La vieja dama

Por: | 25 de marzo de 2008

Cuando el narrador de Josefine y yo (Anagrama, traducción de Richard Gross), la última entrega de Hans Magnus Enzensberger, empieza a escribir sus cuadernos el 5 de septiembre de 1990 ya se ha producido el acontecimiento que cambió radicalmente el mundo. Y se ha producido en su propio país, Alemania. Con la caída del muro de Berlín termina una época y el siglo XX comienza a ser historia. Casi un año después de aquel brutal derrumbamiento, ese Joachim, el narrador, ayuda a una viejecita a la que han querido robar el bolso. Y la viejecita, Josefine, lo invita a tomar un té en su casa en la Avenida de los Castaños. Arranca así una extraña relación. La mujer pontifica sobre lo divino y lo humano con la sabiduría y la falta de prejuicios que da la experiencia acumulada y el otro, un joven economista que no termina de superar su divorcio, la escucha fascinado. Dice Josefine: “No soy una entusiasta de la democracia”. Pero poco después matiza, comentando que ofrece una gran ventaja: “Es aburrida”.

Josefine ha vivido gracias a su voz de mezzosoprano, cuyo fuerte son los graves, y a estas alturas habita en un antiguo caserón con su vieja criada Fryda, como quien dice esperando a la muerte. De vez en cuando el frío la obliga a ponerse una chaqueta de marta cibelina y calza unos “botines blancos de cuero terso, con docenas de botones negros”. Habla pestes de Kohl, fuma, manifiesta un profundo desdén por el deporte. Y Joaquim, disciplinado, va apuntando lo que dice en sus cuadernos.

“El arte tiene que ver con la destreza, aunque hoy ya nadie quiera oírlo”, afirma la viejecita. Y del amor comenta que se le antojaba algo extraño cuando se miraba haciéndolo: “La naturaleza nos obliga a unos esfuerzos acrobáticos curiosísimos, ¿verdad?”. Y dice: “El ateísmo me parece pueril. Las personas que creen seriamente que no existen poderes superiores no están bien de la cabeza. Viendo los tambaleos impotentes de nuestra especie me parece inconcebible que se pueda caer en tales megalomanías. Prefiero cualquier superstición a eso, porque es mejor que nada”. Y también: “He tardado mucho en comprender que la indignación, la rabia, el entusiasmo y la pasión son nuestros recursos más valiosos. Nuestros sentimientos no son inagotables. Debe economizarlos, querido Joachim, porque si no, acabará mal”.

Alguien ha dicho, y así lo recoge la edición española, que es Enzensberger el que habla a través de Josefine. No sé. Resulta más rico pensar que es al mismo tiempo el economista y la anciana. El que mantiene la inocencia y la que mira las cosas desencantada. Es en el roce entre sus mundos donde asoman las complicaciones. El tipo sabe que necesita de la memoria y la mujer es transparente: “Reivindico el olvido”, subraya. El hombre está acaso todavía obligado a creer en ciertas cosas. Ella, que ha tenido una ambigua relación con los nazis, explica: “A usted, como a la mayoría de los alemanes, el oportunismo les resulta problemático. A mí me parece que habría que defenderlo. Porque el oportunista al menos es corregible; no así el que actúa por convicción”.

Hay 5 Comentarios

Hay más, hay derrotas, silencios y misterios. Ni Dios puede con ellos. Muchas conciencias distintas, y un solo Dios, nosotros mismos.

habra que leerlo, felicitaciones por tu blog.

No hay nada major que el realismo representativo del moderno pensamiento teutón que Enzensberger. Acertado y clarividente.
Bienvenido a tub blog despues de una ausencia tan larga como el invierno alemán!

De la lectura de la obra del arqueólogo y egiptólogo Henri Frankfort (Reyes y Dioses, cuya primera edición castellana fue publicada en 1976 por Revista de Occidente, y está dedicada al estudio de la religión de Oriente Próximo en la antigüedad como integración de la sociedad y la naturaleza) se puede inferir que fue el terror de los hombres a los fenómenos naturales lo que llevó a éstos a crear a los dioses.
¿Qué se nos ocurriría pensar al contemplar un tornado, un rayo o un maremoto por primera vez, careciendo de explicación natural alguna?

Debe haber algo superior, seguramente, la conciencia, no encuentro mayor dios que la conciencia; ella creó la culpa, como Dios, y el recuerdo, y la disculpa, como Dios. Dios lo fabricó la conciencia, la muy cabrona.

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Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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