Hay dos temas en el disco que Toumani Diabaté grabó con Ali Farka Touré que parecen cubanos. Está sonando la kora, claro, pero si uno se hace un poco al loco puede llegar a pensar que se trata de un tres. Todo allí es cadencia caribeña, y sin quererlo se espera a que cualquier rato se pongan a cantar Ibrahim Ferrer, Compay Segundo o Miguel Matamoros. Pero nada de eso ocurre en Simbo y Ai Ga Bani: solo intervienen la kora y la guitarra (y, en un caso, una voz). Y sin embargo uno se da cuenta de la íntima relación que existe entre los sonidos que hacen los dos músicos de Malí y los que hacen en Cuba. El caso es que un día sacaron a un montón de gente de África, la metieron en barcos y la trasladaron a América. No lo hicieron con muy buenos modales, cierto, así que se llevaron sus lamentos. Ayer, Toumani Diabaté estuvo en Madrid. En su concierto no se refirió a Cuba. Sí habló del blues y del jazz. Música negra, empapada de raíces africanas y regada por el sufrimiento de los esclavos.
Estuvo él solo, y su kora. Contó, como suele hacerlo, que se trata de un instrumento de 21 cuerdas, y explicó que con esa calabaza cubierta con cuero de vaca se puede hacer de todo: los bajos, que sostienen el ritmo de cualquier canción, los acordes que van construyendo la melodía y las improvisaciones. Esta él solo, ahí en el escenario, pero de las cuerdas de aquel cacharro salen los registros de un orquesta entera.
Extraña música, que acaso por la sonoridad del instrumento podría resultar exótica y que, sin embargo, termina siendo tremendamente próxima. Los dedos de Toumani Diabaté van pulsando las cuerdas de la kora. Se impone un ritmo y enseguida se va insinuando un tema, sobre el que ha de volver una y otra vez, y de pronto las improvisaciones. A veces son delicadas; otras, vertiginosas: como si corrieran para agitar el ánimo y llevarlo a un punto de éxtasis. Gira el mundo, el tiempo se descompone. Hay un río que fluye, unas cuantas casas de adobe de un solo piso que se levantan a los lados de calles laberínticas, unos cuantos niños que juegan con una pelota, vuela un pájaro.
Así la música de Toumani Diabaté. Milenaria, habla a través de la kora de las inquietudes de las criaturas y de sus anhelos. También consuela e inquieta. Dice el músico de Malí que no está escrita, que va directamente de la cabeza a los dedos. J. M. Coetzee escribió: “No sería exagerado decir que por medio de la música africana los occidentales empezaron a vivir en sus cuerpos y a través de ellos de una nueva manera. Los colonizadores acabaron colonizados”. Toumani Diabaté confirma algo más: esa música que agita el cuerpo está dictada por un viejo espíritu que es maestro en crear un sentimiento creciente de pura exaltación.
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El digno canto del arroyo.
Cuando el arroyo
descende pasando
imperioso en los
campos mojados,
tiernos riachuelos
de una ingenua
pasión describen
el tiempo de la
nueva armonía, y
ese sueño perece,
como el sol infinito.
Francesco Sinibaldi
Publicado por: Francesco Sinibaldi | 28/04/2008 17:41:07