Hay un profundo desencuentro entre el personaje del escritor del Diario de un mal año (Mondadori), el último libro de J. M. Coetzee, y el compañero de la joven que contrata como mecanógrafa. Uno es ya un tipo mayor, célebre por sus libros, y trabaja en un manuscrito para una editorial alemana en el que elabora sus opiniones sobre los temas más diversos. El otro tiene poco más de cuarenta años, sabe bastante de matemáticas y se dedica a ganar dinero a través de operaciones financieras. Este piensa del mayor que no se entera de nada. “Quiere ver codicia y explotación”, dice. “Para él todo es un juego de moralidad, en el que los buenos se enfrentan a los malos. Lo que no ve o se niega a ver es que los individuos son jugadores en una estructura que trasciende los motivos individuales, trasciende el bien y el mal”.
Esa estructura que está más allá del bien y del mal es el mercado. "Eso es lo que define la modernidad”, dice Alan. Así se llama el tipo que vive con Anya, la hermosa joven filipina que deslumbra al escritor cuando la encuentra, al iniciarse la novela, en la lavandería del edificio de apartamentos en el que viven, en Australia. “Las grandes cuestiones, las que cuentan, han sido resueltas. Incluso los políticos lo saben en el fondo. La política ya no es el lugar de la acción. La política es un lugar secundario”. Así argumenta Alan.
De nuevo Coetzee (la foto es de Edwina Pickles, gentileza de editorial Debate) ha escrito una joya. La novela se estructura en tres niveles y conviven no sólo maneras distintas de ver las cosas sino también estilos diferentes, e incluso en cada página ha separado: a) lo que escribe el autor, sus opiniones contundentes para la editorial alemana; b) la narración de la relación entre éste y Anya, y c) las cosas que van pasando en la pareja.
La finura con que elabora el escritor sus ideas es deslumbrante. Rompe tópicos, ofrece perspectivas raras, mete el dedo en la llaga. Dice, por ejemplo: “En las atrocidades que él y sus servidores llevan a cabo, especialmente la atrocidad de la tortura, y en su arrogante afirmación de estar por encima de la ley, el pequeño de los Bush desafía a los dioses, y la misma desvergüenza de ese desafío hace inexorable el castigo de los dioses a los hijos y los nietos de su casa”.
Para Alan, sin embargo, el viejo es un tipo que no se entera de los tiempos que corren. Más que sacarle rendimiento a la pasta que tiene en el banco, pierde el tiempo escribiendo sobre cosas que ya a nadie interesan. Valores, ideas, recuerdos, felices experiencias como las de escuchar a Bach o leer a Dostoievski. Nada de todo ello tiene cabida, para Alan, en esa modernidad que defiende (la de las estadísticas y las trampas financieras y el reinado del mercado, donde la política es "un lugar secundario"). Es curioso que la chica, que es un bombón, dejé al final plantado a Alan y se vuelva cómplice del viejo escritor, ese tipo fuera del tiempo, esa antigualla.
Hay 3 Comentarios
Coetzee de nuevo, qué bien! Voy a leer su mal año este mismo año. Y me alegro yo también del regreso.
Publicado por: Sastre | 22/01/2008 13:04:04
Señor Rojo, se le echaba de menos. A lo que se ve, su mes de asueto ha sido bueno, no como el año malo de Coetzee.
Publicado por: Miguel | 22/01/2008 10:04:36
Qué buen regreso.
Publicado por: Carlos | 22/01/2008 9:25:30