Hay periodistas que son capaces de dibujar un perfil inmortal de Frank Sinatra sin citar apenas una fuente. Son gente capaz de escribir así sin intercambiar una sola palabra con Sinatra:
Ahora tiene el afecto de Nancy, de Ava y de Mia, el delicado producto femenino de tres generaciones, y conserva todavía la adoración de sus hijos además de la libertad de un soltero. No se siente viejo. Hace que hombres viejos se sientan jóvenes; les hace pensar que si Frank Sinatra puede, es que es posible.
O así:
–No me agrada su forma de vestir –contestó Sinatra.
–Siento disgustarle –dijo Ellison–, pero visto como quiero.
Ese tipo de periodistas, como Gay Talese, no se prodigan en la cita de fuentes, no sacrifican el ritmo, la magia, el poder de seducción del texto, con palabras tan vulgares como “dijo menganito”. No sabemos si el que le ha contado el diálogo anterior es el tal Ellison (parte interesada), un enemigo eterno de Sinatra (parte más interesada) o cuatro testigos imparciales (en cuyo caso, podría ser interesante conocer sus nombres o grado de imparcialidad).
Y hay otro tipo de periodistas capaces de contar un país. De estos últimos, unos pocos tienen el coraje, la honestidad y el talento necesarios para escribir una frase como ésta en relación al cáncer de Chávez:
Es frustrante para un periodista admitir que no sabe qué está pasando en realidad. Pero en este caso, no sabemos.
Con los primeros periodistas uno estaría encantado de que le enseñasen su Nueva York o su Hollywood o su bar de toda la vida. A los segundos, sería capaz de confiarle mis ahorros y darle mis claves de Twitter, gmail y Facebook. La periodista española -a quien no tengo el gusto de conocer- Beatriz Lecumberri ha escrito el gran libro de Venezuela, el gran retrato – la auténtica foto, si se quiere- de la Venezuela de Chávez: La revolución sentimental.