"Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa»". Una vez escrito, Juan de Mairena le pide: "Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético". Y Pérez, después de meditar, redacta: «Lo que pasa en la calle». Trataremos de adaptar la famosa lección de Machado al periodismo en el Cono Sur de América. Hablaremos de su gente, los rincones, los libros, las veredas...
Sobre el autor
Francisco Peregil es el corresponsal para Sudamérica de El PAÍS. Está radicado en Argentina y su área de trabajo incluye Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, y Paraguay.
El éxodo de los inocentes, la crisis que está comiéndose
a Grecia, Portugal y España, el ventarrón que continúa expulsando a cientos
de miles de personas lejos de su gente, puede
ser un buen pretexto para seguir hablando de la que algunos consideran la mejor
escena del cine argentino. Pertenece a
la película Made in Argentina (1987), basada en la obra de teatro que se estrenó un año antes en Buenos Aires con el título de Made in Lanús.
Lanús es un barrio muy humilde del sur de Buenos Aires. Allí, ese Made se pronunciaría tal cual: made, no meid
La película se llama Made in Argentina. Data de 1987, solo cuatro años después de la dictadura militar. En Youtube se puede encontrar esta escena (por ahora) si se busca como "la mejor escena del cine argentino". Alguien bajo el pseudónimo de diagnosticador74 escribió:
Sin duda alguna, ésta es una de las mejores actuaciones que he visto en
el cine Argentino. Una película no tan bien lograda, pero que en su
final te pone la piel de gallina con una escena que dura poco más de 10
minutos.
Cuarenta años después, en este pedazo de 15 de octubre de 2012, un tribunal civil en la provincia patagónica de Chubut ha condenado a cadena perpétua a los excapitanes de fragata Emilio Del Real y Luis Sosa, y al cabo Carlos Marandino como "coautores responsables del homicidio con alevosía" de 16 presos políticos. Quedaron absueltos dos acusados: el excapitán de navío Rubén Paccagnini, entonces jefe de la base militar donde se produjo la matanza, y el juez instructor Jorge Bautista, acusado de encubrir los hechos. Los tres condenados permanecerán en libertad hasta que la sentencia sea firme.
Estamos hablando de la llamada "Masacre de Trelew", de la dictadura de Alejandro Lanusse (1971-1973); de un plan organizado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que consistía en organizar la fuga en el penal de Rawson de cien reclusos pertenecientes a estas tres organizaciones. Hablamos de los seis de ellos que consiguieron llegar al aeropuerto de Trelew y secuestrar un avión que voló rumbo al Chile de Salvador Allende. Pero sobre todo, nos referimos a los 19 presos que llegaron tarde al aeropuerto, se vieron rodeados, se entregaron a los militares con la garantía de que no les iba a suceder nada. Hablamos de cómo, una semana después, ajusticiaron a 16; los tres que lograron escapar pudieron contar sus versiones antes de ser asesinados o "desaparecidos" por los militares. Hablamos de cómo el Estado actuó como un criminal e intentó borrar sus huellas, intentó disfrazar los fusilamientos alegando que los guerrilleros trataban de huir de nuevo y murieron en la refriega. Hablamos de un gran periodista que supo contar todo aquello.
Ya se ha cumplido el quinto día de desafío chulesco a los estamentos más
altos del Estado. Cientos de agentes de la Prefectura, a quienes se sumarían
después otros tantos de la Gendarmería y unos 200 suboficiales de la Armada,
rompieron el martes su cadena de mando para exigir mejoras salariales.
El Gobierno fue complaciendo sus primeras peticiones. Primero les repuso las
pagas extraordinarias que acababan de retirarles. Después, la ministra de
Seguridad, Nilda Garré, anunció la destitución de las dos cúpulas policiales y aseguró
que la situación había vuelto a la normalidad. Pero los prefectos y los
gendarmes siguieron concentrados en las calles a sabiendas de que estaban
saltándose la ley. El origen del problema radica en unas escalas salariales
aparentemente caóticas que el Gobierno trató de ordenar de forma
más o menos torpe. Pero nada puede justificar la reacción de estos policías a quienes la ley prohíbe manifestarse. Tanto el Gobierno como los dirigentes de la oposición han
conminado a los agentes a que vuelvan a sus casas. Pero
no hay manera de meterlos por la senda de la Constitución.
Este hecho me trajo a la memoria lo que me relató hace pocos días el directivo argentino de
una empresa:
Hay mucho mito con eso de que Néstor Kirchner le plantó cara a
los militares porque en 2004 mandó descolgar un cuadro de Videla en la Escuela Mecánica de la Armada.
Ahora yo también me meo
en Videla. Pero el único que le puso huevos acá fue Raúl Alfonsín. Aunque
después se rajó con los carapintadas.
Ya lo creo que se rajó. Recuerdo perfectamente aquella Pascua de 1987, la Semana
Santa, que dicen ustedes. Los militares se habían acuartelado, pedían que no se
les juzgaran por los crímenes cometidos durante la dictadura. Yo estaba
comiendo con mi viejo y mis hijos. Y agarré a mis dos niños, que tenían
entonces cuatro y siete años y me fui con ellos y con mi padre a la plaza de
Mayo. A apoyar a Alfonsín. El tipo tenía a todo el pueblo de su lado. De
pronto salió y dijo que estuviéramos tranquilos que él iba a ir al cuartel del
Campo de Mayo donde estaban los amotinados para hablar personalmente con ellos.
La gente ovacionó a Alfonsín, pero yo pensé: este hijo de puta nos va a vender.
Un presidente no tiene que ir a un cuartel a dialogar con unos militares
insubordinados. Miles de personas nos quedamos allí durante dos horas en la plaza
esperando a que volviera. Horas después regresó a la plaza y pronunció la
famosa frase: "Felices Pascuas. La casa está en orden".
La gente empezó a
corear su nombre, Alfonsín, Alfonsín, Alfonsín, pero yo me quedé convencido de
que había transado (negociado) y cedido. Nos vendió. Negoció con los militares
que no se les juzgaría. En ese momento me agarré una bronca tremenda. Pero
pasados los años creo que tal vez Alfonsín hizo lo que debía hacer, tal vez lo
único que pudo hacer. En ese cuartel había cientos de militares armados, con
tanques, algunos de ellos violadores, asesinos, secuestradores de niños… Y
fuera del cuartel, una multitud enorme de gente. Fácilmente aquel día podrían
haber muerto cinco mil personas.