Francisco Peregil

Érase una vez en Argentina

Por: | 14 de mayo de 2013

-¿Qué has hecho todos estos años?

-Acostarme pronto.

(Once upon a time in America)

Ayer di en Buenos Aires con un taxista de 75 años. Se había pensionado a los 65 después de trabajar 45 años en lo que viene siendo una curtiembre, una fábrica de pieles. Al jubilarse se dio cuenta de que no sabía hacer otra cosa que levantarse temprano y trabajar. Así que se compró el taxi. Llevaba el asiento en su sitio, no a la manera de tantos taxistas que lo reclinan como si condujeran desde una hamaca y estrujan al cliente que se sienta detrás de él.

 

Vivió en un pueblo del norte de Nápoles hasta que a los 19 años, harto de pasar hambre, se incribió en una agencia del Gobierno para emigrantes. Lo único que sabía hacer era ordeñar vacas. Había solicitado irse a Suiza, Estados Unidos, Reino Unido o Argentina. Le tocó Argentina y asegura que nunca lamentó su suerte. Nada más pisar tierra en el puerto de Buenos Aires se encontró a un amigo del pueblo. En realidad, el amigo lo encontró a él. Se había enterado por un vecino de que él llegaría a Buenos Aires, pidió permiso en la fábrica donde trabajaba y fue a buscarlo al puerto. Lo llevó a su casa, que era una habitación en la que vivían otros dos compañeros italianos de la misma curtiembre. Donde caben tres caben cuatro, dijeron. Nadie puso objecciones. El baño, compartido con decenas de vecinos del mismo bloque, quedaba a cincuenta metros. Ese mismo día el amigo lo llevó a la fábrica y se lo presentó a los jefes, que eran dos hermanos gallegos. Al día siguiente ya estaba trabajando. Y ahí se quedó 45 años.

-Me entregaron para ir a la fábrica unos pantalones y una camisa que yo en Italia sólo me la habría puesto para salir los domingos. Y desde entonces no me faltó la comida ni un solo día.

Los fines de semana los cuatro italianos se dedicaban a construirse sus hogares. Levantaron con sus manos las cuatro casas sin pagar un céntimo a ningún albañil. Primero una, después otra, otra y otra. Sigue viendo a los tres compañeros de la fábrica de vez en cuando. Nunca quiso regresar a Italia. Dice que le recordaba demasiado el hambre que había pasado. La verdadera razón, tal vez ni él la sepa. A los 24 años se trajo a los padres a Buenos Aires y aquí murieron diez años después. Se casó, tuvo dos hijos y los dos tienen estudios universitarios. Los celos o las peleas absurdas, y no tan absurdas, que hubiese tenido a lo largo de tantos años con el amigo que acudió a buscarlo se las guardó para él. Quiso quedarse con lo mejor.

Antes y después fueron llegando españoles, italianos, franceses, armenios, polacos, rusos, turcos, libaneses, alemanes, paraguayos, bolivianos, ordeñadores de vacas y psicoanalistas. Se volvieron peronistas, radicales, unionistas, federales, de River, de Boca, de Bioy Casares, de Kodama, de la recontra nosequé de nosecuantos. Pero aquel sentido de la amistad, la ayuda desinteresada, la gran gauchada, nunca terminó de perderse.

 


Iba yo esta mañana a ganarme el pan y me encontré con un taxista que me regaló una bonita historia. Tenía 75 años. Se había jubilado a los 65 después de trabajar 45 años en una fábrica de pieles, también llamada curtiembre. Estuvo durante 45 años levantándose temprano y cuando le tocó jubilarse se dio cuenta de que no le vendría mal un dinerillo extra para completar la pensión. Y de que no sabía hacer otra cosa que trabajar. Así que se compró el taxi.

Salió de Italia a los 19 años y nunca volvió.

-Allí pasé demasiada hambre. Dije que no volvería nunca y no volví.

Al llegar al puerto de Buenos Aires se encontró a un amigo de su pueblo, al norte de Nápoles. En realidad, el amigo lo encontró a él. Se había enterado por un pariente de que él llegaría a Buenos Aires, pidió permiso en la fábrica donde trabajaba y fue a buscarlo al puerto. Lo llevó a su casa, que era una habitación compartida con otros tres trabajadores italianos de la fábrica. El baño quedaba a cincuenta metros. Ese mismo día lo llevó a la fábrica y se lo presentó a los jefes, que eran dos hermanos gallegos. Uno de los gallegos le dijo que al día siguiente podía empezar a trabajar y al día siguiente empezó.

-Me dieron para ir a la fábrica unos pantalones y una camisa que yo en Italia sólo me la habría puesto para salir los domingos.

No pasó un solo día desde entonces en que le faltara la comida. Los fines de semana se dedicaban los cuatro italianos a construirse sus casas. Levantaron con sus manos las cuatro casas sin pagar un céntimo a ningún albañil. Primero una, después otra, otra y otra. Quiero creer que ese sentido de la amistad no desaparece en un país de la noche a la mañana. Ni siquiera con siete años de dictadura o con un corralito. Sigue viendo a los tres amigos de la fábrica de vez en cuando. Las celos, las peleas absurdas y no tan absurdas  que tuviera a lo largo de tantos años con el amigo que acudió a buscarlo al puerto se las guardó para él. Quiso quedarse con lo mejor.

-Aunque usted no lo crea  –me djo- a mí esta conversación me ha venido muy bien. Por eso me gusta trabajar.

