo, para que todos se beneficien de alguna manera. "El poderlo lograr sería una verdadera evolución humana".
Publicado por: Nely García | 05/12/2014 10:10:11
En nuestra infancia lejana era un dicho permanente que se nos daba a los niños cuando estábamos presentes en reuniones de familia.
Oír, ver y callar, no pedir nada ni enredar metiéndose en medio de los mayores.
En el tema de la educación actual de la juventud y de la gente en sociedad, parece ser que aquella forma de comportamiento se mantiene.
Ser sumisos y dóciles.
Como sentirse culpables y deudores de las faltas que otra gente comete, por vivir en nuestros días.
Y flagelarnos continuamente las espaldas desde la paciencia y la obediencia por el bien de todo el mundo.
Con la conciencia tranquila.
Y la cabeza echando humo, porque la razón se revela ante el engaño permanente de que lo de ser siempre buenos y respetables solo sirve para engordar las sanas avaricias de los demás.
Que sin el menor esfuerzo recogen lo que encuentran y se lo meten en su zurrón, repartiendo consejos.
De vivir con humildad, callados y sumisos.
Y como mucho la licencia de lavarnos la cara todos los domingos para salir a la calle presentables.
Y que parezca que somos felices.
Doblando la espalda todos los días por nuestro bien, haciendo el esfuerzo de mantener la cabeza en blanco.
Pensando como mucho en las puestas de sol, o en el sexo de los ángeles.
Solo nos reconforta que es la corriente del río la que nos aproxima a la orilla del mar, poco a poco pero sin remisión ni vuelta atrás.
En una marcha imparable.
Publicado por: Zamora | 05/12/2014 9:30:23