El barquero silencioso

Por: | 13 de septiembre de 2007

Están al fondo los cielos, rasgados de nubes, a veces incluso amenazantes. Luego casi siempre hay un poco de agua. Llegas a los campos, los bosques, los árboles solitarios, algunas casas, una iglesia, caminos, rocas imponentes cuarteadas por el tiempo, chozas, sembrados. Más cerca, los hombres y las mujeres. Y sus historias. María da el pecho a su hijo cuando huyen a Egipto. San Jerónimo consuela al león, cuatro pelanduscas tientan a san Antonio Abad, san Cristóbal cruza el río con el niño, Caronte atraviesa la laguna Estigia, santa María Magdalena tiene un éxtasis, la Virgen sube a las alturas arrastrada por un coro de ángeles. Esto es el Prado y en las paredes cuelgan obras de Joachim Patinir (c. 1485-1524). Tienen un aire metafísico. Ves aquellos paisajes y algo por dentro rasca.

Hay libros que te contagian su mirada sobre el mundo y, sin darte cuenta, la vas arrastrando y lo Patinir entiendes todo dentro de la atmósfera de ese autor y cuanto ves se empapa de sus metáforas. He llevado encima durante un montón de días al niño y al hombre que sobreviven en La carretera de McCarthy. Y he visto los cuadros de Patinir con esos ojos. Y así, algo resuena en el tranquilo y generoso esfuerzo de san Cristóbal con el niño en el hombro (en la imagen). Y la huida de María con su hijo a Egipto deja de ser un tema más de un cuadro y se convierte en la urgencia de seguir y seguir adelante (de los varios que hay sobre este tema, en uno está José al fondo, buscando de comer), con el miedo de tener a los perseguidores encima, con la angustia de no saber qué. Las rocas lejanas, los trabajos de los campesinos en el campo, la ciudad, el horizonte… Todo parece amable, pero justo ahí es donde rasca: las cosas siguen su curso, y yo lo he dejado todo por ese niño, cualquiera puede traicionarme, la muerte igual está exactamente aquí, a la vuelta de ese camino. Es cierto que el cesto que lleva la pareja en su huida es tan mono que también se podría ver la obra como una campaña publicitaria para una revista de moda (fíjense en la caída del manto de la Vírgen). Pero yo estaba tocado por el niño de McCarthy que le pregunta a su padre, cuando el horror del mundo los contagia, si todavía siguen siendo buenos.

Serían otras épocas y otras formas de contarlo, pero no sólo por culpa de McCarthy de pronto los paisajes de Patinir se cargan con las tensiones e interrogantes de siempre (tantas veces san Jerónimo, tanto afán por volver una y otra vez sobre el  eremita apartado del mundo, tanto interés en dar cuenta de su extrema soledad: sólo el león, la calavera, la cruz). Y luego está Caronte llevando un ánima en su pequeña embarcación, ahí de pie remando. Prometo que el Prado entero se sumió en el más profundo de los silencios y que sólo se escuchaba el remo golpeando el agua, el suave oleaje de la laguna Estigia y, confundidos a lo lejos, los cantos del paraíso y los lamentos del infierno.

Hay 3 Comentarios

Pues a mí, lamentando ser tan prosaico, este cuadro me evoca excursiones en 600, que también enlazan con McCarthy

El día amaneció hoy muy nublado, muy gris. Con un fondo oscuro que no presagiaba nada bueno. Me senté en la cama y una tristeza infinita comenzó a dar forma a lo que minutos más tarde se convertiría en pura angustia.
De pronto estaba ahí parada, sin decidirme a moverme , pero con la firme e intima determinación de que lo necesario en ese momento era justamente lo contrario de lo que estaba haciendo...De repente dí un salto . Volví a a brir la ventana y ah... ahí llegaba un débil rayito de sol, que con una potente voz me gritaba:¡ Vamos, vamos, vamos!....la vida está ahí afuera. Tienes que continuar y luchar.Adelante, adelante... Toda la angustia de pronto desapareció y se transformó en una fuerza que quise comunicar a todo el que se me pusiera por delante. Y tan sólo por un rayito de sol..
He recordado todo esto al contemplar el cuadro que hoy enriquece el tema que nos plantea Sr. Rojo.
La figura de San Cristobal ahí tan enorme ,se me antoja semejante a la angustia que en un primer momento pude sentir esta mañana.En principio es lo que debería captar la atención del que lo contempla... sin embargo mis ojos se van también hacia ese niño. Ese niño, tan pequeño, es el rayito de sol que le da vida a todo ese cuadro. A partir de él llegan los colores que dan vida a todas las pequeñas cosas que conforman el paisaje.

Las nubes negras ,ahora convertidas en grises ,se ven en franca retirada y justo en el centro brilla esa luz blanca que ilumina toda la composición, y que hace posible disfrutar de las pequeñísimas cosas del camino, de las cosas sin importancia: esas largatijas , esos perros que corretean, esos caminantes en la lejanía esos barquitos de vela ....
Resulta curioso, ese niño a mi me inspira VIDA, igual que mi rayito de sol de esta mañana.

Precioso cuadro, y precioso comentario Sr Rojo.

Pues a mí Patinir me resulta inquietante. Y casi estoy segura, por los colores que utiliza, que el tipo debía ser un gran vitalista, si no fuera por esa carga religiosa que le acompaña en su obra.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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