Hay 12 Comentarios

Hermoso! Quizà mucho de lo citado se ha perdido en mi Argentina. La "civilizaciòn" ha avanzado (?), la globalizaciòn ha ocurrido y mal o no que nos pese, con ella se ha llevado una forma de vida que hasta pareciera ha cambiado hasta los valores. Y digo 'pareciera' porque, escarbando o llegandote a la Argentina profunda, esos valores aùn permanecen en piè: la solidaridad, la "gauchada", la amistad verdadera, el no creer que el "otro" por razones de cultura, raza o religiòn es mi enemigo, aùn persisten. Dìganlo, si no, chinos y coreanos, "bolitas", "paraguas", brasucas", "tanos", "gallegos", "gringos" aùn son recibidos con placer y el abrazo fraterno, pese a que algunos "malos" hacen tanto ruido que el murmullo de los "buenos" suena apagado. Vamos Argentina, todavìa...!!! GRACIAS MIL POR LA NOTA!!!

extraordinario texto de lo bueno de emigrar - como saldo, puede ser éste; pero es duro. Ojalá se escribiera más así sobre la migración...

Como aquellos hijos y nietos de los barcos que llegaban, en aquel contexto de penurias y guerras miserables, somos muchos los que hoy hemos tomado el avión para olvidar esa Argentina que nadie quiso que fuese, salvando las distancias y las realidades... Los mas fuertes, como el señor taxista, ladearon la nostalgia y no lamentan haber llegado a aquel destino. Yo tampoco lamento haber tocado pista en la madre patria, con crisis o sin crisis... Pero acompaño en el sentimiento a ese hombre, producto de las circunstancias que le tocaron vivir, no regresó jamás... y así seguiré de por vida: sin karma, sin nostalgia y sin regreso.

Hermosa nota, que nos muestra a los argentinos reales, de carne y hueso, trabajadores, solidarios, buenos amigos, buenos padres . . .Así debieran escribir siempre los periodistas.

Emocionante. Yo fui emigrante con mi familia de España a Argentina y volvimos en el 76, siermpre guardo un recuerdo agradable de aquellos años (mi infancia). En todo caso, la emigración es un mal que no le deseo a nadie, cuando es por necesidad. Dejar atras a tu familia, tus costumbres por otras... y lanzarte a una aventura de la que puedes salir peor incluso... no, no: emigrar no es lo que venden por ahí. Emigrar es muy duro.

Quisiera que todos los que venimos de los barcos, micros, o donde pudieran nuestros viejos, recordáramos a nuestros mayores. Dejando a todo lo poco o nada que tenían, a un lugar lejano, algunos sin nadie que los recibiera. Esos gallegos, turcos, paraguayos, y tantos os, son los que creían en el ascenso social, pero no como retorica revolucionaria, sino como forma de llevar adelante una vida que valiera la pena, sin perjudicar a nadie, con el fruto del trabajo y priorizando la educación como elemento fundente de una sociedad mas justa. La gauchada no es un invento argentino, pero simboliza el amor a los demás como algo no extraño o fuera de moda. Hurra por todos los que tuvieron la convicción suficiente para hacer que este país la palabra amigo todavía valga mucho.-

Deseo adherirme a la nota publicada por -gob-, linda y
sencilla nota.- Atte Victor.-

Gracias por la nota, cierta y conmovedora. Me recordó la historia de mis propios abuelos. Y si bien muchos hombres y mujeres de distintos pueblos llegaron a nuestra tierra en busca de mejor vida, también nos enriquecieron con su enseñanza de amor al trabajo y su rica cultura de orígen. No sin sufrimientos, los inmigrantes en Argentina fueron construyendo un nuevo país.

Esta historia es tan común en Argentina.
Parece calcada a la de mi viejo. Tambien era de la zona de Napoles (isla de Ischia), y trabajo de albañil. Tuvo una hija y un hijo ambos universitarios hoy.
Es una historia tan común en esta amada Argentina que sigue recibiendo a los desposeidos con ganas de laburar como decimos aca.

Eso es el rasgo que mas nos define, la gauchada. Lo que sí está de moda es la "agachada", desde que tuvimos el neoliberalismo de Menem, De la Rua.Y ahora con los kirchenistas disfrazados de peronistas. Que han logrado desvirtuar en muchos aspectos el perfil argentino.

Que lindo todo lo que te sucedio, a mi padres y abuelos les ocurrio lo mismo pero sabes una cosa ¿esa argentina ya casi que no existe? que pena

Sabes Francisco... Entre tanta oscuridad que parece cernirse en estos días, la simpleza profunda de lo que la "opción" de vivir que relatas de la Argentina que fue, es una pequeña luz que nos permite comprender que lo que fue, puede llegar a volver a ser. No solo en Argentina, sino en el mundo. Necesitamos una "opción". Aquella del antes no sirve ya. Tiene que crearse una nueva porque nuevas y mejores son las opciones que están, pero que todavía no logramos discernir. Porque lo que este italo argentino tenía como fuerza para vivir, está presente dentro del espíritu de todo ser humano, y necesita forzosamente "la opción" concreta para volcarse en un sistema que lo potencie. Y eso, eso está por suceder... Gracias por hacerme emocionar y recordarme que todo lo que necesitamos para ser humanos, lo tenemos en nosotros mismos...

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Sobre el autor

es el corresponsal para Sudamérica de El PAÍS. Está radicado en Argentina y su área de trabajo incluye Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, y Paraguay.

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