Es un libro luminoso y transparente, que se lee como si se bebiera el agua cristalina de una remota cascada, y que cuenta la historia de un niño que se está convirtiendo en adolescente. Es por eso, también, una historia de amor. Detrás se escucha el rumor de la Segunda Guerra Mundial, una serie de episodios inconexos que los adultos interpretan de distinta manera. Crecer significa ir comprendiendo que ya no existe una única explicación, que hay muchas miradas sobre el mundo y que, igual, aquellos que más queremos no siempre tienen razón. Alejandro Rossi acaba de publicar Edén (Lumen), que lleva como subtítulo Vida imaginada.
En tan poco tiempo y ya vuelvo sobre Alejandro Rossi (la foto es de Marcelo Salinas), el escritor que me prestó el distraído del título de uno de sus libros para darle nombre a este rincón. Edén se inicia con un viaje. Alexandro o Alessandro o Alessino o Alex o El Negro o Alejandro Francisco, el nombre que figura en su pasaporte venezolano, se dirige a Hamburgo, donde llega como invitado y descubre que conoce desde hace mucho a la persona que va a acompañarlo durante su estancia, una atractiva mujer de unos cincuenta años. Era una de las chicas de la pandilla con la que había compartido los veranos de 1943/44 y 1944/45 en el Hotel Edén de La Falda, un pequeño pueblo de la sierra de Córdoba, Argentina.
Ahí se desencadena todo, y el libro avanza como una sucesión de fogonazos que van iluminando al niño Alejandro, hermano pequeño de Félix, hijo de Cheché, una hermosa mujer venezolana, y de Remo, un italiano que antes que nada es un tiro al aire. Sobre todo viven en hoteles. La historia cuenta que abandonaron un día de 1942 la guerra que padecía Europa y se embarcaron en Cádiz rumbo a Puerto Cabello (Venezuela), que dejaron por tanto los lugares donde había transcurrido su infancia (Florencia, Roma…) y que llegaron al Nuevo Mundo para emprender una nueva vida: Caracas, Buenos Aires, Montevideo, Carrasco, La Falda (Córdoba). De un lado a otro, conociendo gente distinta, fascinado por la belleza de tantas mujeres, curioso por el curso de unas guerras (la de España, que había terminado, y la otra, que seguía entonces y donde iba perdiendo aquella leyenda de su primera infancia, Mussolini). El asombro, la perplejidad, la alegría de vivir, el regalo de las palabras que todo pueden inventarlo, que todo lo recuerdan.
Es difícil recoger la multitud de caminos que explora este libro en el que aparentemente no pasa nada, salvo el tiempo. Pero es justo de eso de lo que trata, del paso del tiempo. De lo queda y de lo que irremediablemente se pierde. “La memoria, la única manera de no perderse y de hacerles saber que ahí estaba él, un testigo permanente”, escribe el narrador a propósito del joven protagonista. “Cheché se irritaba si Alex le citaba una frase de ella o le describía con pelos y señales algo que había sucedido. Tenía razón, nadie soporta el recuento de tantos detalles”. Nadie, ninguno de los personajes. Porque al lector es eso lo que lo asombra y lo fascina. La puntual referencia a detalles de una época que se estaba yendo, en aquellos años, definitivamente al garete.
Hay 1 Comentarios
"Más que el tiempo (Nunca pasa nada)". No sería un mal título para unas memorias, desde luego. Pero lo que me tiene asombrado hoy es la coincidencia que se produce entre éste y el blog de Juan Cruz (en un solo punto, o tal vez dos), donde al glosar el libro de Ovejero, que así se titula, da con el martillo en el mismo clavo. Lo cual me parece motivo de regocijo.
Promete el libro de Rossi, ya lo creo. Y se agradece que se glose como sin duda merece.
Publicado por: Miguel Martinez-Lage | 03/10/2007 20:44:28