En el epílogo que Mario Perniola, profesor de Estética en la Universidad Tor Vergara de Roma, ha incorporado a Los situacionistas. Historia crítica de la última vanguardia del siglo XX (Acuarela & A. Machado), que publicó originalmente en 1972, hay un singular retrato de Guy Debord. Perniola empieza por considerar que éste tuvo una relación de rivalidad mimética con André Breton y, enseguida, se pregunta por qué los situacionistas no han desempeñado en la cultura de finales del siglo XX la misma influencia que tuvieron los surrealistas en la de antes de la Segunda Guerra Mundial. Y escribe: “Es cierto que Debord pasó la mayor parte de su vida en estado de intoxicación y no pudo dar lo mejor de sí mismo, como hizo Breton; y que la calidad y el número de personas que Breton supo comprometer directa o indirectamente en su empresa no son ni de lejos comparables con el entorno situacionista y pro-situacionista”. El caso es que, hacia 1966, los surrealistas ya pintaban poco y “la antorcha de la revolución había pasado a manos de los situacionistas”.
Es inevitable que Debord resulte simpático por aquello de haberse pasado, según Perniola, la mayor parte de su vida en estado de intoxicación. Y es que, muchas veces, ese afán de cambiar drásticamente la vida pasa por cogerse unos colocones de solemnidad. Seguramente se rinde menos, es verdad, pero quizá no le hubiera venido mal a Breton cultivar de vez en cuando esa costumbre. Quién sabe si, al hacerlo, hubiera corregido esa pinta de estirado e impecable que tan mal cuadra con el afán demoledor y heterodoxo de las vanguardias.
El caso que los dos, Breton y Debord, fueron sectarios y se dedicaron a echar de sus respectivos grupos a cuantos no cumplían los requisitos exigidos según los momentos y las circunstancias. Pero al margen de que compartieran ese afán purista, lo que resulta fascinante del retrato de Debord que hace Perniola es su condición de figura clásica, “en absoluto romántica”. Cuenta: “Debord ha sido la personificación del gran estilo. Doctor en nada pero maestro de los ambiciosos, amigo de los rebeldes y los pobres, pero secretamente admirado por los poderosos, un hombre que suscitó grandes emociones, pero sin embargo era frío y distanciado de sí mismo y del mundo”.
Manifestó el mayor de los desprecios por todo el establishment cultural y le repugnaba “la frivolidad snob que coquetea con el extremismo revolucionario”. Su desdén, sin embargo, no descansaba en ningún patrimonio heredado. Afirmaba haber nacido “virtualmente arruinado”. Perniola recuerda a Nietzsche, que decía que “el gran estilo excluye al agradable”. Y Debord trató con sus contemporáneos con aspereza y rudeza. Sin remilgos, sin hacer concesiones, lúcido y radical. Un clásico.
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