Hay quienes son capaces de encontrarse bien hasta en el desastre. No es su desastre. Por lo visto, les produce algún alivio. Por eso tratan de proclamarlo cuanto antes. A veces, es decir, no siempre, el desastre es más fácil de detectar mientras sucede que cuando ya ha sucedido. Se abriga en el vaticinio. Aunque, en ocasiones, el que ya haya ocurrido puede producir una cierta impresión de calma. Eso nos permite quizá describirlo, e incluso, no sin buenas razones, denunciarlo. Hasta con estruendo. Pero a la par parece no comprometernos demasiado. Por eso tendemos a anunciarlo y a hacer ostentación de haberlo anticipado, lo que supuestamente nos libera de alguna responsabilidad. Es tal la eficacia de esta anticipación que, si nos descuidamos, con ella lo hacemos llegar. Así se ratificaría lo que para algunos es lo decisivo: que teníamos razón.
A pesar de sentirnos afectados por el impacto de lo calamitoso que el desastre significa, puede resultar paradójico que quepa instalarse en su comodidad. Desde ese sofá atalaya, más o menos desalentados, nos pronunciamos sobre el espectáculo que nos proporciona. No por ello deja de ser impresentable, si bien en cierto sentido alivia considerar que no resulta ser cosa nuestra o, mejor, que no depende de nosotros. Nos afecta en sus consecuencias pero, si nos situamos adecuadamente, pronto podremos liberarnos de sus causas. Ahora ya solo queda participar en el festín de las descalificaciones. O, al menos, de las descripciones. Así, el desastre viene a ser un decisivo tema de conversación.
Si no proclamáramos el triunfo del desastre y nos limitáramos a una posición activa y crítica, todo nos sería más exigente y más complejo. Deberíamos analizar y distinguir, y trabajar pormenorizada e intensamente por abordar la situación. Precisamente, y entre otras razones, para evitarlo. También por ello el desastre no tarda en encontrar aliados para anticiparse incluso a su propia irrupción, lo que sin duda la favorece. Más aún, entonces el verdadero desastre sería considerar que nuestra pasiva proclamación lo ratifica como advenido. Tal y como está el asunto y dado el desastre imperante, tal vez podamos dedicarnos a otra cosa, es decir, a nuestras cosas
Quienes verdaderamente han sentido el desastre acostumbran, sin embargo, a escuchar que algunos estiman que lo que sucede no es para tanto, es decir, lo que les ocurre a ellos. A la par, los cronistas del desastre se sienten muy concernidos por cuanto puede servirles para mostrarse absolutamente al margen. Y desde la limpia mirada de la distancia propician que el desastre no deje de serlo. No es preciso llegar al extremo de hacerlo crecer. Tampoco es cuestión de tantear y de contabilizar los partidarios o no y en qué dimensión o alcance lo que ocurre es un desastre o es el desastre mismo. Lo interesante es su relación con quienes realmente somos y deseamos ser, en el caso de que aún nos quede algo de eso.