El 27 de julio de 1890 Vincent van Gogh se disparó un tiro de revólver en el pecho detrás del Château de Léry, en Auvers-sur-Oise, el pequeño pueblo al que había llegado poco más de dos meses antes. Cómo tendría que estar, qué fuerzas lo agitaban, cuánto dolor lo agarrotaría para que ni siquiera en su extremado gesto fuera certero. La agonía fue terrible y, por fin, murió en la madrugada del día 29. El Museo Thyssen muestra ahora una selección de obras de esa última temporada. Van Gogh estuvo setenta días en Auvers-sur-Oise y pintó setenta cuadros y treinta dibujos. Conmueve esa urgencia por trabajar, esa dedicación salvaje y llena de tensión, esa explosión de vida cuando los cuervos de la muerte alzaban ya el vuelo para llevárselo del mundo.