Corre el año 1974 y en La Portuguesa, una plantación de café en Veracruz, los dueños y el servicio se reúnen en torno a un televisor para ver los mundiales de fútbol. Por ahí cerca está el elefante. Un día se escapó de un circo, llegó hasta allí, se quedó. Después de Los rojos de ultramar (Alfaguara, 2004), Jordi Soler ha vuelto a los escenarios de su infancia en La última hora del último día (RBA). Estamos en la selva, y seguimos las peripecias de unos cuantos catalanes que terminaron ahí cuando Franco ganó la Guerra Civil y empujó a los derrotados al exilio.
La nueva novela de Jordi Soler se desparrama en distintas direcciones y, agarrada por la columna vertebral de la historia de Marianne, recrea diversos episodios que tienen la disparatada impronta que resulta de colocar a unos republicanos catalanes en una selva mexicana. El elefante se incorpora como un personaje más a ese retablo de maravillas. La selva, impertérrita, lo va devorando todo. Porque esta historia es la historia de una nueva derrota. La que resulta de regresar a La Portuguesa cuando ya casi todos los catalanes se han ido (han regresado, en realidad) y descubrir nada más que ruinas y destrucción. Ya no hay nada, casi nada, la selva se lo comió todo.
Marianne es la tía del narrador. Poco después de nacer quedó como ausente, “desconectó de su entorno”, y con el tiempo se convirtió en la loca de la familia. Accesos de furia, y la extrema fragilidad de quien necesita de cuidados permanentes. Su presencia, sus ataques, su debilidad, el erotismo primario de una joven rubia en el corazón de la selva: todo eso está ahí, como marcando la dirección de la novela. Pero lo que está un poco más allá es el final de la guerra, la necesidad de salir, la llegada a un mundo nuevo, la aventura de domesticar un paisaje salvaje, la permanente impresión de ser otro, de vivir de prestado.
En La última hora del último día se cuentan cosas de aquel año de 1974, cuando La Portuguesa era todavía un hervidero de gentes, pero también se cuenta el regreso, muchos años después, del narrador al mundo de su infancia. “Pobre de ti que ya ni encuentras el sitio donde has nacido”. Eso ocurre: la casa en ruinas, saqueados los objetos, la vegetación invadiendo todas sus esquinas. Y escribe el narrador: “Pensé que el exilio es mucho más que no estar en el sitio donde has nacido, y que es mucho más que no poder regresar: es no poder volver, aunque vuelvas”.
Dice Jordi Soler que los folios que escribe “no son más que una calca de lo que sucedía en aquella selva, no son más que la realidad ordenada de manera que pueda leerse y entenderse como una historia que va de aquí para allá como la vida misma”. Así que cuenta lo que pasó entonces, intentando agarrarlo, atraparlo, fijarlo. Antes de que no sea más que ruina y destrucción. Acaso para comprender que el exilio es justo eso: no pertenecer ya a lugar alguno, aceptar la condición de extraño, tener siempre que reinventarse.
Hay 3 Comentarios
Es la mejor crítica que has hecho. Me ha reconciliado con esto de los blogs. Por cosas como esta merece la pena una parada diaria. Y el libro acojonante. parece
Publicado por: Montiel | 14/12/2007 13:50:00
Preciosa crítica. He cambiado de opinión, ólvidate del share.
Publicado por: eva lamarca | 11/12/2007 19:51:59
¿realismo mágico? Qué bonito escriben. Y me alegro de leer esta crítica, pensaba que el libro era muy similar a Rojos de ultramar.
Publicado por: Lula | 10/12/2007 16:44:26